Pueblo chico, infierno grande
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―Tú no eres la puta.
Uraraka Ochako parpadeó, desconcertada. La voz áspera provenía de un muchacho rubio que no debía rebasar los quince años. Su cuerpo aparentaba madurez, pero los rasgos pueriles de su rostro delataban el principio de su mocedad.
Su expresión, una entremezcla de incredulidad y aseveración, tenía la misma dureza de su voz, mas en su mirada de rubí inusitado se adivinaba una desesperación incipiente. Temblaba, como podría esperarse de un primerizo como él, sin embargo, Ochako sabía que no era por el temor de la inexperiencia: era su cuerpo zumbando por adrenalina. La misma que surge con las decisiones precipitadas. Él probablemente había tomado una. Así se lo decían sus ojos y el sudor de su cuello.
Uraraka tenía los colores del crepúsculo en las mejillas. Estaba ofendida, apenada y molesta por la manera tosca con la cual el muchacho se había referido a ella.
―¿No eres muy joven para venir aquí?
―Eso a ti te vale un carajo. ¿Dónde está la puta?
Midnight, como todos la conocían en el pueblo, había salido a fumar. Uraraka estaba reticente. Sabía perfectamente que el muchacho no estaba equivocado en su apelativo, pero ella prefería la cortesía de eufemismos.
―Ella no…
―No me importa quién sea ―la interrumpió el muchacho, examinándola de pies a cabeza―. Puedo pagar bien.
Uraraka, afiebrada por la repentina oferta, estaba a punto de replicar cuando de pronto reparó en algo. Había sido tal su conmoción que no reconoció en un primer instante al joven. ¿Quién no iba a conocerlo? Era Bakugou Katsuki, el hijo único del médico más querido del pueblo. Su madre había fallecido unos diez años atrás y a partir de ese día ―habrán sido las preguntas inocentes de Katsuki que conmovieron a todos durante el sepelio o una manera extraña de mostrarle aprecio al atareado médico ―, el pueblo entero decidió ejercer la figura materna perdida. A temprana edad, el muchacho se rodeó de atenciones que terminaron por empeorarle el carácter ya de por sí iracundo.
Quizá por eso no había concertado una cita con Midnight. Estando bajo la mirada de todos, ¿cómo hacerlo? Además, la mujer era quisquillosa para aceptar clientes, a pesar de ser la única prostituta del lugar. No obstante, era de conocimiento general el hecho de que había hombres que habían viajado kilómetros sólo para pasar una noche con ella. Pero dejando eso de lado, Midnight no aceptaría a Bakugou, si bien a ella la remitían padres que esperaban que sus muchachos se instruyeran sobre la experiencia sexual.
Justo en ese instante el aroma a tabaco caro flotó en el ambiente y Uraraka supo que Midnight había regresado. Ésta los observaba desde el marco de la puerta con ambas cejas levantadas.
―¿Tú eres la puta? ―soltó de pronto Katsuki.
Midnight se carcajeó. Uraraka sintió el azoro de la vergüenza.
―¿Quién iba a imaginar que tuvieses este tipo de inquietudes, Bakugou?
Si bien su apabullante irascibilidad decía mucho de él, lo cierto es que Katsuki era un devoto a los estudios, por más insólito que parezca. Tenía un agudo ingenio que sorprendió a más de un profesor y que, para bien o para mal, acrecentó su indeseada popularidad. Incluso el alcalde Toshinori había entrado en el juego de la maternidad cuando aseguró que cubriría todos los gatos que la educación del joven supusiese. La única condición era que demostrara, ya no ecuanimidad, sino, al menos, cierto dominio de sus emociones que asegurara su éxito en la vida estudiantil capitalina a la cual aspiraba. Sin embargo, según había escuchado Ochako, desde hacía un par de meses, el alcalde tenía pretensiones de desistir. Katsuki se había ensañado con el pobre Midoriya Izuku desde hacía casi medio año, a pesar de que eran amigos de la infancia. Tal vez por eso, pensó la castaña, estaba tan ansioso. Por más entereza que quisiera aparentar, incluso un muchacho quinceañero podía sentir el peso de las preocupaciones.
―Puedo pagar bien ―insistió Bakugou.
Midnight hizo una mueca pensativa. Luego suspiró.
―Si alguien se entera de esto, me quemarían cual bruja. Especialmente Inko. Y no creo que el alcalde quisiera escuchar sobre tu presencia aquí.
―Por favor ―farfulló entre dientes ―. Tengo que perder la virginidad.
