Como siempre, primero se saluda: ¡Hola a todos! He aquí con una nueva historia, un poco más corta de lo que los tengo acostumbrados. ¡Pero! Esta historia es muy pero muy especial ¿Por qué? ¡Porque es para una personita especial! Quiero dedicar este fic a una chica llamada Kieku que está en Tumblr y un día curioseando sus dibujos, encontré algunos que estaban basados en mis fic y morí de amor *w*. Así que, si estás leyendo esto ¡quiero que sepas que este fic es dedicado a ti!

Disclaimer: Ningún personaje que aquí aparezca me pertenece, todos son propiedad de su respectivo dueño.

Advertencia: Yaoi. Lemon, (+18), Semi-AU, Puppy!Gon.


Tres pasos.

Tres simples pasos.

Solo había dado tres pasos antes de detenerse por completo. ¿Y por qué motivo? Por una presencia conocía que sintió en los alrededores. ¿Para qué seguir caminando? Si antes de que intentase escapar de allí, alguno de los sirvientes terminaría por encontrarlo e impedirle cualquier plan de escape.

―¿Tú también me seguirás? Aún no he abandonado las cercanías de la mansión.

―Gotoh-san… me ha pedido que hable con usted antes de que decida hacer algo.

La sonrisa en su rostro decayó. «Al menos tengo el consuelo que nadie me arrastrará hasta la casa. » Metió ambas manos en los bolsillos y miró por encima de su hombro a la joven. ―Es decir, darme una advertencia ¿verdad?—. No obtuvo una respuesta y continuó. —Eso no cambia nada.

El muchacho volvió a caminar, sin importarle que la joven lo contemplara fijamente. Él ya había tomado una decisión y no iba a cambiar: se iría. Se escaparía de esa aburrida casa y viviría su vida como se le venga en gana. ¡Nada de ni nadie iba a impedírselo!

Bueno… o al menos ese era el plan original.

―Killua-sama. Su madre lo está buscando, está muy preocupada por usted. ―mencionó con una sonrisa nerviosa en el rostro—. Por favor, regrese a la mansión.

«Ignórala. Ignórala. » Se decía a sí mismo. ¡Y es que tenía que hacerlo! Debía ignorar a ese aprendiz de mayordomo porque si no, y lo sabía muy bien, terminaría escuchándola; Killua Zoldyck no era tonto y lo que menos quería era fracasar en su plan de escape. «Ignórala. ¡Vamos, ignórala y sigue adelante! » Frenó abruptamente su marcha al ver a la sirvienta a solo unos metros de distancia, notando que ésta se interponía en el camino. «Maldita sea. » Apretó los dientes manteniendo esa expresión seria en el rostro. —Canary… —murmuró su nombre en un claro tono de enojo.

Ella sonrió nerviosamente. —Discúlpeme Killua-sama, pero órdenes son órdenes.

Gritó al sentirse frustrado. —¡Agh! ¡Bien! No me escaparé.

—Killua-sama, asegúrese de regresar a su casa lo antes posible—. Sostuvo detrás de sí su bastón mientras trataba de mantener una expresión calmada en el rostro.

El albino chasqueó la lengua. ―¡Ya entendí! ¡Ya entendí! No tienen que seguirme siempre…―. Chasqueó la lengua al llevar ambas manos a los bolsillos de su pantalón corto. «Esa maldita loca solo estaba molestándome. » Suspiró. ―Iré a casa de inmediato. Puedes volver a tu puesto, Canary…

La castaña asintió sin deshacer esa expresión divertida. —De inmediato, joven maestro.

Sin decir más, Canary desapareció. Después de todo, ella confiaba plenamente en la palabra de su amo; y aunque el albino no deseara admitirlo en voz alta, él también; y si éste decía que regresaría, estaba segura de que lo haría. Por su parte y al momento de estar solo, el muchacho se dejó caer al suelo mientras un largo suspiro brotaba de sus labios.

