Notas de la autora:
Antes de leer, sabed que esto es una parodia al juego The Elder Scrolls V: Skyrim, pero muy a la vasca. Va a aparecer algo de humor político, pero lo voy a mantener a un mínimo para no cargarme la línea general de la historia. No pretendo ofender a nadie ni levantar controversias, así que si eres un lector o lectora sensible con estos temas, te recomiendo que no leas esto.
Ah, otra cosa: empecé esta parodia como un webcomic que podéis encontrar en Subcultura. Lo abandoné porque suponía mucho trabajo para mí (soy escritora, no dibujante), pero no quería tirar a la basura todo lo que tenía pensado para esta historia. Así que aquí os la presento en formato texto. ¡Espero que os guste!
Capítulo 1: Las leyendas no queman aldeas
Antes de abrir los ojos, Imanov supo que no estaba en su cama. Había mucho movimiento y ruido de cascos en el camino. Levantó sus pesados párpados, mareado, cansado y desorientado. Cuando sus pupilas se acostumbraron a la luz, lo primero que vio fue un sonriente rubio sentado frente a él.
—¡Buenos días, princesa! —saludó el hombre— ¿Qué hay? ¡Soy Ralof, tu compi de carro!
Imanov parpadeó y miró a su alrededor. Iba sentado en la parte de atrás de un carro con otros tres pasajeros: el tal Ralof, un hombre castaño vestido como un noble vasnórdico y un tipo de pelo negro bastante desaliñado que vestía como un mendigo. Los cuatro tenían algo en común: tenían las manos atadas.
—Es una pena que coincidiéramos todos así, emboscados por la Lejía Imperial Españolista —suspiró el rubio, sin dejar de sonreír.
—¡Malditos Chubasqueros de la Tormenta! —saltó el moreno de los harapos — ¡Si no fuera por vosotros habría conseguido mangar ese poni y ya estaría de camino a Páramo del Martillazo!
El hombre que estaba sentado junto a Imanov, el de los ropajes lujosos, suspiró a través de su mordaza y puso los ojos en blanco.
—¿Y a este qué le pasa? —inquirió el ladrón de ponis.
—Eh, un respeto, tío— se indignó Ralof—, que estás hablando con Arnaldo Ulfric Otegui Chubasquero de la Tormenta, el verdadero Lehendakari Supremo.
—¿Cómo? —palideció el moreno— ¡voy en el mismo carro que el líder de la rebelión! ¡No quiero morir! —añadió, echándose a temblar.
—Bah, exagerao— quitó importancia Ralof—. Ni que nos fueran a cortar la cabeza…
Imanov miró a Ralof, esperanzado.
—¡Ah, es verdad! —exclamó el rubio— ¡Olvidaba que nos iban a ejecutar! ¡Qué tontería! ¡Jajaja!
El soldado de la Lejía que estaba conduciendo el carro los mandó callar, exasperado. El resto del trayecto lo único que se oía eran los gimoteos de Lokir (el ladrón de ponis), el traqueteo de los dos carros de prisioneros, y los sonidos de los adorables pajaritos que piaban alegremente, como si ocho personas no estuvieran a punto de ser ejecutadas de forma horrible.
El paisaje cambió de nevado a casi primaveral a medida que viajaban montaña abajo. A través de los pinos se pudo ver un pueblo rodeado de murallas de piedra. Cuando atravesaron las puertas, los pueblerinos se asomaron con curiosidad a ver el desfile desde los porches de sus respectivas casas de madera con techo de paja.
—Hacía mucho que no venía a Helgernika— comentó Ralof—. Anda que no me he pillado borracheras por aquí…
Cuando se detuvieron, los mandaron bajar de los carros y ponerse en fila. Un soldado imperial, vasnórdico, de pelo marrón corto por la mandíbula, se situó delante de los prisioneros con un pergamino en una mano y una pluma en la otra y los fue llamando uno a uno. A su lado, una capitana imperial los fulminaba a todos con la mirada.
—Jauntxo Arnaldo Ulfric Otegui Chubasquero de la Tormenta— leyó el joven.
Ulfric se separó de la fila y caminó hacia el verdugo, ignorando un entusiasmado "¡te queremos, Ulfric!" por parte de Ralof.
—Lokir, de Paraje de Rorik— continuó el vasnórdico imperial.
El ladrón de ponis no levantaba la vista del suelo, pálido como un fantasma, pero de pronto echó a correr hacia las puertas de la muralla.
—¡No quiero morir virgen! —lloró Lokir.
—¡Cosedlo a flechas, arqueros! —ordenó la capitana, señalando al fugitivo.
El pobre ladrón de ponis no llegó a recorrer ni diez metros antes de que una lluvia de flechas lo clavara al suelo como una alfombra.
