Bueno chicas acá les vengo con otra adaptación espero que la disfruten mucho

Te dedico este capítulo mi querida y única amiga Cecy te amo mi vida.

Michelle

Seducción oscura

Los guerreros de las Highlands juraron proteger al Inocente a través de los siglos...

Edward de Masen ha sido elegido por la Hermandad secreta, una sociedad anónima de caballeros paganos que han jurado defender a la humanidad. Es un neófito en lo que a sus extraordinarios, y poderosos, poderes se refiere. Pero ya ha roto sus votos, pues una mujer inocente muere por su causa. Edward está decidido a luchar contra su oscura sexualidad, a negarse a sí mismo todo placer... hasta que el destino le envía otra inocente, la hermosa librera Bella Swan.

Desde el asesinato de su madre, Bella ha hecho todo lo posible para labrarse una vida segura en una ciudad donde el peligro acecha en cada esquina, sobre todo durante la noche. Pero nada podía prepararla para el poderoso y sensual guerrero que la arrastra a su época... un espantoso mundo lleno de peligro donde los cazadores y las presas son los mismos. Bella necesita a Edward para sobrevivir, aunque de algún modo debe mantener a este peligrosamente poderoso maestro a raya. Pues no desea morir en su cama como las demás... en alas de un oscuro y prohibido placer...

El pasado

Cuando Bella despertó, en el silencio de la noche, por un momento, estuvo desorientada y aturdida. Afuera estaba lloviendo mucho. Se encontraba en una cama con dosel en una habitación que no reconocía. Cuando parpadeó en la oscuridad, vio un fuego en un hogar de piedra y dos ventanas pequeñas, estrechas. En vez del cristal, las barras de hierro la dividían en dos. A través de las barras, vio un torrencial cielo nocturno. Y entonces le oyó.

Bella... ven a mí.

Bella se incorporó de golpe, alarmada. Al instante, recordó el enfrentamiento cercano de Edward con la muerte. Pero no estaba con ella en el cuarto; no sabía dónde estaba. ¿Estaba Edward bien? ¿Cuánto tiempo había estado inconsciente? El cielo había estado nublado antes, pero no había ningún indicio de lluvia.

Bella... escaleras arriba... sobre ti. Te necesito...

Bella se congeló, respirando con fuerza. Estaba completamente a solas, pero él usaba la telepatía para comunicarse con ella y sus pensamientos eran tan claros como si los hubiera dicho. Se encontraba en algún lugar encima de ella. Podría sentirlo. Bella vaciló, sus entrañas se ahuecaron con una terrible urgencia. Estaba herido, cerca de la muerte. Lo habían encarcelado en algún sitio. Podía salvarlo.

Bella saltó de la cama. Estaba caliente, pero no por el pequeño fuego... la sangre corría caliente en sus venas por su poderosa llamada. Tenía que encontrarlo. Se estaba ahogando en la desesperación. Bella se arrancó el sujetador de su cuerpo y lo arrojó aparte, pero no encontró ningún alivio del calor febril. Tenía que estar con Edward. Tragando saliva, se quedó muy quieta, escuchándolo.

Le llevó solamente un momento ignorar el sonido de su palpitante corazón. Y después sintió su tormento. Estaba debilitado por la batalla, su cuerpo salvajemente cortado, y le dolía. Ni siquiera podía sentarse. Tenía que encontrarlo. La necesitaba. Necesitaba estar profundamente en su interior, tomando el poder de ella.

Bella se tensó cuando el calor llameó entre ellos. La había oído. Sabía que acudía a él y la esperaba.

Alzó la vista al techo. Emmett le había hablado a Jasper de llevar a Edward a una torre. Había cuatro torres, una en cada esquina de las contramurallas del castillo. Las dos casas del guarda tenían torres, también, pero estaba segura de que estaba directamente encima de ella. Bella movió de un tirón el escote de su leine1, el lino se adhería a su piel mojada. Esto no le hacía más fácil poder respirar.

Rasgó la molesta túnica de su cuerpo jadeando con fuerza, se quedó vestida sólo con su falda vaquera y camiseta. ¿Dónde estás?

Bella. En la planta superior. Encima de ti. Es la caseta del guarda del este.

Ella sonrió, su corazón palpitaba con urgencia renovada. Voy. Bella tanteó el pomo de la puerta y se dio cuenta de que estaba cerrado con llave. Se enfureció al instante. ¡La habían cerrado con llave en la cámara!

Bella inhaló y capturó su olor. Podía oler el sexo. La lujuria de él llenaba el cuarto desde encima del techo. Frenética, tiró de la anticuada manilla de la puerta. Su miedo le daba fuerza sobrehumana, porque la puerta se vino abajo rompiendo la cerradura.

Jadeante, miró detenidamente dentro del pasillo y vio que estaba vacío, una solitaria antorcha ardía en un candelabro en la pared. Con los pies descalzos, se dirigió sigilosamente hacia la estrecha y tortuosa escalera de piedra. Sentía como si su carne pudiera explotar en su cuerpo si no se lanzaba en sus brazos pronto.

Se dirigió al siguiente piso, donde encontró una pequeña antecámara redonda en vez de un corredor. Frente a ella una pesada puerta de madera, con el cerrojo echado desde el exterior y un candado de hierro el él.

Una tensión palpitante llenó la antesala. La de Edward.

Él estaba al otro lado de aquella puerta, duro y caliente, prometiéndole un universo de éxtasis. Bella ahora sabía que gustosamente moriría por su toque.

Bella gimió y encontró la daga metida en el cinturón de su falda, luego la introdujo en el candado. En Nueva York, nunca habría sido capaz de forzar tal cerradura. Pero esta vez empujó brutalmente la daga en la cerradura y esta saltó abierta. La humedad comenzó a gotear bajando por sus piernas. Bella arrojó el cerrojo aparte y tiró con fuerza abriendo la puerta.

Su mirada de plata se centró en ella.

Edward yacía desnudo sobre la espalda en un jergón contra la pared más alejada, una venda de pálido lino destacaba en contraste con su piel morena. Su cabeza estaba girada hacia ella y la miraba con cautela. Estaba totalmente erecto. Bella lo entendió; se había convertido en un yaciente cazador acechándola. Estaba impaciente por ser su presa.

