Disclaimer: Tan triste como la vida misma, ningún personaje aquí mencionado es propiedad mía. Todos fueron idea de Mike y Bryan.


Lunes

Era una de esas mañanas perezosas. La primera de la única semana de vacaciones que había aceptado en... ¿Dos años? ¿Tres? No sabía bien, y tampoco le animaba mucho descansar cuando había montones de trabajo pendiente. Pero fue sugerencia de Varrick que se diera unos cuantos días para inspirarse. Según él para pensar en nuevas soluciones—y que lo dejara de explotar. Se había negado rotundamente cada vez que su asistente le insistía, pero terminó dándole la razón luego de que sus nervios acabaran por desquiciarla en una de las últimas reuniones con el jurado el mes anterior.

Varrick le había sugerido que no debía acercarse ni al ordenador ni a su móvil por la semana en la que se encontrara en casa. También estaba la opción de salir de la ciudad, pero la temporada atraía también a los turistas y era mala idea, dado que el tráfico se aglomeraba en las salidas de la república, podría despertar su instinto asesino, o cuando menos alguna recaída en su ausente migraña. Acordaron que sería mejor si salía a pasear sin rumbo por unas cuantas horas. Que haría lo posible por mantenerse en calma. Que comería cada cosa que se le ocurriera y le gustara. Y que haría el mayor esfuerzo posible por volver a dormir, al menos, ocho horas diarias. Evitaría situaciones detonantes y todo lo demás sería paz y tranquilidad.

En el trabajo o no, era quizás mal hábito de ella seguir alguna rutina o todo se descontrolaría eventualmente —al menos así lo creía. A pesar de haber despertado a la misma hora de antes, siguió en cama mirando al techo, a la ventana con la increíble vista que tenía de la costa.

Finalmente se desesperó de estar tumbada en la cama. Necesitaba hacer algo. Cambió el delicado camisón de seda por un par de pantalones tipo harem color negro y una camiseta sin mangas blanca con detalles de hojas en verde seco. Tenía mucho tiempo sin quedarse en casa y por tanto, sin usar ropa relativamente más cómoda que sus trajes sastre. Juntó su desordenada melena en una coleta baja que descansaba a lo largo de su espalda. Abrió el balcón, las cortinas volaron por un momento. La brisa marina acarició su piel erizándola al contacto. El viento era fresco y sutil. Sí, tal vez era lo que necesitaba.

Desenvolvió una delgada colchoneta color oliva y la colocó cuidadosamente sobre las duelas de roble que cubrían el piso. Era un buen día para hacer yoga. Cualquier cosa que pueda relajarla era bienvenida. Retomó cuidadosamente las instrucciones que recordaba de sus días de universidad. Le llevó algo de tiempo volver a soltar su cuerpo de esa manera y deshacerse de los nudos que ataban cada extremidad pero eventualmente consiguió mantener cada asana que le venía a la mente. Ni siquiera podía notar el sonido de los automóviles pasar. Pasados veinte minutos estaba completamente concentrada.

Inhala en cuatro tiempos. Siente cada músculo moverse. Suelta el cuerpo y conéctate. Alma con cuerpo, alma con embarque terrenal. Sigue respirando. Exhala lentamente y repite.

Repentinamente, desde un apartamento del edificio junto a ella se empezó a escuchar un escándalo. Alguien había encendido la radio y el volumen no era precisamente prudente.

Respiró profundamente intentando no perder su centro. Llevo sus manos juntas al corazón y dio por terminada la sesión. Se puso de pie y asomó por la baranda para ver quién era el responsable de semejante incordio.

Buscó con sigilo, bajó la mirada hasta un par de pisos debajo de ella, justo en el edificio de la derecha vio a una mujer con el cabello apenas cano. De complexión delgada pero no escuálida. Cabello corto y ropa holgada. Bailaba por todos lados en su terraza. Quizás lo hacía a diario y jamás había molestado a nadie, bueno, hasta hoy.

Frunció el ceño. "Si quiere bailar está bien, pero hay límites legales para la convivencia". No dejaba de repetírselo mientras la miraba.

La escuchaba cantar. Podía decir que ya llevaba cuarenta minutos así sin exagerar. Se dio por vencida, cerró el balcón y prefirió ir a la cocina por algo para desayunar. Eso la distraería un poco y quizás la mujer se cansaría o tendría algo mejor que hacer. Pronto volvería a la armoniosa calma matutina y seguiría con su primer día de relajación.

