Hola^^

Se me ocurrió escribir este fic como regalo de cumpleaños para nuestros queridos gemelos.

Siempre he tenido miles de ideas sobre ellos, pero me decidí por una importante que siempre me había llamado la atención, sobre cual podría ser el desencadenante final del cambio de Saga y la actitud de Kanon ante su situación en el Santuario. Es un fic muy corto, ya que solo tiene 3 capis y me dio la sensación de que podría haber contado más. Pero quien sabe, tal vez en un futuro vuelva a escribir sobre ellos.

Sea como sea, espero que os guste y que lo disfruteis.

Y por supuesto, ni que decir que los personajes pertenecen a su creador^^

¡Gracias y feliz lectura!


CAPÍTULO 1: OSCURA CONSPIRACIÓN

Era un día de regocijo. La reencarnación de Atenea, un bebé indefenso al que todos ya veneraban, había llegado al Santuario. Con su presencia, no solo se colmaban los corazones de sus fieles protectores, sino que también germinaba la idea de una guerra venidera.

Kanon había estado meditando sobre el asunto, medio tumbado sobre las rocas en la zona más recóndita e inaccesible del Santuario, donde solía entrenar en solitario. Desde que se hubiera enterado de la buena nueva, miles de ideas martilleaban su mente. Y ninguna estaba impregnada de bondad…

Llevaba años esperando una señal que revelara que era el momento de decidirse y provocar un cambio en su monótona vida. Se había limitado a ser fiel a las exigencias del Patriarca y de su hermano, a resignarse desde temprana edad a ser una sombra, alguien desconocido para los habitantes del Santuario. En un principio la idea le pareció injusta y descabellada, pero con el tiempo logró sacarle bastante partido. No solo sabía hacerse pasar por Saga a la perfección, sino que también había aprendido a observar a los demás, a indagar y a encontrar lugares e información que nunca pensó que hallaría. Todo aquello, unido a su entrenamiento personal, le había dado un poder que jamás creyó alcanzar.

Era consciente de que si debía ser el suplente de su hermano, su entrenamiento como posible caballero de oro debía ser intachable en cuanto a la técnica, intentando llegar al nivel de Saga. Lo divertido surgía después, cuando entrenaba en soledad, cuando urdía sus planes ocultos. Los que Saga, por supuesto, desconocía.

Cerró los ojos al sentirse reconfortado con los rayos del sol bañando su rostro y sonrió ante la oportunidad que por fin se le presentaba. Atenea. El bebé…

Detuvo sus cavilaciones al sentir el cosmos de su hermano aproximándose. Saga era predecible en ese aspecto. Siempre se exponía para evitar alertarle, puesto que Kanon lograba ocultarse de forma prodigiosa al mínimo indicio de presencia humana. Aun no había llegado el día en que Saga le tomara por sorpresa y Kanon era consciente de que eso jamás ocurriría. Parte de su entrenamiento exclusivo era pasar desapercibido.

—Kanon —le saludó su gemelo, proyectando su sombra sobre él. El apelado abrió los ojos y levantó la vista para mirarle—. Ya lo sabes, ¿verdad?

—Todo el Santuario lo sabe —se limitó a responder Kanon, mirando la armadura de Géminis que recubría el cuerpo de su hermano—. ¿Reunión importante? —dedujo.

—El Patriarca Shion nos ha convocado para darnos la gran noticia. Por fin Atenea está entre nosotros —dijo con cierta alegría que no pudo ocultar. Kanon enarcó una ceja y miró al frente, sin saber si burlarse de él o no. Optó por hacer lo segundo.

Era consciente de que Saga tenía un comportamiento intachable como caballero de oro igual que como persona. Era apreciado y querido en los alrededores, donde consideraban que su bondad era casi divina. Kanon quería reírse de ellos. Eran ilusos que desconocían lo que de verdad ocultaba su hermano, su otro yo. Y él era el único que lo sabía…

Llegar a esa idea y detenerse en ella ante la presencia de un honorable Saga, le hizo sonreír con suficiencia.