Bella quería correr hacia él, pero ante la vista de tanta belleza y la anticipación de tanto placer, simplemente no pudo moverse.

Una sonrisa comenzó cuando él se sentó despacio, gruñendo por el dolor. La venda estaba manchada con la roja sangre.

—Ven a mí, Bella.

Bella tropezó al avanzar mientras él, con cuidado, se ponía de pie, claramente débil por la batalla y la pérdida de sangre. Lo alcanzó, envolviendo los brazos alrededor de él, y cuando su cuerpo completamente desnudo entró en contacto con el suyo, las lágrimas de deseo comenzaron.

—Muchacha —jadeó, sujetándola en un abrazo como una tenaza. Echó la cabeza hacia atrás y su poder cayó sobre ella como una capa enorme. Bella estaba envuelta en la calidez que se inició como una invasión desde el exterior hacia su interior. Era agudamente consciente de una sensación de drenaje suave, dulce, y tan consciente de Edward, gimiendo sin control con la cabeza echada hacia atrás. De repente sintió que el terrible placer de él comenzaba.

Él lanzó un grito con voz poco clara.

— ¡Sí, Bella! —encontró su mirada cuando la agarró de los brazos y vio la lujuria triunfante allí. Él sonrió salvajemente, abrió sus muslos, su boca contra la suya. Empujó profundamente, jadeando—. Sabes tan bien.

Una ola enorme se rompió y Bella lloró ante el gran placer con el que había soñado, pero Edward se movió entonces, drenándola y corriéndose al mismo tiempo, y la ola siguió rompiendo. La comprensión de relámpago la conmocionó cuando el universo se volvió sólidamente negro y lleno de estrellas que explotaban, cada una en otro de sus clímax. Esta vez estaría perdida en esta galaxia de placer interminable, nunca saldría y no quería. Cada clímax era más violento, más brutal y mejor que un anterior. No importaba. Así era como quería morir, dando a Edward su vida, mientras montaba su enorme dureza en la eternidad.

La semilla de él fluyó y la abrasó. Rugió su placer mientras la tomaba, el sonido de una bestia, no de un hombre.

Bella sollozó y rogó por más, y más, corriéndose. De alguna manera sabía que no podía soportar esto, pero lo quería de todos modos. Otra ola terrible se rompió, aplastándola con el éxtasis.

De repente Edward rugió en el momento final... y se hundió profundamente.

Bella quiso protestar pero no pudo. Estaba en un vórtice de placer y dolor y girando más allá, tan rápidamente en este momento que se dio cuenta de que realmente se moría. Podía sentir la última esencia de su vida girando en ella, más rápido y más rápido, como una peonza dando vueltas hasta desvanecerse.

Bella comenzó a sosegarse, floja y vacía, consumiéndose. Bajó la mirada hacia su cuerpo casi desnudo, tumbado en el suelo de piedra, y vio a Edward apoyado en la ventana, contemplándola con horror. Emmett y Jasper se inclinaron sobre ella. Y de repente la torre estuvo llena de una luz cegadora. De pronto vio a los Antiguos ligeramente perfilados y apiñándose en el cuarto...

— ¿Estás viva? —gritó Edward.

Capítulo 1

El Presente

Bella tenía miedo de la oscuridad.

Estaba oscuro... y algo acababa de caer con un ruido sordo escaleras abajo.

Estaba de pie en el más absoluto silencio en el dormitorio que se encontraba encima de su librería. Bella vendía libros viejos y raros manuscritos, así como también ocasionalmente tomos únicos de segunda mano, y gracias al inventario de un cuarto de millón de dólares que conservaba, tenía un sistema de seguridad de tecnología avanzada, un Taser2 y un arma. Sabía que no había dejado una ventana abierta, aunque la ciudad en julio era sofocante, de todos modos nunca dejaría una ventana abierta. Era demasiado peligroso. La delincuencia en la ciudad estaba descontrolada. El mes pasado, su vecina, una aspirante a modelo, había sido asesinada, y aunque la policía no lo dijo, sospechaba que había sido un crimen por placer. Se esforzó por saber los detalles, dudando si coger su Beretta del cajón de al lado de la cama.

Pero ya no oía nada. Mientras permanecía allí de pie, vestida con un par de boxers a rayas multicolores de algodón y una camiseta de canalé fina, su dormitorio parecía como si un tornado hubiera circulado por él, el gato callejero que había aparecido más temprano ese día vagaba fuera en el pasillo. El alivio la inundó. ¡El gato se había llevado algo por delante! No debería haber sospechado lo peor, después de todo, los sensores de detección de movimiento no se habían disparado, pero incluso después de todos estos años, detestaba estar sola por la noche.

Aterrorizada, la niña se puso en cuclillas cerca de la puerta, mientras una sombra oscura, sepulcral deambulaba por ahí.

Bella frunció el ceño ante el hermoso gato negro, negándose a permitir que un solo pensamiento sobre el asesinato de su madre, hacía tanto tiempo, invadiera ahora su conciencia.

— ¡Tú! Debería haberte alimentado ahora, ¿verdad?

Ronroneando, el gato se deslizó entre sus tobillos, frotándose sensualmente.

Bella le recogió, era la primera vez que lo había hecho así, sosteniéndole fuertemente contra su pecho.

—Bribón —susurró—. Necesito un perro, no un gato, pero si no supiera que alguien te iba a echar de menos, me quedaría contigo.

La criatura atrevida realmente lamió su cara.

Bella se limpió la barbilla, dejando caer al gato al suelo, sabiendo que tendría que pegar algunos carteles de "Encontrado" en su vecindario de Tribeca antes de irse para el aeropuerto mañana. Estaba en medio del proceso de hacer las maletas para unas largas y retrasadas vacaciones. Mañana, estaría camino de Edimburgo, y el viernes conduciría a través de las Highlands. Esta vez, su primera parada sería la isla de Mull, de austera belleza.