Para cuando su café estaba listo se dio cuenta de la canción que sonaba, o que mejor dicho retumbaba por todo el lugar. También pudo notar la voz de la mujer cantando alegremente. Asomó la cabeza por una rendija del balcón. Ahí seguía, contenta y ahora cantaba hacia la nada sin bailar. Se sabía la letra también y en un instante, sin razonarlo, le cruzó por la cabeza que sería buena idea seguirle la pista. Antes de darse cuenta ya estaba cantando en voz baja acompañando a la mujer en su pequeño espectáculo sentada en la orilla de la terraza.

—AND I'M ON MY KNEES LOOKING FOR ANSWERS! ARE WE HUMAN OR ARE WE DANCERS? —Muy tarde para evitarlo, había gritado la segunda parte del coro y ahora la mujer había notado su presencia. Demonios.

La mujer levantó rápidamente la mirada y dio con Kuvira, quien estaba completamente sonrojada. Le sonrió y siguió cantando.

—Will your system be alright when you dream of home tonight? —Kuvira dio media vuelta tan rápido como sus temporalmente entorpecidos reflejos le permitieron y se escabulló de vuelta a su apartamento. Se escuchó como cerró bruscamente la puerta corrediza.

Finalmente la dama había apagado la radio.

¿Habría sido por la hora o porque creyó que le había molestado en serio? Diablos, comenzaba a disfrutar el repertorio. Al menos pude haber dicho hola o sonreírle. ¿Y si ella ponía algo de música? No debió irse así nada más.

El teléfono la sacó de su ensimismamiento. Vio el identificador, era un mensaje de voz Varrick. Dejó la nota reproducirse mientras recogía la cafetera.

¿Madame? Blackstone reportándose. Sé que recomendé no usar el teléfono, pero sabré cuando haya escuchado esto. Me encargaré de la próxima junta. El jurado parece tener la resolución para el caso del robo en el quinto distrito. Todo marcha bien, no tiene de que preocuparse. Mañana le daré el resumen de la reunión. Bon rétablissement.

Al menos podía confiar en las palabras de su asistente. Pero acabó por ignorar la mitad del mensaje, estaba preocupada por lo que sucedió con la dama del otro edificio. Quizás podía buscar su apartamento y disculparse. Sí, eso funcionaría. No era exactamente el tipo de personas que le dieran tantas vueltas a lo que pasara o dejara de pasar con sus vecinos. Pero no podía dejarlo de lado. Algo insistía en que debía ir a hablarle.

Terminó de limpiar la cafetera, regresó el saco de granos de café a su sitio y tomó una botella de vino blanco. Funcionaría si pensaba conocer un poco más a la escandalosa dama. Ajustó las agujetas de sus flats y puso marcha al edificio próximo.

Prefirió tomar el elevador, la monótona música ayudaría a calmar su mente mientras articulaba una buena disculpa. O al menos un pretexto relativamente decente para su reacción. Salió de su edificio, los árboles que alegraban la pequeña plaza se sacudían sutilmente por el viento que había comenzado a soplar.

Miró de un lado a otro buscando al guardia que debería cuidar la entrada. No había nadie en la recepción, por lo que volvió sobre sus pasos y alzó la mirada buscando la terraza de la excéntrica mujer. Entró, no había pista de algún elevador en funcionamiento. No quedaba más que usar las escaleras.

Llegó hasta el cuarto piso, definitivamente era ese. Una puerta metálica con grabados que parecían hechos a mano. Era bastante bonita. Por todo el pasillo había un largo terrario lleno de diferentes cactus y piedrecillas de colores.

Tocó la delicada campana color plata que colgaba de la pared. Enseguida se abrió la puerta.

—¿Vienes por otro rato de karaoke? —Sonrió la mujer. Seguía con el peculiar conjunto con el que la había visto bailar, una especie de túnica verde con mangas cortas y un pantalón similar al suyo. Viéndola bien, su cabello parecía más oscuro y sus ojos verde claro... Ciertamente era más guapa de cerca. Un momento... ¿guapa?

—Lamento mucho haberla interrumpido de esa manera. Escuché la música y la letra llegó a mi cabeza de la nada... Ahh... Traje esto, yo... — Siguió balbuceando con la botella en mano.

