¡Hola! :D
Antes de nada quiero deciros que no me he olvidado de mi otro fic, es solo que hace unos días me llegó una idea para una historia nueva y no pude evitar escribirla xDDD En un principio iba a ser solo un one-shot, pero al final he decidido alargarlo un poco más. Serán tres capítulos, los dos primeros algo cortos y el tercero más largo, para darle intriga y drama xD
Sin más les dejo con esta historia, espero que les guste ^^
Capítulo 1
– Debes descansar.
– Ya me encuentro bien, Byakuya-sama. No tienes por qué preocuparte.
– Estaré más tranquilo si descansas.
La primavera estaba llegando a su fin, dejando paso a un verano que de momento no era muy caluroso. Por las noches corrían las brisas frías típicas de la primavera, mientras que a la luz del sol el calor empezaba a hacerse notar. A Byakuya no le molestaba mucho ese clima, siempre prefirió el frío, la lluvia o la nieve, que finalmente daba paso a una primavera florecida. Sentarse en el jardín y contemplar los múltiples cerezos en flor de la mansión era una de las mejores visiones que le ofrecía la primavera, sino era la mejor.
Pero el verano empezaba a llegar, y sabía que dentro de poco todas las flores de cerezo caerían, y que las hojas se irían secando paulatinamente hasta la llegada del otoño, dónde también caerían.
Caerían al igual que cayó Hisana aquella tarde.
Ella paseaba por el jardín, mirando los cerezos ensimismada, contemplando su belleza. Byakuya la observaba desde la ventana de su despacho con una leve sonrisa dibujada en su rostro. Le gustaba verla feliz, sentía una gran paz interior al ver que era capaz de hacer feliz a su esposa, que era capaz de hacerle olvidar el doloroso pasado que le había tocado vivir.
Y fue entonces cuando ocurrió, cuando se desmayó. Byakuya sentía que se desplomaba lentamente, como una pluma que intenta sostenerse en el aire para no caer al suelo. Quizá fueran sus reflejos pero lo cierto es que le dio tiempo, pudo sostenerla antes de que llegara al suelo y, por primera vez en la vida, agradeció internamente todas las persecuciones que había vivido con Yoruichi.
Los criados decían que eso solo sería un simple mareo, mientras que los consejeros nobles cuchicheaban sobre un posible embarazo. Pero Byakuya no creía en ninguna de esas suposiciones, tenía una mala sensación. Ella estaba bien, tranquila, y no le había pasado nada; su salud era buena, delicada pero buena al fin y al cabo. Y ahora de repente se había desplomado, llegando a perder el conocimiento durante unos minutos.
– Por favor, descansa –le dijo de nuevo una vez que la había tumbado en su futón, arropándola bien y poniendo una mano sobre su frente para corroborar que seguía sin fiebre.
– Byakuya-sama, estoy bien, no tengo fiebre. Seguro que es un mareo como dicen las criadas –sonrió levemente para que su marido no se preocupara más.
– Claro, o un embarazo como dicen los ancianos –comentó él con ironía, mientras notaba como su esposa se sonrojaba.
– ¿Eso creen? ¿Qué estoy embarazada?
– Sí –dijo Byakuya sin apartarse de su lado–. Ya están cavilando para las distintas celebraciones que tendrán que preparar cuando "nazca".
– Vaya –Hisana suspiró y giró la cara con cuidado para mirar por la ventana, aunque lo que no quería en verdad era que Byakuya notara su tristeza.
– ¿Ocurre algo, Hisana?
– No, tranquilo. Solo que los ancianos se llevarán una decepción cuando sepan que no espero un hijo.
– A mí no me importan los ancianos, me importas tú, siempre me has importado más que nadie –Hisana suspiró con pena y Byakuya creyó entender qué era lo que le apenaba. Con suavidad tomó una de sus manos y la apretó con ternura–. ¿Te gustaría estar embarazada?
Ella suspiró con sorpresa y volvió a girar la cara para verle. Se mordió levemente el labio inferior con pena a la vez que apretaba su mano con fuerza. Comprobó que no era capaz de mantener su mirada sin echarse a llorar, así que cerró los ojos y susurró muy levemente: – Sí… me gustaría. Pero… durante estos años no he tenido ni una sola falta, ni un solo retraso –suspiró–. Byakuya-sama, ¿y si fuera estéril?