Adiós a su ansiada huida.

Hola a su intento fallido número seis de escape.

Entrecerró sus ojos, dejando que su mirada azulina se clavara sobre el cielo nublado. «Malditos sean todos. » Pensó para sus adentros, obviando que el frío suelo hacía contacto contra su piel desnuda. «Han estado molestándome todo el mes… » Hizo una mueca de asco ante los recuerdos del último tiempo:

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Antes de que diera un paso más, Killua se vio atrapado en un círculo de mayordomos armados. Todos ellos con una mirada seria en el rostro. Estaba atrapado, sin escapatoria; no es como si no pudiera huir de allí, pero sería una tarea difícil.

Al menos no madre no había ido por él.

Todavía.

Una de los funcionarios, Tsubone, dio un paso hacia adelante ─con la sola intención de aproximarse al niño─ con una expresión serena en el rostro. Dio una breve mirada al menor antes de inclinarse en señal de respeto.

—Por favor joven maestro Killua, regrese a la mansión. Su madre está muy preocupada por usted. —dijo Tsubone manteniendo una mano en el lado izquierdo de su pecho.

El albino intentó replicar, sin embargo, entendió que cualquier cosa dicha por él sería usado en su contra y su familia no tardaría demasiado en intervenir. Bufó bajando la mirada al suelo y llevo ambas manos al interior de los bolsillos de su pantalón, y manteniendo la boca cerrada dio media vuelta para comenzar a caminar rumbo a la mansión; no sin antes empujar a algún sirviente para pasar.

Unos minutos después.

—Tch. Detesto esto. —masculló en medio del silencio incomodo, sintiendo plenos deseos de asesinarlos a todos; en caso contrario, a él mismo.

Después de todo, no era para agradable ser escoltado ─y rodeado─ por más de veinte personas.

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Volteó su rostro hacia atrás. —¡DEJA DE SEGUIRME MIKE!

El grito agudo del futuro heredero de la familia Zoldyck se escuchó hasta en el más recóndito lugar; parecía ser que no hubo ni un ser viviente que no haya oído ese grito; ¡pero él no tenía miedo! Claro que no. No le temía a la bestia, más no iba a negar

Mike, el enorme perro de color purpura y perro guardián de la mansión, corría velozmente detrás del albino. ¿Por qué? Muy sencillo: uno de sus amos le dio la orden de que atrapase a Killua.

—¡YA DEJA DE SEGUIRME, ESTÚPIDO PERRO! —gritó sin dejar de correr; si disminuía su velocidad, esa mendiga mascota sería capaz de alcanzarlo.

Unas cuantas zancadas más y abriendo el hocico, atrapó al niño. ¡Nada más con su boca! Meciendo su cola de un lado al otro, trotó en dirección a la mansión, porque su esfuerzo tendría una buena recompensa; mientras tanto, el niño luchaba por escabullirse de las fauces de aquella bestia. Solo bastaron unos minutos para que terminara rindiéndose y esperar a que Mike lo escupiera.

Cuando Killua fue devuelto a su hogar tenía una sola meta en mente: quitarse esa sustancia viscosa del cuerpo.

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Había saltado por una ventana desde un tercer piso; estaba más que claro que no temía quebrarse alguno que otro hueso, porque sabía muy bien que eso no sucedería; decidió cambiar de táctica, y escapar en dirección al norte…

Pero no espero aterrizar en los brazos de uno de los mayordomos.

Parpadeó. —¿Pero qué…? —murmuró sorprendido, al borde de comenzar a balbucear.

—Killua-sama, será mejor que regrese de inmediato a su habitación. En cualquier instante comenzará a llover. —dijo con tranquilidad, para luego depositar al niño en el suelo; al ver la mueca de disgusto en el rostro del albino fingió no haberse percatado de ello, solo para que él no se sintiese avergonzado.