—¿Qué? —preguntó Saga extrañado al ver su mueca. Kanon le miró, levantando la vista, sin moverse del sitio—. ¿Qué es tan divertido?

—La verdad —dijo con aire misterioso, levantándose.

Kanon se quedó de pie frente a un extrañado Saga. Su similitud era pasmosa. Tenían el mismo color y forma de pelo, los mismos ojos… Aunque uno portaba armadura y otro no. Sin embargo, las diferencias de ambos eran internas.

—Imagino que tu querido Patriarca, el mismo que NO te nombró para sucesor —instigó haciendo hincapié en la negación, mientras Saga se ponía serio— no te hará ir a comprarle los pañales, ¿verdad?

Kanon sonrió con suficiencia mientras se estiraba.

—Ni siquiera voy a molestarme en responder a eso —dijo Saga intentando parecer relajado, aunque su mandíbula se veía tensa.

Kanon le miró un momento y luego, tras hacerle un gesto de despedida con los dedos, comenzó a alejarse de su hermano, dejándole con la palabra en la boca. No le importaba si Saga iba a hablar con él o si tenía planes de entrenar… no le apetecía verle. Al menos no aun; no mientras estuviera feliz por el milagroso acontecimiento del que todos se alegraban.


Aquella noche Kanon apenas podía dormir. Tumbado en la cama de su cabaña perdida, la que comenzó a habitar desde que se hubiera negado a compartir con su hermano la casa de Géminis, miraba hacia el techo agrietado. Estaba nervioso y la adrenalina se había disparado. Sentía como si todos estos años hubiera vivido un enorme letargo del que había despertado en el mismo instante en que Atenea llegara al Santuario. Y no precisamente porque adorara a la diosa…

Algo dentro de él le decía que debía poner en marcha su plan. Aquel que hubiera estado tramando tantos años; primero esbozado como la idea soñadora de quien quiere librarse de su mala estrella, después como algo que tomaba verdadera forma.

Decidido a utilizar una de sus posibilidades, salió de su cabaña, consciente de que era de madrugada y de que casi todo el Santuario dormía. Esquivó a cada uno de los guardias. Tiempo atrás, se había aprendido las rondas, los turnos y puestos de vigilancia, de modo que aquello no suponía un problema. Era uno de los privilegios de los que gozaba por no ser nadie en el Santuario. En un suspiro, llegó a la casa de Géminis.

Sigiloso entró en la vivienda, caminando entre las sombras. Conocía el camino a la perfección porque, aunque no viviera allí de manera oficial, había entrado innumerables veces. En unos pasos, alcanzó el dormitorio donde descansaba su hermano. El caballero reposaba apaciblemente, con apenas la luz de la luna iluminando su rostro relajado. La habitación estaba en penumbra y tan solo se intuían las formas y objetos. Kanon se acercó hasta la cama, le observó un momento y luego se sentó en una esquina dispuesto a esperar.

Reinaba el silencio, solo quebrado por la respiración constante de Saga, que estaba en calma. Kanon había ido incontables veces allí con el mismo fin y sabía que solo era cuestión de tiempo. La espera era lenta, pero el joven, siempre había sido paciente. Esa era una de sus virtudes. Había esperado años y años para llevar a cabo sus planes, los que sabía que nunca podrían llevarse a cabo si no era con ayuda de su hermano gemelo. O al menos era lo que su mente le repetía, incapaz de seguir adelante si no era aunando sus fuerzas.

Aquella calma presente, hizo que él mismo se relajara. Estaba empezando a sentir como los párpados se le caían por el sueño, por el agotamiento de no haber dormido en absoluto, y ya iba a reprenderse a sí mismo por su debilidad, cuando empezó.