—¡Al próximo lo empalo con el garrote de un gigante! —gritó la capitana, muy cabreada.
Nadie parecía dispuesto a intentarlo después de eso.
—A ver, tú— llamó a Imanov—, ven p'acá, cordero. ¿Quién eres?
A pesar de ser el protagonista del juego, nadie le había hecho especial caso hasta el momento. Nadie se sorprendió con que el joven cambiara, como por arte de magia, de raza, de sexo, y de apariencia, como si fuera lo más normal del mundo, hasta que su aspecto quedó decidido como un joven vasnórdico alto, musculoso, con el pelo castaño liso y desordenado a la altura de los hombros, una frondosa barba y los ojos de color chocolate, grandes y asustados. Imanov introdujo su nombre en la ventana del juego y habló:
—Soy… soy Imanov de Bruma…
—Pues vaya tiempos eliges para venir a Euskayrim, tío; en medio de una guerra civil… —negó Hadvar, el vasnórdico imperial, con la cabeza. Luego miró a su superiora— Capi, ¿qué hacemos con este? No está en la lista.
—¡Me la suda! —escupió ésta— ¡Que le corten la cabeza!
—Jo… Lo siento, Imanov, yo…— empezó Hadvar.
Ambos vasnórdicos se miraron. Los ojos marrones de Imanov eran los más grandes y brillantes que había visto jamás, y temblaban como los de un cachorrito pateado. Cada vez parecían más enormes, y Hadvar no lo pudo soportar más y se echó a llorar.
—¡BUAAAAAA! ¡LO SIENTO, SON ÓRDENES!
Cuando Hadvar recuperó la compostura, condujo a Imanov hacia el resto de prisioneros, que se hallaban de pie en fila delante de la capitana imperial, una sacerdotisa, el siniestro verdugo, y el General de la Lejía Imperial de Euskayrim Tulio María Aznar. El tipo en cuestión era más bajito que un vasnórdico, pero tenía una complexión robusta que su dorada armadura favorecía. Si los habitantes de Tamriel supieran quién fue Julio César, todos dirían que Tulio era una copia barata del emperador romano.
El General se acercó a Ulfric con una expresión que parecía ser un término medio entre decepción y aburrimiento, pero los que lo conocían eran conscientes de que su cara simplemente era así.
—Ulfric, te parecerá bonito haber matado al Lehendakari Supremo a Irrintzis— le reprochó el imperial—. No sé ni por qué algunos te ven como un héroe.
El líder de los Chubasqueros de la Tormenta dijo unas cuantas cosas a través de la mordaza. Nadie lo entendió, pero a juzgar por la mirada fulminante y el tono de voz todos pensaron que le había llamado a Tulio de todo menos guapo.
—A saber qué ha dicho éste…— murmuró el General— Bueno, pues eso, que tú empezaste esta guerra. Ahora la Lejía te va a ejecutar para recuperar la paz.
En ese momento todos escucharon un ruido lejano que parecía venir del cielo. ¿Un rugido?
—Perdonadme, que no he desayunado— se disculpó Tulio—. Continuad.
La capitana se giró bruscamente hacia la sacerdotisa que estaba a su lado, una tía encapuchada ataviada con una túnica color ocre
—¡Sacerdotisa Igartiburu! —llamó la imperial— Dispénsales los últimos sacramentos. ¡Rapidito!
La aludida caminó hacia el frente a la vez que se bajaba la capucha, revelando una larga melena rubia y una sonrisa postiza digna de una presentadora de un programa de prensa rosa.
—¡Hola, corazones! —saludó— ¡Nos hemos reunido delante del hachita del verduguito para que os corten la cabecita! ¡Pero no temáis! —añadió teatralmente, alzando una mano y mirando al cielo— ¡Los Ocho Divinos de la Muerte os acogerán en Aetereo y…!
—¡A fregar! —la interrumpió un Chubasquero de la Tormenta (que, para lo poco que aparece, no merece la pena ni describirlo), caminando hacia el bloque del verdugo.
—¡Jo! —se lamentó la sacerdotisa, cabizbaja.
El prisionero se arrodillo delante del bloque y, mientras el verdugo alzaba el enorme hacha, gritó con toda la fuerza de sus pulmones:
—¡GORA EUSKAYRIM ASKATUTA!
—Siempre ha sido de echarle huevos a todo, ¿sabes? — comentó Ralof, que estaba de pie junto a Imanov.
Pero la sonrisa del rubio desapareció cuando vio cómo su compañero fue decapitado, su cabeza cayendo al cesto y su cuerpo pateado al lado del bloque.
—¡Siguiente —llamó la capitana—, el vasnórdico llorica!