—Oh vaya, no tenías por qué molestarte. Pasa —Una risilla se escapó de sus labios al ver a la joven avergonzada y sin saber bien qué decir. —Ven, ponte cómoda, iré por un par de copas. Me llamo Suyin, ¿eres nueva? No te había visto allá arriba, normalmente no haría ruido si viera a alguien habitualmente.

—Yo eh... Mi nombre es Kuvira... En realidad yo... Bueno, vivo aquí desde que terminé la universidad... Ahh... No suelo estar aquí, salgo temprano al trabajo... —Se sentó en uno de los sofá color arena. El lugar era elegante y acogedor.

Suyin se acercó por la botella, la abrió y sirvió las copas.

—Supongo que estás de vacaciones...

—Algo así. Hace tres años comencé mi propio despacho jurídico pero últimamente todos tienen la maravillosa idea de hacer lo que quieren con la ley. Hay casos para dar y regalar— Bajó la mirada. —Mi asistente pensó que a este paso podría tener un colapso nervioso.

—¡Caramba, niña! ¿Hace cuánto que no descansas?

—Eh... ¿Dos años? —contestó nerviosa mientras dejaba su copa en la mesita de centro. —Creo, no recuerd...

Apenas respondió y Su ya la había tumbado en el chaise lounge.

—¡Perdóname por haber hecho tal escándalo! —La tomó de los hombros y continuó —Debí ser yo quien se acercara a tu puerta... ¡Déjame compensártelo!

Kuvira estaba totalmente sorprendida. La mujer estaba demasiado cerca de ella. Su corazón latía velozmente y no podía —quería— decir exactamente por qué.

—¿Ya almorzaste? ¿Terminaste tu sesión de yoga?

—Ahh, tomé algo de café y...

—Y nada más, ¿cierto?

La joven asintió avergonzada.

—Conozco un buen lugar cerca de aquí. Venden los mejores desayunos de cada nación... Supongo que has de extrañar algún sabor...

Suyin se había dado cuenta de que la muchacha no era de la República Unida. Intuición o no, cualquiera podría resistir una serenata matutina, el ruido era parte de la vida en esta ciudad.

—Ya... Seguro que usted también ha de extrañar algo, ¿no? —Con suerte no sería la única.

La mujer rió mientras terminaba su copa.

—No tienes por qué ser tan formal, ¿acaso me veo tan vieja? —Sonrió. —Soy de esta misma ciudad pero crecí en Zaofu, aunque para ser honesta he viajado por tantas partes y probado tantas cosas que me es difícil decidir.

—¿Zaofu? ¡Vivía ahí antes de mudarme! Estudié desde la escuela media hasta la universidad. —La joven se veía ilusionada. No muchas personas de Zaofu salían de ahí para instalarse en otro lugar. No lo necesitaban, era básicamente una metrópoli autosuficiente.

—¡Vaya! Ahora que lo pienso no he vuelto en mucho tiempo... Que no se diga más, vamos por un desayuno Zaofu.

Ambas salieron del apartamento y bajaron por las escaleras del edificio. En el recibidor acababa de llegar un hombre alto, joven, de cejas pobladas y ojos amarillos. Era el guardia y mensajero.

—Mako, ¿cuidarías mi piso por un momento? Dejé la terraza abierta. Volveré en un momento. —Guiñó el ojo.

El muchacho asintió y le devolvió el gesto, era más que normal que Suyin saliera y que en realidad tardara más de lo esperado. Kuvira se dio cuenta del guiño, tenía dos opciones: O era su imaginación o acababa de conseguir una cita con su nueva ¿amiga?

El sol comenzaba a salir de entre las espesas nubes. La brisa era ahora un poco más cálida y las calles estaban casi vacías. Ahora entendía a Varrick cuando escapaba de la oficina cerca de medio día. Era quizás el mejor momento para caminar sin ser absorbida por la multitud.

Se detuvieron a la entrada de un callejón. ¿Cómo era posible que nunca lo había visto? Estaba a unas pocas calles del edificio sobre la ruta que toma diario para ir al despacho. Ahora más que antes, estaba considerando la opción de no conducir y mejor desplazarse caminando a cada destino.

La entrada era algo angosta, sin embargo el restaurante ocupaba la mayor parte de la construcción. Habían mantas de la Nación del Fuego, pieles y escudos de las dos Tribus Agua. Al fondo en un espacio más reservado réplicas de las esculturas que se encontraban en los Tempos del Aire y del otro lado armaduras metálicas, relojes de arena y ornamentos del Reino Tierra. Era como ver una de esas exposiciones culturales que llenaban la ciudad con mucha, pero mucha gente.

