Nadie sabe como se siente la muerte y muy pocos como es estar a punto de ella. Las personas la sienten ajena, la ven como algo inalcanzable, es lógico: no podríamos vivir persiguiéndonos con que algún día moriremos. Sin embargo es algo natural y de una forma u otra llegará.
Menos aún, pueden imaginarse perdiéndola por alguien más y aquí es cuando entra en juego el amor. Jamás me imaginé ofreciéndome como voluntario, no antes de enamorarme de Katniss Everdeen. Desde que la vi, supe que era ella por quien velaría y sería capaz de dar la vida. Pues a fin de cuentas, de eso se trata el amor, de hacer todo lo posible por el bien del otro.
Decidí que entregaría mi vida por ella en cuanto anunciaron el vasallaje de los veinticinco. No podría verla morir y tampoco podría seguir adelante sin ella (aunque de todas formas no lograría ganar). Katniss era —y sigue siendo— el fulgor de mi vida, la chispa que me mantiene encendido.
Al escuchar que volveríamos a la Arena se me cayó el alma a los pies... Claro, no porque tuviese que volver a los Juegos, sino porque eso implicaba que ella reviviese esos horrores una vez más. Las pesadillas volverían y todo lo que habíamos logrado hasta entonces se desvanecería en el aire —aunque supongo que nunca logras volver a ser el mismo luego de los juegos—. Significaría participar en su juego una vez más, ser sus marionetas una vez más.
Sí, entregaría mi vida a cambio de la prosperidad de la de Katniss. Ella merecía vivir más que yo, tenía una familia a la que alimentar y amar, que de morir caería en una pesadumbre perpetua.
"Si no recuerdas la más ligera locura en que el amor te hizo caer, no has amado." dijo Shakespeare. Tal vez el querer dar mi vida por Katniss era una locura, pero eso sólo reafirmaba mi amor profundo hacia ella. Sí, si por amar te condenan a ser llamado loco, pues seré un lunático toda mi vida. Amé y amo a esa mujer y es por eso que cometí todas las demencias que he hecho hasta ahora. Por fortuna no lo cambiaría por nada, no me arrepiento a haberme arriesgado a experimentar la muerte y todavía menos de haberle prometido mi constante amor, hasta que la muerte nos separe. —ceso con los ojos acuosos, ahogando un llanto.
—¿Esa la escribió papá para ti? —pregunta aquella niña de cabello rubio como el sol, ojos grises y una cautivadora sonrisa.
—No exactamente, la encontré entre sus bosquejos hace algunos años y sentí la necesidad de tomarla. —respondo aún conmocionada.
Keara, mi hija, se abalanza sobre mí y me rodea con sus diminutos brazos. Nos mantenemos recostadas en la cama durante algunos minutos, en la misma posición.
—Si de verdad te ama, ¿porqué intentó asfixiarte ayer durante la cena? —indaga mi niña, clavando sus ojos húmedos en los míos e inevitablemente lo recuerdo:
Estamos sentados a la mesa cenando, mientras Keara comenta lo sucedido en la escuela. De repente lo percibo, Peeta está tenso, sus pupilas se dilatan, le cambia la cara. Ya no luce como aquel chico dulce y alegre que solía ser en su juventud, aunque había cambiado mucho desde entonces. Si bien se había recuperado de las torturas del Capitolio, hacía un tiempo que ya no era el mismo.
Se para rígido y camina con lentitud hacia donde me sitúo, me fulmina con la mirada: una fría y seca, ojos cargados de rencor y odio. Con firmeza posa sus manos sobre mi cuello e instantáneamente intento echar a mi hija del comedor, pero no puedo, no tengo suficiente aliento.
Hago movimientos bruscos con mis manos y brazos, intentando soltarme, para luego hacer entrar en razón al hombre que alguna vez había sido capaz de dar su vida por mí y ahora intentaba quitármela.
—Tu padre nos ama a ambas, pero hemos pasado por muchas cosas y han intentado dañarnos en el pasado. —le explico con lágrimas brotando de mis ojos, que caen con más copiosidad a medida que recuerdo la escena en que Peeta es rescatado de las garras del Capitolio e intenta asfixiarme.
—¿Y cuándo regresará? —pregunta mi hija escondiendo su rostro entre mis paños.
—Pronto, en cuanto los millones de recuerdos sobre nosotros dos juntos, felices, tomen lucidez. —concluyo y trato de reprimir las lágrimas, implorando para mis adentros que de alguna forma pudiese recuperar a mi Peeta.
