Regina no podía olvidar la escena que Rumpelstiltskin le había mostrado a través del espejo. Ese malvado enano era cruel. Ver a Robin intentar algo de nuevo con Marian era algo para lo que no estaba ni estaría preparada en siglos. Dolía, dolía mucho. Y además de doler, ardía por dentro. Sabía que lo único que el ser oscuro quería era manipularla de nuevo. Pero por muy enfadada que estuviera, no lo lograría.

Sí, estaba enfadada con Robin. Se sentía traicionada. Mientras ella había pasado su tiempo echándole de menos, él... bueno, no podía culparle. Ella sabía que no existía un final feliz para sí misma. Por mucho que lo intentara. Había hablado con Emma durante los últimos días, ella se encargaba de animarla y de alguna manera u otra, lo conseguía. Al menos un poco. Se habían hecho buenas amigas y era algo sobre lo que apoyarse. Y ahora tenía que salir adelante. Aunque Emma le había dicho una y otra vez que Robin volvería, Regina no estaba tan segura. Pero si lo hacía, les esperaría una enorme charla. Porque por muy pesimista que pudiera ser la reina, no estaba dispuesta a renunciar a su final feliz. No otra vez.

En otra parte, Robin descansaba sobre la cama, con los ojos abiertos. No podía dormir. Había besado a Marian, le había dicho que la quería y se había arrepentido al segundo siguiente. ¿Qué se le había pasado por la cabeza? Lo único que había conseguido era empeorar las cosas. Porque tendría que contárselo a Regina y ella no se lo tomaría bien, y porque ahora tenía más ganas de verla. Regina era el único pensamiento que pasaba por su cabeza. Regina y el estúpido error que había cometido semanas atrás. Por mucho que hubiese querido a Marian en el pasado, ahora no lo hacía. No como quería a Regina. Regina...pronto la encontraría y le pediría perdón por ese error. Regina no merecía eso. Sí bien había sido malvada en el pasado, había cambiado mucho. Sabía que era una mujer fuerte, pero aún así quería protegerla y todo lo que había hecho era lo contrario. Regina ya había tenido suficiente sufrimiento en su vida. Y ahora, sólo le tocaba recibir cosas buenas. Y Robin lo sabía.

En un lugar y en otro, sin saberlo, cada noche, cada uno se preguntaba por qué.