DISCLAIMER: Los personajes no son míos, ya lo saben ^^U son de Rumiko Takahashi. La siguiente narración es creación propia y está hecha sin fines de lucro, con el propósito de entretener a los lectores.
SUMMARY: Y lo odiaba por eso. Por alejarse, luego de que habían reafirmado su promesa de casarse y tener una familia juntos. Luego de que ella venciera todos sus temores y se convirtiera en su mujer antes de la boda. Luego de que rompiera las promesas de celibato sólo por sus ojos... Por eso, ya no lo seguiría esperando.
Por tus ojos...
Capítulo I
"Reencuentro"
Sólo veía sus ojos, y suspiraba.
En sus ojos - oh, qué ojos - estaba su verdad.
Y la verdad era una sola,
que sin ellos, no podría vivir.
Vio la caravana acercarse y tuvo un mal presentimiento, esa sensación de que algo malo se aproximaba junto con el tumulto, así que se detuvo a un costado del camino y esperó a que llegaran. Había ido a realizar un exorcismo en una aldea cercana y se encontraba de regreso cuando los sintió: bastantes hombres para ese lugar, no había visto un grupo tan numeroso por los alrededores, no desde que Náraku desapareciera. Tal vez por eso, el mal presentimiento.
Al poco rato estuvieron a su lado y no le costó para nada reconocer ese rostro, uno que jamás olvidaría, aunque pasarán muchos años. No recordaba el nombre, pero sí que él pretendía a su futura mujer – y, por qué no decirlo, le ganaba en varios aspectos como mejor partido. Le hizo un gesto al que supuso, era el capitán de los soldados y se acercó.
— Buenas tardes, señores — saludó amablemente, con una reverencia, evitando demostrar su humor —. Es raro ver una caravana así por este lugar.
— Buenas tardes, monje — respondió el capitán, con tono autoritario y hasta grosero —. Estamos buscando a alguien.
— ¿Y podría saber a quién? Tal vez pueda ayudarlos — agregó, sin perder el tono amable, la mirada fija en el grupo.
— Claro que nos puede ayudar — la voz del terrateniente de sus preocupaciones lo hizo desviar la mirada para verlo acercarse —. ¿No es el monje que acompañaba en su viaje a mi amada exterminadora Sango?
— Así es — respondió él, sin poder ocultar la molestia ante la frase "mi amada" —. ¿Usted es ese terrateniente que le ofreció matrimonio hace algún tiempo? — Tampoco pudo evitar sonar despectivo, él jamás tuvo el derecho, por lo menos no desde su punto de vista.
— Exacto — respondió el joven, notando el gesto de desagrado en el bonzo —. ¿Se encuentra ella cerca?
— Sí, pero me gustaría platicar con usted antes — Miroku se acercó más al terrateniente, con la mirada seria.
— Lo escucho.
— Quisiera pedirle... no, más bien, advertirle, que no moleste a Sango, ya que es mi prometida — reveló, con una segura sonrisa en el rostro —. Así que, por favor, le agradecería si no la incomodara con nuevas propuestas.
— Bien, monje, pero eso sólo me lo puede decir ella — el terrateniente sonrió con suficiencia —. No voy a rendirme tan fácil.
— Espero que sepa aceptar un "no" por respuesta, porque si veo que es demasiado insistente con ella, se las verá conmigo.
— No debería preocuparse: si fuese un buen hombre y ella estuviese segura y tranquila a su lado, no me aceptaría — el joven pretendiente se alejó para montar en su caballo y emprender nuevamente el camino hacia la aldea.
Miroku siguió al grupo con la vista y luego se apresuró a retomar también el camino. No iba a permitir que ese niño bonito cortejara a su futura mujer, más en esos momentos en los que planeaba cómo abordar el futuro que quería junto a ella.
Tras un rato de cabalgata, el grupo llegó a la entrada de la aldea, llamando la atención de los habitantes. Nadie había visto por ahí a tantos guerreros juntos. El ajetreo atrajo la atención de la exterminadora, quien se encontraba cerca del lugar, ayudando a una familia a reparar su hogar. Se acercó a la caravana y reconoció de inmediato al terrateniente, quedándose helada. Él le sonrió desde su caballo, con cariño, sin decir palabra, esperando.
Un ave cruzó el cielo, trinando en el calmo silencio que de pronto abordó el lugar. Sango no sabía qué decir. ¿Cómo la había encontrado? Tan lejos de su palacio, después de tantos acontecimientos...
