La entrada en aquel lugar suscitó... algo en él.

Connor estaba bien instruido en todo aquello que tenía referencia a los divergentes y al trato con ellos. Tampoco se escapaban de su conocimiento las leyes, la jurisdicción y la situación del mundo en aquel momento y en el pasado, al igual que todas las definiciones de diccionario en centenares de idiomas o el uso del cálculo a cualquier nivel, entre muchos, muchos otros que hacían de él un ser inigualable. Era un androide programado para sobresalir en todo aquello en que se requiriera su ayuda, y bien que lo hacía. Obraba decentemente y encontraba soluciones plausibles a todo aquello que se le pusiera por delante. Lo sabía definir, entender, para luego llevar a cabo a la perfección.

Esto que le hacía su cuerpo ahora escapaba su entendimiento, por primera vez en su periodo de actividad.

Cuerpos faltos de ropa. Luces de colores. Bailes hipnóticos. Pectorales, abdómenes, piernas fornidas.

Sus ojos se veían atraídos hacia estos, en contra de su voluntad. Así que en estos se posaban, admirando aquello que se le anteponía. Pasó su mirada de sus pies, a sus piernas, a su entrepierna cubierta, a su torso, pecho, cuello y a su cara, y el androide lo estaba mirando a él y-

Connor no sabía cómo responder externamente a esa mirada tentadora. Sus respuestas internas eran flagrantes -disminuía su capacidad respiratoria, se recalentaban sus sistemas, su índice de nerviosidad incrementaba, entre otras cosas a las que no sabría dar nombre- e involuntarias, pero las externas las tenía que decidir él.

No tenía ni idea de lo que debía hacer, ni tampoco la seguridad de que lo pudiera realizar al 100% en vista del estado de su sistema, así que se quedó mirando.

El chico -no, el androide- le sonrió y se mordió el labio, y Connor, Connor-

-¿Pero qué haces? -Hank lo sacó de su estupor con su usual tono irritado. Fue entonces cuando Connor recordó que tenía una misión a cumplir, y se escarmentó mentalmente por dejar que su cabeza se alejara tanto de su objetivo. Sin volver a mirar al androide (Connor hacía lo que tenía que hacer), siguió a Hank.

-Perdona, me he distraído -le respondió con su mejor intento de esa cara neutra que tanto solía llevar, pero que tanto le costaba de adoptar ahora. Hank solo se lo miró con sorpresa escéptica. Hizo el ademán de ir a decir algo, pero decidió no hacerlo y seguir andando. Connor fue a su lado, preguntándose qué iría a plantearle Hank antes de negarse a hablar.

Si su mente volvió al chico, Connor no tenía que ponerse a analizar el porqué del hecho en ese momento.

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Connor no era tonto. Connor sabía lo que eran la atracción y el sexo.

Pero no figuraban en su programa, así que supuso que lo que notaba por dentro no tenía relación con ellos.

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Aquellas dos Tracis iban en contra del protocolo androide. Aquellas dos Tracis habían realizado acciones ilegales.

Aquellas dos Tracis estaban enamoradas. Aquellas dos Tracis se atraían entre sí.

Aquellas dos Tracis eran divergentes. Aquellas dos Tracis merecían un disparo.

Aquellas dos Tracis tenían por dentro aquello que Connor había sentido al mirar a ese androide pero incrementado exponencialmente, y con afecto y apego y amor.

Sin importar cuánto lo intentara, Connor no consiguió disparar.

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Aterrizó en su cama y ni siquiera se molestó en quitarse la ropa. Se dedicó a mirar el techo, pensando en todo y en nada a la vez, recordando los eventos del día en un intento fallido de que tuvieran más sentido para él - en lo que le concernía a él.

Al dejar de pretender encontrar explicaciones no existentes a cuestiones inexplicables dejó que su mente fluyera sola, y esta solo le proyectó imágenes en movimiento de músculos sintéticos como los suyos, pieles artificiales al pensamiento de las cuales se quedó dormido.