Disclaimer: Harry Potter & Co. pertenecen a JK Rowling. Yo juego con los personajes y el resultado es... esto.

Por ahí hay gente que NO quiere ver que Harry y Ginny terminen liados. Para que se den el gusto


Capítulo I

Harold "Harry" James Potter era, probablemente, uno de los Slytherins más raros en toda la historia de Hogwarts. Razones había de sobra, pero su título interno de "Príncipe de Slytherin" hacía que ninguna serpiente lo dijera. Era de las otras casas de donde salían esos comentarios. Ahora, los motivos.

Era un mestizo, sí, pero uno orgulloso de ello. No tenía problemas en reconocer que su padre era un Slytherin de sangre pura ni que su madre era una Ravenclaw hija de muggles. Es más, él mismo se había encargado de proclamarlo a los cuatro vientos al momento de sentarse por primera vez en la mesa de las serpientes (como había prometido a su madre que haría teniendo apenas cuatro años, según decía la misma Lily) y se aseguraba de repetirlo al menos cuatro veces al año: el día del cumpleaños de los tres últimos Potter (de nombre, no sangre) y el aniversario de sus padres, aunque más de una vez lo soltaba sin querer.

También, y como prácticamente cada mago o bruja que alguna vez hubiera estado orgulloso de portar los colores verde y plata en el aburrido uniforme negro del colegio escocés, despreciaba profundamente a los muggles salvo contadísimas excepciones… que resultaban ser sus abuelos maternos. A los muggles que más odiaba en el mundo era a su tía Petunia Dursley, su esposo Vernon y el cerdo de su primo Dudley, el resto de la familia Evans.

Un añadido a su lista eran los hijos de muggles ("vergüenza de la estirpe mágica") menos su madre (una de las mejores estudiantes de su generación) y su mejor amiga (ídem). Otro punto eran los… "adivinos" (nótese el sarcasmo), el total de criaturas y seres mágicos inferiores, squibs (simplemente asquerosos) y, por supuesto, todo aquel que osara denominarse mago/bruja sin ser capaz de sostener correctamente la escoba o preparar pociones y realizar hechizos básicos (por ejemplo, Crabbe y Goyle, dos gorilas sin cerebro que lo seguían como cachorros sin hogar… aunque debía reconocer que ambos eran buenos bateadores y tenían su utilidad cuando necesitaba verse más aterrador que de costumbre).

Cambiando de tema, el chico resultaba increíblemente arrogante y seguro de sí mismo. Esto podía justificarse con su crianza (junto a James Potter, Sirius Black y Remus Lupin, de quienes había aprendido a serlo), sus casi perfectas calificaciones, su pericia como jugador de quidditch ("el mejor buscador que la noble casa de Salazar ha tenido en décadas", en palabras textuales de cada Slytherin que conocía su juego, y opinión parecida tenían los miembros de las otras casas), su astucia, sus posesiones e influencias (la familia Potter era una de las más ricas y poderosas del mundo, quitando la "mancha" que resultaba para su estatus sanguíneo el matrimonio de James Potter con una hija de muggles, aunque el enlace de ésta con un miembro de la aristocracia mágica había anulado su estatus de inmediato gracias a un viejísimo hechizo del linaje) y el hecho de tener a cada fémina de Hogwarts (y a varios chicos también) babeando por su persona.

Harry, siguiendo una larga tradición familiar, había sido educado como todo un príncipe en la mansión principal de su linaje, por lo que era bien consciente de lo que su estatus significaba. Frecuentemente utilizaba ese poder, la mayoría del tiempo con buenas intenciones, pero también había cometido "malas acciones" en pos de vengar el honor de la casa Potter y la comunidad Slytherin. Claro que éstos alababan su actuar, eran quienes no pertenecían a ninguno de estos grupos los que lo criticaban.

Por cierto, también pasaba del 90% de Hufflepuff, el 70% de Ravenclaw y el 99% de Gryffindor. Las excepciones en tejones y águilas resultaban llevarse ligeramente bien con él, y LA excepción de los leones era su mejor amiga: la hija de muggles Hermione Granger, con quien compartía el puesto de alumno-más-inteligente-del-castillo.

Oh, y su mejor amigo era el Slytherin sangre pura Draco Malfoy, ahijado del también serpiente Severus Snape (profesor de Pociones de Hogwarts, co-jefe de la casa verde y plata y mejor amigo de Lily Potter) y sobrino segundo de Sirius Black (Slytherin, profesor de DCAO, co-jefe de casa, primo y mejor amigo de James Potter y padrino de Harry).

Los tres (Draco, Harry y Hermione) se conocían desde antes del colegio. Rubio y moreno desde el vientre materno, literalmente, debido a la más que bizarra amistad entre Narcissa y Lily y el parentesco no tan lejano entre ambos. Moreno y castaña desde los 5 años, cuando ella llegó con sus padres a Godric's Hollow (el pueblo a cuyas afueras se encontraba Potter Manor), gracias a su vecindad y a la amistad que desarrollaron Lily y Jean. Rubio y castaña desde los 10 años, cuando ella ya era íntima del tercero y conocía su propio poder mágico, un día que coincidieron en la mansión Potter. Claro que, al principio, Harry y Hermione no soportaban juntos medio minuto sin empezar una pelea. Y lo de la chica y Draco fue… odio a primera vista. Pero eso es otra historia.