El entusiasmo la llenó. El gato se había puesto cómodo en la cama, y Bella se alejó para volver a su equipaje. Fue hacía su antigua cómoda, comprada en un viaje anterior al extranjero, en Lisboa. Viajaba extensamente por su negocio. Sonriendo mientras echaba su oscuro pelo castaño rojizo sobre su hombro, sacó un montón de camisetas de tirantes y de media manga. Tenía veintiocho años, pronto serían veintinueve, y dirigía un negocio extraordinariamente próspero, con la mitad de este dirigido a Internet. Desde su graduación en Princeton, con un Master en historia medieval europea, se había tomado exactamente dos periodos de vacaciones por asuntos personales. Primero fue a Londres e hizo un circuito por Cornualles y el País de Gales. En el último momento un amigo le había dicho que tenía que pasar unos días en Escocia, y aunque no fuera una criatura impulsiva —a Bella le gustaba tenerlo todo controlado—, había cambiado su itinerario un día antes de marcharse para poder hacerlo así. En el momento en que pasó Berwick-upon-Tweed3, un extraño entusiasmo la había llenado. Amó Escocia al instante.

Casi parecía que había llegado a casa.

Había seguido el itinerario habitual para hacer el circuito: Dunbar, Edimburgo, Stirling, Iona y Perth. Pero sabía que volvería para explorar las Highlands. Su austera grandeza y escarpada soledad la llamaban a gritos de una manera que nunca había experimentado antes. Hacía dos años que había vuelto, pasando diez días en el norte y noroeste. Durante su último día, había descubierto la pequeña isla, escarpada y hermosa de Mull.

Había viajado hacía Duart en el estrecho de Mull, la sede de los lairds Blacks a lo largo de muchos siglos. Una necesidad intensa de explorar y descubrir la historia del área la había vencido, pero vagar por el castillo no la había satisfecho en absoluto. Justo antes de la salida de la isla, había tropezado con una encantadora pensión con desayuno incluido en el cabo de Malcolm, y sus propietarios la habían mandado hacia Masen. Le dijeron que Masen era la sede de los Blacks de Mull del sur y Coll y que el laird actual permanecía en la residencia, aunque raramente se le veía. Era un solitario, dijeron, y soltero, una terrible vergüenza. Como la mayor parte de aristócratas, los motivos financieros lo obligaron a abrir las tierras y unas cuantas cámaras al público.

Intrigada, Bella se había precipitado a Masen una hora antes del cierre. Había quedado tan abrumada por el castillo gris que en el momento en que se acercó al puente levadizo tendido sobre el foso ahora vacío, la frialdad había comenzado a correr de arriba abajo por su columna vertebral. Se había quedado sin aliento mientras pasaba bajo un rastrillo levantado y a través del bajo y oscuro pasadizo de la caseta del guarda, dándose cuenta de que esto había sido una parte del castillo original, incorporada a principios del siglo XIV por Brogan Black. Había hecho una pausa en el recinto interior, mirando fijamente no hacia el patio desnudo, sino hacia el mar y el torreón. No tuvieron que decirle nada para saber que la torre, que daba sobre el Atlántico, era una parte de la fortificación original, también.

Todas las cámaras estaban cerradas al público excepto el gran salón. Una vez dentro, Bella había permanecido allí de pie, extrañamente fascinada. Le había parecido familiar, aunque nunca hubiera estado allí antes. Había contemplado la amplia y escasamente amueblada cámara, no viendo los tres elegantes asientos acondicionados, sino una mesa de caballete, ocupada por el señor y sus nobles. Ningún fuego ardía en el enorme hogar, pero Bella sintió que su calor la sofocaba. Cuando otro turista había pasado andando por delante de ella, había brincado, casi esperando ver al laird de Masen. Bella podría haber jurado que sintió su presencia.

Todavía podía recordar la vista del imponente castillo desde el camino debajo de los altos acantilados como si hubiera estado allí ayer. Había pensado mucho en el castillo y hasta hizo un poco de investigación, pero los Black del sur eran misteriosos. Una búsqueda en Google y su biblioteca de investigación on-line no habían traído ninguna referencia a cualquiera de los Blacks del sur desde Brogan Mor, y este había muerto en 1411 en una sangrienta batalla llamada Red Harlaw. La carencia de información sólo agudizó su deseo, pero Bella siempre era insaciable cuando este provenía de la historia.

Bella ordenó un montón de vaqueros, ahora sin aliento. En este viaje, pasaría una noche en Edimburgo y conduciría directamente hasta Masen. Se quedaría en la pensión, Edward's Arms, y se había concedido tres días enteros en la isla. Pero había más. Como vendedora de libros raros, tenía la intención de preguntar al laird actual si podía tener el acceso a su biblioteca. Esto era una excusa para encontrarlo. No sabía por qué estaba compelida a actuar así. Tal vez era porque no había ninguna historia en esta rama de los Blacks desde Brogan Mor. Bella había decidido que el laird actual tenía probablemente sesenta años, pero tenía una imagen de él en su mente, como una versión madura de Colin Farrell.

Bella tiró unos cuantos pares de vaqueros en su maleta, decidiendo que casi estaba lista. Era alta para ser una mujer, erguida media casi metro ochenta descalza, y estaba increíblemente en forma por el kickboxing, correr y levantar pesas casi cada día. Estar fuerte le daba seguridad. Cuando Bella tenía diez años, su madre había ido a la tienda de comestibles de la esquina, dejando a Bella sola en el apartamento de una única habitación, prometiéndola que estaría de vuelta en cinco minutos. Nunca regresó a casa.

Bella trató de no acordarse de aquella noche interminable. Había sido una niña fantasiosa, que creía en monstruos y fantasmas, dando la lata a su madre sin parar con sus afirmaciones de que las criaturas vivían en el armario y bajo la cama. Esa noche, había visto formas aterradoras en cada sombra, cada cortina en movimiento.

Aquello fue hace tiempo. A pesar de todo, echaba de menos a su madre. Hasta este día, llevaba puesto un curioso pendiente que su madre nunca se había quitado, una pálida piedra semipreciosa muy pulida engastada en cuatro patillas de oro, cada patilla intrincadamente detallada con un diseño obviamente celta. Siempre que Bella se sentía particularmente triste, apretaba el pendiente en la palma de su mano, y su pena se aliviaba. No sabía por qué su madre había estado tan apegada a este, pero sospechaba que tenía algo que ver con el padre de Bella. La piedra era el recuerdo más querido que Bella tenía.

No es que tuviera un padre. Su madre había sido dolorosamente honesta, explicándole que fue una sola noche de pasión cuando había sido joven y salvaje. Su nombre era Charlie, y esto era todo lo que Rennee sabía, o dijo que sabía.

