Presentación
¡Hola Candy & Albert Fans!
Saludos de nuevo.
Una pequeña serie que surgió, como ya se me está haciendo costumbre, al realizar una revisión de las escenas preparadas (y posteriormente desechadas) para "El Capricho de William" (por lo cual si hay algunas coincidencias o escenas similares no deben asustarse, ya que no están alucinando =P). Al principio pensé que quedaría bien como oneshot, pero al hacer la edición, comprendí que todo lo que ya tenía preparado (un revoltijo de escenas que iban desde un párrafo hasta veinte páginas) daba para una serie corta.
Ocaso y resplandor retoma algunos planteamientos que también están siendo empleados en "El Capricho de William", aunque su diferencia principal consiste en que es alternativa a cuanto sucede en el manga original después de la fiesta de compromiso entre Candy y Neal. A diferencia, también, de "El Capricho de William" es una historia que pretendo dejar lo más corta posible (sinceramente espero que no rebase el número de capítulos de "Candice" y que la extensión de los capítulos permita una lectura rápida). Como no es una historia netamente planificada, sobra decir que es menos probable que la actualice con regularidad, ya veremos.
¡Bienvenidos!
...Y por favor: jitomatazos a la casilla correspondiente =P ... ¡Se admiten de todas las clases y tamaños!
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Ocaso y Resplandor
A Candy Candy Fanfiction.
PRÓLOGO
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La mirada inquieta de Emily recorrió el amplio salón, a la espera de que apareciera la famosa, aunque pocas veces vista, hija adoptiva de Mr. William, el misterioso presidente de la sociedad Ardley.
Hacía ya tres años que no veía a Candis White: justo desde el día en que su padre y ella le descubrieran inconsciente, junto al cuerpo sin vida de Anthony Brown, uno de los herederos del laird en línea directa, allá en los siempre maravillosos prados de Lakewood, la residencia oficial del líder de los Ardley.
Por supuesto que la recordaba, dado que le había simpatizado desde aquel verano en que le viera por primera vez, al iniciar la cacería del zorro, cuando arribara sonriente, celosamente escoltada por los tres jóvenes herederos. Tres chicos que debieron convertirse en grandes hombres y de los cuales, lamentablemente, tan sólo restaba el hijo menor de Lord Cornwell, Archibald. Una lástima que el destino se empeñara en maldecir el linaje Ardley, solía comentar su padre con sobrada melancolía, al recordar el trágico episodio del accidente ecuestre y el final inesperado, aún más reciente, del joven Cornwell.
Ella había escuchado, furtivamente por supuesto, suficientes conversaciones entre madame Aloy y su padre como para racionalizar no sólo el innegable hecho de que la tía abuela jamas había perdonado a Candis por estar presente en la muerte de Anthony, sino también que la actual situación se debía, principalmente, al inexplicable empeño de la matriarca en controlar el destino de la hija adoptiva del presidente de una manera por demás inusual; misma que le hacía preguntarse sobre la verdadera razón que se ocultaba tras tal empresa.
No podía ser debido a la adopción, supuso Emily; dado que era añeja costumbre entre los laird, proteger a los huérfanos incorporándolos a su esfera cercana de acción. Bastaba recordar a Johnson, el hijo adoptivo del laird anterior, para saber que madame Aloy no se atrevería jamás a dejar traslucir, entre los miembros de la familia, ninguna desaprobación por su parte hacia la decisión de Mr. William respecto a la chiquilla. No, la matriarca parecía ansiosa, casi angustiada, obsesionada por un secreto y poderoso motivo, pero ¿Cuál era este motivo? No lo sabía, y ni siquiera podía comenzar a imaginarlo.
Candis White Ardley ingresó entonces al fastuoso salón, tan aprisa como lo permitía la corrección, alejándola de sus reflexiones; cada parte de su juvenil ser proclamando su encumbrada posición: su menuda figura envuelta en los más finos géneros y los rubios cabellos prolijamente levantados, enmarcando el exquisito rostro; no tan hermoso que tendiera a la perfección, pero tampoco lo suficientemente común para no atraer las miradas. La pequeña huérfana demostraba haberse convertido en todo cuanto prometía desde su adolescencia; sin embargo, su dulce voz estuvo lejos de contener alguna promesa agradable, al anunciar con extraordinaria firmeza:
─Damas y caballeros, quiero que todos sepan que yo, Candis White Ardley, no me comprometeré con Neil.
Emily contuvo un jadeo de sorpresa y angustia al escuchar las palabras que fertilizarían el terreno, de manera por demás efectiva, para que germinara el escándalo. Su atención, por norma bastante dispersa, estaba ahora centrada en madame Aloy. Ella, mejor que nadie, sabía lo peligroso que era contradecir a la matriarca de los Ardley incluso en detalles insignificantes, ya no se dijera en un asunto de tanta importancia como el que había llevado hasta Chicago a la mayor parte de la familia que residía en América.