Chasqueó la lengua y volteó su rostro hacia cualquier dirección. —Bien. —replicó de mala gana—. Nee Gotoh.

—¿Sí, Killua-sama?

—Llévame un postre a la habitación.

—De inmediato.

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Una pequeña vena comenzó a palpitar en su frente.

Esas imágenes en su cabeza solo aumentaron su cólera. Estaba furioso ¡Oh sí! Claro que lo estaba, y por cada segundo transcurrido su furia aumentaba; Killua cerró sus ojos y dejó escapar un pequeño suspiro. Sin mucho esfuerzo, se levantó del suelo con un ágil salto para luego comenzar a limpiar las manchas de tierra de sus vestimentas ─ya que una de las cosas que más odiaba era estar sucio─, y al momento en que su tarea se vio finalizada sonrió complacido.

Más esa expresión no duró demasiado.

Basto con recordar si situación para que otras emociones se apoderaran de él.

―Tch. Se suponía que el escape sería perfecto; Kill esto, Kill aquello. No te escapes. No intentes cortarme la garganta. Suelta ese veneno. Ya deja de tratar de electrocutarme con tu Kanmuru. ―decía tratando ─en vano─ de imitar las voces de su familia—. No me dejan ser yo mismo en esa familia

El peli-blanco bufó molesto pateando una roca al azar, mantuvo su expresión molesta, junto con el pequeño puchero en sus labios, y siguió el camino que lo llevaba hasta su casa. ¡Cuánto odiaba ese condenado camino! Como si no lo conociera de memoria, si hasta hace unos días atrás se encontraba en este mismo lugar; y por el mismo motivo que el día de hoy.

Sus labios se torcieron en una mueca de disgusto.

«Solo quiero irme de aquí. » Pensó al borde de la histeria. Detuvo sus pasos abruptamente, se jaló de los cabellos y tomó una gran bocanada de aire. «¡¿Acaso es mucho pedir?! » Infló sus mejillas hasta que adquirieron un color rosado. «Seis intentos. ¡Seis! ¿Qué no entienden las indirectas? No quiero estar aquí… » Mordió su labio inferior por unos momentos, más luego optó por calmarse; no le servía de nada el dejarse llevar por sus emociones.

Con sus manos se cubrió parte del rostro mientras negaba con la cabeza, ahogando, además, otro fuerte grito de frustración.

—Malditos sean todos. —masculló en un tono grave, sin deshacer su postura.

Pero algo, o más bien un sonido, logró hacer que se moviera.

«¿Uh? ¿Y eso? » Bajó las manos, hasta dejar que sus ojos estuvieran libres, y posó su mirada en toda dirección posible, en busca de aquel ruidito que llamó su atención. «¿Habrá sido mi imaginación? » Pensó sin estar seguro de sí mismo. ¡Pero no! Si había escuchado perfectamente ese sonido ¡lo hizo! Estaba seguro de que sea lo que sea que haya ocasionado ese sonido se encontraba cerca, aunque no pudiera encontrarlo, ¡sabía que estaba cerca!

¡Y allí estaba otra vez!

«Mendigo sonido que no te encuentro. » Frunció el entrecejo a la par que una mueca aparecía en su rostro. Por un lado quería rendirse, pero por el otro deseaba encontrar lo que generaba el sonido; estaba actuando de manera contradictoria. Cosa muy rara en él; y de pronto, otro ruido apareció. Uno que fácilmente Killua podía reconocer. «¿Son… latidos? » Volteó su cuerpo entero y continuó buscando.

Sus pies se movieron por sí solos, llevándolo hacia el lugar en donde creía que se encontraba el causante. Y así fue… Oculto entre unos arbustos, el muchacho encontró lo que tanto deseaba hallar: el causante del ruido.

Y eso era un animal.

Un pequeño cachorro, de color negro y marrón, acobijado por las ramas y hojas húmedas. Soltando algunos quejiditos y lloriqueos mientras temblaba de frío.