Saga comenzó a revolverse entre sueños, igual que hubiera hecho esporádicamente cuando eran aprendices y, de manera más frecuente, desde que consiguió la armadura de Géminis. Kanon se incorporó del sitio y se acercó con cautela a la cama. Los resultados de aquello eran imprecisos y recordó como en una ocasión casi acabó mal para ambos. Esa hubiera sido una buena oportunidad para haberse deshecho de él y quedarse con la armadura. Cualquier otro cobarde habría optado por esa opción. Pero la mente de Kanon buscaba algo más que una simple armadura de oro…

Su gemelo murmuraba algo entre sueños, inquieto. Kanon encendió la luz para cerciorarse. El cabello de su hermano comenzó a cambiar de tonalidad y Kanon sonrió. Recordó como le había parecido extraño la primera vez que lo vio y como ahora se había vuelto una costumbre. Tomando aire, le zarandeó.

—Saga… —dijo con voz firme—. Despierta.

Entonces su hermano abrió los ojos. Unos ojos rojos que le miraron fijamente, como un animal enjaulado al acecho y dispuesto a atacar a su presa. Saga se incorporó de golpe, desorientado, quedando sentado sobre la cama, aun medio tapado por las sábanas. Miraba fijamente a Kanon que, de pie, trataba de no inmutarse.

El cambio de Saga tenía una duración variable y Kanon sabía que debía ser rápido o de otro modo, perdería la valiosa oportunidad que se le presentaba.

—Saga —dijo con voz segura, tanteando el terreno ante la imprevisibilidad de su hermano, que le miraba con ojos rojos atentos—, escúchame. Tengo planes para nosotros.

—Tú —gruñó Saga, ladeando la cara para mirarle detenidamente con aire enajenado, casi como si solo le hubiera visto un par de veces en toda su vida—. Eres ese… Mi igual…

Kanon se extrañó y entrecerró los ojos un momento, preguntándose si Saga, cuando predominaba su lado bueno, olvidaba lo que decía y hacía con el lado malvado. Así era como había bautizado a los cambios de personalidad de su hermano.

—No soy tu igual. Bueno, solo físicamente. Y ahora mismo nos parecemos bien poco —dijo Kanon con cierta ironía—. Escúchame Saga — su hermano le miró, clavando en él esos ojos rojos aterradores—. He ideado un plan que nos posicionará a ti y a mí como iguales. Nada de armaduras de oro, ni suplencias. La idea es

Las palabras de Kanon se vieron interrumpidas cuando Saga se abalanzó sobre él y le agarró del cuello. Kanon dio unos pasos hacia atrás, sin poder impedirlo, sintiendo la presión de los dedos de su hermano. Saga le empujó contra la pared, dejándole aprisionado. Kanon supo que debía defenderse si no quería acabar mal. Sin embargo, algo dentro de él le decía que esperara.

—Tú eres mi sombra. No tienes derecho a hablarme —dijo la voz oscura de Saga en su forma maligna, mientras Kanon tensaba la mandíbula y trataba de respirar, y sobre todo de no oponer resistencia y acabar peleando abiertamente—. Ni mucho menos tienes derecho a decirme lo que tengo o no que hacer. Yo doy las órdenes y tú solo eres mi marioneta… Kanon.

Saga presionó mas el cuello de su hermano, ajeno a cualquier dolor y, casi con asco, le soltó. Kanon cayó al suelo de rodillas, tocándose la garganta. Le dolía sobremanera, pero no había querido defenderse. No sin saber que cartas estaban jugando. Y Saga estaba jugando a ser el tirano, el amo y señor. Kanon sabía que nunca escucharía un plan en el que ambos fueran iguales, no en ese momento.

Maldiciéndose a sí mismo por haberle despertado y por sus absurdas ideas, salió de la habitación y de la casa de Géminis, dejando a su hermano de pie en el dormitorio. No sabía si Saga volvería en sí, si se dormiría de nuevo o si recordaría algo de lo ocurrido esa noche. Solo estaba seguro de una cosa, y era que no podría manipularle de ese modo. El lado oscuro de Saga era demasiado poderoso, demasiado maligno.

Tendría que recurrir al plan b…