Potterverso Sorgexpandido. No contiene personajes creados por J.K. Rowling excepto, en algún caso, algún cameo o mención de pasada. El universo mágico funciona, sin embargo, bajos las reglas mágicas que ella ha creado, expandidas a la Magia Española, por supuesto, que es creación mía y solo míaaaaa.

Dedicado a Sirlaye, fan incondicional de Alberto y Cecilia. Y a todos aquellos que les gusten mis historias.

CAPÍTULO 1

CARNAVALES

Febrero de 1994.

- Podías haber dicho algo.

- ¿El qué?

- Cualquier cosa.

- Cecilia, tu amiga Patricia lo tenía muy claro. Ella es la anfitriona, y ha decidido que sea una fiesta temática.

- Es súper típico.

- Como los vikingos, los payasos o los trogloditas.

- Pues eso mismo. Podías haber dicho que te parecía un tema demasiado visto…

- Es que no me lo parece en absoluto.- Alberto apartó la coca-cola, cruzó los brazos sobre la mesa y se inclinó hacia Cecilia alzando las cejas teatralmente. Ella en cambio frunció las suyas y se echó hacia atrás en su silla.

- ¡Oh, vamos! ¡Claro que es un tema súper visto!

Alberto sonrió ampliamente.

- ¡Qué va!

- Además.- Añadió ella enfadada.- ¡Yo no voy a tener la sensación de ir disfrazada!

- Bueno, eso es cosa tuya.

- ¡Pero! ¿Qué clase de novio eres, que no te pones de mi parte?

Alberto volvió a sonreír como un cocodrilo.

- Cecilia, estoy deseando verte con un atuendo de esos… tradicionales.

Ella entrecerró los ojos.

- Ya veo por dónde vas… No te parece visto porque nunca has visto una de verdad vestida como tal…

- Eso es, mi amor. Estoy deseando verte con una túnica negra, a ser posible ceñida, y un sombrero retorcido…

Cecilia no sonrió. Estaba enfadada. Bastante enfadada. Alberto, en cambio, la miraba divertido.

- No tiene gracia.

- Vamos, Ceci. No te lo tomes tan mal. Patricia no tiene ni idea de lo tuyo.

Cecilia respiró hondo. Alberto tenía razón. Había sido una casualidad. Una maldita casualidad.

- En fin, supongo que mi padre podrá dejarte alguna túnica vieja.

- Ah, no. Ni hablar. Yo ya tengo pensado cómo va a ser mi disfraz.

- Ah ¿sí? Y ¿Cómo va a ser?

- Lo siento, Ceci. Eso es una sorpresa.- Y Alberto asió el vaso de coca-cola, se metió la paja en la boca y dio un buen trago mientras ella le miraba todavía enfurruñada.

La abuela de Patricia había fallecido varios meses atrás. Los hijos habían vaciado el piso de muebles y demás y lo habían puesto a la venta, pero de momento no tenían comprador. En esa tesitura, Patricia y sus primos habían convencido a sus respectivos padres para que les dejaran la casa para organizar una fiesta de carnaval. Por supuesto, los adultos pusieron una larga lista de condiciones: acabar a las doce, nada de escándalos que dieran lugar a protestas de los vecinos, nada de alcohol… Todos asintieron, a regañadientes, sabedores de que cumplirían muy poco de todo aquello, y durante varios fines de semana trabajaron arduamente para decorarla y aprovisionarla, mientras alguna botella de ginebra o de ron se colaba de estrangis entre las coca-colas. Hasta se esmeraron confeccionando unas tarjetas de invitación caseras, en las que comunicaban a sus invitados que la fiesta, aún siendo de disfraces, era temática. Todos tenían que ir vestidos de magos o brujas.

Por eso Cecilia estaba tan afectada. Ella era una bruja. Una de las de verdad. Con varita, escoba, caldero y un montón de hechizos en la cabeza. Aunque eso sí, era menor de edad. Una bruja de dieciséis años con un novio a punto de cumplir los diecinueve que era muggle total y cursaba primero de Ingeniería Informática en la Universidad.