Por supuesto, los herederos Potter y Malfoy lo tenían casi todo en común. Lo principal era que preferían hacer como que Ronald Weasley y Neville Longbottom, los mejores amigos de Hermione en Gryffindor y cabecillas de casa como ellos, no existían. Y ambos leones también solían preferir ignorar a ambas serpientes. Todo por su amiga en común.

Y, sin embargo, no podían evitar atacarse mutuamente… cada diez minutos si compartían clase, o apenas se veían al toparse en los pasillos y en el comedor. Pero hacían el intento. O al menos Harry lo hacía.

El día que comienza esta historia fue un viernes común y corriente. Quedaban pocos días para partir a las vacaciones de Pascua y los alumnos de sexto rogaban por éstas. Aunque no tanto como los de quinto y séptimo… pero ellos, perdón la descortesía, no nos importan en lo absoluto.

Draco y Harry habían tenido un día perfecto. Sobretodo porque ese día no les habían dado deberes y no se habían topado con los cabecillas de Gryffindor. Al menos, no con ambos… ni durante un lapso mayor a diez minutos.

– ¡Uf! – exclamó Draco, dejándose caer en su butaca preferida junto a la chimenea después de espantar al osado primer año que la ocupaba.

– ¿Cansado de dormir, Draco? – se burló Harry, ocupando con bastante más elegancia su propia butaca y quitándose la corbata del uniforme. El rubio puso los ojos en blanco y lo imitó, repitiendo la rutina establecida tácitamente desde primer año.

– ¡Cómo crees! – chasqueó la lengua – Creí que Weasley nunca se largaría a su sala común – el moreno alzó una ceja.

– Te liaste con su hermana – recordó, divertido. El otro sonrió complacido.

– Sí, bueno… – se encogió de hombros – Es una Ravenclaw y no está nada mal. Pero debo admitir que me encantó la reacción de la comadreja.

Esta vez fue Harry quien puso los ojos en blanco, aunque no negó ninguna de las afirmaciones de su amigo. Weasley era demasiado impulsivo para su propio bien. Y Ginny era una chica atractiva, inteligente, cazadora en quidditch y no se llevaba nada de bien con su mellizo, Ronald, por romper la tradición de ambos lados de la familia de ser seleccionados en la casa de los leones. El sueño de Draco Malfoy y Harry Potter… pero solo al primero le gustaba. Harry todavía no era "atrapado" por ninguna chica.

– Se me hace tarde – observó, incorporándose, media hora después. El reloj marcaba las cuatro y treinta –. Nos vemos, Drake. Deséame suerte – el rubio frunció el ceño.

– ¿Verás a Granger? – un cruce de esmeralda y plata bastó para que comprendiera la situación – Suerte, amigo… Ojala no la necesites.

– Harry asintió y se retiró, con la túnica ondeando tras él. Le había tomado tres años, uno menos que a Draco, dominar tan esencial técnica de las familias aristócratas.

Se dirigió directamente al haya junto al lago, donde solía reunirse con sus amigos. En especial con su mejor amiga. Ella, Hermione, ya lo esperaba. Estaba de pie, cruzada de brazos y envuelta en la capa que James Potter le había regalado por su cumpleaños (levantando recelo entre los leones debido a los broches plateados con relieves de pequeñas serpientes… y a quién se la había obsequiado). Parecía pensativa.

– Hey, Herms – saludó, abrazándola por la espalda y besando su mejilla. Se ubicó a su lado, con una sonrisa radiante – ¿Cómo estás hoy? ¿Terminaste con el libro que te dio mi madre?

La joven se mordió el labio. No contestó, encendiendo las alarmas del ojiverde. Se ubicó frente a ella y, tomando su rostro con ambas manos, la miró directo a los ojos.

– Hermione, ¿pasa algo?

Por alguna razón, eso hizo explotar a la Gryffindor. Se zafó de su amigo y avanzó un poco, dejándolo a su espalda. Miró un momento al lago, ignorando que Harry estaba tras ella con aspecto de no tener la menor idea de lo que pasaba.

– ¿Qué pretende Draco? ¿Molestar a Ron mediante Ginny? – inquirió de golpe, volteando tras unos minutos de ordenar sus pensamientos y siendo perfectamente consciente de que el Slytherin no reaccionaba nada de bien cuando se insultaba a alguien a quien apreciaba.

– No tengo la menor idea de lo que dices – respondió él, con sincera confusión en su rostro y en su voz. Ella frunció el ceño.

– Ron llegó ayer a la sala común hecho una furia – comenzó, evidentemente creyendo que el chico le estaba tomando el pelo –. Descubrió a Malfoy dándose el lote con Gin en un pasillo del cuarto piso.

– Oh, así que por eso quería partirle la mandíbula hoy – comentó, comprendiendo –. Creí que se habría enterado de que ellos estaban saliendo…

– No me vengas con que no sabías, Potter. Ese hurón te cuenta todas sus conquistas con detalles.

