Aclaración:

Los personajes de Naruto es propiedad de Masashi Kishimoto, yo solo los tomo prestados para la adaptación.

La historia es una adaptación.

Advertencia: Lenguaje sexual explicito


Capitulo uno: No se arrepentirá


Hacía demasiado tiempo que no se acostaba con una mujer.

A sir Naruto Uzumaki no se le ocurrió otro motivo que explicase su reacción ante Hinata Hyuga; era una sensación tan poderosa que se vio forzado a sentarse detrás del escritorio para esconder su repentina e incontrolable erección. Miró fijamente a la mujer, perplejo, y se preguntó por qué su mera presencia bastaba para encender un fuego tan ardiente en su interior. Nunca nadie lo había pillado tan desprevenido.

No cabía duda de que ella era encantadora; tenía el cabello oscuro con tintes azulados y los ojos grandes plateados con espesas pestañas oscuras, pero además poseía algo que estaba más allá de la belleza física, un rastro de pasión que yacía latente bajo la delicada fragilidad de su rostro. Como cualquier hombre, Naruto se excitaba más con lo que se ocultaba que con lo que se mostraba, y estaba claro que Hinata Hyuga era una mujer que ocultaba muchas cosas.

En un intento por controlar su excitación, sir Naruto centró su atención en la marcada superficie de su escritorio de caoba hasta que su calentura comenzó a disiparse. Cuando por fin pudo reencontrarse con la impertérrita mirada de ella, decidió callar, puesto que había aprendido hacía ya mucho tiempo que el silencio era un instrumento muy poderoso. A la gente le incomodaba el silencio; normalmente trataban de llenarlo y en su intento revelaban muchas cosas.

Sin embargo, a diferencia de tantas otras mujeres, Hinata no comenzó a hablar de forma nerviosa. Lo miró a los ojos recelosa y no abrió la boca; era obvio que estaba dispuesta a esperar.

—Señorita Hyuga —dijo él finalmente—, mi secretario me ha informado de que no ha querido desvelarle usted el motivo de su visita.

—Si lo hubiera hecho, no me habría dejado cruzar la puerta. He venido por la oferta de empleo.

Naruto había visto y vivido demasiadas cosas a lo largo de su carrera, así que casi nada le sorprendía. Sin embargo, el hecho de que ella quisiese trabajar allí, para él, era cuanto menos asombroso. Por lo visto, esa joven no tenía la menor idea de en qué consistía el trabajo.

—Necesito un ayudante, señorita Hyuga. Alguien que me haga de secretario y se ocupe de mi agenda a tiempo parcial. Bow Street no es lugar para una mujer.

—El anuncio no especificaba que su ayudante tenía que ser hombre —señaló ella—. Sé leer, escribir, administrar los gastos de la casa y llevar los libros de cuentas. ¿Por qué motivo no podría optar al puesto? —El tono deferencial de su voz sonó ahora algo más desafiante.

Naruto, fascinado aunque impertérrito, se preguntó si no se habían conocido antes. No; la hubiera recordado. Sin embargo, algo en ella le resultaba familiar.

—¿Cuántos años tiene? —preguntó de forma abrupta—. ¿Veintidós? ¿Veintitrés?

—Tengo veintiocho años, señor.

—¿En serio? —dijo Naruto, incrédulo. Parecía demasiado joven para haber alcanzado una edad en la que ya podía ser considerada una solterona.

—Sí, en serio —contestó ella, que parecía estar divirtiéndose. Dio un paso al frente y se inclinó sobre el escritorio de sir Naruto, poniendo las manos ante él—. ¿Lo ve? Se puede adivinar la edad de una mujer por sus manos.

Naruto estudió aquellas manos que le eran ofrecidas sin vanidad. No eran las de una chiquilla, sino las de una mujer capaz, que sabía lo que era trabajar duro. Aunque tenía las uñas escrupulosamente limpias, estaban cortadas casi al ras. Tenía los dedos marcados por unas pequeñas cicatrices blancas, seguramente fruto de cortes y rasguños accidentales, y por quemaduras en forma de cuarto creciente, tal vez causadas por un horno de pan o una tetera.

Hinata se sentó de nuevo y la luz acarició suavemente su precioso cabello oscuro.