Después de la muerte de su madre, Bella había ido a vivir al norte del estado con su tía y tío en su granja. La tía Bet la había dado la bienvenida con los brazos abiertos, y Bella creció cerca de sus primas, Amy y Lorie, ambas casi de su misma edad. Cuando Bella llego a los quince, la tía Bet la había sentado y le había dicho la espantosa verdad.

Su madre no había sido asesinada por el dinero de su cartera o sus tarjetas de crédito. Había sido la víctima de un crimen por placer.

Aquel conocimiento había cambiado la vida de Bella. Su madre había sido asesinada por un loco pervertido. Esto la confirmó sus peores miedos, las cosas malas estaban ahí y pasaban por la noche.

Y luego, en su segundo año como estudiante en el colegio, su prima Lorie fue asesinada cuando se retiraba de una tardía película nocturna no lejos del campus. La policía había determinado rápidamente que Lorie había sido la víctima de otro crimen por placer. De esto hacía cinco años.

Ella no sabía cuándo la "oh-tan-avispada" prensa nacional había acuñado primero la frase crimen por placer, pero había sido más o menos desde que podía recordar. Los comentaristas sociales, los psiquiatras, los liberales y los conservadores, por igual, todos afirmaron que la sociedad estaba en un estado de anarquía. El ochenta por ciento de todos los asesinatos estaban ahora asociados al sexo, y cada año esto estaba empeorando. Lorie había muerto como miles de otros. Había tenido relaciones sexuales. Los fluidos corporales habían mostrado que había estado muy excitada y que el perpetrador había llegado al clímax varias veces. No hubo ninguna lucha, y hasta el día de hoy, la policía no tenía ninguna pista en cuanto a quién había estado con Lorie. Un testigo había visto a Lorie abandonar la sala del cine con un hombre joven, apuesto, con pinta atlética. Ella había parecido feliz, incluso enamorada. Un retrato robot de la policía se había puesto en circulación pero nadie lo reconoció y, como de costumbre, no había ninguna correspondencia en la base de datos de criminales del FBI.

Pero por eso los crímenes por placer eran tan sobrecogedores y estremecedores. Estos pervertidos asesinos siempre parecían ser completamente extraños, y a pesar de ello, de alguna manera sedujeron a sus víctimas, y hasta el día de hoy, nadie sabía cómo. Había toda clase de teorías. La teoría de culto afirmaba que el perpetrador pertenecía a una sociedad secreta y usaba el hipnotismo para seducir a las víctimas. Los sociólogos llamaron a las muertes una tendencia patológica y achacaron la culpa de todo a los videojuegos, al rap y la cultura de la violencia, a los hogares rotos, a las drogas e incluso a las familias compuestas por padres divorciados que aportan hijos al nuevo matrimonio. Bella sabía que eran especulaciones. Nadie sabía el cómo y nadie sabía el porqué.

Esto apenas tenía importancia. Todas las víctimas eran jóvenes y atractivas y morían del mismo modo. Sus corazones simplemente dejaban de latir, como si fueran vencidas por la pasión y la excitación.

Después del asesinato de su prima, Bella se había asegurado de que era lo bastante fuerte como para hacer algo de daño si uno de los pervertidos criminales de la ciudad pensaba atacarla. Amy había decidido tomar clases de artes marciales, también. De hecho, Amy había sido la que había sugerido el curso de defensa personal y había animado a Bella a aprender a disparar. Ambas jóvenes mujeres guardaban armas en sus casas. Bella se alegró de que el marido de Amy estuviera en el FBI, incluso si se sentaba detrás de un escritorio. Se sentía segura de que este tuviera realmente alguna información confidencial, porque Amy siempre hablaba de cómo eran de perversos los crímenes. Nunca dijo más y Bella sospechaba que no se lo permitían. Estaba de acuerdo. Los crímenes por placer eran perversos. Tal vez había un culto enfermizo después de todo. Bella guardó su arma cargada en su mesilla de noche al lado de la cama. Nadie iba nunca a hacerla daño, no si podía remediarlo.

Su equipaje casi estaba listo, decidió hacerse una cena ligera. Se rió del gato, que estaba enroscado en la almohada en la que dormía.

— ¡Bribón, en mi almohada no, por favor! Porfa. Puedes conseguir algo de hierba gatera4 mientras cómo. Una copa de vino es definitivamente procedente.

Como si la entendiera perfectamente, el gato negro saltó de la cama y se acercó.

Bella se flexionó para acariciarle.

—Tal vez debería quedarme contigo. Eres una cosa tan hermosa.

Las palabras apenas habían salido de su boca cuando los detectores de movimiento sonaron y alguien comenzó a golpear ruidosamente la puerta principal de su tienda.

Bella pego un brinco y luego se congeló, inmediatamente rebosante de adrenalina. El aporreamiento continuó. Echó un vistazo al reloj cerca de su cama. Era las nueve y media. Esto era o una emergencia o un chalado. Y, caramba, no abriría la puerta a un loco. Había demasiados lunáticos sueltos.

Bella corrió a la mesilla, cogiendo su Beretta del cajón. El sudor se acumuló entre sus pechos. Sus dos vecinos tenían su número, por si acaso alguna vez había una emergencia. Este tenía que ser un extraño. Comenzó a bajar descalza la escalera.

Trató de no pensar en todos los crímenes atroces cometidos en la ciudad.

Trató de no pensar en su vecina, Lorie o su madre.

— ¡Bella! Sé que estás ahí —gritó una mujer, sonando cabreada.

Bella vaciló. ¿Quién demonios era esa? No reconocía la voz. La persona estaba tan impaciente por entrar que sacudía la puerta, como si la desencajara de sus goznes. Esto, por supuesto, era imposible. La puerta era de grueso acero armado y los goznes eran de hierro fundido.

Había un pequeño pasillo con una consola al pie de la escalera donde siempre mantenía una solitaria lámpara de escritorio encendida. Su despacho estaba al otro lado del pasillo. A la izquierda de la escalera estaba la cocina, con su área de desayuno, y a la derecha, la amplia estancia que servía como tienda. Bella entró en la tienda, golpeando el interruptor de la luz e inundando la tienda con ella cuando así lo hizo.

La persiana veneciana negra estaba subida.