Había algo en esa petición que le inspiró pena a Ochako. Podría jurar que en la garganta sentía el agobio del muchacho. No comprendía su apremio, ¿por qué llegar a extremos tales como aparecerse de pronto en la casa de una prostituta para perder la virginidad, cuando era bien sabido que el rubio, hasta ese momento, no había mostrado interés en las mujeres?
Lo único que a la castaña le constaba era, uno, su antedicho mal carácter; y dos, su desprecio por la humanidad en general. Si lo pensaba bien, una cosa iba de la mano con otra. Él era violento con hombres y mujeres por igual. Excepto con Midoriya Izuku. Con él era peor. A Ochako le causaba mucha pena presenciar los zafarranchos que ese par montaba, especialmente porque recordaba la mirada indescifrable―la cual definitivamente no era de odio ―que tan sólo un año atrás Bakugou solía dirigirle a Midoriya.
No entendía cómo de pronto todo se había tornado en gritos. Mucho menos a sabiendas de que Bakugou Mitsuki fue la mejor amiga de Midoriya Inko hasta su muerte.
Es más, la amistad de Bakugou Mitsuki y Midoriya Inko fue tal que incluso quedaron encinta durante el mismo año y los nacimientos de sus retoños quedaron separados por una diferencia de apenas tres meses y cinco días. Cuando Mitsuki se fue inesperadamente, Inko sintió que, independientemente de la postura que el pueblo decidió adoptar, era su deber acoger al pequeño Bakugou. Inko fue tan perseverante y cariñosa que con los años el joven ―aunque nunca la vio como madre para desilusión de ella― la aceptó como un ser querido y no demostró el rechazo que expresaba a los demás habitantes.
Así, pues, Midoriya se convirtió en una suerte de hermano adoptivo para Katsuki. Los primeros años transcurrieron bien entre los niños. A pesar de la tendencia buscapleitos de Bakugou, ellos constantemente estaban juntos. Si alguien quería saber dónde estaba Bakugou, bastaba con saber dónde estaba Midoriya. A veces los ancianos, en el calor soporífero de las cuatro de la tarde, todavía sonríen al evocar a los hermanos correteando por ahí, Katsuki liderando.
Con los años se fueron distanciando ―nadie supo si por decisión de Bakugou o por diferencia de intereses ―, pero todos sabían que Katsuki seguía visitando de vez en cuando el hogar Midoriya. A veces todavía podía observárseles regresando de la escuela juntos. No obstante, las discusiones y peleas ―que nunca fueron extrañas entre ellos― aumentaron significativamente hasta llegar a la violencia física. Un día los pueblerinos tuvieron que detener una pelea de la cual Midoriya no salió ileso; fue el hito que marcó un antes y un después en su relación. La gente no volvió a verlos juntos. El suceso, para los habitantes, fue repentino. Para Ochako no; ella había notado cómo su amistad iba en declive, cortesía de las actitudes bravuconas de Bakugou que desembocaron en la ya referida pelea. Por qué comenzaron los gritos y por qué la mirada que Bakugou le dirigía ahora a Midoriya era similar a la angustia era lo que Uraraka quería saber.
Inko no supo qué hacer para remediar la situación y durante un tiempo Midoriya adquirió la costumbre de caminar arrastrando los pies con indiscutible pesadumbre. El rubio no regresó al hogar Midoriya.
Bakugou Masaru era un buen padre. Katsuki comprendía y apreciaba su esfuerzo. La vida de aquél transcurría entre el único hospital ―si es que podía llamársele tal a un recinto con seis habitaciones―y las tareas domésticas. Cuando el señor Bakugou advirtió que su hijo había dejado de frecuentar a la señora Midoriya, hizo todo lo posible para conocer la causa. Lamentablemente, en su insistencia, terminó resquebrajando su relación con el joven. Tampoco sabía qué hacer; era en esos momentos donde más añoraba a su difunta esposa. Al final, las cosas se acumularon y en una discusión que el pueblo entero escuchó, Bakugou gritó que estaba harto de que todo el mundo quisiera entrometerse en su vida.
No sólo lo decía por él, sino también por Masaru, pues, según había oído alguna vez decir a la señora Inko, éste había querido ser sastre porque le apasionaba la costura; sin embargo, nadie lo apoyó en su decisión ―oficio de mujeres, decían― y, en cambio, la gente le sugirió que se ocupase en algo más útil. No fuera a dejar una impresión de amanerado.