– No pienses así –contestó él con cierta crudeza.
– Pero… –a Hisana le temblaba el labio, aún sin enfrentar su mirada sentía ganas de llorar–. Pero si lo soy yo no sería una digna esposa para ti, no podría darte hijos, no tendrías heredero y entonces deberías echarme de esta casa. Y harías bien en repudiarme porque no habría sido una buena esposa.
– Cállate –dijo Byakuya con tal autoridad que Hisana sintió miedo. Byakuya se arrepintió al momento de haberle ordenado con tal severidad pero no podía seguir permitiendo que su esposa se auto culpara a sí misma de esa manera. Eso sólo le hacía daño–. Escúchame Hisana –le dijo con un tono de voz mucho más suave y sin soltar su mano–, tú nunca serás indigna para mí. Eres la mujer a la que amo, mi esposa, jamás podría repudiarte, Hisana. Porque te quiero y te necesito a mi lado. Por favor… no vuelvas a decir eso.
– Pero… ¿qué pasaría si fuera estéril? –Susurró la mujer con una mezcla de miedo y pena.
– No pasaría nada, yo te seguiría queriendo igual.
– Pero necesitas un heredero.
– No, te necesito a ti.
– Pero…
– Hisana –alzó de nuevo un poco la voz para callarla, luego volvió a susurrar–. Hisana, mírame a los ojos.
Aunque lo dudó por un momento, al final se decidió a abrir sus ojos y pudo observar que Byakuya estaba aún más cerca de ella, sin soltar su mano y mirándola con una expresión muy tierna.
– Te quiero tal y como eres, Hisana –le susurró–. Y si fueras estéril te seguiría queriendo, pero yo sé que no lo eres.
– ¿Cómo estás tan seguro de eso?
– Tengo esa corazonada.
– ¿Y por qué nunca he tenido una falta o algo así?
– Porque aún no ha llegado el momento, pero algún día, cuando menos te lo esperes, estarás esperando un niño.
Byakuya soltó su mano para acariciar el vientre de su esposa a través de las mantas, y luego se fue acercando poco a poco hasta posar un suave beso en su frente. Hisana tuvo que cerrar los ojos al notar que estaba a punto de llorar de nuevo por las acciones tan cariñosas de su marido.
– Byakuya-sama –susurró casi sin voz.
– Ahora tienes que descansar, Hisana –Byakuya le hablaba con suavidad sin despegar los labios de su frente–. Te recuperarás y todo volverá a la normalidad.
– ¿Y tendremos un hijo? –Preguntó mientras un par de lágrimas resbalaban por sus mejillas.
– Sí, lo tendremos –Byakuya secó las lágrimas de su mujer con la mano, acariciando así sus mejillas–. Ahora prométeme que dormirás o si no haré que Unohana venga a casa.
– Intentaré dormir, lo prometo.
– Mucho mejor así –y entonces separó los labios de su frente para besar a su esposa.
Pero aunque Hisana descansara, aquellos mareos no cesaban. Incluso estando tumbada llegaba a perder el conocimiento, y Byakuya, que no podía seguir viéndola así, la llevó al cuarto escuadrón.
– Su esposa está muy delicada, Kuchiki-sama –informó Unohana una vez había terminado una serie de pruebas con Hisana–. Está muy débil.
– ¿Y sabe por qué?
– Aún no. Tendrá que quedarse aquí mientras le seguimos haciendo pruebas.
– ¿Cuánto tiempo tendrá que estar aquí?
– No lo sabemos, Kuchiki-sama. Hasta que encontremos las causas de sus desmayos y su debilidad.
– ¿Y lo encontrarán? ¿Podrán salvarla?
– Haremos todo lo posible, no se preocupe.
Byakuya asintió levemente aunque sabía que aquello no pintaba nada bien. No habían encontrado nada, ni un solo indicio que pudiera explicar lo que le sucedía a Hisana. Lo único que se sabía es que sus defensas estaban bajas, pero se desconocía la causa. Al pelinegro no le gustaba aquello, en especial aquella frase que le había dicho Unohana: "Haremos todo lo posible".