Otro rugido surcó el cielo, esta vez más alto que el anterior. Todos levantaron la cabeza.
—Otra vez ese ruido…— murmuró Hadvar.
—¡Que esta vez no he sido yo, copón! —se quejó Tulio.
Imanov le puso ojitos de cordero degollado a Hadvar, pero éste sólo pudo echarse a llorar de nuevo y pedirle que no se lo pusiera más difícil. Entonces el joven prisionero, asustado y resignado, caminó hacia el bloque y se arrodilló, preparado para lo peor. Colocó la cabeza de lado contra la piedra y el verdugo empezó a levantar su hacha, con una sádica sonrisa en sus labios.
Todo el mundo estaba tan pendiente de la ejecución que nadie se dio cuenta de lo que pasaba sobre la torre que estaba a espaldas del verdugo. Una enorme figura, negra como la noche, surgió de entre las nubes, batiendo sus majestuosas alas, y descendió para posarse sobre la torre. Bueno, al menos para intentarlo, porque perdió el equilibrio y, aunque aleteara desesperadamente, no pudo evitar meterse un costalazo contra el suelo. Muy irritado, empezó a escalar el edificio, y una vez arriba, adoptó la pose más digna que pudo y soltó un rugido.
—¡Mirad p'arriba! —gritó un PNJ sin importancia.
Todos, verdugo incluido, miraron hacia arriba para encontrarse con el causante del jaleo: un enorme dragón negro con cara de muy malas pulgas. El monstruo cogió aire y soltó un rugido en forma de palabra:
—¡KABENZOTZ!
—¡AAAAAAAAAAAAH! —gritaron al unísono Tulio, Hadvar y la capitana, dejándose llevar por el pánico a la vez que el cielo, hace un segundo de un tranquilo azul, se cubrió de nubes y una tormenta de rayos empezó a cebarse en el pueblo.
—¡AHÍVALAHOSTIA! —rugió de nuevo el dragón, emitiendo con su voz una onda de fuerza que los mandó a todos volando por los aires.
Imanov, cuando recuperó el conocimiento, se encontró en los brazos de Ralof, que corría esquivando las llamas que se estaban merendando los alrededores. El rubio se dio cuenta de que el joven vasnórdico había despertado, porque sonrió y dijo:
—¡Buenos días de nuevo! Casi la palmamos, ¿eh?
Imanov sólo pudo parpadear, perplejo, ante la aparente incapacidad de Ralof de preocuparse por nada.
—¡SUTAGAR! —bufaba el dragón, escupiendo fuego mientras sobrevolaba Helgernika.
—Será mejor que nos refugiemos en esa torra casualmente intacta, o nos quemaremos el culo— señaló Ralof, corriendo hacia el edificio.
Una vez pasaron el umbral y la puerta se cerró sola, Ralof dejó caer a Imanov al suelo y sonrió aún más (si cabe) al encontrarse con Ulfric y algunos Chubasqueros de la Tormenta, que estaban en una esquina jugando al mus.
—¡Ulfric, estás vivo! —se alegró el rubio.
—Por desgracia, veo que tú también— respondió el Jauntxo, cruzándose de brazos.
—Por cierto… Eso era un dragón, ¿no? Yo pensaba que era sólo una leyenda…
—¡Las leyendas no queman aldeas, idiota! —bramó Ulfric, furioso.
Ralof se encogió de hombros e ignoró a su líder, yendo donde Imanov.
—Oye, parece que vamos a estar aquí un buen rato. ¡Vamos al piso de arriba, a ver si encontramos algo de priva!
Imanov se emocionó con la posibilidad de volver a probar el aguamiel, y se apresuró a seguir al rubio por las escaleras de caracol. Arriba del todo vieron otro Chubasquero de la Tormenta junto a unos barriles y cajas con etiquetas que decían "priva" y "más priva".
—¡Aupa ahí! —saludó el PNJ.
Antes de que Imanov o Ralof pudieran devolverle el saludo, la pared que estaba detrás del Chubasquero de la Tormenta estalló y el dragón asomó la cabeza.
—¡SUTAGAR!
Después de la llamarada, el dragón emprendió el vuelo y el pobre Chubasquero de la Tormenta bajó corriendo las escaleras, llorando, gritando y con el culo en llamas.
—Vaya, ese dragón nos ha dejado la birra más chamuscada que Oblivion— se lamentó Ralof, asomándose al agujero que el dragón había hecho en la torre— ¡Eh, mira eso! —señaló frente a la torre— ¡En esa posada en llamas seguro que encontramos priva!
Antes de que Imanov pudiera retroceder, Ralof ya lo había agarrado de la tela de atrás de su camisa y pantalones y lo llevó al boquete.
—Te ayudaré, que con las manos atadas lo tienes difícil para saltar sin escoñarte.