Lo peor del asunto fue que el pueblo, en vez de reflexionar sobre lo dicho, pensó que era una llamada de auxilio y lo procuraron de formas que el pobre muchacho ya no supo cómo rechazar. Si bien todo era con las mejores intenciones, Bakugou nunca lo sintió así.
Midnight exhaló pesadamente.
―De acuerdo, muchacho. Pero te advierto que no serán más de quince minutos
―¡Midnight! ―terció Uraraka.
―Calma, querida, él no dura más de cinco.
―No me refiero a eso ―replicó la castaña ofuscada.
La mujer se volvió hacia ella, con una sonrisa extraña. Era la sonrisa de alguien a quien los años le han dado una destreza inigualable en asuntos del corazón. Las mujeres como ella, que han sondado lo más profundo del alma varonil y conocen los lugares precisos para hacerlos volver, intuyen. Uraraka entendía. Midnight supo al primer vistazo lo que Bakugou llevaba a cuestas cuando llegó ahí.
―No le diremos esto a nadie, ¿verdad, Ochako? ―Ochako asintió ―. Entonces, ¿nos dejas solos?
La muchacha volvió a asentir lentamente. Rígida, se dirigió a la puerta. Susurró un con permiso que nadie escuchó. No pretendía levantar la mirada hacia al rubio, pero lo hizo y los ojos que la observaron la desposeyeron de su aliento. Salió a trompicones de la casa y corrió hasta que las piernas se le fatigaron, sin mirar atrás.
El pecho le ardió al recordar la mirada que quiso evitar. Nunca había visto tanto miedo en unos ojos. No era el miedo que provocan los muertos; era el que provoca la incertidumbre. Quiso tener la experiencia de Midnight para descifrar la razón de sus puños temblando. Para saber de dónde había venido, qué estaba haciendo cuando decidió repentinamente visitar a una prostituta para desvirgarlo. ¿Realmente será el grito de auxilio que el pueblo pensaba?
Llegó a casa, deshecha. Su madre, que estaba afanada a la máquina de coser, la saludó cantarinamente, como si no llevara ocho horas pedaleando en el armatoste.
―¿Por qué vienes tan agitada?
Uraraka entonces advirtió su respiración irregular. Lo que acababa de vivir se le antojaba tan irreal que no supo qué responder al rostro que la inquiría. En su mente los detalles de los movimientos nerviosos del chico se repetían una y otra vez, precisándose.
―¿Alguien te vio en casa de Midnight? Porque seguramente de allí vienes ―dijo su madre con tono severo, deteniendo su labor.
Uraraka conoció a Midnight por casualidad. Un día la mujer pelinegra la encontró llorando acuclillada cerca de su casa. Se había ensuciado la falda debido a una sorpresiva visita de su madre naturaleza. Entre la vergüenza y los señalamientos burlones de sus compañeros de clase ―con quienes se hallaba jugando antes del incidente ―la única solución que su cabeza pudo pensar fue huir tan pronto como pudo. Midnight dijo que debía darse una ducha. Le prestó a la joven unos vestidos que ya no le quedaban y ropa íntima que corrió a comprar en el mercado. Preparó té y le dio algunos consejos para reconocer las señales de una próxima menstruación y para sobrellevar los dolores del vientre. Mientras Uraraka hipaba, todavía consternada por el acontecimiento, le dijo que no debía avergonzarse de su propio cuerpo. ¿Por qué avergonzarte de saber que estás tan sana como para tener una vida en la panza?
La castaña estaba tan sorprendida por la naturalidad con la cual Midnight asumía tantas cosas que eran secretos a voces, que terminó hablando con su madre sobre su admiración por la mujer pelinegra. La señora Uraraka, secretamente, tampoco consideraba el oficio de Midnight escandaloso ―por algo se encargaba de elaborarle los vestidos ajustados que requería ―pero, no dispuesta a lidiar con secreteos de las vecinas, no escatimaba esfuerzos en recordarle a Ochako, cada que iba a visitar a Midnight, lo discreta que debía ser, consejos que fastidiaban sobremanera a la joven.
―No debería importarnos lo que piensen los demás ―replicó la muchacha mientras descalzaba.
―¿Pasó algo hoy?
Ochako la observó, sopesando la posibilidad de contarle lo que había sucedido. No obstante, decidió ser fiel a sus palabras y negó con la cabeza.
Su madre suspiró.
Al día siguiente Uraraka regresó a casa de Midnight con una excusa tonta. La pelinegra la recibió con su habitual energía y le invitó una taza de té porque hoy tenía el día libre.