Esa frase se repetía una y otra vez en su cabeza, no le dejaba tranquilo. Sabía que los médicos lucharían con todas sus fuerzas para salvar la vida de Hisana, ¿pero cómo se puede luchar contra un enemigo que no da la cara? ¿Cómo vencer si no conoces a tu contrincante?
A veces no es suficiente el arduo trabajo, a veces simplemente el enemigo llega antes y termina contigo. Byakuya era consciente de ello, sabía cuál era la realidad, pero no iba a tirar la toalla. Sencillamente, no podía rendirse. Tenía que luchar por ella y lo haría hasta el final.
– ¿Puedo verla? –Preguntó finalmente.
– Claro –contestó Unohana–. Pero controle que no haga muchos esfuerzos.
– Descuide.
Al entrar en la habitación vio a Hisana tumbada de lado, con las piernas levemente flexionadas y las manos muy juntas y cerca de su pecho.
Estaba dormida.
Byakuya se acercó a la cama donde descansaba su mujer y pudo notar su respiración, tranquila aunque algo débil. Estaba muy pálida y se notaba que en las últimas semanas había perdido mucho peso. El pelinegro se sentó en una silla que había al lado y suspiró sin apartar la mirada de ella. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Apenado por el estado de su mujer acercó una mano para colocarle el pelo que le caía sobre la cara, y luego acarició suavemente ese cabello que tanto le gustaba. Byakuya sonrió levemente, visiblemente triste, pero aliviado de verla dormir tan tranquila y sin molestias. Besó suavemente su frente, con cuidado de no despertarla y luego esperaría en silencio hasta que ella despertara, sin dejar de acariciar su pelo.
– No voy a ir, comandante.
– Es una orden taicho, no puede negarse.
– Claro que puedo, y lo seguiré haciendo. No voy a ir a esa misión así que no vuelva a llamarme.
Byakuya salió del primer escuadrón sin dirigirle la mirada a nadie más, caminando rápidamente hacia el cuarto escuadrón, donde seguirían haciéndole pruebas a su esposa. Iba a entrar en la habitación que le habían asignado cuando vio a Unohana acercándose a él.
– Kuchiki-taicho –saludó ella.
– ¿Han averiguado algo? –Preguntó Byakuya directamente. Su ánimo volvió a desmoronarse al ver como la capitana negaba con la cabeza.
– Nada, seguimos sin saber el origen de sus desmayos.
– Cada vez son más frecuentes –dijo el pelinegro casi en un susurro–. Y más intensos y duraderos.
– Lo sé Kuchiki-taicho, la salud de su esposa se resiente cada vez más.
– ¿Y no se puede hacer nada? –Volvió a recibir una negación como respuesta.
– Estamos haciendo todo lo que está en nuestras manos, taicho.
– Eso ya me lo dijo la primera vez, así que ahórrese sus palabras y salve a mi mujer –Unohana suspiró.
– Comprendo su dolor en estos momentos, pero no sé si encontraremos una cura para esta dolencia.
– Eso poco me importa, haga lo que tenga que hacer y sálvela antes de una semana.
– Es imposible, aún no tenemos nada claro.
– Tiene que hacerlo. Debo partir dentro de una semana y no pienso abandonarla en ese estado.
Byakuya abrió la puerta de la sala antes de que Unohana volviera a replicar y entró en la habitación. Hisana estaba tumbada en la cama pero despierta, y sonrió levemente con felicidad al ver a su marido. Ella sabía que no había mejor medicina que la simple compañía de su esposo, solo con tenerle cerca olvidaba su cansancio y sus dolores. Solo necesitaba sentir su mano sobre la suya para notar cómo le embriagaba la alegría y la paz.
– Hola –susurró ella aún con esa sonrisa.
– Hola –dijo él sentándose a su lado y tomando su mano–. ¿Cómo te encuentras? –Preguntó justo antes de besar la mano de su mujer.
– Mucho mejor ahora que estás conmigo –él le sonrió levemente intentando esconder su tristeza y preocupación, pero Hisana le conocía demasiado bien, era imposible ocultarle algo a su mujer–. No te preocupes –dijo ella–, pronto volveré a casa, verás como todo sale bien.
Byakuya suspiró y cerró los ojos: – No han encontrado nada Hisana, no saben qué te pasa.
– Lo sé, lo veo cada vez que entras aquí con ese rostro tan preocupado.
