Un día, veinticuatro horas
Nota aclaratoria:
Robotech es propiedad de Harmony Gold.
Antes de que el lector comience a leer este fanfic, debo declarar que la idea original no es mía, sino de Tayra, autora del fic "Inocencia". Ella me comentó en un chat la idea de escribir un fic que tuviera a Angelo Dante y a Dana Sterlingh como protagonistas.
Al final me he animado a escribirlo yo, pero debe quedar bien claro que la idea original es de ella. Desde siempre, he tenido un aprecio especial por la Cruz del Sur, la segunda generación de Robotech, y he comprobado que apenas existe material escrito en español basado en esta parte.
También quiero enviar un saludo a Ameban, autora de "Viñetas letra-K", quien me demostró que se pueden escribir fics de Robotech sin tener que recurrir a los temas de siempre.
Mi idea es desarrollar el argumento central del fic entre los capítulos 47 y 48 de la serie, aunque la historia comience justo después de los acontecimientos del capítulo 60. No pienso escribir una historia con muchos capítulos, e iré desarrollándola a medida que pueda.
Prólogo
"…para los ganadores de la Segunda Guerra Robotech, la victoria será muy amarga. Su nueva sociedad deberá tratar de reconstruirse, pero esta vez, les espera un futuro muy incierto, ya que esperan la llegada de los invid".
(Palabras finales del episodio 60 de Robotech, "Catastrophe")
Técnicamente, la guerra contra los Maestros de la Robotechnia había finalizado hacía cuatro horas. Cuatro horas desde que Zor hiciera estallar la nave de mando de los creadores de la robotechnología y de los zentraedi sobre las ruinas del SDF-1. Cuatro horas desde que la semilla de la Flor de la Vida se extendiera por los cuatro puntos cardinales, convirtiendo a la Tierra en un invernadero donde germinaría la protocultura.
Aquellas horas, como afirmaron en años futuros historiadores especializados en las guerras Robotech, fueron el principio de la Tercera Guerra Robotech. Las hordas invid, alertadas por el Sensor Nébula ya estaban de camino. Y aquel acontecimiento hizo que la Tierra brillara para ellos como la luz de un faro costero en la oscuridad de la noche.
Pero para el ejército de la Cruz del Sur no era momento para pensar en el enemigo que estaba por venir, sino en necesidades más urgentes. Era necesario coordinar las fuerzas restantes y reagruparlas. Los escuadrones de operaciones tácticas y de defensa civil fueron los que sufrieron más bajas durante el asalto final de los biorroids a Ciudad Monumento. La idea del comandante supremo Leonard de jugarse el todo por el todo tuvo como resultado una victoria pírrica. Por lo menos, en el final de la Primera Guerra Robotech, la Tierra sólo tuvo que lamentar la pérdida del SDF-1. Ahora, al ejército de la Cruz del Sur sólo le quedaban menos de las dos quintas partes de sus fuerzas operativas.
Ciudad Monumento, situada cerca de los restos del SDF-1 (dónde irónicamente se hallaba la matriz de protocultura) se hallaba arrasada. Apenas quedaban edificios intactos. Las calles estaban repletas de escombros, de automóviles abandonados a su suerte por sus dueños durante el ataque final. También se podían ver en las aceras, con sus pilotos heridos o muertos, veritechs Sparta y biorroids convertidos en chatarra. Si se cambiaran aquellos vehículos fruto de la robotechnología por los restos de tanques y unidades militares alemanas de la Segunda Guerra Mundial, Ciudad Monumento sería prácticamente idéntica al Berlín devastado por los rusos en los días finales de la Segunda Guerra Mundial.
Entre los soldados integrantes de las unidades dispersas de defensa civil que rescataban a los sobrevivientes de los montones de escombros de las zonas residenciales, había un hombre que tenía su propia misión.
Era Angelo Dante, sargento del 15º escuadrón de operaciones tácticas. Le habían encomendado localizar a la teniente Dana Sterlingh, su oficial superior, que tras escapar de la nave de Zor minutos antes de que explotara había "desaparecido". Pero Angelo sabía dónde encontrarla. Así se lo dijo a la comandante Nova Satori, de la Policía Militar. Ella le dijo que si no la encontraba, él se convertiría automáticamente en el nuevo jefe del 15º escuadrón.