«Esto es… » —… un perrito. —completó en voz alta pero en un tono bajo de voz. Con un poco de cuidado, logró sujetarlo por los costados al animal y acunarlo en sus brazos—. ¿Esta cosa hacia ruido?—. Dos de sus dedos acariciaron la cabeza del cachorro, ganándose un gruñido ronco para nada aterrador. «Parece que está desafiándome. » Pensó sin poder controlar la sonrisa que deseaba escapar.

Esa tranquilidad en el albino terminó por desaparecer al percatarse del estado del perro: tenía múltiples cortes y heridas, todas ellas abiertas. La sangre seca y manchas de tierra impregnadas en su pelaje oscuro. ¿Cómo pudo terminar en ese estado? Por el tipo de cortes y la hinchazón que tenía en alguno de ellos, esto debía ser obra de un tercero… Otra duda apareció en él ¿Quién habría lastimado a este cachorro? Tal vez él era un asesino despiadado, sin escrúpulos y toda la cosa, pero nunca mataba animales… o al menos, eso era lo que recordaba.

El cachorro necesitaba atención y pronto.

Pero el niño se encontraba en un dilema.

¿Debía o no ayudar al perro? Sí accedía a hacerlo, tendría que curar sus heridas por quien sabe cuánto tiempo y evitar que cualquier familiar suyo se percatase de su presencia. ¡Incluso los mayordomos no eran de fiar! Por más que confiase en solo dos personas, ni ellos debían saberlo… eso significaría muchos problemas para Killua.

Y no tenía la paciencia, el humor, o auto-control, para soportarlo.

«No, no es buena idea llevarte a casa. » Era plenamente consciente de lo que le podrían hacer al animal si lo descubrían. Tanto su madre, como su hermano mayor, podrían matarlo. «Además, se molestaran… aunque esa no es una mala idea. »

Sonrió.

—En sí, eres muy valiente por haber llegado hasta aquí. No muchos lo consiguen.

Volvió a acariciar al cachorro, pero en esta vez el pequeño animal levantó la cabeza y abrió sus enormes ojos. Y Killua sintió que el aliento se escaba de sus labios…

¡Los ojos del perrito eran muy bellos! Expresivos y brillantes. De un hermoso color almendra, entre un castaño y dorado, se veían tan cálidos y llenos de vida que no tardaron en conmover al peli-plata. ¡Y no solo eso ayudó! El cachorro, a pesar de estar gravemente herido, meció su cola de un lado hacia el otro al ver que el humano le estaba contemplado y en un gesto de felicidad lamió algunos pálidos dedos.

Aquella acción le hizo sonrojar como nunca antes en su vida. —¡Y-ya ba-basta! E-es vergonzoso… —murmuró en una especie de mohín y con los ojos azules cubiertos por un brillo extraño; ¿esa lamida contaba como muestra de afecto? Porque Killua no recibía muchas muestras de cariño por parte de su familia y no es que él esperara que alguien hiciera lo mismo que el cachorro; pero a pesar de sus quejas, el perro no se detuvo—. ¡O-oye!—. Lo tomó por los costados, levantándolo hasta que quedase a la altura de su rostro. —Dije que ya basta…

Sin embargo, lo único que recibió como respuesta fue un lengüetazo en la nariz por parte del cachorro.

¡¿Era posible que se sonrojara con tanta facilidad?!

«Estúpido pulgoso. » Desvió la mirada de inmediato, ignorando ─o al menos eso pretendía─ la concentración de calor en sus mejillas pálidas. Al ver el bostezo ajeno, lo acunó en sus brazos una vez más y sonrió débilmente sin dejar de acariciarlo; nunca antes, salvo con su querida Alluka, había tratado a alguien con tanto cuidado. Y se sentía… muy bien; «Es lindo. » Pensó complacido al sentir el pequeño y cálido cuerpecito contra su pecho.

Un estruendoso relámpago interrumpió el conmovedor silencio.