– Cada día que llego vuelvo a encontrarme con una negativa por parte de los médicos, no encuentra nada… desearía que mañana, cuando venga a verte, me digan que ya saben lo que tienes y que pueden curarte.
– Seguro que pronto lo descubren, ellos me salvarán, tienes que confiar –él suspiró.
– Me siento impotente –dijo.
– ¿Por qué?
– Porque no puedo hacer nada por ti, no puedo ayudarte. Lo único que puedo hacer es esperar a que llegue una buena noticia.
– Y esa noticia llegará –Hisana agarró su mano con fuerza–. Sé que soy enfermiza y débil, pero siento que revivo cuando estás a mi lado. Contigo seré capaz de aguantar.
Byakuya la miró con tal tristeza a los ojos que esta vez Hisana se asustó más que nunca.
– Byakuya-sama, ¿qué ocurre? ¿Te han dicho algo que yo no sepa? –Byakuya negó–. ¿Tengo una enfermedad crónica? ¿Me dejará secuelas? –Volvió a negar repetidamente–. ¿Entonces qué ocurre? ¿Por qué estás tan triste?
– Porque estoy preocupado por ti.
– No… hay algo más aparte de esto. Tú no eres así, nunca estás tan decaído, sueles ser tú el que me consuela y el que me anima a seguir adelante –Byakuya cerró los ojos sabiendo que ella tenía razón–. ¿Qué ocurre, Byakuya-sama?
El hombre suspiró antes de empezar a hablar: – Hay una misión –Hisana sintió que se le encogía el corazón al escuchar esas palabras–. Y quieren asignarme a mí como líder del equipo… me he negado a ir pero…
– Son órdenes –dijo Hisana en un susurro, finalizando la frase por él.
– Sí –susurró Byakuya–, y volverán a insistir. No les importa que estés aquí.
– Nunca les he importado –susurró la mujer con lágrimas en los ojos–. Siempre fui la chica del Rukongai que conquistó el corazón de un noble para quedarse con su dinero. Siempre he sido repudiada por los nobles y el Seireitei.
– Hisana no pienses en ello, no te hace bien.
– Byakuya-sama –dijo ella mirándole y empezando a llorar–. No te vayas por favor, no me dejes sola.
Byakuya suspiró creyendo que se desplomaría allí mismo después de ver a Hisana así, al ver esos ojos tan tristes y suplicantes, aquellos ojos violetas que le pedían a gritos que no se fuera. Sacó fuerzas de donde no las tenía y se puso en pie para abrazar a Hisana. Ella le rodeaba con las pocas fuerzas que le quedaban, agarrándole del haori y sin poder evitar el llorar.
– No llores –le susurró Byakuya al oído mientras acariciaba su pelo.
– Quédate conmigo –suplicó ella llorando–. Quédate, no te vayas.
La noche cayó en el Seireitei cuando finalmente el pelinegro puedo calmar a su esposa. Estaba dormida de lado, en posición fetal, y tenía un aspecto tranquilo, pero Byakuya aún podía notar la palidez de su rostro y una delgadez que cada vez le preocupaba más. De repente vio que Hisana temblaba. Se acercó y tocó suavemente su mejilla.
Estaba helada.
Buscó una manta en el armario y se la tendió por encima con cuidado de no despertarla, pero aún así su mujer seguía tiritando de frío. Sabía que no le quedaba otra solución.
Se quitó el kenseikan, la bufanda y el haori, quedándose solo con su traje de shinigami. Separó las mantas y con cuidado se tumbó a su lado, abrazándola por detrás y dándole calor. Pronto pudo sentir como su mujer dejaba de temblar, emitiendo un leve suspiro. Byakuya cerró los ojos e intentó tranquilizarse, aspirando el aroma del cabello de su esposa. La quería con todo su ser, daría lo que fuera por ella y aún así sabía que el destino sería cruel con él, y también con ella.
Y hasta aquí por hoy. Espero que les haya gustado, el siguiente capítulo lo publicaré dentro de una semana, seguramente el viernes ^^
Y dentro de poco también actualizaré en "I'll wait for you", solo esperen un poquito más :P
¡Cuídense y dejen muchos reviews! :D ¡Nos vemos en el siguiente!
