Este pequeño escrito ni siquiera pretende ser un oneshot. La verdad es que me puse a pensar en la fecha y salió… Quise recordar de alguna manera a un grande: Dean Winchester. Héroe silencioso capaz de hazañas increíbles, pero sobre todo del amor más grande: dar la vida por su hermano. Así que merece todo nuestro reconocimiento. Y habiendo visto el capi 6x11 otra vez, me he llenado de oscuros presagios, por lo que *llora* quise reflejar lo fugaz que es la felicidad para algunas personas. Si les gustó o tienen algo que decirme, ya saben… el botoncito del review. Gracias!
ILUSIÓN
By Selenewinchester
Mañana es 24 de enero. El día en que nació. El común de las personas espera con ilusión el día de su cumpleaños, asociándolo con reunión con amigos, regalos, festejo, torta… pero no él. Dean Winchester jamás esperó con ilusión sus cumpleaños. Bueno, si, tal vez hubo un tiempo en que sí los esperó ilusionado y por distintos motivos quedaron grabados en su mente y jamás los pudo olvidar.
El primero de ellos fue su cumpleaños número cuatro. Mary se esmeró mucho ese día a pesar del cansancio y las náuseas que le producían su embarazo de casi seis meses. Era extraño pero con Dean no había tenido casi ningún síntoma, había transcurrido los nueve meses con absoluta tranquilidad, tal vez haya sido porque estaba tan feliz e ilusionada con la llegada de su primogénito que nada la alteraba. La vida con John era maravillosa y haberse alejado de la caza y de su familia le había sentado fantásticamente. Ahora esperaba su segundo hijo, no sabía el sexo pero Dean aseguraba que era varón. Tal vez porque ansiaba con todo su corazón un hermanito para jugar con él, para cuidarlo, o al menos eso le había prometido a Mary. Pero ella no lo estaba llevando tan bien. El cansancio la invadió desde las primeras semanas de gestación, luego se agregaron las náuseas que no desaparecieron al llegar al tercer mes, como normalmente sucede, sino que se acrecentaron. Varias veces estuvo a punto de ser internada a causa de la deshidratación y los malestares, pero optó por seguir en casa; tenía otro niño pequeño que atender y no podía darse el lujo de dejarlo con una niñera o con John. A fin de cuentas los hombres no saben cómo criar un niño, pensaba. Ahora era la víspera del cumpleaños de su primogénito y Mary estaba decidida a darle al chico un cumpleaños como nunca soñó. Realizó varias compras, hizo unas llamadas telefónicas y en un rato todo estuvo listo. Sólo faltaba la torta. Así que puso manos a la obra. Unos minutos después de iniciada la tarea, el pequeño de voz chillona se acercó con curiosidad a su madre:
- ¿Qué haces, mami?
- La torta para tu cumpleaños, amor. ¿Sabes que mañana es tu cumpleaños? –le preguntó con dulzura.
- Sí, mañana me hago mayor, cumplo cuatro. Ya estoy listo para ser el hermano mayor.
Mary Winchester sonrió con satisfacción y por un minuto la emoción la embargó. Nada se podía comparar con esto: una familia, un marido amoroso, hijos maravillosos. Cerró los ojos y deseó con todo su corazón permanecer muchos años junto a su familia.
El día de su cumpleaños, Dean se levantó ágilmente, atravesó toda la casa hasta llegar al living y allí se encontró con sus padres que lo envolvieron en amoroso abrazo. Se veían felices y radiantes. Le entregaron varios paquetes con pequeños obsequios que el chiquillo abrió con ansias y luego se puso a jugar con ellos. Por la tarde llegaron vecinos y amigos de la familia con otros niños y al llegar el payaso que Mary había contratado, la felicidad del chaval no tuvo límites. Esa noche fue muy difícil –más que de costumbre- obligar al excitado niño a dormir. La felicidad que sentía era algo tan enorme que lo invadía por completo. Fue necesario que Mary le cantara Hey Jude tres veces para que finalmente se dejara envolver por el sueño.
