N/A:

1. Shōjo Kakumei Utena pertenece a Chiho Saitō.

2. Si bien se centrará en el encuentro de Utena con Anthy no pretende ser una continuación de la historia.

3. Las personalidades pueden verse cambiadas un poco lo mismo que algunas locaciones y/o situaciones, no así los rasgos físicos y algunos hechos que tienen que ver con el manga y el anime.

4. Si ven esta historia fuera de mi cuenta de FF o facebook por favor comuniquemelo, digamos No al plagio y apostemos siempre al original.

5. Cualquier sugerencia y/o crítica me la pueden hacer llegar por medio de un PM o un review.


Recuerdos:

Himemiya caminaba cada vez con más rapidez aferrando con fuerza su maleta y dejando que, bajo su boina blanca, su pelo violáceo cayera ondulado y jugase con el viento.

Cada movimiento de sus rítmicos pies la alejaba de la pesadilla del siniestro juego de «La Prometida de las Rosas». Atrás quedaban las veces que su hermano, o la representación maligna de él mejor dicho, la ultrajaba y la mancillaba. A su espalda quedaban años, casi siglos, de ilusiones; engaños; dolores y humillaciones.

De verdad se sentía aliviada de haber escapado de toda esa obsesión que llevaba en su pecho, de esa obligación que tenía implícito su rol. Ya no oía órdenes ni insultos; era por vez primera libre de ir y decir lo que le venía en ganas.

Pero aún con esa nueva libertad Anthy sentía que algo le faltaba y por eso miraba con ternura y nostalgia el anillo que descansaba en su dedo anular. Ese símbolo en forma de rosa le recordaba que alguien la esperaba y que todavía había tiempo de cumplir con esa pasada promesa.

Sin embargo sola en un pueblo del Japón Himemiya se preguntaba si aquella persona pensaba en ella, si recordaba la promesa y si acaso habría conservado el anillo gemelo del que ésta lleva puesto. Y por eso en las noches tenían las más horribles pesadillas que alguien pudiese soportar y se despertaba sudorosa, temblando y susurrando a su almohada «Señorita Utena».


En otro rincón del mundo una muchacha de cabello rosáceo y labios finos sentía que la llamaban y se despertaba ansiosa y sonriente murmurando «Himemiya, pronto será la hora». Y antes de volverse a dormir besó con ternura el símbolo de flor de su anillo con un solo deseo en su mente, el de hacer realidad una vieja promesa.

Tenjou tampoco se había olvidado de todo lo que había pasado, día a día las imágenes de esos combates con espada, el dolor de la prometida de la rosa y su rol como cuasi-príncipe se hacían presente y le dolían en el pecho. Asimismo no se dejaba abatir por la tristeza y seguía adelante ayudando a su tía en la empresa mientras terminaba de estudiar la carrera de derecho.

En la universidad se la pasaba bastante bien y ya tenía un grupo de amigos estable compuesto por Wakaba Shinohara, Miki Kaoru, Kyôchi Saionji y Juri Arisugawa. Esta última que se había interesado en la belleza de Utena, por lo menos en un principio, siempre que tenía ocasión le preguntaba por el extraño anillo que portaba.

—Dime Tenjou-san ¿por qué llevas siempre contigo, ese anillo?.

—Hi-mit-su —contestó Utena por tercera vez en el día, con una radiante sonrisa.

—Lo que pasa querida Arisugawa-san —llamó la atención de la pelinaranja, Wakaba—, es que Utena ya tiene dueño; aunque no lo conozcamos.

—¿Eso es cierto? —inquirió incrédula Juri, arqueando una ceja.

—Pues porqué más, alguien llevaría un anillo con tanto orgullo y cariño —repuso Kyôchi, mientras abrazaba a Shinohara por la espalda y agregaba—: De alguna manera es como las pulseras que Wakaba y yo compartimos, para demostrar que nos pertenecemos.

La aludida se sonrojo visiblemente y le dio un suave codazo a su novio para que cesara de hablar de ellos. No hacía mucho que salían pero la sensación de haberse visto antes, de tener que agradecerse por algo y de remediar un error los había llevado a compartir un beso suave, sin prisas que prometía el inicio de algo.

Y allí estaban el huraño Saionji con la alegre, espontanea y sensible Shinohara siendo casi una pareja de cuento. Tenjou los miraba y se reía al recordar cómo se habían conocido realmente en una situación muy diferente y en la que de haber seguido sumergidos jamás podrían haberse llevado tan bien.

Ante esto sonrió agradecida de que solo ella, y por supuesto el dueño de un anillo igual al suyo, estuvieran conscientes de los reales acontecimientos pasados. Esto último le hizo percatarse de que debía llegar al correo antes de que cerraran para mandar lo que sería una última postal, por lo que se despidió de todos sus amigos y camino silbando una melodía que le pertenecía a ella y a esa persona especial por la que esperaba desde hacía un buen tiempo.

Saliendo de la casa postal después de terminar de hacer las pertinentes diligencias se dijo así misma «bien, ahora solo resta esperar un poquito más».