Habían pasado 3 meses desde que derrotaran a Náraku. Tres meses en los que habían reconstruido la aldea y comenzado una nueva etapa en sus vidas. En los que Kagome no había regresado, pese a la insistente búsqueda de InuYasha. Y en los que su compromiso con el bonzo se mantenía, pero no se concretaba.
Volvió a levantar la vista hacia la rasueña mirada del joven que le sonreía, aún sin decir una palabra. Decidió romper el silencio, ella no quería que él se formara falsas ilusiones, debió haber sido más clara antes... aunque bueno, antes tampoco sabía si las cosas iban a resultar.
— Señor Kuranosuke...
— Sólo Kuranosuke, Sango — corrigió él, bajándose del caballo y acercándose a ella —. Cuánto tiempo, estás más hermosa que antes.
— Ah... gracias — a pesar de todo, ella seguía siendo tímida en ese aspecto y se sonrojó ante el cumplido —. ¿Qué lo trae por aquí?
— ¡Vaya, Sango! — El joven rió, luego tomó las manos de la muchacha, siempre sonriente. — Vengo por ti. Los rumores dicen que ya vengaste a tu familia, y bueno... quise saber si aceptarías nuevamente mi proposición.
Sango se sonrojó un poco más, el contacto físico - por muy pequeño que fuese - que revelaba otro tipo de intenciones, aún le avergonzaba. Si se trataba de una pelea, un demonio o trabajos pesados, incluso, no tenía problemas en demostrar su personalidad gallarda y fuerte. Pero ante esos actos, aún seguía siendo una tímida muchacha sin experiencia.
— Lo lamento mucho, Kuranosuke, pero yo... no puedo aceptarlo, estoy comprometida con alguien más, espero comprenda — respondió, retirando las manos y agachando la cabeza a manera de disculpa.
— Está bien, no te preocupes — respondió él, sin perder su sonrisa —. Sigo comprendiendo tus sentimientos y espero que seas feliz. Pero si alguna vez lo necesitas... no dudes en buscarme. Sabes donde está mi palacio.
El joven terrateniente se despidió y se alejó de la aldea por el camino, no sin antes dejar varios regalos costosos a su pretendida, quien los aceptó después de mucha insistencia.
Todo esto ocurrió bajo la atenta mirada del bonzo, quien espiaba oculto en los árboles. No deseaba presionar o incomodar a Sango con su presencia, pero tampoco iba a dejar que la cortejara así sin más, después de todo era su prometida y nadie se la arrebataría.
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"... Tiempo después..."
Miró el cielo y cerró los ojos, intentando no pensar. Sí, no quería pensar en nada, ya que si lo hacía, sus divagaciones volverían a cierto bonzo de ojos azules que le quitaba el aliento. Y no sólo eso.
Se sonrojó al recordarlo. Más de un mes había pasado desde "ese" evento, y – todo lo contrario de lo que ella había pensado –, ahora él estaba más distante que nunca. De vez en cuando lo veía salir de una de las tiendas de la aldea, riendo mientras se despedía de la joven encargada, pero la mayoría del tiempo era un misterio donde se encontraba. Y por mucho que preguntara y lo buscara, nadie ni nada le indicaba su paradero. Había intentado seguirlo un par de veces, pero InuYasha - o algún otro aldeano - siempre lograban que le perdiera el rastro.
Y lo odiaba por eso. Por alejarse, luego de que habían reafirmado su promesa de casarse y tener una familia juntos. Luego de que ella venciera todos sus temores y se convirtiera en su mujer antes de la boda. Luego de que rompiera las promesas de celibato sólo por sus ojos...
Negó bruscamente con la cabeza, abriendo los ojos y encontrándose con los ambarinos orbes de su amigo hanyō.
— Estás demasiado sola y alejada — murmuró él, frunciendo el ceño —. Este no es lugar para una mujer en tu condición.
Ella desvió la mirada, tratando de restarle importancia. Sabía a lo que se refería, él mismo se lo había revelado un par de semanas atrás, pero aún se negaba a asumirlo. No, no lo haría, menos con Miroku en ese estado de total despreocupación.
— Sabes que sé cuidarme muy bien sola — dijo después de un rato, afirmando su hiraikotsu.
— Y tú sabes que no deberías correr peligros — agregó él, sentándose a su lado —. Si Miroku lo supiera...
