CORRESPONDENCIAS

by: Harlett
# 31

Estaba en proceso de actualizar las demás historias, pero tengo que sacarme un par de ideas del sistema antes de continuar :/

Jitomatazos, abucheos, intento de linchamiento y amenazas con armas punzo cortantes. Al final del capítulo, por favor.

Nota/Disclaimer/Negación/Aviso/etc…: Katekyo Hitman REBORN y Cía. no me pertenecen, son propiedad de Amano Akira. Esto es por mero entretenimiento sin fines de lucro.


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Por severo que sea un padre juzgando a su hijo, nunca es tan severo como un hijo juzgando a su padre.

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A una despampanante y joven mujer le temblaban las manos una vez dio media vuelta al sospechoso sobre que había recibido apenas había llegado a su casa a mano de la ama de llaves.

Había sucedido que la canosa mujer a cargo de caserón poseía un gesto incierto y dubitativo en su arrugada cara al entregárselo a su señora.

La hermosa mujer no le tomo importancia ese gesto y extrañada solo por la blancura extrema del sobre que veía entre sus manos y el hecho de tener un sello de cera en el frente de la envoltura con una extraña cresta impresa, un escudo de armas que no podía reconocer por ahora. Sin darle más atención a eso, le dio media vuelta al sobre para enterarse quién era el remitente.

Noto principalmente que no tenía sello postal ni otra marca de mensajería a la vista y que solamente tenía unas pocas palabras en el centro del papel: "Per la signora: Higurashi Emiko-san"

Era para ella evidentemente a pesar del uso del italiano en el mensaje, sin embargo, la rápida idea de una anónimo de algún tímido fan fue desechada de inmediato cuando presto atención a esas pocas letras escritas sin lugar a dudas con una gran gracia con un pincel de caligrafía: líneas delgadas y estéticas pero débiles, como si temieran dañar el papel, apenas con fuerza suficiente para hacer notoria la tinta y hacerse entender.

Emiko conocía esa escritura.

Conocía a la perfección de quién era esa letra.

Se olvido de respirar un momento con los ojos abiertos de par en par de la pura impresión.

No era cierto. No.

Echo un vistazo rápido a su lado para ver a su casera, esa anciana que noto su abrupto cambio de humor en su señora.

La actriz fallo en su interpretación pues no podía emitir palabra alguna por ese sobresalto y en lugar de mandarla a la otra a otro lado, fue ella quien tuvo que salir de allí rápidamente y encerrarse en su estudio.

Entro como tornado a su cómodo recinto y arrojo la carta como si le quemara las manos por sobre su escritorio, regreso rápido a la puerta y echo llave y seguro y todo lo que podía evitar la entrada de alguien. Cerro las ventanas, corrió las cortinas y apenas entraban unos cuantos rayos del atardecer para iluminar la estancia.

La mujer se quedo abrazándose a sí misma, paseándose como león enjaulado en la habitación y de vez en cuando y mirando con consternación y nervios a ese bendito pedazo de papel como si temiera que en cualquier instante fuera a explotar o, peor aún, tomara vida y hablara por si mismo todo su contenido en tinta y alguien, cualquiera, fuera a escuchar todo lo que tenía que decir.

Estaba aterrada.

Y ella era una mujer que nunca había conocido tal emoción ni siquiera en su niñez ni ante su primera actuación frente a una enorme y difícil audiencia en alguna presentación.

Básicamente carecía de esos escrúpulos que la hicieran entorpecer para conseguir lo que quería y mantener lo que ya tenía. De preservarse en la cima.

Esos escrúpulos que no dudo en tener cuando prácticamente ella decidió desatenderse de su hija, pensó de pronto y entonces ahogo un gemido de aprensión por alguna razón. Como si temiese que alguien hubiese escuchado sus pensamientos.

Entonces se dio cuenta que estaba temblando. ¿De nervios? ¿Miedo? ¿De qué exactamente? Y se sintió estúpida e ingenua de pronto. La rabia precipitadamente sustituyo esas ajenas y pueriles emociones y casi como si se hubiera dado un par de bofetadas en la cara, reacciono.

Respiro hondamente y apretó los puños con coraje; miro altivamente a la carta que parecía tan poca cosa allí en el escritorio. Era poca cosa, de hecho. Eso era un mero trozo de papel y ella… ella…

Ella era la implacable y sagaz Higurashi Emiko, la mujer de gran belleza y prodigioso talento, la primera actriz y de las más reconocidas celebridades de su generación. La que hacía que otros se apartaran de su camino con su mera presencia y tenía en sus manos a varios hombres por sus encantos, los que la reverenciaban y admiraban por tantas virtudes. Ella, la que no bajaba la cabeza y se bastaba sola y de nadie más.

Esa… La que muchos simpatizaban por ese incólume carácter que tenía… ¿Incluso cuando afronto la muerte de su hija con gran dignidad?...

Sacudió la cabeza para desechar esas últimas palabras como si fueran cenizas de un ayer apenas si recordado.

Como fuese, aún armada con esa furia contra el triste pedazo de documento, ella se acerco cautelosa al escritorio, bordeándolo con cuidado y paseando su dedo por la orilla sin despegar su vista de la carta, como si fuera la cosa más rara que hubiera visto.

Se sentó con parsimonia en su sillón aún sin despegar la vista de ese objeto. Y espero y espero, allí se quedo apenas si parpadeando para observar la carta.