Angelo aceptó la tarea de buscarla. No quería que le ascendieran a jefe de escuadrón en aquellas circunstancias. El resto de sus compañeros (Bowie Grant, Louie Nicholls y Sean Phillips) pensaban igual. Para ellos, Dana era su única comandante.
El sargento anduvo por las calles de la ciudad moribunda, mientras los pétalos de las Flores de la Vida revoloteaban cayendo desde el cielo como copos de nieve en invierno.
"Hemos vuelto a ganar"…pensó Angelo caminando rumbo a la residencia donde se alojaban los miembros del decimoquinto escuadrón…. "¿Y a qué precio?" reflexionó retóricamente.
A diferencia del Cuartel General de la Cruz del Sur, que había sido literalmente desintegrado por un potente y certero disparo de una de las naves de asalto de los Maestros de la Robotechnia, la residencia de los soldados estaba intacta. La causa más probable era que a los saqueadores todavía no se les habría ocurrido pasarse por allí para robar comida o dinero. Angelo deseaba que su corazonada fuera cierta, ya que Dana, en su estado, totalmente desmoralizada, agotada física y mentalmente tras sentir como Zor la metía en la cápsula de salvamento antes de su sacrificio (valiente pero inútil), no podría defenderse de una agresión sexual… o de algo peor.
En la entrada del bloque se hallaba un letrero en el que estaba dibujado el emblema de los escuadrones de operaciones tácticas, muy parecido al escudo de la antigua monarquía británica. En medio del ambiente de victoria pírrica y de desolación que se vivía en la ciudad, el aire de grandeza que transmitía aquel símbolo era grotesco.
Angelo cruzó los pasillos, que estaban en silencio, sosteniendo su fusil con las dos manos, en constante alerta, como hiciera hacía varios meses en la misión de reconocimiento del interior del gigantesco crucero de los Maestros. Lo que hacía pocos días era lo más parecido a un hogar (cada soldado tenía una habitación con calefacción, cama y ducha, unas comodidades muy alejadas de las espartanas condiciones de los barracones de infantería que alojaban a los soldados en el siglo pasado) se le antojaba como un territorio potencialmente hostil.
Entró en sala de ocio, la más grande del recinto. Los cristales del ventanal por donde se podía ver el exterior estaban sucios y agrietados. Junto a una pared, estaba la máquina recreativa que trajeron por error (era para la residencia de los soldados del escuadrón de Marie Crystal) días después de que comenzara la guerra y que nadie se encargó de reclamar. Las sillas, las mesas y las estanterías seguían repletas de revistas, libros y polvo que se acumulaba tras la ausencia (ahora forzada) del personal de limpieza.
Entonces lo oyó. Notas de piano tocadas con desgana, caóticas, intentando hilvanar una melodía. Angelo la reconoció. Eran los primeros acordes de "The way to love", tocadas en el viejo piano de teclas luminosas usado en las celebraciones improvisadas de los soldados.
La teniente Dana Sterlingh se hallaba sentada delante del piano. Al igual que Dante, vestía la armadura de combate. Angelo se fijó en que Dana había depositado su casco encima del piano. El por su parte, se lo quitó y lo dejó encima de la mesa redonda que estaba al lado del dispensador de bebidas, dejando a continuación de sostener el fusil con las dos manos y llevándolo de nuevo en la espalda, sujeto con la cinta bandolera.
Dana repetía una y otra vez los primeros acordes de la canción, incapaz de prolongar la melodía más de treinta segundos seguidos.
"Cómo no teníamos suficiente a un pianista en el escuadrón" pensó Angelo acordándose de la afición de Bowie "ahora a nuestra teniente le da por aprender solfeo".
Dana dejó de tocar el piano. Afuera, continuaba la nevada de pétalos. La joven teniente, sin levantarse del taburete, se giró y miró a Angelo directamente a los ojos. Sus facciones estaban endurecidas, y apenas parpadeaba. El vitalismo que la caracterizaba se había transformado en una mirada seca, de expresión amarga.
Angelo se cuadró y se llevó la mano a la frente, en señal de saludo militar.
