DISCLAIMER: Los personajes de Once Upon a Time son propiedad de Kitsis/Horowitz.
Las canciones que dan título a cada uno de los capítulos -y a la historia misma- son propiedad de sus respectivos autores

Características del fic:

- Pareja: Princesa Aurora/Killian Jones (Sleeping Hook)
- Canon hasta "Tiny"
- Rating: T

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Capítulo 1.
Sometime around midnight

Killian observaba de manera ausente cómo el sol desaparecía bajo la línea del océano en el horizonte. Tenía la pierna izquierda encogida, sobre la cual apoyaba su mano ahora carente de garfio, mientras su pierna derecha se balanceaba al ritmo de la marea debajo del muelle. La temperatura había comenzado a descender desde hacía un par de horas atrás, y una vez que el sol desapareciera por completo, el frío del otoño cubriría todo a su alrededor. Tal vez lo mejor era ponerse a cubierto antes de que eso sucediera, el problema era que él no tenía a dónde ir.

Respiró profundo y el aire salado causó una presión en su pecho. Otro día más estaba terminando justo frente a sus ojos y él no pudo hacer más que sentirse enfermo. Lleno frustración e impotencia porque su estadía en el infierno conocido como Storybrooke aún continuaba. Apretó su puño y por enésima vez maldijo a Cora por haberlo condenado.

Había pasado mucho tiempo desde que ambos habían logrado llegar a este mundo… y conseguido que toda esa bola de campesinos barrieran el pueblo con sus traseros, encabezados por Blancanieves y su hija, y siendo ayudados por Regina y Rumplestiltskin. Ése maldito cocodrilo al que había fallado en despellejar con sus propias manos.

La ira explotó en su interior, rasgando cada parte de su piel.

Sólo hubo un error en todo su plan, un jodido error que, para variar, había sido culpa suya. Cuando Cora se había dispuesto a acabar con lo más preciado para su hija y para Emma Swan, su hijo, Killian había intervenido, poseído por quién sabe qué porquería, y entonces todo se había ido al traste antes de que tuvieran tiempo de replegarse para armar un contraataque. Cora había terminado hecha cenizas, claro, no sin antes condenar a todos a la imposibilidad de regresar al Bosque Encantado y, por supuesto, de castigarlo a él por haberla traicionado. Por segunda ocasión. Sin dudas, no habría esperado menos de aquella mujer con una personalidad tan encantadora. Killian había visto su barco arder hasta que sus restos fueron tragados por el mar, justo en el mismo muelle donde ahora estaba sentado,

Luego de eso, había sido capturado y puesto en una celda por el rey James, conocido en este mundo como David Nolan, donde él había esperado que lo dejaran pudriéndose. Sin embargo, hacía tres noches, casi dos años después, lo habían liberado porque, en sus palabras, "ya no era un peligro para nadie". Demonios, eso había sido el golpe que había terminado por poner su desvencijado orgullo en el suelo.

Ya no era una amenaza para nadie.

¡Y por supuesto que no lo era! No cuando ellos tenían a su favor la poca magia que habían logrado invocar desde su mundo y él no tenía nada. Ni siquiera un maldito techo que poner sobre su cabeza.

Cora, espero que estés pudriéndote en el infierno, maldita bruja…

Una amarga sonrisa apareció en su rostro ante tal pensamiento y la ironía que representaba. Al parecer su destino y el de Cora no eran tan diferentes. Cada uno estaba disfrutando de su pequeño trozo de infierno personal, pero él esperaba que el de Cora fuera un poco peor que el suyo. No, ¿a quién quería engañar?, esperaba que fuera muchísimo peor.

Al menos, mi vista es mejor que la tuya, pensó al mirar hacia el horizonte otra vez.

Y eso sólo le recordó todo lo que había perdido.

Jamás volvería a surcar los mares ni a buscar tesoros o vivir aventuras. Estaba condenado a pasar el resto de su patética existencia atascado aquí, en este maldito pueblo, donde era odiado y ya no temido, hasta que sus ojos fueran tragados por los gusanos. Malditos fueran los dioses también. Había sacrificado tanto, soportado tanto, sólo con la firme certeza de que tarde o temprano terminaría obteniendo su venganza, y todo se había ido al carajo porque él no había podido resistirse a hacer un acto noble de último minuto. Algo para ayudar a una mujer que sólo había sido una piedra en su camino desde el principio.