La casa de Midnight era pequeña pero tenía algo de ensueño que a Uraraka siempre le gustó. A media tarde se filtraba en el comedor una luz ambarina que siluetaba las copas de los árboles meciéndose suavemente. En el aire flotaba la serenidad del ocaso caluroso y un sutil aroma a vainilla. Uno pensaría que el hogar de Midnight sería algo lúgubre y caótico; sin embargo, era una de las casas más bonitas que Uraraka había visto jamás. Sus pertenencias estaban ordenadas y usualmente tenía expuestos los regalos que algunos hombres le hacían, como la reproducción de El Beso de Klimt ubicado justo debajo de un reloj cucú.
La mujer, sin lugar a dudas, estaba satisfecha con su vida. Se notaba en el florero que todos los días tenía un ramo nuevo.
No era la mejor opción beber té cuando apenas soplaba la brisa en una tarde cálida pero era una costumbre de Midnight iniciar su día ―o más bien su noche― con una taza de té importado. Abrió las ventanas para dejar entrar la débil corriente de aire y le pidió a Uraraka que se sentara en la pequeña mesita de su comedor.
Ochako aferró sus manos a los pliegues de su falda, nerviosa. Las ganas de preguntar le carcomían la prudencia. Escuchó a el tintineo de la vajilla en la cocina y el agua gorgoteando. Midnight regresó de la cocina con una tetera y bocadillos. Al ver a la muchacha, esbozó una sonrisa.
―Quieres saber qué pasó anoche, ¿eh? ―preguntó desinteresadamente al servir el té.
La muchacha dejó de respirar. ¿Es que Midnight de verdad era una bruja o qué?
―Así que sí quieres saber ―concluyó ―. Bueno, entonces debes saber que el muchacho sigue siendo tan virgen como llegó. Quise hacer que…
La joven se atragantó con las galletas.
― ¡No, espera, no quiero detalles! ―se apresuró a decir Uraraka. Luego, con voz que se fue apagando, agregó ―: Es sólo que no dejo de pensar en el miedo de sus ojos.
Midnight observó la postura cabizbaja de la castaña. Se llevó una taza a los labios. Su mirada se dirigió a la ventana cuando dijo:
―Katsuki tiene que apresurarse y salir de aquí. Nunca será feliz si se queda.
―¿Bakugou feliz? ―Ochako esbozó una sonrisa irónica, intentando despejar la gravedad que repentinamente Midnight había adquirido.
―El amor adopta formas inesperadas, Ochako.
―No entiendo a qué viene todo esto.
La mujer pelinegra sólo sonrió enigmáticamente. Cambió el rumbo de la conversación en un santiamén y cuando se dieron cuenta, la noche con su frescura se ceñía alrededor de ellas.
Ochako estaba en la misma posición que el día anterior cuando aporrearon la puerta. Midnight, que no esperaba clientes, se apresuró a abrir la puerta antes de que terminaran de tumbarla. Aunque de algún modo no le sorprendía, Ochako no pudo evitar sentir una punzada incómoda al ver el mismo gesto asustado y malhumorado de Bakugou.
―Quiero intentarlo otra vez ―murmuró a bocajarro. La mujer se rascó la nuca.
―¿Estás seguro?
―Volveré a pagarte bien.
―En ese caso, no tengo inconveniente ―Midnight se encogió de hombros. Se volvió hacia Uraraka ―. Perdona, querida, ¿otra vez nos dejas solos?
A partir de esa noche, Bakugou volvió durante todo un mes a casa de Midnight, hasta que, eventualmente, perdió la virginidad. Uraraka empezó a observar al muchacho rubio con una atención que a su madre ―y a una que otra amiga― se le antojó sospechosa. Ella daba explicaciones distintas cada que se le cuestionaba sobre el asunto; a veces decía que le preocupaba que Izuku terminara malherido si no se le prestaba la suficiente atención y, otras, se limitaba a sonreír. Una vez le preguntó a Midoriya, con quien solía toparse todas las mañanas en el mercado, si tenía alguna idea de a qué se debían los cambios repentinos en Bakugou. Sólo obtuvo unos ojos cabizbajos y unos hombros encogidos lánguidamente.
La supuesta mejoría que debía conllevar la pérdida de la virginidad nunca llegó. En cambio, Bakugou parecía cada vez más encerrado en sí mismo; las ojeras debajo de sus ojos y los rumores de exámenes reprobados terminaron por inquietar a Ochako a tal punto que la única solución que encontró fue empezar a seguirlo, temiendo algo que ni siquiera se atrevía a pensar.