— ¿Quién es? —exigió Bella, sin ir hacia la puerta.

Los golpes y el traqueteo se pararon.

—Claire, soy yo, Angela.

Bella trató de pensar. Estaba casi segura de que no conocía a nadie llamado Angela. Estuvo a punto de decirle que se largara —de un modo cortés, por supuesto—, cuando la mujer habló:

—Sé que tienes la página, Bella. Déjame entrar.

Bella no sentía curiosidad, no ahora, no con una extraña chiflada que derribaba a golpes su puerta, no cuando fuera estaba negro como el Hades.

—Tengo doce mil libros en stock —dijo ella concisamente—. A cuatrocientas páginas como media, aquí hay un montón de páginas.

—Es la página del libro para curarse. —Angela parecía peligrosamente irritada—. Es del Cladich y lo sabes. —Empujó la puerta abriéndola y dio un paso dentro, rompiendo algo cuando así lo hizo.

Por un segundo, Bella se quedó conmocionada. Sólo Terminator podía romper la puerta al abrirla de aquella manera, y la mujer pelirroja que andaba resueltamente por su tienda no era Terminator, para nada. Era de estatura y complexión media, no más de uno setenta, probablemente no mucho más de cincuenta kilos. Bella se dio cuenta de que iba vestida toda de negro, como una ladrona, y que evidentemente había forzado sus cerraduras de tecnología avanzada.

Mañana iba a instalar un nuevo sistema de seguridad.

Bella la apuntó con el arma directamente entre los ojos.

—Párate ahí mismo. No te conozco y esto no parece una broma pesada. ¡Sal de aquí!

Su mano no temblaba y Bella estaba asombrada, porque tenía miedo. Nunca había mirado dentro de unos ojos tan fríos y desalmados antes.

Angela la sonrió sin ninguna alegría y esto transformó su belleza en una máscara de malicia. Su sonrisa habló de amenazas. Por un instante, el corazón de Bella latió desenfrenado cuando se dio cuenta de que esta mujer desconocida no la iba a escuchar. Pero no parecía que la mujer estuviera armada y Bella le pasaba al menos en nueve kilos.

Y entonces Angela se rió.

— ¡Ah, mis dioses! No me conoces... No has regresado todavía, ¿verdad?

Bella nunca vaciló, manteniendo apuntada el arma en medio de la frente de la mujer.

—Salga.

—No antes de que me des la página —dijo Angela, caminado a zancadas directamente hacia ella.

— ¡No tengo ninguna página! —gritó Bella con incredulidad. Su mano comenzó a temblar. Bella comenzó a apretar el gatillo, bajando el arma para apuntar al hombro de Angela, pero era demasiado tarde. Angela le quitó el arma con la velocidad de una estremecedora serpiente. Entonces levantó el puño.

Bella vio el golpe y trató de bloquearlo, pero la otra mujer era extraordinariamente fuerte y su reafirmado antebrazo descendió abruptamente. Sintió el puño como nudilleras cuando este golpeó con fuerza en un lateral de su cabeza. El dolor explotó y Bella vio estrellas fugaces. Después sólo hubo oscuridad.

Bella volvió en si despacio, las capas de oscuridad retrocediendo, siendo sustituidas por densas sombras grises. Le dolía la cabeza como el infierno. Este fue su primer pensamiento coherente. Entonces se percató de que estaba sobre el suelo de madera. Al instante, lo recordó todo...

Una mujer había irrumpido a la fuerza en su tienda y la había asaltado. Durante un momento Bella se quedó inmóvil, haciendo como que estaba inconsciente, escuchando intensamente la noche. Pero todo lo que oyó fue el paso de los coches y los claxon resonando afuera en la calle.

Lentamente, Bella abrió los ojos, percatándose de que había sido trasladada. Ahora yacía en el espacio entre la cocina y la tienda, no lejos de su despacho. La lámpara de escritorio permanecía encendida. Bella despacio giró su cabeza para contemplar la tienda. Casi gritó. Estaba vacía, la puerta principal por suerte cerrada, pero parecía como si cada libro hubiera sido lanzado al suelo. Su tienda había sido saqueada

Bella se sentó, rígida con consternación e incredulidad. La mujer había estado sin duda alguna buscando una página de aquel libro que había mencionado. Se tocó un lado de la cabeza, encontrando un enorme chichón detrás de la oreja, y esperaba en contra de todas las predicciones que sus existencias más valiosas no hubieran sido robadas. Necesitaba llamar a la policía, pero también necesitaba saber lo que Angela se había llevado.

Nunca había oído hablar del Cladich. Pero en tiempos medievales, hubo referencias a libros y manuscritos en los cuales los hombres de hoy en día habían creído disponer de varios poderes reconstituyentes y curativos. A pesar de su cabeza dolorida, se entusiasmó. Haría una búsqueda en Google sobre el Cladich tan pronto como se orientara. ¿Pero por qué pensaría aquella intrusa que una página de aquel libro estaba en su tienda?

La intrusa podría ser una simple pirada, pero Bella seguía preocupada. Daba la impresión de que Angela la conocía y no parecía una loca, en absoluto. Había parecido depravada, despiadada y decidida. Bella alargó la mano y agarró el pendiente que llevaba puesto, tomándose un momento para recuperar la serenidad. ¡De todas las noches para un allanamiento y un asalto! Pero en realidad no estaba herida. Si tenía suerte, la mujer no había encontrado lo que buscaba. ¡Si realmente estuviera de suerte, aquella página estaría de hecho en su posesión!

Bella se puso de pie, comenzando a calmarse, la palpitación retrocediendo a un dolor embotado, mientras un entusiasmo familiar zumbaba en sus venas. Su instinto era precipitarse a la tienda y hacer inventario, pero sabía que lo que debía hacer era refrescar su cabeza primero y después llamar a la policía. Y también tenía que comprobar si un libro llamado El Cladich había existido alguna vez.

Pero la seguridad era lo primero. Bella entró en la tienda para cerrar con llave la puerta principal. Cuando cruzó la tienda, con cuidado pasando por encima de los libros y manuscritos, recuperó la Beretta del suelo. La puerta tenía una doble cerradura. Mañana, cuando tuviera puestas cerraduras triples, también añadiría un cerrojo. Cuando giró la cerradura, el chasquido sonó reconfortante, pero cuando comprobó la puerta, esta se abrió.