Su padre se lo había dicho en más de una ocasión: ser noble o que te importen los demás conlleva tomarse demasiadas molestias, molestias que sólo arrancarán un trozo de ti cuando menos te lo esperas y te dejarán sangrando en el piso, agonizando. Así que si eres inteligente, Killian, no dejarás que eso pase. La última vez que se lo había dicho había sido justo antes de dejarlo abandonado a su suerte en un maldito puerto. Si el hombre siguió su propio consejo, él debió ser un poco listo e imitar su ejemplo.

Maldición, tenía que dejar de quejarse. Se merecía el agujero donde estaba hundido ahora.

Su cuerpo se tensó en alerta de repente cuando supo que no estaba solo. Se puso de pie de un salto y por instinto llevó su mano derecha hacia la funda de su espada, sólo para descubrir que ésta estaba vacía. Swan se había negado a devolvérsela al liberarlo. Demonios.

Estaba comenzando a mentalizarse en usar sus… su mano para defenderse cuando finalmente vio a quien estaba parado al inicio del muelle. Habría esperado que se tratara de su cocodrilo, dispuesto a ponerle fin a su existencia de una vez por todas, pero en su lugar se encontró con un anciano. El hombre había dejado caer su caja de herramientas con sorpresa y tenía las manos alzadas en gesto de paz.

—Sólo vengo a quitarle el óxido a esos remaches —dijo con calma, apuntando con su dedo al pasamanos que delineaba el muelle.

El cuerpo de Killian se relajó un poco, pero su mirada recelosa permaneció en el viejo mientras éste hacía lo que había dicho. Si le había tomado quince minutos terminar el trabajo, habría sido demasiado. El hombre era demasiado habilidoso a pesar de su edad. Sostenía una linterna, apoyándola entre la barbilla y el cuello, mientras sus manos utilizaban una cuña y una lija para raspar el óxido de la estructura de metal.

—La sal del mar hace que se oxiden demasiado rápido —comentó con una sonrisa. A Killian le dio exactamente lo mismo. No tenía ganas ni tiempo para perder entablando charlas inútiles. Bueno, eso no era realmente cierto: le sobraba tiempo.

Una vez que hubo terminado con su tarea, el hombre terminó de recoger sus cosas y se puso de pie. Killian había dejado de prestarle atención hasta que lo escuchó hablarle de nuevo.

—Me vendría bien algo de ayuda en mi taller —dijo acercándose un par de pasos—. No puedo pagarte con dinero, pero te ofrezco una habitación y parte de mi cuenta en Granny's.

Killian apoyó el pie contra el cajón de madera donde había estado sentado, y rodó los ojos con hastío.

—¿Qué le hace pensar que yo podría querer ayudarlo, viejo?

El hombre encogió un poco los hombros y sonrió, ignorando la acidez y la falta de cortesía en sus palabras.

—Pensé que podrías aprovechar mejor tú tiempo. El mar seguirá allí sin importar que estés mirándolo o no. —Guardó silencio durante unos segundos, tal vez esperando a que Killian respondiera, y cuando él no lo hizo, añadió—: Si cambias de opinión, estoy seguro de que sabrás donde encontrarme.

Killian lo vio recoger su caja de herramientas y luego alejarse por el camino que había tomado al llegar. Tan pronto como volvió a encontrarse solo de nuevo, Killian respiró profundo y miró a su alrededor. La oscuridad de la noche comenzaba a cubrir el pueblo y la brisa transformada en una fuerte corriente de aire frío, tironeaba de los extremos de su abrigo con violencia. Ni siquiera quería pensar en que no había probado bocado en los últimos tres días. Tal vez debería comenzar a considerar seriamente la posibilidad de dejarse morir tirado en el muelle para así hacer más corta su existencia.

No, replicó casi al instante una voz dentro de su cabeza.