—A decir verdad, usted tampoco es como me imaginaba —comentó. Naruto arqueó una ceja de forma sardónica—. Pensaba que sería un caballero anciano y corpulento con pipa y peluca.

El comentario provocó en Naruto una breve risa burlona, y se dio cuenta de que hacía mucho tiempo que no emitía un sonido semejante.

—¿Está decepcionada de haber encontrado lo contrario?

—No —se apresuró a responder ella con súbito embarazo—. No, no estoy decepcionada.

La temperatura del despacho se disparó hasta niveles de infarto. Naruto no podía evitar preguntarse si ella lo encontraba atractivo. No le faltaba mucho para cumplir los treinta y cuatro, y la verdad era que los aparentaba; los años de trabajo incesante y de poco descanso habían dejado su huella, y su frenético ritmo de vida lo había dejado casi en los huesos. No ofrecía el aspecto sereno y consentido que tenían muchos hombres casados de su edad. Por supuesto, éstos no recorrían las calles de noche como hacía él, investigando robos y asesinatos, visitando prisiones y reprimiendo motines.

Advirtió la forma con que Hinata observaba el despacho, decorado al estilo espartano. Una pared estaba cubierta de mapas y la otra de estantes para libros; tan sólo un cuadro adornaba la habitación, un paisaje de bosque, rocas yagua con unas grises colinas en el horizonte. Naruto miraba a menudo la imagen, sobre todo en momentos de calamidad y tensión, ya que la oscuridad fría y tranquila del cuadro siempre lo apaciguaba.

—¿Ha traído referencias, señorita Hyuga? —preguntó Naruto, volviendo bruscamente a la entrevista.

La muchacha negó con la cabeza.

—Me temo que mi anterior empleador no me recomendaría. —¿Por qué no?

La compostura de la chica se vio finalmente perturbada, y su rostro adquirió un leve tono rojizo.

—He trabajado durante años para una prima lejana. Cuando murieron mis padres, me permitió residir en su casa, a pesar de que ella no gozaba de una situación económica holgada. A modo de compensación, me pidió que fuera su criada. Estoy segura de que mi prima estaba satisfecha de mi labor hasta que... —De repente, las palabras parecieron atragantársele y comenzó a sudar, lo que hizo que su piel brillara como una perla.

Naruto había escuchado infinidad de historias sobre desastres, maldades y miserias humanas a lo largo de sus diez años como juez principal en Bow Street. Había aprendido a poner cierta distancia emocional

entre él y la gente a la que tomaba declaración, aunque en absoluto quería decir que fuese insensible.

Sin embargo, el ver a Hinata en ese estado le hizo sentir un urgente y desmedido impulso de reconfortarla, de tomarla entre sus brazos y aliviar su angustia.

—Siga, señorita Hyuga —la animó. Ella asintió y respiró hondo.

—Cometí un acto muy grave. Tuve... tuve una aventura. Jamás había tenido una antes. Él se hospedaba en una gran finca cerca del pueblo; lo conocí durante un paseo. Nunca me había cortejado alguien así. Me enamoré y entonces... —se detuvo y apartó la vista de Naruto, incapaz de seguir mirándolo a los ojos— me prometió que se casaría conmigo, y yo fui tan estúpida que le creí. Cuando se cansó de mí, me abandonó sin pensárselo dos veces. Por supuesto, ahora me doy cuenta de que fue una tontería pensar que un hombre de su posición me tomaría como esposa.

—¿Era un aristócrata? —preguntó Naruto.

—No precisamente —dijo Hinata, con la mirada fija en las rodillas—. Era, es, el hijo menor de una familia de nobles.

—¿Cómo se llama?

—Preferiría no revelar su nombre, señor. Además, ya forma parte del pasado. Baste decir que mi prima se enteró del asunto a través de la señora de la mansión, que también le reveló que mi amante estaba casado. Huelga decir que se produjo un escándalo y que mi prima me pidió que me fuera. —Hinata se tocaba la falda nerviosamente, recorriéndola con la palma de las manos—. Sé que esto es prueba de comportamiento inmoral, pero le aseguro que en absoluto soy propensa a... devaneos semejantes. Si pudiera usted pasar por alto mi pasado...