Cecilia le había explicado a Alberto de dónde venía la imagen tradicional de la bruja con el sombrero y la túnica. Todavía había sociedades mágicas, como la inglesa, que adoraban aquella vestimenta, aunque en España solo se utilizaba en ocasiones muy señaladas. "Como usar chaqué o smoking", le había dicho a Alberto, "que no te lo pones todos los días".

Por supuesto que Cecilia tenía una túnica de raso negro brillante que le quedaba como un guante. Y un sombrero picudo, del mismo raso, con una hermosa hebilla de plata de ley. Y una capa de lana fina, también de color negro, con broches de plata con sus iniciales. ¿Cómo no iba a tener un "traje típico" si era lo que era? Era como… como el traje regional

El problema de Cecilia, aunque educada, como la inmensa mayoría de los niños mágicos de España, sin excluirse de los niños muggles, era que no se le ocurría otra imagen de bruja, por mucho que pensara. Excepto, claro está, llevar los pelos greñudos y plantarse una verruga falsa en la nariz. Lo del pelo, en su caso, además sería problemático. El suyo era lacio y muy negro. No se dejaría encrespar… Y aún así, la imagen le resultaba harto familiar.

El día de la fiesta, el último sábado antes del miércoles de ceniza, Cecilia estaba bastante mosca con su madre. Demasiada gente había aparecido a tomar café precisamente el día en que Alberto subiría a recogerla vestido de mago. A pesar del espíritu tolerante e integrador de su familia, lo cierto era que solamente una tía suya, la hermana mayor de su madre, estaba casada con un muggle. Así que Cecilia sospechaba que el disfraz de su novio había despertado cierta curiosidad malsana. Por allí andaban sus cuatro abuelos, las dos hermanas de su madre y la cuñada por el lado paterno. Demasiada gente.

- Hace muchísimo que les dije que vinieran.- Contestó su madre a su interrogatorio. Y se excusó para volver a llenar la cafetera.

Cecilia desistió de continuar indagando y, suspirando, se dejó llevar por su hermana.

Sentada en el centro de su habitación, con un espejo enorme entre las manos y envuelta en una bata, se estaba dejando maquillar. Almudena, más entusiasmada que ella misma por la fiesta, había recopilado un montón de fotos de gente vestida según lo que ella dijo era estilo gótico, un montón de maquillaje del que usaban los actores y mucho entusiasmo. Y con su prima Lucía, de su misma edad, como ayudanta. Entre las dos extendieron un maquillaje casi blanco por el rostro de Cecilia, rodearon sus ojos con unos surcos negros y le pintaron los labios con un granate oscurísimo.

- ¡Parezco un híbrido de vampiro y arpía! – fue lo primero que ella dijo cuando el espejo devolvió su imagen.

- ¡Tres cuartas de vampiro! – contestó el espejo con una voz chillona.

- No te hemos pedido opinión.- Le soltó ella.

- Si que lo has hecho. Todas en realidad lo hacéis cuando decís eso de "parezco tal o cual cosa…".

- Oh, cállate. O mejor buscamos uno normal y corriente.- Exclamó Almudena fastidiada.

- Bueno, bueno, ya me callo.- Contestó el espejo con fastidio.

Cecilia volvió a mirarse con mucha atención. Seguía pensando lo mismo, que parecía un bicho verde, aunque no quería decir nada ante semejante objeto impertinente.

- Falta el toque final.- dijo entonces Almudena. Y levantó dos dedos que sostenían una cosa pequeña y redonda, como un garbanzo de color carne.

- Y eso ¿qué es? – Preguntó Cecilia curiosa.

- Pues una verruga, claro.- Contestó Almudena. – Voy a plantarla en la nariz.

- Lo que faltaba, vampira, arpía y ahora alcahueta.- Murmuró el espejo. Lucía sacó su varita dispuesta a hacerlo callar, pero Cecilia la detuvo.

- Déjalo. Lo vamos a soltar en un momento.