De pronto se acercó a la puerta un muchacho de ojos verdes y sonrisa amable.

—¡Buen día! Bienvenidas a la cafetería Lianmeng, ¿alguna nación en especial?

—¿Bolin? —Kuvira dijo detrás de Su.

—¿Kuvira? —El chico dio un respingo.

—¡Este lugar es increíble! ¿Ese era tu plan ideal después de renunciar? —Dijo la joven maravillada. —No debí subestimarte, esto es perfecto. —Se acercó a saludar y abrazar al muchacho.

—Un momento... —Su interrumpió. —¿Trabajaste para ella?

—Ah... Por unos pocos días, yo era el mensajero de su despacho hace un año, la agencia nos dio el empleo a Mako y a mi al mismo tiempo, pero él tuvo algo más de suerte en su edifcio.

—¡Oye! —Kuvira contestó molesta.

—Jajaja, sabes que solo bromeo. En fin, cuando tuve los fondos suficientes y con ayuda de mis colegas pudimos establecernos en este callejón. Luego la encantadora señora que tienes a tu lado decidió frecuentar el lugar con Opal y el resto, creo, te lo sabes.

—¡Oh claro! Opal... Espera... —Volvió la mirada a Suyin. —¿Opal es t...

—Sí, es mi hija.

—Y así de pequeña es Ciudad República. —Dijo Bolin divertido. —Déjeme adivinar, ¿Reino Tierra? ahh... ¿Gaoling? ¿Omashu? ¿Isla Kyoshi?

—Hoy venimos por sabores nostálgicos. Zaofu estará bien. —Contestó Kuvira.

Los tres se dirigieron a un apartado del Reino Tierra adornado con acentos metálicos y seda verde bosque.

—¿Café con infusión de raíz de hibisco para comenzar?

—¡No puede ser! ¿Raíz de hibisco? ¡Dame la cafetera completa, Bolin! —Aparentemente Suyin había acertado. Kuvira lucía de lo más contenta en ese lugar.

—¿Y cuánto tiempo libre tomaste?

—Una semana, no puedo ausentarme más. Hace un mes hubo un robo en el quinto distrito y está ligado a un secuestro del que los autores quedaron libres. Estamos a nada de saber quién dio parte del soborno para que el proceso fuera más rápido.

—Increíble. Y tú tan joven... Sé que es importante, pero no deberías trabajar hasta desfallecer.

Kuvira sonrió y asintió con la cabeza. Y pensar que hace unas horas estaba molesta por faltar a la oficina.

Durante la mayor parte del almuerzo se limitaban a halagar la comida, a pesar de que los cuatro cocineros eran residentes de la República Unida, conocían el sazón exacto para cada región. Suyin estaba encantada, más allá del platillo, también le dejaba buena sensación el no haber dejado que Kuvira la odiara por su escándalo. Además estaba preocupada por las cargas de trabajo de la joven.

Kuvira se sentía de nuevo como una niña pequeña probando los bollos de jengibre y la salsa de mango-mora. Sentía también la mirada de Suyin. Era extraño, por un momento había olvidado que estaba acompañada y en al siguiente sus miradas se habían cruzado con la misma reacción que tuvo cuando la vio de cerca por primera vez.

Suyin notaba el suave sonrojo en las mejillas de la muchacha y continuaba mirándola de esa forma. Estaba divertida viendo cuán adorable era en realidad la ex jefa de Bolin. No estaba ni cerca de ser la tirana inflexible de la que había escuchado. Ni la inexpresiva y seria abogada que comenzaba a cobrar fama por los estrados de la ciudad.

Después de almorzar decidieron dar un par de vueltas por el centro de la ciudad. Kuvira dejó de protestar por cada tienda que veía Su. En realidad comenzaba a disfrutarlo. No había caminado sin rumbo por Ciudad República. De cuántos detalles se había perdido. Ni siquiera sabía de la laguna del parque central o del museo de reliquias del Reino Tierra. Le alegraba tener cerca a Suyin, que más que su cita parecía guía turístico. Incluso la biblioteca del tercer distrito que no visitaba seguido se volvió interesante. Y más aún cuando tomaron un taller exprés de haiku.