—Señorita Hyuga —dijo Naruto, y esperó hasta que la muchacha se atrevió a devolverle la mirada—, sería un hipócrita si la culpase por ese asunto. Todos hemos cometido errores.

—Estoy segura de que usted no.

—Especialmente yo —reconoció Naruto, al que el comentario le provocó una sonrisa irónica.

—¿Qué clase de errores? —preguntó ella, abriendo mucho sus ojos plateados.

A Naruto le hizo gracia la pregunta. Le gustó la actitud intrépida de la chica, así como la vulnerabilidad que yacía debajo.

—Ninguno que usted deba conocer, señorita Hyuga.

—En ese caso, seguiré dudando que haya cometido alguno. —Y esbozó una sonrisa.

Era la clase de sonrisa que una mujer mostraba en los sensuales momentos posteriores al acto sexual. Muy pocas muchachas poseían una sensualidad tan espontánea, una calidez natural que haría que un hombre se sintiese como un semental en un establo de yeguas. Naruto, atónito, se concentró en la superficie del escritorio, lo que, lamentablemente, no logró desvanecer las morbosas imágenes que le anegaban la mente.

Sentía deseos de agarrar a Hinata, tumbarla encima de la lustrosa caoba de la mesa y arrancarle la ropa; deseaba besarle los pechos, el vientre, los muslos..., apartarle el vello público, hundir la cara en sus tiernos y salados pliegues y lamer y chupar hasta hacerla gritar, extasiada. Cuando Hinata se hubiera resarcido, él se desabrocharía los pantalones, la penetraría profundamente y la embestida sería hasta satisfacer el terrible deseo que sentía; y luego...

Enfadado por su pérdida de dominio, Naruto comenzó a tamborilear el escritorio con los dedos.

Hizo un esfuerzo por retomar el hilo de la conversación.

—Antes de discutir sobre mi pasado —dijo—, sera mejor que atendiésemos al suyo. Dígame,

¿tuvo un hijo fruto de esa relación?

—No, señor.

—Por fortuna.

—Sí, señor.

—¿Nació usted en Shropshire?

—No, señor. Yo y mi hermano nacimos en un pequeño pueblo en la región de Severn. Quedamos... —Hizo una pausa y su expresión se ensombreció; Naruto tuvo la sensación de que el pasado le traía recuerdos muy dolorosos—. Quedamos huérfanos. Nuestros padres murieron ahogados en un naufragio; yo todavía no había cumplido los trece años. Mi padre era vizconde, pero no teníamos muchas tierras, y tampoco dinero para mantenerlas. No teníamos parientes que pudiesen o estuviesen dispuestos a hacerse cargo de dos niños prácticamente pobres. Algunos vecinos del pueblo se turnaron para cuidarnos, pero me temo que... —Dudó, y prosiguió con cautela—. Mi hermano y yo éramos bastante ingobernables. Recorriamos el pueblo haciendo travesuras, hasta que un día nos pillaron robando en la panadería. Fue entonces cuando me fui a vivir con mi prima.

—¿Qué fue de su hermano? Hinata se estremeció.

—Está muerto —contestó con mirada ausente—. El linaje se ha extinguido, y las tierras de la familia están en suspenso, al no haber un hombre que las herede.

Naruto, que conocía muy bien el dolor, era comprensivo con quienes lo padecían. y estaba claro que, fuera lo que fuese lo que le había pasado al hermano, había dejado una gran cicatriz en el alma de aquella mujer.

—Lo siento —dijo en voz baja.

Ella estaba inmóvil y pareció no oírle.

Al cabo de unos largos instantes, Naruto rompió el silenció de forma brusca.

—Si su padre era vizconde, entonces hay que dirigirse a usted como «lady Hinata». El comentario provocó en ella una sonrisa tenue y amarga.

—Supongo que sí. Sin embargo, sería un poco pretencioso de mi parte hacer uso de ese título,

¿no cree? Mis días como Lady Hinata han terminado. Lo único que deseo es encontrar un buen empleo, y puede que también comenzar de nuevo.

Naruto consideró aquellas palabras.