Su corazón saltó consternado. Si las cerraduras ya no funcionaban, se iría a un hotel. Bella vaciló y abrió la puerta una rendija para mirar la cerradura. Sus ojos se abrieron de par en par cuando miró fijamente los boquetes en el marco de puerta de madera. Casi parecía como si Angela hubiera empujado la puerta cerrada abriéndola, desguazando los dientes de las cerraduras dentro de la jamba de madera al hacerlo así.

Pero eso era imposible.

Cerró de golpe la puerta, negándose a aterrorizarse. El exterior de la calle había estado relativamente tranquilo excepto por algunos coches que pasaban, pero ahora no tenía ninguna seguridad. Cada noche, docenas de crímenes por placer ocurrían. Se había ocupado de estar informada de esto.

Se apresuró a su escritorio, saltando sobre pilas de libros, agarró la silla, y la puso bajo el pomo de la puerta. Cuando la policía viniera, les pediría que la ayudaran a mover un estante delante de la puerta. Esto debería añadir por el momento bastante seguridad.

Pero, ¿cómo podría dejar la ciudad mañana, como tenía planeado? Bella comprendió que su viaje tendría que ser pospuesto. Iba a tener que hacer inventario de sus existencias. La policía lo exigiría. ¿Y si alguien hubiera puesto una página valiosa en uno de los volúmenes?

El atractivo de sus vacaciones y de Masen, luchaban contra su entusiasmo sobre la posibilidad de hacer un descubrimiento tan enorme. Bella entró corriendo en su despacho, incluso sin encender las luces. Dio un toque a la barra espaciadora para sacarlo de la fase de hibernación, su pulso martilleaba. Corrió dentro de la cocina, golpeando las luces y comenzó a llenar una bolsa Ziploc5 con hielo. El dolor en su cabeza había despuntado hacia una desagradable jaqueca. Tal vez, después de todo, se saltaría el hospital.

Desde la tienda, oyó la silla arañar a través del suelo tal como oyó a un hombre maldiciendo.

Bella no se lo podía creer. ¡No podía ser otro intruso! Y luego el miedo comenzó. Se movió, agarrando el arma de la encimera, comprobando como una loca si estaba cargada y luego apagando de golpe las luces de la cocina. Se fundió con la pared de detrás de la puerta abierta de cocina. Tratando de no entrar en pánico, escuchó atentamente por el hombre otra vez, pero no oyó nada.

No obstante, no había sido su imaginación. Había oído una maldición, casi inaudible. El corazón de Bella palpitó con una aterradora fuerza. ¿Se había marchado? ¿O estaba ahora mismo saqueando su tienda? ¿Iba a ser de nuevo agredida?

¿Buscaba aquella página del Cladich? Porque esto no podía ser una coincidencia. No había sido desvalijada en los cuatro años que llevaba abierto el negocio.

El teléfono estaba al otro lado de la cocina. Sabía que debía llamar al 9116 pero tenía miedo de que el intruso la oyera y volviera su atención hacia ella. Agarró el arma tan fuerte que sus dedos le dolieron, sus palmas estaban sudorosas. La cólera comenzó. Esta era su tienda, ¡maldita sea! Pero el miedo la consumía y ninguna cantidad de cólera justiciera podría ahuyentarlo.

Asustada de que su respiración superficial fuera audible y la delatara, Bella comenzó a arrastrarse por el pasillo. La maldita lámpara de escritorio permanecía encendida, haciéndola sentirse horriblemente expuesta. Podía ver la puerta principal a través de la tienda, pero allí no había nadie.

Cuando pasó las escaleras, la agarraron desde atrás.

Bella lanzó un grito cuando un poderoso brazo la inmovilizó contra lo que parecía un muro de piedra. El pánico la imposibilitó pensar. Se dio cuenta de que estaba sujeta, como por mordazas, contra un enorme, y claramente, masculino cuerpo.

Su corazón tronó, pero de repente, disminuyó el ritmo Y Bella tuvo una impactante sensación de familiaridad. En aquel momento, el miedo desapareció, sustituido sólo por su aguda conciencia del poder abrumador y la fuerza del macho.

Él habló.

Bella no entendió una sola palabra de lo que dijo. Su corazón se aceleró y el miedo la arañó de nuevo. Su instinto era luchar y comenzó a retorcerse, agarrando sus brazos para quitárselos de encima, deseando haber tenido tacones de aguja, porque entonces podría meterle uno en su bota. Y cuando sus piernas descubiertas entraron en contacto con los muslos de él, se congeló, porque las piernas de él también estaban absolutamente desnudas. Bella inhaló dolorosamente.

Él habló, sacudiéndola dentro de su enorme brazo, y no hizo falta que entendiera su lengua para saber que le estaba diciendo que se estuviera quieta. Y cuando tiró acercándola hacia él, lo sintió endurecerse contra su trasero.

Bella se pasmó. Su captor estaba excitado, de manera tan espantosa. La sensación de una gran, dura longitud presionada contra ella era aterradora... y también emocionante.

—Déjeme ir —jadeó desesperadamente. Y tres palabras ardieron a través de su mente: Crimen por placer.

Notó que su agarre se tensaba por la sorpresa. Entonces dijo:

—Antes baja el arma, muchacha.

Habló en inglés, pero no había duda alguna del exagerado acento escocés. Claire humedeció sus labios, demasiado aturdida incluso como para tratar de considerar lo que significaba aquella coincidencia.

—Por favor. No escaparé. Suélteme. Me está haciendo daño.

Para su alivio, relajó el agarre.

—Deja el arma, se buena chica. —Cuando él habló, sintió su barba incipiente contra su mandíbula y su ligero aliento en la oreja.

Su mente se quedó en blanco, y sólo pudo pensar en el pulso poderoso que palpitaba contra ella. Algo terrible estaba sucediendo, y Bella no sabía qué hacer. Su cuerpo había comenzado a tensarse y a vibrar. ¿Era así cómo aquellas mujeres morían en medio de la noche? ¿Se quedaban aturdidas y confusas, y excitadas? Dejó caer el arma y esta cayó ruidosamente en el suelo, pero no se disparó.

—Por favor.

—No grites —dijo suavemente—. No voy a hacerte daño, muchacha. Necesito tu ayuda.