Una vez terminado, volvieron al departamento de Suyin. Debía arreglar unos cuantos formatos para aplicar como solicitante a un puesto en la Universidad de las Cuatro Naciones.

En el estudio, Kuvira se acercó a los diferentes diplomas y fotografías que destacaban junto al librero que iba del techo al piso.

—¿Doctorado en Ciencias Socio-políticas, eh?

—De la Academia de Artes y Ciencias de Zaofu. Orgullosa tejón-topo e investigadora en hiatus. —Dijo Su apuntando a un banderín envejecido y una camiseta deportiva con su nombre y el número cinco. —¿Tu...

—¡Oh no! No podría poner un pie ahí —Dijo divertida. —Yo estudié en el Colegio de Ciencas Políticas de Zaofu.

—¿Tigre blanco? ¿Es en serio?

—¿Deberías odiarme? —Rió suavemente

—Tal vez, pero me has caído bastante bien, niña. —Dijo con un todo engreído.

Terminaron pasando el resto de la tarde en el salón contándose anécdotas, compartiendo sus recuerdos de Zaofu. Cuánto habían cambiado las cosas. Su dejó la ciudad a la misma edad de Kuvira. A pesar de haber terminado sus estudios, tomó un par de años para explorar el mundo. Viajar a los desiertos, hacer labores de caridad en los pequeños pueblos pesqueros del Reino Tierra para después trabajar como investigadora, abogada y catedrática. Kuvira por su parte llegó directamente a Ciudad República a conquistar ese sueño de sentarse algún día en los estrados del ayuntamiento como una exitosa juez.

Ambas tenían ideas similares aunque Suyin era de espíritu libre. Tenía una visión de la vida tan ligera, familiar, profesional y conyugalmente hablando. Eso mismo, de hecho, fue lo que la llevó a contraer matrimonio por bienes separados. La idea de atarse a un hombre no le agradaba por más que lo amara. Sus hijos ahora tenían sus propias vidas.

Kuvira era algo más estricta con ella misma. Creció sola desde que tenía 10 años. Todo para ella necesitaba estar escrito y ordenado. No podía darse el lujo de distraerse de sus asuntos. O al menos no quería. Sus estudios y ahora su empleo eran su forma de escapar un poco de sucesos pasados no tan agradables.

Igual sus recuerdos de Zaofu no eran tan diferentes. Ambas disfrutaban de cada taller deportivo y sobretodo de las competencias escolares. El domo olímpico de la ciudad era su máximo. El ayuntamiento siempre reluciente y en realidad vacío. Los tediosos viajes en tren y cómo se volvió más cómodo cuando entraron en función los vagones eléctricos. Los jardines y fuentes en casi cada esquina.

Sí, quizá tendría montañas de trabajo al volver, pero se dio cuenta de lo mucho que estaba disfrutando quemar sus horas con Suyin. Las copas se llenaban una y otra vez hasta que llegó la noche. Habían bailado, cantado y tomado como pocas veces lo habrían hecho con un relativo extraño.

—Oye niña —Su levantó la voz y se movió torpemente del cómodo sofá.

—¿Qué pasa, demasiado alcohol? —Kuvira contestó con una sonrisa cínica desde el suelo, tumbada en la suave alfombra junto a Suyin.

La mayor puso un pie en el suelo, se acercó a Kuvira y sostuvo con una mano su mejilla. Alargó el otro brazo y movió un descuidado mechón de cabello de la joven. Sus ojos se encontraron y sin darse cuenta, sus labios rozaron la comisura de su boca.

—Creo que sí.


Nota de la autora: Sí, ya sé que hoy es martes y que debí subirlo ayer, ¿pero quién se fija? Espero que les haya gustado. La idea la tuve hace unas semanas y no había podido terminar el primer día, culpen a mi vecina que le encanta escuchar a The Killers desde las siete de la mañana jaja. Cualquier sugerencia es bienvenida.

Respecto a mi otro fic, Duda, estará en reposo unas pocas semanas. Estoy editando cada capítulo por detalles que omití en la primera edición (no me maten, estoy creciendo como ficker, ¿ok?) Volveré a subir cada uno más los últimos dos capítulos en las próximas semanas (tengan paciencia, les ruego, vuelvo a la escuela en una semana)

Les agradezco sus comentarios, sugerencias, favs y ganas de asesinarme. Los adoro.

¡Nos leemos!