El joven Zoldyck elevó la mirada al cielo. El firmamento no tardo en oscurecerse, pero durante breves segundos era iluminado por los relámpagos, la fría brisa apareció y el inconfundible aroma de la lluvia hizo acto de presencia; eso no era bueno. El tiempo se acababa y el albino debía determinar su accionar.

Y lo hizo.

Killua se decidió.

Dejó al cochorro en el suelo, con mucho cuidado y delicadeza, para sacarse de encima la camisa blanca y envolver con ella el cuerpo del animal, solo así nadie podría verle. Volvió a tomarlo en brazos y corrió hacia la mansión lo más rápido que pudo, lo que sus piernas le dieron; porque sabía que si utilizaba su Nen llamaría la atención de todos; teniendo en mente el objetivo de salvar a la criaturita en sus brazos.

Iba a ayudar a ese cachorro.

Y no solo para molestar a su familia ─esa era una tonta excusa y él lo sabía─, sino porque ese animal era especial. Lo conservaría, haría todo lo posible por tenerlo a su lado; y también, mataría a cualquier que se atreva a lastimarlo…

Porque ese perrito sería SU mascota.

Ahora tenía un motivo para quedarse en la mansión, pero a la vez, tenía otro motivo para irse de allí lo más pronto posible.

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Como si de un milagro del cielo se tratase, Killua consiguió pasar desapercibido por todos los sirvientes y antes de tentar a la suerte, se metió lo más rápido que pudo a su habitación; podría decirse, que al fin estaba a salvo.

―Se veía como si no hubiera nadie aquí. ―pensó en voz alta al recordar los solitarios y deshabitados pasillos por los cuales transitó. Bajó la vista hasta sus brazos y dejó al descubierto la cabeza del cachorro―. No te preocupes… solo, espera un poco más. Enseguida curaré tus heridas.

Con mucho cuidado, dejó cachorro sobre las sabanas y buscó los utensilios necesarios para curarlo; en todos sus años de entrenamiento, había adquirido amplios conocimientos en primeros auxilios, después de todo, nadie de su familia iba a ayudarlo a sanar sus heridas; fue una tarea difícil, ya que el animal no dejaba de moverse y quejarse ¡Hasta parecía estar llorando! Mas Killua decidió hacer oídos sordos y terminar con su labor, ya podría lloriquear luego, cuando estuviera a salvo y con todas sus vendas puestas.

Suspiró aliviado al cortar el último vendaje.

Y recién ahí pudo ver con detenimiento las heridas: tres cortes en su pata delantera izquierda, dos en la pata trasera derecha, golpes en el estómago y el peor de todos era el corte profundo en el lomo. No tuvo otra alternativa que coserlo para detener el sangrado, aunque eso solo hizo que el perro llorara más que con las otras heridas.

Rascó la cabeza de su mascota. «Ahora solo debo esperar a que te recuperes. » Pensaba sin apartar la mirada del can.

Con el correr de las horas su preocupación aumentó.

Rechazó la cena y se negó rotundamente bajar al comedor, alegando que no deseaba compartir algún momento con su familia; y esas palabras no estaban muy alejadas de la verdad; nadie replicó a ello. Era como si ya estuvieran "acostumbrados" a las rabietas del muchacho.

Killua se acostó bajó las sabanas, no sin antes depositar al cachorro en un almohadón y acercarlo lo más posible a él, volteó todo su cuerpo, recostándose de lado frente al animal. El cachorro bostezó y volvió a acurrucarse. Ese accionar solo hizo sonrojar levemente al albino, nunca antes había visto algo tan tierno y lindo.

«Bueno, Alluka no cuenta. Este es otro tipo de ternura. » Llegó a la conclusión. Se acomodó metiéndose más bajo las sabanas, al punto de que éstas le cubrían parte del rostro y con algo de atrevimiento, estiró una de sus manos para rozar la cabeza de la criatura más se contuvo al final y dejó caer la palma de su mano sobre el colchón. «Me estoy volviendo loco por esta cosa. » Frunció el entrecejo ante el calor que sentía en su rostro.