Bella de alguna manera asintió con la cabeza. Cuando apartó su brazo, ella corrió hacia el otro lado del pasillo, parando de golpe allí y girando a su espalda para afrontarlo. Y gritó.

Había esperado cualquier cosa menos la perfección masculina que la hacía frente. Era un hombre imponente, al menos dieciséis centímetros más alto que ella, enormemente musculoso. Su pelo era tan negro como la medianoche, su piel bronceada, pero tenía ojos chocantemente pálidos. Estos estaban enfocados en ella con inquietante intensidad.

Parecía tan sorprendido ante la visión de ella como ella estaba por la de él.

Tembló. Dios, era hermoso. Una nariz ligeramente torcida, quizá se le rompió una vez, pómulos dolorosamente altos y una crudamente fuerte mandíbula le daban el aspecto de héroe poderoso. Una cicatriz partía en dos una ceja negra, otra formaba una medialuna en una mejilla. Simplemente se añadían para hacer parecer que este hombre estaba curtido en la batalla, experimentado, y de lejos demasiado fuerte para ser bueno para alguien.

Pero era un pirado. Tenía que serlo. Porque estaba vestido con ropa que reconoció al instante. Hasta medio muslo, una túnica de lino color mostaza, que estaba atada con un cinturón, y sobre esto, cubriendo un hombro, un tartán escocés azul y negro fijado ahí con un broche de oro. Sus muslos estaban desnudos, pero calzaba hasta las rodillas unas botas de cuero vuelto muy gastadas. Y una espada enorme envainada sobre su costado izquierdo, la empuñadura destellaba con joyas de bisutería. ¡Estaba disfrazado como un highlander medieval!

Parecía auténtico. Tenía voluminosos brazos que podrían haber empuñado una enorme espada sin esfuerzo en el tipo de batalla sobre la cual había leído en un libro de historia. Y quienquiera que hubiera hecho su traje había investigado. Su leine parecía auténtico, como si lo hubieran teñido con azafrán, y el manto azul y negro parecía tejido a mano. Tuvo que mirar sus muslos fuertes otra vez, donde sus músculos se abultaban, muslos que parecían de roca, fuertes por años de montar a caballo y correr por las colinas. Su mirada avanzó lentamente hacia arriba, hacia la falda corta del leine, donde una rígida línea permanecía levantada. Bella se dio cuenta de que se lo estaba comiendo con los ojos, un reguero de sudor corría entre sus pechos y muslos. Estaba sin aliento, pero era porque tenía miedo de él.

Y luego vio que los ojos de él habían descendido hasta sus piernas. Se sonrojó.

Él alzó su inequívocamente caliente mirada hacia ella.

—No pensaba verte de nuevo, muchacha.

Los ojos de Bella se abrieron de par en par.

Su sonrisa se volvió seductora.

—No me gusta que mis mujeres se desvanezcan en la noche.

Ella pensó que estaba rematadamente loco.

—Usted no me conoce. No le conozco. No nos han presentado.

—Me siento ofendido, muchacha, de que no recuerdes el acontecimiento. —Pero su sonrisa satisfecha nunca vaciló y siguió lanzando miradas a sus piernas, y a la camiseta diminuta que dejaba al descubierto su estómago—. ¿Qué guisa de atuendo es este?

El sonrojo aumentó y ella lo sintió. Rezaba porque no fuera uno de esos asesinos buscadores de placer.

—Podría preguntarle la misma cosa —replicó ella, temblando—. Esto es una librería. Usted debe estar de camino a una fiesta de disfraces. ¡No es aquí! —Tenía que apaciguar a este hombre a toda costa y tenía que conseguir que abandonara su tienda.

—No estés asustada, muchacha. Puedes ser una tentación, pero tengo otros asuntos en mente. Necesito tu ayuda. Necesito la página.

Ella exhaló ahora audiblemente, pero no con alivio. No quería estar a solas con este hombre. Su mente fue a toda velocidad.

—Vuelva mañana. —Forzó una sonrisa que pareció enfermiza—. Hemos cerrado. Mañana podré ayudarle.

Él le envió otra sonrisa seductora, claramente utilizada para poner a las mujeres de su parte, y en su cama.

—No puedo volver mañana, muchacha. —Y murmuró—: Quieres ayudarme muchacha, lo haces. Deja el miedo; esto no te viene bien. Puedes confiar en mí.

Su tono suave envió una espiral de deseo a través de ella. Ningún hombre la había mirado nunca de tal manera, o le había hablado de forma tan seductora, mucho menos un hombre como este. Bella no podía apartar los ojos de su penetrante mirada. El salvaje martilleo de su corazón se relajó. Algo de su miedo disminuyó. Bella realmente quería creerle, confiar en él. Él sonrió, conocedor de ello.

—Me ayudarás muchacha, y me guiarás en mi camino.

Por un momento, tuvo intención de aceptar. Pero su mente gritaba en ella de una manera extraña, confundiéndola. Entonces la sirena de un camión de bomberos sonó fuera, en la calle, al pasar por delante de la tienda. Él brincó, alejándose hacia la puerta y ella recobró el juicio. Estaba cubierta de sudor. ¡Había estado a punto de hacer todo lo que él pedía!

—No.

Él echó a andar.

—Mi ayudante le atenderá mañana. —Tragó saliva. Fue tan firme como pudo serlo y esto le pareció una hazaña enorme. Se apartó el flequillo de los ojos con mano temblorosa. Era como si hubiera estado cerca de que la hipnotizara. Evitó su mirada—. Si es importante, volverá. Ahora por favor, salga. Como puede ver, tengo que hacer algo de limpieza, y llega tarde a su fiesta. —Deseaba que su voz no se hubiera quebrado con la terrible tensión y el miedo que la llenaba.

Él no se movió, y era muy difícil decir si estaba molesto, furioso o sorprendido.

—No me puedo ir sin la página —dijo finalmente, y no había duda de su obstinación en ese momento.

Bella echó un vistazo a la Beretta, la cual estaba en el suelo del pasillo aproximadamente a la misma distancia de ambos. Se preguntó si podría cogerla y obligarle a salir.

—Ni pienses en intentarlo —la aconsejó en tono suave.

