Capítulo 1

UN NUEVO PROYECTO

La idea tenía semanas revoloteando en mi cabeza. Algo para que no sea en vano. Algo para recordar. Algo para honrarlos. Algo que perdure. Las frases dan vueltas en mi cabeza mientras me siento frente a la chimenea, o desde la reja cuando observo el prado. Mientras camino buscando alguna presa en el bosque. Mientras veo las cicatrices en el cuello de Peeta asomarse por su camiseta. Mientras mi cuerpo yace sobre la cama, inmóvil, con mis ojos abiertos durante esas largas noches en vela. Algo para que no sea en vano. Algo para recordar. Algo para honrarlos. Algo que perdure.

Un día, finalmente la idea aterriza. Por la mañana, mientras busco si aún quedan flechas en la caja con las viejas cosas que Gale rescató del bombardeo en el 13, lo veo: el libro de plantas de mi familia. Por primera vez desde que llegué me atrevo a hojearlo. Este objeto, junto con el resto de las cosas de la caja (la cazadora de mi papá, la foto de boda de mis padres, los arcos), sobrevivió de alguna forma a todo este lío de la guerra. No sólo eso, el libro sobrevivió a años de miseria mientras estábamos en la Veta y unos cuantos más antes de que mi madre se casara. Y su valor y contenido sigue ahí… imborrable y sin cambios. Algo para que no sea en vano. Algo para recordar. Algo para honrarlos. Algo que perdure.

Por un momento olvido que quiero ir a cazar. Me quedó sentada en el piso del pasillo por un rato hasta que finalmente decido sacar todas las cosas de la caja para ponerlas dentro del escritorio del salón. Me quito la cazadora de mi padre y la dejo en mi recámara, junto con las flechas que quedaban. Buttercup sigue todos mis movimientos mientras estoy dentro de la casa. Después salgo al patio lateral para observar las primrose. Esta mañana dos de los arbustos parecen mostrar un nuevo retoño. El olor a pan llega desde la casa de Peeta. Me doy la vuelta y veo que las luces ya están encendidas. Todos los días hornea algo y lo lleva a casa para desayunar.

Peeta. Me pregunto si sus pesadillas lo habrán dejado dormir hoy. Mientras comienza a aparecer el sol matutino pienso en si algún día él podrá llevar una vida normal. Si el daño hecho por todo el dolor y sufrimiento por el que pasó no será más grande que su voluntad y fortaleza, que su bondad y ternura. Yo estoy más allá de cualquier reparación pero me pregunto si al menos él, una de las pocas personas que conozco que se merece realmente ser feliz, podrá lograrlo. Deseo con todas mis fuerzas que así sea mientras unas lágrimas se asoman por mis ojos.

Regreso al interior de la casa y me siento en la cocina a esperar a la grasienta Sue y a su nieta. Buttercup se sube a mi regazo y comienzo a tararear una canción, sin letra, mientras me mezo ligeramente en la silla.

Por lo tarde, cuando el Dr. Aurelius me llama le comento la idea del libro y sugiere que invite a Peeta a formar parte del proyecto. Me resisto ligeramente ante la idea de presionar a Peeta para que pase tiempo conmigo. No se lo he mencionado al Dr. Aurelius, pero recientemente comenzó a preocuparme la idea de que el estar cerca de mí detone esa parte de Peeta que tanto lo tortura. A pesar de que casi no nos vemos durante el día, lo he visto varias veces quedarse inmóvil, con la vista perdida hasta que de algún modo regresa. Y no sólo eso, temo ante la idea de que alguien tan dañado y roto como yo le perjudique si es que tiene esperanzas de recuperarse.

-Será algo muy beneficioso para ambos, Peeta también necesita una manera de liberar tantos recuerdos y estoy seguro que puede aportar maravillosas ideas para el libro.

Finalmente accedo ante la perspectiva de no tener que compartirle mis temores al Dr. Aurelius.

-En el siguiente tren te enviaré algunas cosas que tal vez te puedan ayudar.- dice antes de que colguemos.

A lo largo del siguiente día observé a Peeta en un intento por encontrar el momento más adecuado para preguntarle. Por la mañana, mientras desayunábamos huevos que la grasienta Sae había preparado para nosotros y su nieta jugaba algún tipo de juego de manos con él. A medio día, cuando lo vi pasar frente a la ventana de la sala en su camino a casa de Haymitch para llevarle algo de comida. Unas horas después, cuando pasé por el pueblo mientras me dirigía al prado a practicar con el arco y él conversaba amablemente con un hombre viejo y le entregaba una caja de sus galletas. El momento no parecía llegar.

Los días pasaron y el tren desde el Capitolio llegó. Abrí la caja sobre la mesa de la cocina. Tenía mi nombre en la tapa. Contenía hojas de pergamino, lápices de colores y pinturas y pinceles. La observé por horas sin poder decidir cómo empezar. Aún no era la hora de cenar pero supe que Sae no tardaría en llegar así que puse de nuevo la tapa y salí por la puerta de la cocina hacia la casa de Peeta. Me detuve en seco a medio camino cuando noté que las luces estaban apagadas.

-¿Me estabas buscando?-preguntó detrás de mí. Su voz me tomó desprevenida y tuve un pequeño sobresalto. Cómo si me hubiera atrapado haciendo algo que no debería.

-¿Todo bien?-preguntó con el ceño fruncido después de que volteé y observó mi rostro.