Nadie imaginaría que un asesino pudiera preocuparse tanto por una vida ajena.

―Buenas noches pulgoso.

Estaba seguro que había oído un gruñido por lo bajo, y no pudo evitar sonreír; era la primera vez, que dormía tan plácidamente y más con una sonrisa en el rostro.

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Si había algo a lo que Killua estaba acostumbrado, eso era dormir hasta altas horas del mediodía. Pero, tal parece que esa manía no se cumpliría el día de hoy.

Logró distinguir algunos sonidos, sin embargo, para él era como si se encontrasen en la lejanía. Aun medio dormido, apretó los ojos con fuerza y se acurrucó más en la cama. ¿Era su impresión o todo se sentía más cálido? Como si, algo estuviera rodeándolo en un abrazo; no había tenido muchos abrazos en la vida que digamos, mas no iba a negar que todos sus conocimientos sobre "cariño" los había aprendido en la televisión y las novelas que leía; ¡daba igual la respuesta. Se acurrucó más y más, buscando calor y comodidad. ¡Y vaya que la encontró! No tenía deseos de moverse por nada del mundo.

Solo esperaba que nadie lo molestara…

―Buenos días, amo Killua.

Un gruñido por lo bajo brotó de sus labios. ¡¿Acaso era tan difícil de entender que no deseaba ser molestado?! Todo por culpa de esos sirvientes no podría tener sus catorce horas de sueño… que desconsiderados.

«Luego me aseguraré de que los despidan. » Pensó sin tener la más mínima intención por moverse. Casi ronroneó por el delicioso calor que sentía a su alrededor, mas esa expresión de goce terminó por desaparecer al recordar cierto detalle. «¡Ah! ¡El perro pulgoso! » En un rápido movimiento, logró zafarse de su cálido refugio y tratar de esconder al mendigo cachorro.

Al momento en que sus ojos azules se posaron sobre una mirada conocida, todo su cuerpo se congelo.

¿Realmente estaba viendo lo que estaba viendo?

Porque… estaba seguro de haber visto esos ojos antes.

Ver al otro muchacho despierto le entusiasmó. ―¡Amo Killua! ―gritó animadamente un niño de la misma edad del albino, para luego ─y con total impunidad─ lanzarse a los brazos de éste. En un amoroso y fuerte abrazo―. ¡Muy buenos días amo Killua!

Por su parte, Killua no lograba salir de su letargo. Parpadeó una y otra vez hasta sentir sus parpados pesados. Sacudió ligeramente la cabeza y tomó una pequeña respiración, contó mentalmente hasta cinco y dejó escapar el resto de aire.

«¿Esto es un sueño… verdad? » Aun estando preso en los brazos de aquel desconocido; que cabe aclarar, aprieta muy fuerte; logró bajar una de sus manos hasta su propio vientre y pellizco con sus dedos una porción de piel. Dolió, y mucho, pero ello no le hizo despertar de su ¿pesadilla? «Oh Dios mío. Es real ¡El malditamente real! »

―¿E-e-eh? ¿Q-qué…? ―balbuceaba como un idiota; y no estaba muy lejos de acercarse.

Ignoró olímpicamente aquellas palabras. ―Oooh, el amo Killua huele muy bien. ―dijo en una especie de ronroneo, algo muy extraño en él―. Es muy dulce el aroma. A Gon le gusta. ―pensaba en voz alta mientras su cola castaña se mecía de un lado hacia el otro y el oji-azul le miraba sorprendido.

Un momento...

«¿C-co-cola? » El albino, usando una fuerza descomunal, lo tomó por los hombros y empujó al muchacho a la cama. «¿E-e-era una cola? ¡No, no, no, no! No puede ser. Debo seguir soñando ¡sí eso es! » Talló sus ojos con fuerza, una, dos, hasta tres veces hasta que se decidió volver la vista. Y sí, efectivamente, había un muchacho en su cama.

