Disclaimer: Los personajes de Bleach son enteramente propiedad de Tite Kubo. Yo soy tan sólo una fanática loca que intenta emparejar por todos los medios a Ichigo y Rukia para su satisfacción.

Notas de la autora:

Este one-shot nació en un momento de ocio ¡Espero que les agrade! Nos vemos en la próxima actualización de Compañeros de piso (que según yo, no tardara tanto) Saludos.


El vestido

Esta historia se sitúa en el año de 1925, en el pueblo de Karakura. El amor floreciente entre el hijo del médico del pueblo y la heredera de los Kuchiki, una de las familias más nobles en toda la región, fue el tema de conversación de la alta sociedad. Era completamente inaceptable que esa jovencita estuviera con un pobre diablo, sin oficio ni beneficio como Ichigo Kurosaki. Nadie se tomó la molestia en comprender la pura naturaleza de los sentimientos que ambos sentían por el otro. Ni él aspiraba enriquecerse con su fortuna, ni ella librarse de una vida encarcelada por las reglas.

Tan sólo había sucedido.

Se conocieron por alguna maravillosa coincidencia y ahora ya no concebían la vida estando separados.

Cuando la noticia terminó en los oídos de Byakuya Kuchiki, padre de Rukia y cabeza de la familia, se enfureció y juró en memoria de su esposa, que los separaría. Incluso mataría en caso de ser necesario, antes que la desgracia cayera sobre ellos. Empezó por sabotear la clínica Kurosaki: inventó falsas negligencias, consiguió detener el abasto de medicinas y usó sus influencias para presionarlos a que abandonaran la ciudad.

La familia Kurosaki no se dejó doblegar por las dificultades impuestas por la familia Kuchiki. Ellos permanecerían en Karakura y apoyarían a su hijo, aunque esto significara perder el único medio de subsistencia que poseían. Ichigo no soportó que su familia sufriera por su culpa, así que encaró directamente a Byakuya Kuchiki. Todos los sirvientes de la mansión contemplaban estupefactos al joven de cabellos naranjas enfurecido abriéndose paso por el lugar. Él le reiteró que dejara de una vez por todas a su familia, que si tenía algún problema, sería directamente con él. No dejaría de amar a su hija y si era necesario, la robaría el día menos esperado.

Salió airoso de la propiedad y dejó una nota a su amada, pidiéndole que se marcharan ese mismo día en la noche.

Para desgracia de la joven pareja, el padre de Rukia se enteró de sus planes. No tardó más de cinco minutos en seleccionar su próximo paso: asesinar a Ichigo Kurosaki inmediatamente. La tarea fue encomendada a un asesino a sueldo con bastante reputación y terminó su encargo con rapidez. El chico de ojos miel apareció muerto al día siguiente en el arroyo que cruzaba la pequeña comunidad.

La pelinegra lloró lágrimas amargas ante la pérdida. No comió ni durmió durante un mes. Todo el día se encontraba en un rincón de su habitación, a obscuras y musitando palabras incompresibles para el resto. La servidumbre le temía, pues todos aseguraban que había perdido la razón. Byakuya no intentó hablar con ella, sabía que sería inútil. La primera y última vez que le visitó, encontró la belleza marchita de su hija. Su apariencia era fatal: sus pómulos se hallaban hundidos por la acelerada y dramática pérdida de peso, sus ojeras eran negras y profundas, en sus ojos se veía una expresión ausente y su cabello había perdido su característico brillo.

Estaba muerta en vida.

La lenta agonía de Rukia duró seis meses. Una lluviosa tarde de julio, salió de su retardo y lloró por última vez la ausencia de Ichigo. Buscó el vestido de novia de su madre y salió en la madrugada sigilosamente de la propiedad. Caminó muchos kilómetros vestida de novia hasta que encontró el punto que buscaba: el acantilado. Sin temor, se lanzó al abismo para reencontrarse con su amado.

El vestido era una paradoja, el vestido que jamás podría usar.