Ella se puso rígida, sabiendo que no podría vencer a este hombre y que sería peligroso intentar hacerlo. No parecía ser violento pero, obviamente, era un pirado. Le ayudaría si con ello conseguía que se fuera.

—Muy bien. Dudo que tenga lo que busca, pero por favor continúe, dígame lo que quiere. —Echó una ojeada muy breve a su cara y cuando captó su dura belleza de nuevo, su corazón dio un doble vuelco.

Una mirada de triunfo revoloteó en los ojos de él.

—La sabiduría antigua fue dada a los chamanes de Dalriada hace mucho y puesta en tres libros. El Cladich es el libro curativo. Fue robado de su lugar sagrado. Ha estado perdido durante siglos. Pensamos que una página está aquí, en este lugar.

Bella se asustó. ¿Qué demonios está pasando aquí?

—Su amiga estuvo ya aquí, buscando una página del Cladich, o eso dijo. Pero odio tener que decirle que esto es una patraña. No existían libros en los tiempos del Dalriada.

Él se sobresaltó, y entonces la furia destelló.

— ¿Angela estuvo aquí?

—No sólo estuvo aquí, me sacudió en la cabeza. Creo que tenía nudilleras metálicas en el puño —añadió Bella con una mueca de dolor. ¿Estaba compinchado con la primera ladrona? Pero de ser así, ¿a santo de qué estaba vestido con tal disfraz?

En el momento en que habló, lamentó haberlo hecho. Él cruzó el estrecho pasillo antes de que ella pudiera tomar un aliento. Bella lanzó un grito, pero era demasiado tarde, su brazo estaba alrededor de ella otra vez, sus miradas se encontraron.

—Dije que no te haría daño. Esto podría beneficiarte en gran medida, muchacha, ahora confía en mí.

— ¡Ni lo sueñe! —gritó Bela, su corazón tronaba alarmado. Pero no podía apartar la mirada de sus magnéticos ojos grises—. Váyase.

— ¡Por la sangre de Cristo! —espetó finalmente, tirando de ella—. ¡Déjame ver la herida!

Entonces, Bella entendió sus intenciones y se quedó estupefacta. ¿Sólo quería ver si estaba herida? ¿Pero por qué se preocuparía él?

—Póntelo fácil —dijo él en tono persuasivo con una sonrisa.

Y cuando ella se permitió relajarse sólo ligeramente, él aflojó también su agarre.

—Buena chica —murmuró, las palabras tan sensuales como seda sobre su piel desnuda. Entonces deslizó las puntas de sus largos dedos, a través de su pelo, apartando de sus hombros las largas hebras encontrando su cuero cabelludo. Bella dejó de respirar. Su toque era como la caricia de un amante, la desnuda ondulación de sus dedos a través de su piel caliente, haciéndole que su cuerpo se tensase. Por un momento enloquecedor, deseó que dirigiera la mano bajando por su cuello, su brazo, y sobre sus pechos, que estaban tensos y erectos. Él le echó un breve vistazo que fue casi presuntuoso, haciéndola saber que él sabía—. Tha ur falt brèagha7. —Su tono había descendido a un suave susurro seductor.

Bella aspiró.

— ¿Qué? —tenía que saber lo que había dicho.

Pero había encontrado el chichón. Ella se estremeció cuando lo tocó y él dijo con más firmeza:

—Este es un huevo de petirrojo de buen tamaño. Angela necesita una lección de buenos modales y tengo la intención de ser el que se la enseñe.

Ella tenía el más extraño presentimiento sobre lo que querían decir sus palabras. Clavó los ojos en su mirada, tratando de entender quién y qué era él cuando alzó el pendiente que ella llevaba. Sorprendentemente, no le importó. Sostuvo la pálida piedra blanca grisácea en su mano, los rígidos nudillos contra su piel, allí, bajo el hueco de su garganta.

—Llevas puesto un amuleto de piedra, muchacha.

Ella sabía que posiblemente no podría hablar, este hombre era demasiado poderoso, demasiado hipnotizante.

— ¿Así bien, eres descendiente? ¿Eres natural de Alba? ¿Eres de las Lowlands?

Su mano se había movido más abajo, de modo que el corazón de Bella tronaba bajo ella. Alba era el nombre gaélico para Escocia.

—No.

Él dejó caer el pendiente contra su piel, pero cuando quitó la mano, sus dedos deliberadamente rozaron un camino a lo largo de la cumbre de su pecho, arrastrando el fuego en su estela.

Bella jadeó, mirando fijamente dentro de sus encendidos y atrevidos ojos. Podía verlos a ambos entrelazados, allí en el pequeño pasillo de su casa.

—No. —No sabía siquiera por qué protestó, porque la protesta no estaba en su mente.

Pareció pasar una eternidad. Sin duda estaba viendo la misma imagen que ella. Tenía la sensación de que estaba debatiéndose en rendirse a la enorme tensión que pendía entre ellos. Entonces su expresión cambió y él sonrió, pero fue una sonrisa auto-reprobatoria.

—Necesitas —dijo con voz poco clara—, un nuevo tipo de atuendo. Un hombre no puede pensar claramente ante tal guisa. —Y se distanció de ella.

Fue un alivio. Al instante, Bella recobró el juicio, alejándose de un salto contra la pared. Su cuerpo ardía. Este hombre era peligrosamente seductor. Finalmente dijo:

— ¿Quién es usted? ¿Quién es, realmente? ¿¡Y por qué está vestido de esta manera!

Un centelleo apareció en los sorprendentes ojos de él y su cara se suavizó. Y la sonrió, una sonrisa tan genuina que le convirtió en la encarnación de la belleza, revelando dos profundos hoyuelos.

— ¿Te hace falta una adecuada presentación? Muchacha, no seas tímida. Sólo tenías que haber preguntado. —Su voz sonó con orgullo—. Soy Edward de Masen —dijo él.

1 Leine: Túnica.

2 Arma que emite descargas eléctricas que paralizan al adversario.

3 Berwick-upon-Tweed, localidad fronteriza de Inglaterra perteneciente a la región de Northumberland.

4 Hierba gatera (Nepetera cataria), planta que induce a los felinos a un estado delirante y estimulante.

5 Marca comercial de bolsas con autocierre.

6 911: Teléfono de emergencias.

7 Tu cabello es hermoso. En gaélico en el original.