Sabes que duele
Llegas al ensayo y te dejas caer sobre la silla, resoplando. Aunque en realidad tu casa está a cuatro pasos del edificio, la pereza siempre te pueda y llegas corriendo.
No tarda en sentarse en una silla cercana a la tuya la niña que siempre te habla y se comporta demasiado amable contigo para tu gusto.
Como siempre, te saluda y tú le devuelves el saludo con una sonrisa un poco forzada, porque no eres capaz de contestarle mal a una niña pequeña.
Miras alrededor y no sabes si lo que quieres es verle o no verle.
Empieza el ensayo, y te recuestas sobre el respaldo. El idiota de tu hermano decidió que no iría, que prefería quedarse en casa estudiando, no tiene sentido de la responsabilidad. Por su culpa estás solo. Relativamente, ya que el idiota de Kirkland sigue el primero de la cuerda, a dos sillas de ti. Y la niña, cuyo nombre es Lily sigue hablándote animadamente.
Y de repente, él entra en la sala. Cargado con su saxofón, se pone el primer de su cuerda, el asiento que le corresponde, justo detrás de Kirkland.
Contienes la respiración. Miras con odio como Kirkland le saluda, dándole la mano en un saludo amistoso, y él sonríe. El corazón empieza a latirte cada vez más fuerte.
Oyes como Lily te dice algo, pero no la escuchas realmente.
El director baja la batuta.
—Antonio, el día que llegues a tiempo te daré un premio.
Y él ríe. Esa risa melodiosa y perfecta que te hace querer sonreír. Pero, por supuesto, no sonríes.
Mientras él bromea con sus compañeros de cuerda y —para tu desagrado— con Kirkand, tú fijas la mirada en la partitura.
Estás locamente enamorado, lo sabes, pero nunca se lo has dicho a nadie. Nunca reunirás el valor suficiente para confesarlo.
Sabes que no es posible nada entre vosotros. Él tiene 32 años mientras que tú apenas acabas de cumplir los 16. Además, sabes que él es completamente heterosexual. Lo averiguaste cuando lo encontraste besándose pasionalmente con su novia, una rubia perfecta de ojos verdes.
Cada vez que Antonio te dirige la palabra, tu corazón salta, y lo único que deseas es poder ser una jodida mujer y tener diez años más, para al menos poder tener alguna posibilidad con él.
Pero no es así.
—Lovino —te llama Lily.
Tú le respondes y el ensayo continúa. Y cada vez que oyes a Antonio hacer una broma, o reírse, tu corazón se encoge, porque quieres ser parte de su felicidad.
De repente, una carcajada suena en la línea de saxofones, y no puedes evitar girarte, curioso.
Antonio pone una mano en tu hombro, aún riéndose, y Kirkland te lanza una mirada reprobatoria.
—Eh, Lovi, ¿tú sabes lo que es un escribano?
Ruedas los ojos.
—No, que va, ¿cómo podría saber eso? —respondes sarcásticamente.
—¡Él que escribe!
Antonio y sus compañeros vuelven a reírse y aprietas los labios, sabiendo que se ríen de algo que no entiendes.
Pasa el ensayo, y una vez fuera, te esperas con Lily hasta que vengan a recogerla, porque es una niña pequeña y no puedes dejar que se quede sola.
Pasa media hora y la gente se va marchando. Lily te da conversación, pero tú estás ocupado, y es que Antonio sigue ahí, hablando con otro hombre que conoces.
Por fin, vienen a recoger a Lily, donde sólo quedabais vosotros dos, Antonio y su amigo.
—Adiós —se despide la pequeña.
—Adiós —le respondes, sonriendo.
Cuando te alejas, oyes a Antonio gritar.
—¡Adiós Lovino!
—¡Adiós, idiota! —respondes de nuevo, luchando por no girarte hacia él.
Vuelves a tu casa y conforme llegas vas aminorando el paso.
Duele. Duele mucho. No te gusta nada, no puedes soportarlo. Tienes ganas de llorar de la impotencia y el dolor en tu corazón ya es insoportable.
Pero no puedes hacer nada, excepto aguantarte y observarle, deseando poder cumplir tus sueños algún día, pero sabiendo que no se harán realidad.