—Señorita Hyuga, no estaría en mi sano juicio si contratase a una mujer como mi ayudante. Entre otras cosas, tendría usted que pasar lista al furgón que traslada a los criminales desde y hacia Newgate, recopilar informes de los agentes de Bow Street y tomar declaración a la galería de

personajes infames que pasan a diario por este edificio. Tareas como éstas serían ofensivas para la sensibilidad de una mujer.

—No me importaría —dijo ella con serenidad—. Como acabo de explicar, no soy ni malcriada ni inocente; tampoco soy joven, ni tengo una reputación ni un estatus social que conservar. Hay muchas mujeres que trabajan en hospitales, prisiones e instituciones caritativas, y cada día se encuentran con toda clase de gente desesperada y delincuentes. Sobreviviré de la misma manera que ellas lo hacen.

—No puede ser mi ayudante —dijo Naruto con firmeza. Hinata fue a interrumpirlo, pero él hizo un gesto para que callara—. Sin embargo, mi anterior ama de llaves acaba de jubilarse, y me gustaría contratarla a usted en su lugar. Ése sería un empleo mucho más conveniente para usted.

—Podría echar una mano en algunas tareas domésticas —admitió ella—, aparte de trabajar como su ayudante.

—¿Pretende encargarse de ambas cosas? —repuso Naruto con amable sarcasmo—. ¿No cree que eso sería demasiado trabajo para una sola persona?

—La gente dice que usted hace el trabajo de seis hombres —replicó ella—. Si eso es cierto, no cabe duda que yo podría hacer el de dos.

—No le estoy ofreciendo los dos puestos. Solamente uno: el de ama de llaves.

Extrañamente, la autoridad de su comentario hizo sonreír a la muchacha. Hinata lo miraba de forma desafiante, pero era una provocación divertida, como si ella supiera que él no la dejaría marchar.

—No, gracias —dijo—. Obtendré lo que deseo o nada de nada.

Naruto adoptó aquella expresión que intimidaba incluso a los más experimentados agentes de Bow Street.

—Señorita Hyuga, está claro que no es consciente de los peligros a los que estaría expuesta. Una mujer atractiva como usted no debe tratar con criminales cuyo comportamiento va desde bromas pesadas hasta depravaciones que no describiré ahora.

A Hinata pareció no inmutarle aquella explicación. —Estaré rodeada por más de cien agentes de la ley, incluyendo patrullas a pie y a caballo y alrededor de media docena de agentes de Bow Street. Me atrevería a decir que estaría más segura trabajando aquí que yendo de compras por Regent Street.

—Señorita Hyuga...

—Sir Naruto —lo interrumpió Hinata, que se puso de pie y apoyó las manos en el escritorio; se inclinó, pero su vestido de cuello alto no reveló ningún detalle de su anatomía. Sin embargo, si hubiese llevado un vestido escotado, a Naruto se le hubieran presentado sus pechos como dos suculentas manzanas en una bandeja. Inevitablemente excitado por ese pensamiento, Naruto hizo un esfuerzo por centrarse en su rostro. Los labios de Hinata formaban una leve sonrisa—, no tiene nada que perder por dejarme intentarlo. Déme un mes para demostrarle de lo que soy capaz.

Naruto la miró atentamente. Había algo artificial en los encantos que mostraba aquella mujer. Estaba tratando de manipularlo para que le diese lo que ella quería, y estaba teniendo éxito. Sin embargo, ¿por qué razón quería trabajar para él? No podía dejar que se marchase sin averiguar el motivo.

—Si no logro satisfacerlo —añadió Hinata—, siempre puede contratar a otro.

Naruto era conocido por ser un hombre extremadamente sensato. No hubiera sido propio de él contratar a esa mujer. Sabía exactamente cómo sería interpretado en Bow Street. Darían por sentado que la había contratado por su atractivo sexual, y la verdad, por muy molesta que fuera, sería que estarían en lo cierto. Hacía mucho tiempo que no se sentía tan atraído por una mujer. Deseaba tenerla allí, disfrutar de su belleza y su inteligencia y descubrir si el interés era mutuo. Sopesó los inconvenientes de tomar tal decisión, pero sus pensamientos estaban eclipsados por urgencias masculinas que rehusaban ser reprimidas.

Y por primera vez a lo largo de su carrera como magistrado, abandonó la razón en favor del deseo.