-Sssi…-contesté algo dudosa.

Nos quedamos los dos parados en el patio lateral de mi casa por unos momentos mientras yo miraba alrededor y Peeta buscaba con su mirada mi rostro. Finalmente dijo:

-Bueno, las noches parecen estar menos frías cada día...uno se puede quedar fuera de la casa hasta entrada la noche antes de comenzar a sentir frío…

Intento sonreír ante la idea de que estuviéramos hablando del clima.

-Sí…-me limito a decir otra vez –¿Vas a cenar con nosotras, verdad?-Sue nunca cenaba en mi casa, pero no me atreví a decir la palabra conmigo.

-Eh…claro ¿Entramos a esperarla?-pregunta.

-Sí- vuelvo a decir y comienzo a volver sobre mis pasos hasta llegar al pie de los escalones de la entrada de la cocina. Vacilé unos instantes antes de decidir sentarme en el último escalón. Peeta se quedó de pie a 2 metros de mí, observando en dirección contraria a su casa y yo comencé a jugar con las mangas de mi suéter por unos momentos.

-Sabes he estado pensando… mmm…si te gustaría ayudarme en algo- me las arreglé para decir al tiempo que lo miraba a la cara. Hacía mucho que evitaba mirarlo a los ojos. Cientos de recuerdos emergían cuando lo hacía, la mayoría de ellos acompañados por la sensación de angustia y desesperación, aunque otros estaban cargados de ternura, alivio…seguridad, pero en momentos como estos me sentía más bien avergonzada. Me costaba trabajo pensar con claridad, así que no sabía si era porque no había sabido corresponder a tiempo los sentimientos que alguna vez tuvo por mí o porque aún tenía la leve sensación de haberme aprovechado de esos sentimientos o porque me sentía culpable por haber hecho que lo torturaran de la forma en que lo hicieron…o porque estaba atrapado aquí conmigo en el distrito 12.

-Seguro. Dime.- contestó con las manos en las bolsas del pantalón.

Pasé saliva. ¿Qué tal si decía que no? ¿Qué tal si mis temores no estaban infundados y en realidad él no creía que era bueno que conviviéramos más tiempo? Era consciente de que pasábamos parte del día en compañía del otro, pero siempre había alguien de por medio. Pensándolo bien, no habíamos vuelto a estar solos desde aquella vez en el cuarto, cuando aún creía que yo era una mutto y aún así, había gente observándonos a través del espejo. ¿En verdad había pasado tanto tiempo?

-Ayer hablé con el Dr. Aurelius y le comenté acerca de una idea que tengo. Verás…-cerré los ojos buscando la mejor manera de explicarle a Peeta los sentimientos que tenía. La necesidad apremiante que tenía por evitar que todas las cosas buenas de las personas que habían muerto se esfumaran de mi memoria ¿Cómo explicarle que tenía miedo de que el cariño que hubo en el beso que la mentora de Fannick le había dado en señal de despedida en la arena se escapara? ¿De que olvidara la sonrisa tímida y a la vez alentadora de Cinna? ¿La sonrisa sincera de Rue? Mis ojos comienzan a llenarse de lágrimas. –Es que pensé en que debería hacer algo para que de alguna forma, toda esa gente, Peeta…todos los que han muerto…yo sólo no quiero que se me olviden- Me mordí el labio y miré hacia la casa de Haymitch.

Ambos nos quedamos unos momentos en silencio. Peeta fue el primero que habló.

-Me pregunto si él aún los recuerda- dijo observando en dirección a la casa de Haymitch.

-Algún día me habló de ellos: su familia…su novia- dije cuando supe de lo que hablaba.

-Bueno, es obvio que a ellos sí los recuerda. Precisamente por eso bebe ¿no? Para olvidar. Pero no me refería a ellos, sino a los otros como nosotros. Los otros tributos a los que tuvo que ver cómo año tras año eran aniquilados.- Giró su rostro hacia el mío- Entiendo por qué siente la necesidad de olvidar pero también entiendo por qué no deberían ser olvidados.

Por supuesto que él lo entendía. Sin necesidad de mayor explicación. Él, más que ninguna otra persona, con esa bondad tan característica de él. Por supuesto que tampoco quería que todo lo bueno de las personas fuera olvidado, que todos sus recuerdos buenos no se desvanecieran y que triunfaran contra todo lo malo que nos tortura día tras día.

-Sí, por eso se me ocurrió que podía hacer algo parecido al libro de…mi familia- no me atreví a decir de "mamá y Prim"- Pero en lugar de plantas serían rostros y en lugar de remedios serían recuerdos…-me las arreglé para decir con la esperanza de que comprendiera de lo que hablaba- El Dr. Aurelius pensó que sería buena idea que también tu aportaras algo…-agregué defensivamente, al ver la expresión en el rostro de Peeta pues no quería que pensara que yo buscaba alguna forma de forzarlo a pasar tiempo conmigo ¿Era duda, desconfianza?

Peeta se tomó unos momentos antes de contestar, mirándome a los ojos, y finalmente contestó.

-Es una gran idea Katniss. Me encantaría ayudar. Yo también tengo cosas que vale la pena no olvidar- dijo seriamente mirando su zapato que en ese momento estaba sobre el primer escalón.

Sonreí en mi mente ante la idea de lo que Peeta pudiera aportar desde su cálido punto de vista.