- Ahora estate quieta, Ceci, que voy a pegarla.- Dijo Almudena. Y entonces se escuchó una especie de plof inconfundiblemente mágico y unos gritos del espejo.

- Lucía, te dije que no hacía falta magia…

Cecilia miró al espejo y un par de ojos grises, idénticos a los suyos pero enmarcados en negro, le devolvieron una mirada asombrada.

- Estrafalaria. Estoy estrafalaria.

- Qué va. Estás total. ¿No te parece, Lucía?

- Guay. Inmejorable.

Cecilia dudó. Lucía era hija de muggle. Debía entender algo de estas cosas ¿no? Suspiró y se levantó de la silla.

- Ahora, ¿me podéis dejar sola? Voy a ponerme la túnica.

- Si tienes remilgos… - contestó Almudena encogiéndose de hombros.

- No tengo remilgos. Es que estoy algo nerviosa.

- ¿Por Alberto?

- Largaos. Y llevaos ese espejo.

Cecilia se enfundó en su túnica y se puso unas botas paramilitares que también eran idea de su hermana. "Ridícula, estoy ridícula con estas botas", pensó. Pero hizo de tripas corazón y se echó la capa por los hombros justo cuando se escuchaba el timbre de la puerta. Cecilia salió de su cuarto al son de los entusiastas saludos de la familia a su novio. Cuando lo vio, se quedó parada con la boca abierta.

Alberto lucía un frac negro con pajarita blanca, capa negra forrada de rojo, el pelo castaño oscuro engominado, sombrero de copa y guantes blancos. Estaba guapísimo. Pero no era un mago.

- ¡Has hecho trampa!

- ¿Yo? – dijo él mientras la miraba de arriba abajo y una media sonrisa divertida se formaba en sus labios.

- ¡No vas de mago!

- Claro que sí. Hasta tengo una varita.- Y Alberto sacó del bolsillo una varita negra con las puntas blancas.

-Eso no es un mago. Es un prestidigitador.

- Ceci, según el diccionario de la RAE, son sinónimos. Y la invitación no contenía especificaciones.

Alberto condujo hasta el coche a una Cecilia que se sentía además de estrambótica, timada.

- ¡Lo has hecho para fastidiarme!

- En absoluto, Ceci. En realidad, no me atrevería a disfrazarme de mago de verdad. Ahora que sé que los hay.

- ¿Qué es eso? – Cecilia, aún enfadada, observó una bolsa de El Corte Inglés enorme en el suelo de la parte trasera del coche.

- Parte de mi equipo. Ya lo verás.

Cuando llegaron a la fiesta fueron recibidos con un clamoroso "Ohhhhh" por parte de los amigos. Todo el mundo iba estilo Cecilia, con mayor o menor fortuna. Alberto, en cambio, había roto moldes. Y todos celebraban su ocurrencia. Para completar la caracterización, cuando la fiesta decaía extrajo de la bolsa una caja un poco ajada en la que ponía en letras rojas Magia Borrás, y les deleitó con un montón de trucos, algunos hasta buenos.

Cuando a las doce menos cinco hicieron aparición por sorpresa el padre de Patricia y dos de sus tíos, dispuestos a desmantelar la fiesta, se los encontraron sentados en el suelo del salón aplaudiendo y riendo con los trucos de Alberto.

Alberto, Cecilia e Inés, la hermana de Alberto, montaron en el coche divertidos para volver a casa.

- Déjame a mí primero en casa, y después llevas a Cecilia.- Propuso Inés. Ambos le agradecieron que fuera tan considerada y les dejara tiempo para ellos.

- ¿De dónde lo has sacado? – Preguntó Cecilia cuando estuvieron solos, refiriéndose al traje.

- Lo he alquilado.

- Te habrá costado una pasta.

- ¡Qué va! Nadie alquila un frac en estos tiempos.

- Estás muy guapo, Alberto. Y tengo que reconocer que ha sido una idea genial. Yo en cambio, estoy estrafalaria.

- No estás estrafalaria. Estás…gótica.

- Me siento muy, muy rara.

- Supongo, entonces, que cuando te vistes así no te maquillas así.