Naruto, con el entrecejo fruncido, cogió un montón de papeles desordenados y se los entregó a Hinata.

—¿Le resulta familiar el nombre "Hue and Cry"? —dijo.

—¿No es un semanario de noticias policiales? —contestó ella, recogiendo los papeles con cautela.

Naruto asintió.

—Contiene descripciones de criminales a los que se está buscando y los crímenes que han cometido. Es una de las herramientas más efectivas que tiene Bow Street para capturar delincuentes, sobre todo aquellos que provienen de condados fuera de mi jurisdicción. Éstos contienen avisos de alcaldes y magistrados de toda Inglaterra.

Hinata echó un vistazo a los avisos de la primera página y comenzó a leer en voz alta.

—«Tobi Clewen, de profesión herrero, metro ochenta de estatura, cabello oscuro rizado, voz afeminada y enmascarado, acusado de fraude en Chichester. Fuen Thompson, alias Hobbes, alias Chiswit, mujer joven alta y delgada, cabello oscuro y lacio, acusada de asesinato en Wolverhampton...».

—Estos avisos deben ser transcritos y recopilados todas las semanas —dijo Naruto con suavidad—. Es un trabajo tedioso, y tengo asuntos mucho más importantes a los que atender. A partir de ahora, ésta será una de sus responsabilidades —declaró, y señaló una pequeña mesa que había en un rincón, cuya gastada superficie estaba cubierta de libros, carpetas y cartas—. Tendrá que trabajar ahí. Tendremos que compartir mi despacho, ya que no hay lugar para usted en ninguna otra parte. A pesar de todo, estoy fuera la mayor parte del tiempo, haciendo investigaciones.

—Entonces, ¿me va a contratar? —dijo Hinata con súbito embeleso—. Muchas gracias, sir Naruto.

Naruto le dirigió una mirada con ceño.

—Si compruebo que no está capacitada para el puesto, aceptará mi decisión sin protestar, ¿de acuerdo?

—Sí, señor.

—Otra cosa más. No será necesario que vaya al furgón de los reclusos todas las mañanas.

Tokuma se encargará de ello.

—Pero usted dijo que formaba parte de las tareas de su ayudante, y yo...

—¿Está discutiendo conmigo, señorita Hyuga? Hinata calló de golpe.

—No, señor.

Naruto asintió brevemente.

—Lo de "Hue and Cry" debe estar listo para las dos de la tarde. Cuando haya terminado, vaya al número cuatro de Bow Street y diríjase aun chico de pelo castaño llamado Udon. Dígale dónde tiene su equipaje y él irá a buscarlos después de entregar lo de "Hue and Cry" a la imprenta.

—No hay necesidad de hacerle ir a buscar mis cosas —protestó Hinata—. Iré a la pensión yo misma cuando tenga tiempo.

—No caminará por Londres sola. A partir de ahora está bajo mi protección. Si desea ir a algún sitio, irá acompañada de Udon o de algún agente.

Por la forma de su pestañeo, Naruto se dio cuenta de que esa última indicación no le gustó, aunque la muchacha no dijo nada. Él siguió hablando con tono formal.

—Tiene el resto del día para familiarizarse con las dependencias y con la residencia privada.

Más tarde le presentaré a mis colegas, cuando vengan a sus sesiones en el tribunal.

—¿Me presentará también a los agentes de Bow Street?

—Dudo que pueda evitarlos demasiado tiempo —dijo Naruto lacónicamente. El pensar en cómo reaccionarían los agentes ante su nueva ayudante femenina lo ponía nervioso. Se preguntó si no sería ése el motivo por el que Hinata deseaba trabajar allí. Muchas mujeres de toda Inglaterra habían convertido a los agentes en objeto de sus fantasías románticas; su imaginación se veía alimentada por aquellas novelas baratas que los retrataban como héroes. Cabía la posibilidad de que Hinata quisiera cortejar a alguno de ellos. De ser así, no le costaría demasiado; los agentes eran una pandilla de libidinosos y todos, salvo uno, eran solteros—. Por cierto, no apruebo líos

amorosos en Bow Street —apuntó—. Los agentes, los guardias y los empleados no están disponibles para usted. Naturalmente, no pondré objeciones si desea intimar con alguien fuera de las dependencias.