— Pero no lo sabe, y es mejor así — indicó ella, mirando nuevamente el cielo —. No se lo dirás, ¿verdad, InuYasha?
— Me hiciste prometerlo, pero Sango... — el hanyō la miró fijamente, estaba preocupado. — Debe saberlo. Algún día comenzará a notarse y...
— No lo sabrá — la castaña se puso de pie, con la mirada fija en el horizonte, una expresión decidida.
— ¿A qué te refieres? — InuYasha dudó, esto le daba mala espina.
— Me iré, ya lo decidí — aclaró ella, sin desviar la mirada —. Miroku no se merece que siga esperando, me ha dejado sola demasiado tiempo.
— Pero no puedes hacerlo, él...
— Él no está aquí. No está preocupado de lo que me pasa, ni siquiera puedo acercarme porque no sé dónde está ni lo que hace. Me cansé de esperar.
Hizo un gesto con su mano y su pequeña minina se acercó, transformándose en la tigresa feroz y esperando.
— Sango, por favor... — InuYasha no sabía qué decir, había prometido guardar el secreto de Miroku, pero si ella se iba... — No soy muy bueno en estos temas, pero creo que deberías conversar con él antes...
— Lo he intentado, sólo he logrado darme cuenta que no quiere que me siga acercando — ella montó sobre su felina amiga, con una triste sonrisa —. Gracias por todo, InuYasha. Por favor, no le digas nada.
Y emprendieron el vuelo, alejándose rápidamente del lugar. InuYasha maldijo por lo bajo, molesto. Sin Kagome a su lado, su principal objetivo era ver felices a sus amigos, pero si ellos se separaban... ¿Valía la pena haber pasado por tanto?
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Los pocos rayos del sol que lograban filtrarse entre las copas de los árboles le pegaron directamente en la espalda. Levantó la vista hacia el cielo que se abría entre las hojas y pudo distinguir a Kirara a lo lejos. Se limpió el sudor de la frente y se volvió a arremangar las mangas para seguir su labor. Tomó el hacha y comenzó a cortar la madera, ya faltaba poco para terminar su trabajo y poder dar el siguiente paso. Acomodó la madera recién cortada a un lado y miró fijamente su obra, con una sonrisa de oreja a oreja: algo de talento tenía como constructor, la cabaña que estaba por terminar – y que sería el hogar de su familia – lucía firme, acogedora y segura. Había decidido colocarla a la orilla de un lago, ya que sabía que a su amada le gustaba el sonido del agua, y así podrían refrescarse en verano. Además, estaba lejos del ajetreo de la aldea, por lo que podrían disfrutar más su intimidad.
Pasos firmes y rápidos le indicaron que se acercaba su amigo, se sentó junto a la construcción y esperó por su llegada.
— Has venido más temprano que de costumbre — inquirió cuando lo sintió a su lado.
— Sango se ha marchado — anunció él, sin rodeos, siendo directo como siempre.
— ¿¡QUÉ!?
El grito espantó a algunas aves de sus nidos, mientras el recién llegado lo miraba serio en su lugar.
— Dijo que se había cansado de esperar. Que se dio cuenta que tú no quieres que se acerce a ti.
— Pero, InuYasha, ¿intentaste detenerla? — Preguntó, le costaba creerlo.
— ¡Claro que sí! — InuYasha bufó, ¿cómo iba a permitir que su amiga se fuera sin más? — Miroku, he estado pendiente de ella como me lo habías pedido, la he cuidado mientras tú construías su futuro hogar, pero creo que tiene algo de razón... no han hablado desde hace un mes.
El monje suspiró, con los hombros caídos. Su pequeña Sango se había marchado, todo por culpa de su despreocupación. Debería haberle dedicado un poco de tiempo, no haberse ensimismado en su proyecto. ¿De qué servía ahora su hogar, si ya nadie lo ocuparía con él? Apretó los puños con rabia.
— ¿Sabes a dónde se fue? — Preguntó, la iría a buscar, su vida no tenía sentido sin ella.
— Tomó dirección al oeste, pero no puedo seguir su rastro por el aire — respondió él, con el semblante molesto por la impotencia de no ser de mucha ayuda.
— Bien, me encaminaré hacia el oeste, entonces — el oji azul se puso de pie, tomando su shakujou y mirando el lugar en el que había visto a Kirara unos minutos atrás.