- No, claro que no. Lo hago como siempre.

- Y supongo que tampoco te pones una verruga.

- Claro que no.

- ¿Por qué no te la quitas? Es lo que menos me gusta de la caracterización.

- No puedo. La ha pegado mi prima con un hechizo. Hasta que no llegue a casa no podré librarme de ella. Y es una faena, porque lleva un rato que me pica muchísimo.

- Bueno, ha sido divertido. ¿No lo has pasado bien?

- Si. Si lo he pasado bien… contigo.

Alberto inclinó la cabeza y la besó en los labios.

Cuando Cecilia, ya en su cuarto, intentó deshacer el hechizo observó con estupor que su Finite no servía. Inquieta, entró en el dormitorio de su hermana y zarandeó a su prima, que se había quedado a dormir, hasta que la despertó.

- Qu… ¿Qué pasa?- Preguntó Lucía casi sin poder abrir los ojos.

- Que no puedo quitar la verruga. La pegaste tu ¿no?

- ¿Qué verruga? – Preguntó Lucía con la misma cara que habría puesto si le estuvieran hablando en chino.

- ¡Ya estás de vuelta! ¿Qué tal la fiesta? – Almudena sí se había despertado completamente y la miraba con los ojos muy abiertos sentada en la cama.

- ¡Es genial! ¡El maquillaje no ha decaído nada! – Exclamó encantada mientras Lucía la miraba como si la viera por primera vez.

- La verruga. Quiero que me quitéis la verruga.

- Ah, eso. Súper fácil.- Almudena salió de su cama y sin molestarse en ponerse las zapatillas se acercó resuelta a su hermana, extendió la mano y la arrancó de un tirón.

- ¡Ay! – Cecilia se frotó la nariz.- Pero… ¿No la habíais pegado con un hechizo?

- No. Con un pegamento. Un pegamento muggle especial para plásticos.

- ¡Plásticos!

- La hicimos chamuscando plástico.

Cecilia no dijo nada. En realidad, a aquellas horas no quiso indagar más. Se marchó a su cuarto, se desvistió y desmaquilló y se durmió casi enseguida.

- ¡AL-MU-DE-NAAAAA! ¡LUCÍAAAA! – Una airada Cecilia, con la nariz roja como un pimiento morrón, se encaró en bata con su hermana y su prima, que desayunaban sendos cola caos con galletas en la cocina. - ¡¿QUÉ HABÉIS HECHO?!

- ¡OH!

- Ha debido ser el pegamento. Igual no era muy adecuado para la piel…

Cecilia estuvo a punto de estrangularlas.

Horas más tarde, la madre de Lucía, que era sanadora, examinó la nariz de su sobrina que seguía bastante enrojecida. Mientras Cecilia echaba chispas por los ojos su tía contenía la risa.

- Una pomada para calmar irritaciones de la piel, y se irá bajando. Usa mañana un poco de maquillaje, si quieres, para disimular un poco la rojez.

- Tienes la nariz roja. –Dijo Patricia el lunes siguiente cuando la vio sentarse en su pupitre.

- Culpa de la verruga. Mi hermana la pegó con pegamento para plásticos.

Inés, sentada al otro lado, soltó una risita.

- Bueno. Al menos era genial. Eras la que estaba más propia. Solo te faltó salir volando por la ventana montada en una escoba. Y con esa pareja… porque no me negaréis que Alberto dio el golpe.- Continuó Patricia, encantada.

- Fue una pena que llegaran tu padre y tus tíos.- Dijo Inés.

- Fue una canallada. Los muy… no se fiaban. Si no hubieran venido a fastidiar, os habríamos proclamado los reyes de la fiesta.

Cecilia ocultó su asombro como pudo. Así que, a los ojos de los chicos y chicas muggles, una bruja estaba de lo más propia si se volvía gótica. Pues ella se sentía estrafalaria, qué le vamos a hacer. Debía ser una bruja pija. Y con aquellas reflexiones se llevó la mano a la nariz para rascarse, pero en última instancia fue capaz de contenerse.