─¿Qué estás diciendo? ─interrogó Aloy al instante, con voz estentórea y tremendamente intimidante. Emily rezó porque la joven hija de Mr. William no cometiera otro error y optara por iniciar una discusión en público con la matriarca; aunque jamás alcanzó a escuchar la respuesta de la joven, porque una voz masculina, por completo desconocida, resonó entonces en el salón:
─Lo que Candy dice es verdad: ella no se comprometerá con Neil.
¡Por todos los cielos! Emily buscó con ansiedad al responsable de tal afirmación y descubrió a un hombre, vestido con sobria elegancia, de pie en la entrada que daba al jardín posterior. Él era joven, tan joven como ella misma, y su rostro le parecía tremendamente familiar, sólo que no recordaba en dónde le había visto antes.
Tenía que ser un Ardley, pensó de pronto, no sólo por su apariencia sobradamente distinguida; sino porque ningún otro habría ingresado por esa puerta al salón: resultaba evidente que llegaba desde alguna parte de la mansión. Más aún: probablemente se trataba de un Ardley importante, puesto que, al igual que Candis, se atrevía a contradecir a Aloy también.
─¡William! ¡Deberías estar en la villa! ─fue la inesperada respuesta de madame Aloy. Emily observó con mayor atención al recién llegado, quien comenzaba a aproximarse; sus pasos firmes y su mirada concentrada en madame Aloy. Pese a su apacible semblante, intuía que se encontraba furioso ¡Por todos los cielos! ¿Qué estaba sucediendo?
El nombre pronunciado por Aloy resonó en su mente ¿William? ¿William Ardley? Hasta dónde ella sabía el único William Ardley que existía era...
─¿Qué eres tú de todas formas? ¡Este no es tu lugar! ¡Lárgate! ─espetó Neil Leegan en ese momento, evidentemente furioso por la interrupción. Sus siguientes palabras, no obstante estar dirigidas a Aloy, demostraron a todo el que las escuchó, que el recién llegado poseía más que el derecho de estar ahí en ese momento; demostraron, más efectivamente que cualquier otra cosa, que, entre ese hombre y la hija de Mr. William, existía una relación importante─: Tía abuela, éste es el hombre que decía tener amnesia y vivía con Candy.
La expresión de Aloy fue todo lo afectada que la ocasión ameritaba, y apenas pudo formular una interrogación prácticamente inaudible, la misma que flotaba en las mentes de todos cuantos habían escuchado a Neal Leegan. La respuesta del hombre rubio, para consternación de muchos y alivio de Emily, no se hizo esperar:
─Es correcto: tuve amnesia y Candy cuidó de mí ─expresó con voz dulce y profunda. No obstante la aparente tranquilidad del hombre, Emily comprendió que en su tono también existía una advertencia, dirigida indudablemente a la matriarca, por increíble que pareciera ¿William Ardley?
Mientras el silencioso intercambio entre madame Aloy y el recién llegado continuaba, Emily se permitió reflexionar por un momento. Hasta donde recordaba, no existía ninguna persona que tuviera el derecho de exigir explicaciones a Aloy, excepto el misterioso patriarca de la familia: el tío abuelo William. El mismo, interesante personaje, acerca de quien su padre y Aloy conversaban frecuentemente.
Sir William representaba otro misterio mayor al de la joven bajo su tutela. Noticias más, noticias menos, lo único cierto era que las familias aún aguardaban el momento, cada vez más cercano, de conocer al hombre que regía sus destinos y controlaba cada penique dentro del imperio financiero consolidado por el laird anterior y el padre de éste.
Sir William, pensó Emily, observando al hombre vestido de negro bajo una nueva luz. Aún no se atrevía a creer en lo imposible; pero, por otra parte, la reacción de Aloy era por demás reveladora, confirmando no sólo sus sospechas, sino la razón de su peculiar obsesión por sellar el destino de Candis White: una niña de trece y un adulto de veintiuno no representaban el peligro que una joven de dieciséis y un hombre de veinticuatro; especialmente considerando lo dicho por el estúpido de Leegan ¡Por todos los cielos!
─¡Tía abuela! ¡Él no puede quedarse aquí! ¡Tienes que echarlo! ─estalló en ese momento Neil; a juicio de Emily, el prometido repudiado y, también, un perfecto tarado incapaz de actuar con la prudencia que la ocasión requería y de reconocer el peligro cuando lo veía. Ella pensó entonces, que el detestable hijo de Sarah no iba a tomarse con filosofía el descubrimiento. Miró al resto de los presentes y comprendió que tampoco sería fácil para la generación anterior admitir algo así; sobre todo porque las palabras de Neil no dejaban lugar a dudas...
─¡Cálmate Neil! ¡Él es...! ─comenzó a decir Aloy, pero fue bruscamente interrumpida por la voz cortante del laird:
─¡Déjame decirlo! ─demandó él, acallando a quien, hasta ese día, había sido la cabeza visible de los Ardley; su profunda voz, innegablemente masculina, resonando en cada rincón de la amplia estancia, consolidando en las mentes de todos los presentes la imposible afirmación de su identidad; sellando su destino en esa forma por demás sorprendente─. Damas y caballeros: soy Sir William Albert Ardley...