—¿Y usted? —repuso tranquilamente Hinata, y Naruto se quedó perplejo—. ¿Tampoco está disponible?

Atónito, se preguntó a qué clase de juego estaba intentando jugar aquella mujer.

—Naturalmente —contestó, sin expresión alguna en el rostro.

Ella esbozó una sonrisa y se dirigió a su pequeña y sobrecargada mesa.

En menos de una hora, había ordenado y trascrito los avisos con una caligrafía clara y limpia que haría las delicias del impresor. Era tan tranquila y tan discreta en sus movimientos que, de no ser porque su perfume llenaba el ambiente, Naruto se hubiera olvidado de que estaba allí. Pero constituía una distracción tan seductora que no podía rehuirla. Respiró profundamente y trató de identificar la fragancia. Detectó aroma a té y vainilla, mezclado con perfume de mujer. Cada tanto echaba un vistazo a su delicado perfil, y se quedaba fascinado por la forma en que la luz se reflejaba en su cabello. Tenía las orejas menudas, una barbilla bien definida, una delicada naricilla y unas pestañas que le formaban pequeñas sombras sobre las mejillas.

Hinata, absorbida por su tarea, se inclinaba sobre una página y escribía con esmero. Naruto no podía evitar imaginarse cómo sería tener esas hábiles manos sobre su cuerpo, si serían frías o calientes. ¿Tocaría a un hombre con inseguridad o con atrevimiento? Por fuera era delicada y discreta, pero había indicios de algo provocativo en su interior, algo que le decía a Naruto que si un hombre se introdujera en lo más profundo de ella, el sexo la haría desatarse.

Esa conjetura le hacía hervir la sangre. Se maldijo por haber sido tan arisco con Hinata; la fuerza de ese deseo reprimido parecía llenar la habitación. Era muy extraño que los últimos meses de celibato hubieran sido tan tolerables justo hasta ese momento. Ahora se había convertido en algo insoportable; la acumulación de su avidez por el suave cuerpo de una mujer, la necesidad de sentir una vulva húmeda y caliente alrededor de su verga, una boca dulce que respondiese a sus besos...

Justo cuando su deseo alcanzaba el punto álgido, Hinata se acercó hasta su escritorio con las transcripciones en la mano.

—¿Es así como le gusta que lo haga? —le preguntó.

Naruto les echó un vistazo, casi sin ver los pulcros renglones. Asintió con rapidez y se las devolvió.

—En ese caso, iré a dárselas a Udon —añadió Hinata antes de marcharse, con el vestido agitándose ligeramente.

La puerta se cerró con un tenue clic, lo cual le proporcionó a Naruto una privacidad que le era muy necesaria en aquel momento. Después de soltar el aire sonoramente, fue hasta la silla en que había estado sentada Hinata y recorrió el respaldo y los apoyabrazos con los dedos. Llevado por sus impulsos más primarios, trató desesperadamente de dar con algo del calor que seguramente había dejado su cuerpo en la madera. Inspiró profundamente, intentando absorber algo de su embriagadora fragancia.

Sí, pensó inmerso en esa excitación puramente masculina, había sido célibe por demasiado tiempo.

Aunque a menudo se sentía atormentado por sus necesidades físicas, Naruto tenía demasiado respeto por las mujeres como para contratar los servicios de una prostituta. Estaba muy familiarizado con esa profesión desde su perspectiva de magistrado, y no estaba dispuesto a aprovecharse de semejantes desdichadas. Además, aquello sería una afrenta a lo que había compartido con su esposa.

Había considerado la posibilidad de casarse de nuevo, pero todavía no había encontrado a una mujer que le pareciese remotamente adecuada. La esposa de un hombre como él tendría que ser fuerte e independiente, y debería poder encajar con facilidad en los círculos sociales que frecuentaba la familia de Naruto, así como en el oscuro mundo de Bow Street; pero sobre todo tendría que contentarse con su amistad, no con su amor. Naruto no iba a darse el lujo de enamorarse

de nuevo, no como había hecho con Shizuka. El dolor que le había supuesto perderla había sido enorme, y cuando ella murió su corazón se había partido en dos.

Sólo deseaba que sus ansias de sexo desapareciesen tan rápidamente como su necesidad de amor.

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Continuará...