No estaba en su naturaleza darse por vencido y no comenzaría ahora. Porque Killian Jones pertenecía a la clase de hombres que peleaba con todo lo que tenía hasta que llegara al límite de sus fuerzas. Tal vez su oportunidad de venganza se hubiera arruinado, pero eso no significaba que jamás volviera a repetirse. Y si él quería vivir para ver ese día, aún cuando todo parecía estar en su contra, debía aprovechar las pequeñas oportunidades que la vida le ofrecía en el camino para que, cuando llegara el momento que tanto esperaba, esta vez pudiera tomar ventaja y lograr finalmente su cometido.

Sólo tenía que sobrevivir hasta ese día. Sólo eso.

Y fue con esa idea que caminó de vuelta al pueblo. Él no era un perro que se lamía las heridas tras una pelea, era un león que se erguía y las celebraba, pavoneándose entre los otros.

Hallar el taller del viejo fue una tarea demasiado sencilla. Había un montón de carteles pegados en los postes de luz del pueblo en los que ofrecía sus servicios como carpintero y reparador de un montón de cosas. La pequeña casa se encontraba a las afueras del pueblo, con el bosque delineando el frente del taller.

—No sé qué espera que haga —comenzó a decir mientras su mirada desinteresada recorría los objetos que yacían sobre una de las mesas de trabajo dentro del lugar. Cogió un trozo de madera lijada y luego de mirarlo a detalle, lo arrojó con descuido—. Mi especialidad es robar cosas, entre más valiosas mejor, no repararlas. Si está dañado, debería desecharlo en vez de perder el tiempo, viejo.

El hombre seguía viéndolo con la misma expresión, entre sorprendida y complacida, que había tenido desde que Killian había aparecido en el taller. Incluso había dejado de trabajar en lo que fuera que estuviera haciendo.

Killian comenzó a sentirse incómodo. Siempre había sido bastante bueno leyendo a las personas y ahora que no podía imaginarse lo qué pasaba en esos momentos por la cabeza del viejo, lo hacía ponerse en alerta. Honestamente, a él no le extrañaría que todo se tratase de una trampa y que, en cuanto bajara la guardia, el viejo terminara clavándole alguna de sus herramientas en el cráneo. Claro, si es que él no le rajaba la garganta en cuanto se diera cuenta del engaño.

Finalmente el hombre volvió a sonreírle de la misma manera en que lo había hecho en el muelle.

—No estoy tan seguro de eso —respondió con tranquilidad, volviendo a su trabajo—. Todos merecemos una segunda oportunidad para encontrar nuestro propósito en la vida.

Bueno, Killian tenía que admitir que al menos en eso coincidían. Él esperaba tener su segunda oportunidad, no para descubrir su propósito, ése lo había tenido fijo desde hacía más de trescientos años; sino para cumplir su propósito: despellejar a su cocodrilo.

—Y por cierto… —dijo el hombre, regresando su atención a la realidad—. No soy "viejo". Puedes llamarme Marco o Gepetto.

—¿Estás segura de que estarás bien aquí sola?

Aurora no quería sonar malagradecida ni mucho menos, pero había escuchado esa pregunta tantas veces durante tanto tiempo que ya había perdido todo significado para ella. Su bienestar parecía ser el único tema sobre el que cualquiera podía entablar conversación estando ella presente. Y si se le permitía ser franca, estaba harta de oírla.

Sin embargo, desde pequeña había sido educada para no mostrar ninguna emoción negativa. Si estabas triste, enojada o fastidiada, simplemente te lo tragabas y mantenías la compostura en público. Ese era el deber de una reina. Y había sido educada para algún día ser tal.

Así que, aunque estaba harta de escuchar esa condenada pregunta, sonrió un poco y negó con la cabeza esperando que eso fuera suficiente para Blancanieves.

—Pero el festival… —insistió Henry mientras su madre le enredaba la bufanda alrededor del cuello. Siendo una noche de otoño, era obvio que debían salir bien abrigados si no querían resfriarse.

—Muchas gracias, pero prefiero quedarme. Estoy un poco cansada —respondió anticipándose a lo que muy probablemente argumentaría el niño. Blancanieves se lo había dicho aquella tarde: la importancia del festival del día del minero y su tradición en Storybrooke. Era una fecha que todos esperaban con ansias, todos excepto Aurora.