Un muchacho completamente desnudo.

―¿Amo Killua? ¿Se encuentra bien?―. Inclinó la cabeza hacia uno de sus costados al ver el rostro confundido del peli-blanco. Aun su cola no dejaba de moverse, y por más que estuviera preocupado, la expresión juguetona no desaparecía de su rostro.

Sentía como el sudor frío descendía por su frente y parte de la nuca. Aquella imagen le superaba: un niño de su edad, de cabello negro con las puntas verdes, piel morena y brillantes ojos almendra le estaba siguiendo con la mirada, manteniendo una enorme sonrisa en el rostro. Que ese extraño estuviera desnudo y en su cama no era lo que más le sorprendía ¿Ah no? ¡Pues claro que no! Lo que más dejaba sin aliento a Killua era ver esa cola y esas orejas castañas… pues… moverse.

―Amo Killua… me está preocupando. ―decía en un tono bajo, posando sus ojos en todo el cuerpo de su dueño.

Gateó hasta donde se encontraba el albino más éste, por simple instinto o porque no sabía qué hacer, retrocedió gracias al impulso de sus manos hasta que su espalda chocó contra la cabecera de la cama; Killua pensaba que estaba condenado, bien condenado; el pelinegro posó una de sus manos sobre el pecho ajeno, sintiendo el constante golpeó del corazón, mantuvo sus ojos color castaños fijos en esa mirada azulina y comenzó a aproximar su rostro más y más, hasta que una mínima distancia los separaba a ambos.

―…E-e-espera… ―murmuró en un hilo de voz, sintiendo que cada palabra desaparecía en su garganta; sentir el cálido aliento sobre sus labios… era más de lo que podía soportar. ¿Pero qué demonios le sucedía?

Y sin previo aviso llego… bueno, llego aquello que Killua no se esperaba.

Un húmedo y mojado lengüetazo en todo el rostro por parte del moreno.

El albino se tensó por completo, sin saber cómo reaccionar, y fue mucho peor cuando el otro niño se alejó y por su rostro continuaba cayendo las gotas de la espesa saliva; eso había sido… la experiencia más asquerosa que había tenido en la vida. Y por lejos…

Antes de que pudiera decir algo, el pelinegro se abalanzó una vez más a él y lo abrazó como si el mañana no existiera. Sintió como escondía la cabeza en el hueco de su cuello y aspiraba su aroma como si esa actitud fuera la más normal del mundo. El joven Zoldyck bajó la mirada y vio como esa, ¡esa cola! se mecía de un lado al otro a gran velocidad, sus propias manos quedaron en el aire, a los costados del extraño y no tenía ni la más remota idea de que hacer.

―¡U-un momento! ¡Ey! ¡Deja de olerme!―. Con algo de esfuerzo, logró separar ese cuerpo del suyo. ―¿Q-qu… quién eres t-tú? ―preguntó con dificultad, tratando de no sonrojarse más de la cuenta; que ese desconocido estuviera desnudo le ponía los vellos de punta.

Sus labios se curvaron en una dulce sonrisa. ―Soy yo, amo Killua. ¡Gon!

―¿G-Gon? ―repitió. «Pero… yo no conozco ningún Gon. » Pensaba para sí.

―¡Sí! ¡Gon!

―B-bien… G-Gon… ¿q-qué ha-haces aquí?

―¿Uh? ¡Usted me trajo aquí!

―¿Yo? Ahora sí que estás demente. Yo no te traje aquí.

―¡Sí lo hizo!

Bien. El muchacho era un idiota, además de un pervertido; tendría que deshacerse rápido de él. ―¿Ah sí? ¿Y cuándo fue, genio? Ilumíname. ―dijo en un tono de broma mientras una de sus manos se escondía sigilosamente bajo las sabanas, solo para convertir sus dedos en filosas garras.

