Sherlock se había ido para siempre. Lo sabía, porque estaba delante de su tumba. Aquel día era para él muy triste. Su mejor amigo, su compañero de piso y la persona a la que seguía amando aunque estuviera muerta.

Gritó para calmar su cabreo, aunque no se relajaba, no lo hacía porque le faltaba Sherlock.

Miró a su alrededor, no había nadie, solo tumbas y silencio, bueno silencio no del todo, el viento azotaba las hojas y hacía un poco de ruido, pero no mucho.

Volvió al 221B de Baker Street y se sentó en el sofá del fallecido detective y sintió nostalgia, añoraba esas noches en vela mientras resolvían un caso o porque él no dejaba de tocar el violín, algo que no le molestaba aunque le decía que sí.

El violín seguía donde siempre y eso que habían pasado tres meses desde el incidente en el hospital. Lo cogió y lo abrazó, como si fuera su amigo, como si aún estuviera allí y en efecto estaba, pero en espíritu.

Sherlock abrazó a John y aunque el médico no le notara, Sherlock se sentía querido, John le extrañaba y eso le ponía triste a la vez que contento.

John Hamish Watson amaba a un fallecido Sherlock William Scott Holmes y el fallecido lo sabía.

Cuando John dejó de abrazar el violín, se sentó con semblante triste. Oportunidad en la que el espíritu del detective se colocó, le acarició la cara y luego le besó.
Aunque ninguno lo sintiera, Sherlock había hecho lo correcto. Aquel beso fue el principio de algo, fue el principio de que el espíritu de Sherlock se materializara, si, aquel beso consiguió que Sherlock reviviera delante de los ojos de John.

Aquello era la primera vez que pasaba y ninguno de los dos se lo podía creer, estaban juntos.

El detective le explicó a John que pasó y este no comprendía, sus besos eran mágicos. Sus besos de amor verdadero lo eran, de tal manera que ambos se tocaron las mejillas y luego al saber que no era un sueño, se besaron. Un verdadero beso, un beso lleno de pasión y sobre todo verdadero.

John había conseguido lo que nadie en su vida había conseguido, que su mejor amigo y amor verdadero reviviera, algo de lo que estaba orgulloso y sobre todo alucinado.

Pero no le importaba a ninguno de los dos, sería su pequeño secreto. Sherlock cogió su violín y se puso a tocar, para que John disfrutara de nuevo con cada nota y eso hizo, disfrutó tanto, que acabaron haciéndolo y sintiéndose una sola persona.

Bueno, esto ya está, es triste y siento que lo sea, pero cuando tengo días triste o escribo cosas así o exploto. Dejar reviews.