"Bien, suficiente" pensó Harry, molesto. Su rostro se ensombreció sin que él lo notara y adquirió el aire que tanto temor inspiraba a quienes tenían la desgracia de toparse con un Potter cabreado. Hermione retrocedió un paso involuntariamente al ver por primera vez esa expresión en su amigo.

– Pues sí, Draco me contó que iba a verse con Ginny ayer después de cenar – admitió, conteniéndose pero sin poder reprimir la frialdad en su voz que hizo estremecer a la hija de muggles –. No mencionó que Weasley los había visto. Aunque, probablemente, ni él se enteró.

– ¿Qué quiere con ella? – repitió, recobrando su estado anterior. Incluso avanzó la distancia retrocedida.

– Hermione, tranquilízate…

– ¡Estoy calmada! ¡Dime de una maldita vez qué demonios quiere ese mujeriego con mi amiga! – él apretó la mandíbula tratando de calmarse.

– Primero, estás tan alterada que podrías tener un problema de presión sanguínea. Segundo, cuida tu lenguaje – ella bufó, maldiciendo mentalmente la tan correcta educación Potter cuando nunca antes se había quejado –. Tercero, el que Draco haya salido con cinco chicas antes de fijarse en Ginny no implica que sea un mujeriego – porque, en ese caso, no había denominación posible para él mismo, y Merlín sabía que apenas había andado con la mitad de chicas que su padrino durante su época escolar –. Cuarto, también es mi amiga.

– ¡Ja! – masculló Hermione.

Harry entrecerró los ojos y pidió paciencia a todos sus ancestros, en especial al abuelo Charlus que tan calmado era en vida y se retorcería en su tumba si su nieto no lo era. En especial después de haber sido un cielo sus primeros cinco años de vida.

– Y quinto, si Draco estuviera jugando con ella, cosa que él nunca haría por ir contra el Code d'Honneur de su familia, créeme que yo mismo le daría una paliza tal que no caminaría en semanas.

Hermione le dirigió una mirada aún desconfiada que oprimió, una vez más, el pecho del joven heredero Potter.

– ¿Por qué lo harías? Es tu amigo.

– Cierto – reconoció él, inclinando ligeramente la cabeza –, pero eso no influye. Aunque se tratase de mi propio hijo lo haría.

Claro, el estricto código de honor de los Potter. Años después de conocerse, siendo ya amigos, él le comentó que lo había comenzado a leer a los cuatro años y demorado dos y medio, que solo las familias más altas de la aristocracia mágica (léase: Potter, Black, Malfoy, Lupin, Snape…) poseían uno (todos bastantes parecidos y a la vez diferentes entre sí) y que, por supuesto, el Código era el primer libro que debía leer un niño de familia aristócrata.

La llevó a verlo cuando recibieron su carta de Hogwarts. Estaba expuesto en el centro de la biblioteca, sobre un ambón de oro y diamantes, con el escudo familiar grabado en relieve. El libro en sí era bastante imponente, de un tamaño unas cuatro veces mayor que un manifiesto completo de medicina (mágica y muggle), con las tapas de fino cuero de dragón y el escudo y lema del linaje trazados con pulcritud bajo el título del libro, todo en oro. La protección de innumerables escudos impedía que cualquiera que no tuviera sangre Potter corriendo por sus venas lo tocara o manipulara de modo alguno, pero no que lo observara… y eso fue lo que Harry hizo. Enseñárselo a su curiosa amiga hija de muggles (con el consentimiento de su padre, por supuesto).

Hermione ya se imaginaba a su amigo, con solo cuatro años de edad, leyendo ese mamotreto de 3000 páginas, letra diminuta… escrito en latín antiguo. Sí, por si fuera poco, los Potter tenían un algo con el latín que los hacía tenerlo como lengua principal, por lo que la aprendían antes que el inglés.

En realidad, los orígenes mágicos de los Potter se remontaban a la época del Imperio Romano. Ella misma lo había verificado mediante el tapiz familiar colgado en un amplio salón de Potter Manor. De ahí el lema de la familia "Puritate in Gladio, Nobilitate in Corde" (según Harry, significaba "En la pureza de la espada, en la nobleza del corazón") y el título del libro, "Codex Honorem".

La chica volvió a la realidad después de varios minutos perdida en sus pensamientos. El chico, frente a ella, se había apoyado contra el tronco y la miraba preocupado. La Gryffindor sonrió con suavidad.

– Lo lamento, Harry – se limitó a decir.

Se acercó a él y lo abrazó con fuerza. Él correspondió de inmediato, enterrando el rostro en el cabello castaño de su amiga.

– Siento haber dudado de ti – murmuró ella –. Sé que no le permitirías a Draco jugar con una chica… que él no se lo permitiría. Me dejé llevar. Perdóname.

– No te preocupes, Mione – musitó él –. Te entiendo.

Y, como siempre desde que eran casi hermanos, Hermione Jean Granger se sintió cómoda ahí, entre los brazos de su siempre presente mejor amigo.


Editado al 08/08/12