Prólogo
Un adiós abrupto
Primero es el silencio, y luego son los gritos. El fuego nos rodea, pero no nos quema, invade nuestros cuerpos, destruyendo todo lo que hay en nuestro interior. Siento un impacto en el hombro y dios como quema. Las lágrimas saltan de mis ojos de forma involuntaria, no las puedo contener, todo se vuelve borroso. Los gritos me siguen.
Primero son los gritos, y luego el silencio. Solo quedo yo.
Me despierto bruscamente, lo primero que hago es tocar mi colgante, lentamente la calma se apodera de mí. A mi lado el despertador suena de forma ruidosa, música angelical, nótese el sarcasmo. Durante un segundo siento pena por mis vecinos, tener que escuchar esta basura de ruido todos los días a las 6 de la mañana, pero luego recuerdo a Ellie, su hija, y sus clases de violín infernales por la tarde y se me pasa, se lo merecen.
Espabilo rápidamente cuando recuerdo que hoy es el día de la excursión en el colegio, nada grande, yo y dos profesores más vamos a llevar a los niños a ver una obra de teatro. Me entran escalofríos solo de pensarlo, el psicólogo decía que necesitaba tranquilidad, y qué más tranquilidad que dar clases en un colegio de primaria. Como se nota que ese hombre no ha cuidado de un maldito niño en su vida. Menos mal que solo estuve con el durante tres meses, el tiempo suficiente para que me comiera el coco y meterme en este lío de maestra, no me imagino que hubiera pasado si hubiera estado más tiempo en terapia con él. Espera, sí me lo imagino, y nada bueno llega a mi mente, nada bueno.
Me queda el consuelo que el teatro está cerca de la escuela y no tendremos que andar mucho. Pensando en ello me visto lo más rápido que puedo sin mirar mi hombro, pasa el tiempo, pero soy una cobarde e intento alejarme de todo lo que me recuerde el pasado, incluso si es mi propia piel. En realidad no es mucho lo que hay que ver, solo tengo una cicatriz que poco a poco se va haciendo más pequeña, si eso es posible. El daño está por dentro, de hecho tengo la movilidad del hombro destrozada, puedo continuar moviéndolo, y con él el brazo, pero ya no es como antes.
Así acabé como maestra. El ejército no quiere un soldado que no puede disparar porque tiene su brazo dominante jodido, aunque a mi el trato me vale, de todas maneras no creo que hubiese podido seguir allí, y además tengo una pensión vitalicia, son todo alegrías.
Suelto un suspiro, será mejor que me vaya al colegio ya si quiero llegar a tiempo.
…
Cuando entro en la sala de profesores Anna y John ya están dentro. Anna es una de los profesores que me van a acompañar a la excursión, los niños la adoran, y con esa adoración consigue toda su atención, no vas a escuchar a ninguno de ellos hablando en su clase fuera de turno. Por mi parte, digamos que los estudiantes no tienen un gran aprecio por mí, sin embargo he conseguido que también estén en silencio en mis clases, quien dice que el temor no es útil en la vida es porque no ha tenido que enseñar en una clase con treinta estudiantes hiperactivos.
En cuanto a John, bueno, John es John, los críos lo superan, supongo que esa es la razón por la que toma tantos antidepresivos, aunque también puede ser por el reciente engaño de su mujer con su profesor de yoga, yo creo que es por los críos.
"Buenos días Claire", dice Anna.
"Buenos días, ¿preparados para el infierno?"
"Claire, tienes que ser más optimista, seguro que lo pasamos bien con los niños, una obra de Shakespeare, les encantará, ¿verdad John?"
"Solo espero que no griten mucho", dice John con cara de sufrimiento, sujetándose la cabeza, creo que no ha dormido bien esta noche, sus ojeras cuentan la historia, que nunca se diga que no soy una gran observadora.