-Sargento Angelo Dante reportándose, teniente.
Dana devolvió el saludo. Lejos quedaban los días en que la joven no prestaba importancia a aquellos protocolos.
-Dígame, sargento.
-Teniente, la comandante Satori ha ordenado que usted se reúna con nuestro escuadrón a las 19:00 horas, cerca de las coordenadas SX-83.
Era la localización exacta de los restos del SDF-1 y de donde se hallaba guardada la matriz de protocultura. Debido a la destrucción del Cuartel General, sólo quedaban al frente de los restos de los escuadrones de Spartas y de la flota espacial los oficiales de graduación media. Querían reagrupar las fuerzas restantes para hacer frente a grupúsculos de biorroids que seguían combatiendo, ajenos al hecho de que los Maestros estaban muertos.
Al oír las coordenadas, Dana desvió la mirada al suelo. Allí, Zor había intentado poner fin al mal originado por su predecesor. El pensó que si destruía la germinación de la Flor de la Vida, la guerra acabaría, logrando justo lo contrario; que la Tierra volviera a ser objetivo de nuevos alienigenas.
Dana todavía sentía la sensación del fugaz beso de Zor en sus labios, antes de introducirla en la cápsula de escape. Angelo, por su parte, no quería salir de allí sin cumplir su misión.
-Dile a esa arpía de Nova que no cuente conmigo para dirigir el escuadrón- sentenció Dana, deseando que Angelo desapareciese de su vista.
-Teniente, sabe tan bien como yo que no puedo hacer eso.
Angelo se acercó a Dana y de un compartimiento de su armadura que hacía las funciones de bolsillo extrajo una flor. No se trataba de una Flor de la Vida, sino de una orquídea; la orquídea con la que Dana "adornó" el whisky que Angelo bebía la noche antes de la misión de reconocimiento en la recién derribada nave de los Maestros. "Es un amuleto" le había dicho la joven teniente en aquel momento de intimidad, en la placentera penumbra de la sala de ocio.
El sargento lo depositó encima del teclado del piano.
-No creo en la suerte-dijo Angelo- y aquel día me arruinó el whisky. Pero de una forma o de otra, sigo vivo. A lo mejor fue gracias a su amuleto, teniente.
Angelo se sentía inseguro. Sabía que la Dana con la que estaba en esos momentos no era la misma oficial joven, valiente y enérgica que nunca daba la espalda a los problemas y que se enfrentaba con cualquiera para defender sus convicciones. De la hija de Miriya y Max Sterlingh que llegó a discutir en persona con el mismísimo comandante supremo Leonard, afirmando que matar a los pilotos de los biorroids equivalía a matar a humanos, sólo quedaba aquel vivo ejemplo de dolor, incomprensión y amargura que Angelo tenía frente a él.
De repente, el sargento vio como las facciones de Dana se relajaban. Angelo se acercó más a ella. Entonces, algo se revolvió dentro de él. Como si un fuego del que sólo quedaran brasas luchara por renacer en su interior, como si la fuerza de la nostalgia luchara por imponerse a la razón. No era la primera vez que aquella mestiza fruto de un humano y una zentraedi lograra llegar al fondo de su corazón.
Después de la lucha dentro de la nave de los Maestros para liberar a la población de clones, de la muerte del general Emerson frente a los ojos de Bowie y Música, después de que Zor acabara con la vida del último Maestro vivo y quisiera dejar de ser una copia del inventor de la protocultura… Angelo sintió vértigo. Como si cayera desde un precipicio y no le importara chocar contra el suelo.
Dana y Angelo se miraron. Sin palabras, evocaron un recuerdo común. Un recuerdo feliz, lleno de pasión.
-Mi teniente…- susurró el, sin poder hacer nada para contenerse.
Dana le acarició las mejillas con las manos, atrayendo su rostro. Angelo la besó en los labios. Y a pesar de que ambos se encontraban vestidos con la armadura de combate y no podían sentir el contacto de sus cuerpos, se abrazaron.
Angelo hizo memoria disfrutando del sabor del beso de Dana. Aquel desliz que le hizo creer en el amor fue hace meses... una eternidad… aunque Angelo lo recordaba como si hubiese sido ayer.
