Nexum
La Virreina se da por perdida y como tanto tú como Lily y las demás que no son tus amigas porque te consideran poca cosa aunque seas noble, están perdidas, dando vueltas por el Cuartel General, recientemente egresadas de la Academia y al menos un par también con parientes cercanos perdidos en atentados de los Caballeros Negros. Suficiente odio acumulado como para chillarse las unas a las otras en busca de pelea sin sentido, descargar el estrógeno acumulado que los hombres no sacian porque aún creen en la decencia que les han inculcado y en la desconfianza que la Princesa Li Britania ha predicado entre todas.
Él se te acerca antes que Nonette o Dorothea. Es el demonio que temías al rezar en la Iglesia. Es tremendamente parecido a tu hermano. Es un cerdo sexista que no deja de fumar y días más tarde de aceptar la propuesta (¿Tenías opciones? Ibas a terminar haciendo trabajo de escritorio para siempre) les muestra a las cuatro unos vestidos ajustados y de escote tan prominente que más bien parece que fuera a ser el cafishio de unas prostitutas, no necesariamente de alta alcurnia. Lilliana lo aguanta todo con un par de ojos devotos, pero tú no eres tan idiota y te das cuenta de qué quiere ese hijo de puta cuando te pellizca la cintura y se declara tu confidente, mientras que desde otra de las plataformas, la señorita Kruszewski los mira como ausente, reparando su Vincent, con las herramientas en la mano y el anillo de matrimonio del que presumió poco antes de que las tres se graduaran, pendiendo de su pecho. En realidad te cuesta mucho no plantarle al tipo un golpe en el medio de la cara.
¿Pero qué diría tu hermano? ¿Qué merecía él? Y sin embargo, ¿cuánta vergüenza sentiría de verte cubierta por sangre y sudor entre las sábanas de ese falso Odín? Lo retaría a un duelo o se volvería a morir de vergüenza si estuviera vivo. Probablemente una cosa después de la otra.
Lilliana es más ingenua que tú. Te toma las manos en la cama, después de que la han poseído, descartándola entre risas y comentarios obscenos. Te dice que es un honor, delante de él, al que quieres apuñalar. Así que le acaricias el cabello, la tomas por los hombros y la llevas a dormir más cerca de ti, procurando no desobedecer las órdenes más absurdas, porque ya has probado su látigo y jurado quitárselo el día en que obtengas una promoción y él no sea más que pedazos diseminados por la tierra, que alguna turba ha conseguido asir en un descuido.