Y antes de que el pobre Imanov pudiera protestar, se vio volando hacia el techo en llamas de la dichosa posada. Se protegió la cara como pudo y rodó cuando atravesó las tablas ardientes y dio con sus huesos en el suelo del piso de arriba. Magullado y miserable, miró por el agujero del techo y vio a Ralof, que estaba agitando los brazos para llamar su atención.
—¡Lo siento, tío! —gritó el rubio— ¡Se me olvidaba que los PNJs no podemos saltar! ¡Te alcanzaré por otro camino!
Y, tal que así, Ralof desapareció.
Imanov se puso en pie y consiguió bajar al piso de abajo y salir de la posada sin matarse. Justo fuera se encontró con Hadvar y un anciano que sería del pueblo. Le estaban dando la espalda y llamaban a un niño que estaba escondido a unos quince metros.
—¡Corre, Patxi, que viene el dragón! — lo apremiaba el viejo.
El crío salió de su escondite a la vez que el dragón se posaba en un tejado de al lado y echaba una llamarada en dirección al pequeño.
—¡Patxi! —gritó Hadvar, tirándose de los pelos.
El niño emergió de entre las llamas como si no hubiera pasado nada y corrió a abrazar a su abuelo.
—Tranquilo, Hadvar, los niños son inmunes en el juego— aseguró el señor.
El vasnórdico imperial suspiró aliviado y se dio la vuelta para encontrarse con un dolorido y sucio Imanov.
—¡Estás vivo! —casi sollozó Hadvar— ¡Ven conmigo, nos vamos de aquí!
Imanov lo siguió sin rechistar por el poblado en llamas, esquivando escombros y escondiéndose del dragón cuando estaba cerca. Finalmente llegaron a un patio frente a una fortaleza donde los esperaba, hacha en mano, un rubio Chubasquero de la Tormenta.
—¡Ralof, traidor de las narices! —se indignó Hadvar— ¡Quita de en medio!
El rubio se acercó a ellos y cogió a Imanov del brazo.
—Vete a freír espárragos, Hadvar. Imanov se viene conmigo
—¿Qué? ¡Ni hablar! —negó Hadvar, tomando el otro brazo del joven vasnórdico— ¡Se viene conmigo!
—¡En tus sueños!
Durante unos (dolorosos para Imanov) minutos, los dos soldados se dedicaron a tirar del castaño y, finalmente, Hadvar corrió hacia la torra con su mano sujetando firmemente…
—¡Jajaja! ¡Que se chinche ese maldito radical! ¡Tú te vienes conmigo, Imanov!
…el brazo de un PNJ que estaba fuera de combate.
Mientras tanto, Ralof entró por otra puerta con Imanov y echó el cerrojo.
—No me gusta presumir, pero se me da genial eso de dar el cambiazo— sonrió Ralof—. Oye, ¿qué haces con las manos atadas todavía?
Imanov habría dicho algo, pero los creadores del juego parecían preferir un protagonista casi mudo. Ralof, pensando que el pobre ya había sufrido bastante, le cortó las ataduras.
—Venga, sígueme. Nos vamos de aquí.
Dicho esto, atravesaron una puerta y aparecieron fuera de los muros de Helgernika, bajo un cielo azul como si el dragón nunca hubiera pasado por ahí.
—¿… ya estamos fuera? — se sorprendió Imanov.
—¡Claro que sí! ¿Qué esperabas? ¿Una especie de tutorial que te diera equipamiento básico y te enseñara los controles y cómo pelear?
Imanov asintió con la cabeza, dándole la razón. Sí habría sido absurdo. Se frotó las muñecas y siguió a Ralof, cuesta abajo, camino a su pueblo.
Notas de la autora:
Como asumo que la mayoría no sabéis euskera, os traduzco algunas cosillas y os doy un par de aclaraciones:
-Jauntxo: literalmente "señorito", pero antiguamente era un título nobiliario.
-Lehendakari: presidente de la Comunidad Autónoma Vasca.
-Irrintzi: un grito muy largo y agudo que usaban los pastores. Hoy en día se usa en otros contextos, sobre todo joviales.
-Kabenzotz: expresión vasca usada sobre todo para maldecir.
-Ahívalahostia: exclamación muy estereotípica de los vascos.
-Sutagar: fuego y llamas.
Y sí, también cambio nombres de algunos sitios. Juntar los nombres de Helgen y Gernika me parecía apropiado por eso de la tragedia, aunque sea un toque de humor negro que no guste a unos cuantos. Por cierto, respecto a la sacerdotisa Igartiburu, Ane Igartiburu era presentadora de un programa de prensa rosa llamado "Corazón corazón" y siempre saludaba con un "hola, corazones".