La luz del Sol se fue, la oscuridad sumió el cuarto lúgubremente y CLICK! De pronto ella encendió la lámpara del escritorio.

La carta seguía allí.

Y ella seguía también.

Se había estado debatiendo entre las posibilidades entre que esa cosa fuera real o una simple broma de mal gusto. Una simple coincidencia, algún error del destino, algo que le mostrara que esa carta no había sido escrita por Nagi.

Es decir, porque era más fácil creer que era un misterioso error que pensar que esa niña en verdad le hubiera escrito algo después de tantos años.

No, Emiko nunca había desechado la idea de que la niña hubiera sobrevivido. De algún modo u otro. ¿Cómo? Quién sabe. Pero el hecho de no haberla vuelto a ver después de tantos años y olvidar su presencia, era lo mismo que haber fingido su muerte en lugar de asumir su desapego y responsabilidad a la extraña desaparición de ella (o su cuerpo)

Y no es que tampoco fuera una niña ya, si eso era cierto. ¿Cuántos años tendría ahora Nagi? (Si en verdad estuviera viva) Veinticuatro… ¿quizás veinticinco? ¿Cuándo era su cumpleaños? Bah. Solo su ayudante oficial sabía ese detalle exactamente sin falta, porque lo necesitaba para vestirse de un sobrio traje negro para 'recordar' la muerte de su nena o, algunas veces para tener un tema de conversación con algunas otras personas importantes para ganar su simpatía.

Y si, en el remoto caso que fuera cierto que esta carta hubiese sido escrita por esa niña o lo que fuera ahora ella ¿Para qué le escribió?

Mejor dicho ¿Qué quería?

Porque esta mujer no concebía otra cosa en mente que eso.

Aunque rememorando un poco, su hija, la pequeña y tímida niña apenas si hablaba. No tenía exigencias ni deseos, carecía de ambiciones y parecía ser que su único y triste propósito se reducía a hacer de su existencia apenas si distinguible entre los demás aparentemente. Cosa que lograba de maravilla. No brillaba en nada, no destacaba en algo y ni siquiera era recordada de manera digna o sentida como también muchos de sus allegados y amistades fingían sentir cada vez que hablaban de ella. Nadie conoció a Nagi pues ni ella llego a conocerla y eso que era su madre.

La niña siempre fue decepcionante, era algo de inicio cuando ni siquiera su padre le encontró apego ni interés al verla recién nacida.

Como un cero a la izquierda viviente que ella nunca quiso parir ni cargar cuando se dio cuenta de lo delusorio que era tenerla.

Y cuando Emiko buscaba responsables de tal fracaso: porque ella no era una mala madre, no, claro que no, a ella todo le salía bien; entonces significaba que ella era la mala hija, la equivocación. No fue culpa suya, fue de ella. Esta pobre mujer no había hecho algo mal, porque ya se había preguntado un millón de veces en que se había equivocado para engendrar a una niña así. Entonces significaba también era culpa del padre, pero a la ausencia de este a la única que podía renegarle esa falta era a la chiquilla.

Era tan fácil. Todo tenía respuestas y excusas y ella no tenía error de nada.

Y nuevamente ¿Qué quería esa chica justo ahora?

¿Dinero, protección, refugio…?

Sí, eso debía ser.

Porque tristemente también la niña siempre mostraba tanta dependencia a los pocos seres con los que tuvo contacto. Y ese era uno de los peores defectos que la Emiko encontró en su primogénita: más allá de su débil carácter y enclenque forma de ser, era su dependencia a otros y su incapacidad de ver por si misma lo que más le disgustaba.

Así que cuando le dijeron que la niña desapareció del hospital cuando supuestamente ya estaría en su lecho de muerte o incluso, en el más allá o lo que fuera, se sorprendió por el hecho que le informaron que posiblemente se escapo, pues algunos la vieron marcharse por su propio pie. Por una vez en su vida había hecho algo por sí misma. Porqué o para qué, ella nunca se digno a averiguar.

Pero tras tantos años, supuso era evidente que ahora la chiquilla necesitaría ayuda para subsistir o como quisiera llamarle a la triste forma de vida que debería de llevar ahora.

¿La chantajearía para obtener lo que quisiera?

La niña era demasiado buena gente para algo así. Era de las que prefería ser pisoteada para no molestar a los demás. Aunque… quien sabe si hubiera aprendido algo útil en las calles.

Emiko torció la boca ante eso. ¿Qué clase de trucos habría aprendido ella? ¿O alguien la estaría manipulando y sacando provecho de su perdido status?

Lo que fuera, ella podría manejarlo a su conveniencia. Lo que estuviese escrito en esta corriente carta no le afectaría más de lo que absurdamente ya le había causado anteriormente.

Armada con esos nuevos bríos enfundados en tales denigrantes e ignorantes pensamientos, se armo de valor para abrir la estúpida misiva de una vez por todas y leer el dichoso contenido para acabar con toda esta innecesaria tensión.

Una vez rasgo el sobre sin piedad y premura, saco las hojas que venían dentro este y de un desdeñoso movimiento las desdoblo para leerlas.

Su primera impresión fue de estupefacción pues, las hojas que venían dentro estaban en blanco…

O eso fue lo había pensado la pobre mujer al principio...


¿Qué es lo que quisiera decirle Chrome a su adorable madre?