El segundo de ellos fue su cumpleaños número cinco. A diferencia del anterior, esta vez su mamá no estaba aquí para festejarlo con ellos. Unos meses atrás un extraño acontecimiento había acabado con la vida de Mary. El mayor no había logrado comprender acabadamente lo que había sucedido, pero cuando vio salir a su padre de la casa en llamas sin su madre y luego lo vio llorar sentado en el Impala, supo que su vida había cambiado para siempre. Por días no logró articular palabra, le era imposible y la tristeza que sentía lo invadía por dentro aunque no se atrevía a decirle nada a John. Éste ya tenía suficiente con todo lo que había visto y vivido como para ocuparse de un chaval quejoso. Así que el chico, con una inusitada madurez para su edad, había optado por callar, jamás lloraba –o al menos eso creía su padre- sólo lo hacía por las noches cuando se abrazaba a ese bebé dulce y tibio que lo buscaba con la mirada por toda la casa. Sammy parecía ser el único que lo necesitaba, así que se aferró a él. La noche de su cumpleaños, John entró a la habitación más tarde que de costumbre. Había bebido –aunque Dean aún no se daba cuenta de ello- y traía un humor de los mil demonios. Más temprano había recordado la fecha y se había propuesto comprarle algo al chico, después de todo era un inocente niño. No podía comprender los problemas del mundo de los adultos. Luego se distrajo, ocupado en cosas de la investigación que estaba llevando a cabo por la muerte de su esposa, y cuando quiso acordar estaba en un bar, bebiendo, tratando de olvidar todo lo que lo hería, todo lo que le traía recuerdos de su Mary. Y Dean era quien más se la recordaba. Entró a la habitación y aunque el chiquillo estaba despierto, con Sam en sus brazos, lo ignoró por completo y se acostó en su cama, en donde en cuestión de segundos se quedó profundamente dormido. Dean sabía que ese día había sido su cumpleaños, había esperado pacientemente todo el día a que alguien lo felicitara, le diera un obsequio, pero al llegar la noche y ver a su padre llegar y acostarse con indiferencia, algo se quebró en su interior. Comprendió que no habría para él más cumpleaños felices, no más fiestas con payasos y tortas caseras. No más regalos. No más. Y también en ese momento supo que lo único que le quedaba de su familia estaba con él en ese momento: Sam. El pequeño se aferraba con su manita regordeta a la campera del hermano y éste lo llevó a su cuna, lo arropó, le dio el beso de las buenas noches –como tantas veces había visto hacer a Mary- y luego se encaminó hacia su propia cama. Unos instantes después, se levantó y cruzó decidido la habitación. Ya que lo único que tenía era a ese bebé, no iba a dormir separado de él. A partir de esa noche, John tuvo que acomodar a los niños en dos camitas pequeñas que juntaba para que pudieran estar en contacto durante la noche.
Habían transcurrido tantos años que casi no recordaba esas dos ocasiones en que su cumpleaños significó algo. Ahora estaban lejos, seguían llevando la misma vida que llevaban cuando su padre estaba vivo y todo era tan distinto. Siempre había sido un tipo positivo, seguro de sí mismo, dispuesto a luchar. Pero ahora ya no tenía ganas de hacerlo. Evidentemente no tenía la fuerza de John o tal vez no estaba tan obsesionado como su padre, por eso le comenzaba a pesar esa vida de trashumante. La soledad comenzaba a hacer estragos en su alma. Y la verdad es que todo iba para la mierda, salvo una cosa: Sam seguía a su lado, como antes, como siempre. En ese momento éste se acercó a su hermano:
- ¡Feliz cumpleaños, hermano! – le dijo con una amplia sonrisa.
- ¡Sam! ¿Te acordaste? –su asombro era genuino.
- ¡Por supuesto, Dean! ¿Crees que no recuerdo el día del nacimiento de mi hermano mayor?
Y tomando dos botellines de cerveza, Sam le pasó uno a Dean y juntos y en silencio se bebieron la amarga bebida. Después de todo, Dean Winchester era un hombre afortunado. Tenía a su familia consigo, y sabía que era amado. ¿Qué más podría pedir?
FELIZ CUMPLEAÑOS, DEAN WINCHESTER! *ojitos ilusionados* (¿Y?)