Henry abrió la boca, tal vez para intentar convencerla de que los acompañara al festival, pero su madre le puso la mano en el hombro, impidiéndoselo. Emma la miró a los ojos y le dio una sonrisa comprensiva.

—Si necesitas algo, cualquier cosa, no dudes en llamarnos. A nosotros o a Mulán, ¿de acuerdo? Ella está de guardia esta noche.

Aurora asintió en silencio.

La familia entera avanzó hacia la salida, y sólo cuando la puerta se cerró dejándola acompañada por el silencio fue que la joven exhaló un cansado suspiro.

Ella realmente estaba agradecida con todos ellos, con Blancanieves y James por haberla acogido y haberle dado donde vivir, además de tratarla como a una hija más; con Henry por ser su única compañía en sus momentos de soledad y por haberse convertido en su amigo, y a Emma por estar siempre al pendiente de ella. En serio, se los agradecía desde el fondo de su corazón; pero no podía negar que era su corazón el que sufría al verlos y recordar todo lo que le había sido arrebatado. No había más familia para ella, ni tampoco amigos cercanos salvo aquellos escasos que había hecho desde que había despertado de la maldición.

A pesar del tiempo que había pasado desde que Mulán y ella habían llegado al pueblo, todavía se sentía como una completa extraña allí. A diferencia de la guerrera, quien gracias a sus habilidades ahora trabajaba junto a Emma y su padre en la comisaría del pueblo, Aurora no tenía ningún empleo ni ningún propósito en realidad. Las virtudes de una princesa eran prácticamente inútiles en este mundo. Lo único relevante de ella en el pueblo era su trágica historia, ésa de la que todos los habitantes hablaban en murmullos cuando la veían pasar. Era la princesa que había dormido durante casi treinta años víctima de la terrible maldición del sueño, la que había sido despertada sólo para perder a su verdadero amor para siempre y quien ahora se encontraba desprotegida y sola.

En realidad, Aurora sabía que había dejado de ser una princesa hacía mucho tiempo, tanto como había dejado de creer en la esperanza de un final feliz esperando por ella.

Miró el reflejo en el espejo del recibidor y no pudo más que sentir lástima por la persona que había ahí. A pesar de la gracia que desprendía su cuerpo y de la compostura que mantenía, sus ojos azules lucían más vacíos que nunca. No había ningún brillo en ellos, ninguna ilusión o esperanza. Aurora respiró profundo y vio el reflejo de su pecho inflarse en un movimiento mecánico, tal y como lo era su actual existencia.

Dio la vuelta y comenzó a subir las escaleras hacia su habitación. La familia de Blancanieves se había mudado del pequeño departamento en el que habían vivido a una casa mucho más grande a las afueras del pueblo. Claro, no era tan grande como lo había sido el palacio donde había crecido en su mundo, pero era lo suficiente como para que ellos les hubieran ofrecido hospedaje a ella y a Mulán.

Abrió la puerta de su habitación y avanzó hasta su armario para sacar el camisón que usaba como pijama. Se cambió la ropa y luego se dejó caer con gracia sobre el colchón. A pesar de la luz de la luna llena que se colaba a través de su ventana, Aurora se sintió realmente sola en la oscuridad. Sabía que era tonto que se hubiera cambiado de ropa, no había podido dormir desde hacía mucho tiempo, pero esperaba que tal vez esta noche fuera diferente. Esperaba que el vacío que sentía en su pecho fuera lo bastante intenso como para dejar su cuerpo insensible a cualquier cosa, incluyendo a las pesadillas.

Se acurrucó en el extremo de la cama, puso las manos bajo la almohada y cerró los ojos.

Killian abrió y cerró la mano una y otra vez en un intento porque los dedos no se le entumieran a causa del frío. Y eso le recordó que esto había sido una porquería de idea la que lo había traído aquí. Además de que tenía que comprarse guantes… bueno, sólo uno.