— Antes de emprender el viaje, creo que deberíamos proveernos... — indicó el platinado, Miroku lo observó dudando. — ¿Qué? ¿Pensaste que te dejaría ir solo? Además, no creo que Sango haya ido a dar una vuelta, de seguro tardaremos más de una semana en encontrarla.
Después de unos segundos, el bonzo le dio la razón a su amigo y se dirigieron a la aldea en busca de provisiones para luego comenzar el viaje en busca de su castaña. La encontraría, sólo para decirle que sin ella no podía vivir.
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"Un par de días más tarde..."
No se había detenido, a pesar de que en ocasiones se sentía mal y quería volver, su orgullo – y por qué no decirlo, terquedad – le impedían hacerlo. No, ese bonzo no iba a salirse con la suya, no iba a seguir jugando con ella. Arrugó el entrecejo, recordando esa pícara y coquetona sonrisa que siempre le brindaba a las mujeres... siempre.
Ahora que lo pensaba, incluso podría ser que ella fuera una más de la lista. Lo había hablado una vez con Kagome, que Miroku tenía la personalidad de los chicos que "acumulaban o coleccionaban chicas", en su época. Ambas llegaron a la conclusión que él sentaría cabeza con el matrimonio, y que además estaba enamorado de ella. Pero no se habían casado, y ella tontamente le había dado el "sí" antes de tiempo.
Su estómago gruñó, recordándole que ahora su mayor enemigo era el hambre. Miró alrededor y divisó a lo lejos un palacio de gran embergadura, rodeado por una aldea, a los pies de la montaña. Ese era el lugar que estaba buscando.
— Kirara, ahí es.
La felina descendió y aterrizaron en la entrada del poblado, ante la atenta e inquisidora mirada de algunos aldeanos que se encontraban trabajando cerca del lugar. La muchacha descendió del lomo de su felina acompañante y se dirigió a la entrada del palacio, mientras los guardias alzaban sus lanzas para impedirle el paso.
— Extraña, no se permiten visitas en el palacio. Mejor vuelve por donde viniste, a menos que desees que te regresemos nosotros.
— No tengo deseos de luchar... — Aclaró ella, mirando a ambos sujetos: uno era apenas un chiquillo, su lanza temblaba un poco en sus manos; el otro era un hombre maduro, de unos 40 años tal vez, cuya armadura parecía pesarle demasiado. Torció una sonrisa en sus labios y agregó: — Tampoco les iría muy bien conmigo. Deseo hablar con el terrateniente.
Ambos la quedaron mirando, desconfiados. Eran muy comunes las visitas femeninas en esos días, por lo general eran oportunistas que deseaban engatuzar al terrateniente, para aprovecharse de sus nobles sentimientos y, claro, su fortuna. Apuntaron sus armas hacia la muchacha, no permitirían que otra chica intentase engañarlos.
— Como dije, no se permiten visitas en el palacio. ¿Deseas que regresemos tu cadáver?
Ambos hombres arremetieron contra ella con sus lanzas, la muchacha esquivó fácil y velozmente los dos ataques, mientras Kirara miraba atenta a un lado. No necesitó usar sus armas, no iba a herir a sus oponentes a menos que fuese muy necesario. Hábilmente volvió a esquivar otro de sus ataques, mientras el alboroto llamaba la atención del resto de los guardias que se encontraban en el palacio. Algunos arqueros comenzaron a lanzar flechas para ayudar a sus compañeros, Sango usó su hiraikotsu como escudo y luego golpeó a los dos hombres de la entrada para seguir oculta evitando las flechas. Ese no era el recibimiento que esperaba. Aunque en realidad no quería que la estuviesen esperando, tampoco.
— ¡Es suficiente! — La masculina voz hizo que cesara el ataque, mientras su dueño se acercaba a la entrada observando fijamente a la causante de tanto lío. — Es un placer verte de nuevo, Sango.
— Señor terrateniente Kuranosuke... — La muchacha se inclinó ante el joven, mostrando respeto.
— No me llames así Sango... Sólo Kuranosuke está bien.
Ambos se quedaron mirando unos segundos. ¿Terminaría ese encuentro como esperaban?
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¡Otra historia! Sí, por supuesto es un MirSan, un semi-AU, algo que hace tiempo tenía en mente, dado que siento que Kuranosuke no se habría rendido tan fácilmente. Espero que les guste, estoy terminando el siguiente cap, que será más largo que éste. ¡Dejen reviews! Los quiero 3 :D