"¿Necesitas pastillas para el dolor John? Tengo todo un arsenal en el bolso", digo, porque a pesar de lo que puedan pensar los niños a los que enseño, yo también tengo empatía.
"No, gracias, se me pasará el dolor en nada, solo espero hasta que el café me haga efecto", responde con una pequeña sonrisa de agradecimiento.
"¿Todavía te molesta el hombro Claire?", pregunta Anna, "parecía que últimamente lo podías mover más."
"Y de hecho puedo, aunque dudo que nunca se me vaya del todo el dolor, gracias a dios ahora es solo una molestia en el fondo de mi mente", respondo, estoy pensando en algo para cambiar el tema a algo distinto de mi hombro y todo lo que lleva detrás cuando suena el timbre de inicio de clases. Salvada por la campana.
"Bueno, vamos a preparar a los chicos para llevarlos al teatro, seguro que va a ser muy divertido", dice Anna mientras da pequeños saltitos saliendo por la puerta al pasillo.
Ahora me toca comenzar la guerra contra John para ver quien es el afortunado que le toca estar atrás en la fila para la excursión, solo uno puede salir victorioso.
…
Déjame decirte una cosa, si te toca supervisar una cola siempre ponte en el final, mientras los niños más entusiastas se quedan en la parte de delante intentando llegar lo antes posible a nuestro destino, en la aparte de atrás solo quedan los vagos o los que se acaban de levantar y todavía están medio zombis, desde luego creo que a un chico de un poco más adelante se le esta cayendo la baba. Lo importante es que no tienen energía para nada más que caminar, y a mí con eso me vale.
Puede que mañana me toque hacer el turno de supervisión de recreo de John, pero mirando como más adelante el pobre no para de reprender a los niños a su alrededor para que dejen de correr o de pelear, creo que vale la pena.
Sin darme casi cuenta, llegamos al teatro.
Los chicos salen corriendo para coger asientos en la primera fila, Anna los persigue poniendo un poco de orden, yo me siento en la parte de detrás junto a John para tener un poco de tranquilidad. No hablamos, cada uno está con sus pensamientos.
Agradezco momentos de tranquilidad como estos, sobretodo porque a lo largo de los años son pocos y distantes entre sí.
Mientras los chicos ven la obra, Hamlet, creo que es, yo cierro los ojos y descanso un poco.
…
El tiempo vuela, y antes de darme cuenta la obra ya ha terminado, el teatro empieza a despejarse, me levanto rápidamente y me pongo en mi puesto en la fila, llamando la atención a los atrasados.
Conforme vamos caminando al colegio observo como un niño, Joseph creo que se llama, empieza a imitar la escena de Hamlet hablando con la calavera, solo que en vez de una calavera sostiene una piedra, mientras los demás a su alrededor se ríen, en un momento dado al chico se le escapa la piedra que cae en la carretera, una sensación de temor recorre mi espalda, y me acerco lo más rápido que puedo al chico gritándole que no vaya a recoger la piedra, pero no me hace caso "sorprendentemente", y corre hacia ella. En ese mismo momento un coche se acerca, y dudo mucho que el conductor vaya a frenar porque esta hablando con el copiloto, así que sin pensarlo dos veces salgo corriendo y empujo al chico fuera, solo que se me ha olvidado una pieza clave en mi plan maestro, yo sigo en medio de la maldita carretera. Solo puedo estar en pie viendo como el coche se acerca, la cara del conductor lentamente mira hacia delante hasta que me ve, pero ya es demasiado tarde, supongo que él también se habrá dado cuenta porque el temor lentamente entra en sus ojos mientras frena, y entonces el coche me golpea.
Déjame decirte que al igual que en las películas, salgo volando unos cuantos metros, durante ese vuelo solo puedo pensar que al final no me va a tocar supervisar el recreo de mañana, justo después golpeo el suelo, escuchando un crujido muy raro en el cuello, lo último que veo antes de que mi visión se oscurece del todo es como mi collar brilla.
...