El moreno infló sus mejillas. ―¡Ayer por la tarde! Antes de que comenzara a llover. ―respondió en un tono serio―. Curó mis heridas ¿lo ve?―. Levantó su brazo izquierdo, enseñando las cicatrices. ―Cuando cambio de forma, todos los cortes se curan por sí solos ¡hasta parece magia! Pero… que usted me haya vendado fue de mucha ayuda, siempre tardo algunos días en sanar. ―decía al rascar nerviosamente su cabeza, sacando la lengua al final.

Killua estaba desconcertado. ¿Dónde había conocido a este lunático? «No lo entiendo… al único que ayude ayer fue… » Sus ojos se abrieron como platos al entender lo que sucedía. ―… el pulgoso…―. Levanto las sabanas y lo único que encontró fueron los vendajes que le había puesto al animal.

―¡No tengo pulgas!

―¿D-dónde….?

―Amo Killua ¿se siente bien? Está más pálido que ayer.

Golpeó suavemente la mano que se aproximaba hacia él y miró horrorizado al moreno. ¿Ese extraño era… el… el perrito?

Uno de sus dedos señalaba al pelinegro mientras su boca permanecía ligeramente abierta. ―T-t-t-tú…

El nerviosismo del albino le conmovió. ―Amo Killua. Mi nombre es Gon… muchas gracias por haberme ayudado. Estoy muy agradecido con usted. ―decía en un tono amable, inclinándose en señal de respeto―. Ninguno de mis otros amos fue amable conmigo, pero, espero que usted y yo nos llevemos bien. ―al decir eso último, volvió a abrazar al albino. Pero esta vez, de una manera más dulce.

Que ese extraño, o mejor dicho Gon, lo atrapara entre sus brazos fue de lo más incómodo. Por no decir otro tipo de expresión…

―¿C-cómo… sabes mi no-nombre? ―preguntó al fin, sonrojándose más en el proceso.

Rió por lo bajo ante la actitud tímida del albino. ―Aunque mi cuerpo estuviera lastimado mi oído funciona muy bien. Escuché que distintas personas lo llamaban de esa manera y deduje que ese era su nombre ¿estoy equivocado?―. Alejó su rostro para verle. ―Killua-sama es muy amable. Y sus brazos son muy cálidos, desearía que me abrace de esa manera siempre…

En menos de tres segundos, el rostro de volvió rojo. ¡Más de lo que alguna vez hubiera recordado!

―¡S-su-su-suéltame!

―¿Eh? ¿Por qué?

―¡N-no digas cosas así! E-es vergonzoso…

―¿Ser honesto es vergonzoso?

―N-no. Digo sí… quiero decir ¡Agh! T-tú haces que se-sea vergonzoso…

Un llamado a la puerta interrumpió la "conversación".

―Killua-sama ¿está despierto? ―preguntó uno de los mayordomos más fieles de la familia Zoldyck.

«Ah mierda ¡Es Gotoh! » Hasta el más mínimo centímetro de piel se tensó. Estiró sus manos y cubrió la boca del moreno. ―No digas ni una sola palabra ¿entendido? ―decía en un tono tan bajo, que rogaba a que el pelinegro lo haya escuchado.

Verlo asentir con la cabeza le hizo suspirar aliviado… Pero duró por unos segundos.

Estaba en su habitación, con un chico-perro desnudo y llamándolo amo mientras que uno de sus sirvientes, quien lo cuidaba como si fuera su niñero, estaba del otro lado de la puerta.

¿Cómo se supone que iba a escapar de este embrollo?


¡Viva las comedias románticas! (?) Bien. Aclaro que serán seis capítulos. ¡Nos veremos en la próxima actualización! Que ni siquiera sé cuando será, espero sea pronto. Sean pacientes por favor.

Cuídense mucho y un beso enorme.

Atte: Canciones de Cuna.