Su trabajo en el taller del viejo había terminado más temprano que de costumbre a causa de un festival que iba a realizarse en el pueblo, festival al que iba a asistir el viejo y al cual, por supuesto, él no estaba invitado. Sin embargo, Killian nunca había sido del tipo de personas al que le gustaba que le dijeran que hacer, y además había tenido curiosidad por ver cómo es que se divertían los habitantes de Storybored.

La verdad no había sido nada del otro mundo. Algunos puestos de comida, otros con juegos y algunas diversiones más. No sabía por qué hacían tanto alboroto. No era mejor que la emoción de enfrentarse a lo desconocido cuando se adentraba en el mar con la sola esperanza de encontrar la aventura.

Definitivamente este maldito pueblo estaba sobrevaluado.

Luego de descubrir que no se perdía de mucho en realidad, decidió que lo mejor era regresar y dormir un poco. El viejo Gepetto había resultado ser un explotador de lo peor. Todos los días, desde temprano, había tenido a Killian trabajando hasta que los brazos le dolían, y no sólo en el taller, también lo había traído paseando por todo el pueblo para arreglar un montón de cosas que le hicieron pensar que el maldito lugar estaba a punto de caerse a pedazos.

Sin embargo, al reconocer que no le hacía mucha ilusión regresar a la habitación que ocupaba en casa del viejo, decidió tomar la ruta larga y recorrer el pueblo. Debía aprovechar la ocasión, pues ahora que todos estaban en el centro disfrutando del festival, él era prácticamente el dueño de las calles. Si fuera un piromaníaco, como Tilas, uno de los ex miembros de su tripulación, habría aprovechado la oportunidad para prenderle fuego. Nah, la verdad no era así. Después de todo, si quemaba el pueblo, lo único que conseguiría –si es que no era descubierto- sería más trabajo porque de seguro la reconstrucción se la encargarían al viejo que lo empleaba. Además, nunca había creído en los daños a terceros, al menos no si él podía evitarlo.

Eso fue lo que te puso en esta situación en primer lugar.

Maldito fuera su cerebro por recordárselo.

Iba recorriendo una de las calles más alejadas del pueblo, mirando las enormes residencias cargadas de opulencia mal disimulada, cuando notó algo extraño en la última de las casas. Había alguien parado en la cornisa junto a una de las ventanas. Por el camisón blanco que era tironeado por el viento, supo que era una mujer.

¿Qué demonios…?

Killian miró en ambas direcciones de la calle, tal vez a la espera de que no fuera el único allí y que alguien más pudiera intervenir. Lo que menos quería era que volvieran a encerrarlo en una celda por invadir una propiedad. No es que no lo hubiera hecho antes o que dudara de sus habilidades, el problema era que si lo descubrían, esta vez no tendría a dónde escapar. Y el escape era parte importante en la vida de un pirata.

Al ver que no había ningún alma en la calle, avanzó hacia la casa. Brincó de un salto la pequeña verja de hierro y atravesó el jardín, deteniéndose frente a la ventana. Alzó el rostro, pero las ramas del árbol que había cerca no le permitieron ver el rostro de la mujer suicida. Muy a su pesar, y sabiendo que no le quedaba más remedio, comenzó a trepar el árbol. Demonios, odiaba trepar cosas.

—Oye, amor, ¿qué estás…? —su voz se cortó de repente al reconocer a la joven mujer. Era la princesa Aurora.

Lo cual significaba que ésta era la casa de la reina Blancanieves y su familia.

Tenía que ser una broma.

Apenas se detuvo un segundo, mientras sopesaba seriamente la posibilidad de bajarse del maldito árbol y largarse de ahí antes de que algo saliera mal -para él-; cuando la princesa dio un largo paso hacia el vacío.

—¡Rayos! —maldijo, saltando para alcanzarla. Aferró su mano a la rama cercana y logró pescar a la muchacha por la muñeca.

Eso había estado condenadamente cerca.


Okay... no sé si alguien esté leyendo esto, pero en caso de que sí: ¡espero que les haya gustado! Cualquier comentario, reclamo, duda o sugerencia, siéntanse libres de dejarlos en un review ;)

¡Nos leemos pronto!

Anna