El rubio probablemente debió advertir su presencia, pero eran tantas las personas que lo atosigaban que le restó importancia a un par de ojos más.
Bakugou era metódico. Asistía a la escuela hasta media tarde y regresaba a su hogar a encerrarse hasta el día siguiente. Uraraka pensó que proseguir con sus pesquisas era infructífero. Quizás lo único que debía hacer ―y que, en su opinión, todos deberían― era dejar de seguirlo. Las únicas ocasiones donde su rutina variaba un poco eran las noches que decidía visitar a Midnight, quien decidió no volver a hablar del muchacho con ella. Cada que tocaba el tema, Midnight le dirigía una sonrisa triste. Durante varios segundos callaba, quizás debatiéndose entre decir lo que tenía en mente o no. Al final, decidía preguntar algo sobre el clima o su madre. Uraraka no comprendió su inesperado cambio de actitud.
Sin embargo, fue hasta el término del verano en que Uraraka conoció a Bakugou, que ella comprendió a qué se debía el voluntario mutismo de la prostituta: era la razón por la cual Katsuki llegaba temblando a casa de Midnight, los motivos de la repentina hostilidad de Bakugou hacia Midoriya que ella había estado buscando.
Fue mera casualidad. Aquella tarde no había seguido a Katsuki y simplemente se encontraba realizando unos encargos de su madre. Estaba recorriendo una vereda poco transitada cuando escuchó voces provenientes de la arboleda que cercaba un lado el camino. Uraraka, reconociéndolas al instante, se adentró al pequeño bosque, pensando que, de armarse una riña, podría detenerlos en el momento preciso. Una vez que divisó al par, se escondió tras un frondoso árbol esperando la oportunidad.
Bakugou había acorralado a su otrora amigo en el tronco de un pino. Midoriya se defendía pobremente, más por enfocarse en hablar que por falta de pericia. A Bakugou parecía no importarle lo que el otro tenía que decir. Incluso parecía que su afán estaba más en silenciarlo que en herirlo. Sin embargo, Izuku estaba empeñado en hacerse oír, de tal suerte que se las arregló para desestabilizar al rubio un par de segundos, los suficientes para levantar la voz y hacerse oír.
―¡No sé por qué ya no podemos tener una conversación normal! ¿Qué es lo que tanto te molesta, Kacchan?, ¿por qué de pronto me odias tanto? ¡No sabes lo mal que lo paso, porque yo te quiero mucho!
―¡No lo entiendes, pedazo de mierda! ¡Nunca lo has entendido y nunca lo harás! ―replicó Katsuki, los nudillos blancos de tanto apretarlos.
―Pues explícame ―susurró Midoriya, con la voz quebrada ―. Quiero saber.
Bakugou se quedó petrificado. La expresión de su rostro súbitamente adoptó cierta severidad. La brisa septembrina le dio escalofríos a Uraraka. Midoriya levantó los ojos lacrimosos hacia el rubio, con la ferviente determinación de no irse hasta no recibir la respuesta que llevaba tanto tiempo queriendo descubrir. La mayoría de sus discusiones empezaban debido a los intentos de Izuku por averiguar la causa de la hostilidad de su amigo. No pasaban de algunos insultos y uno que otro golpe, pero en esa ocasión, el rubio había respondido con una violencia nerviosa y explosiva.
Entonces Bakugou asió por los hombros a Midoriya. Se inclinó hacia adelante y con la ferocidad que todos le conocían, lo besó. Ochako tuvo que cubrirse la boca. No halló respuesta en sus piernas. Midoriya no respondió en un principio debido a la conmoción. Se dejó besar un par de segundos, probablemente incapaz de reaccionar a una situación que ni en sus más locas previsiones había imaginado. Luego, tras volver en sí, quiso separarse del fuerte agarre de Katsuki, quien no parecía dispuesto a ceder. Sin dejar de besarlo furiosamente, le enterró los dedos, buscando rodearle la cintura con los brazos. Izuku, sofocado, intentó empujarlo.
Fue hasta que Izuku mordió a Katsuki que éste volvió a sus cabales. Jadeando ambos, Midoriya, con una expresión que a Uraraka le recordó a un cervatillo asustado, huyó despavoridamente. Bakugou, inmóvil, lo observó alejarse, con los ojos opacos, desprovistos de vida. Las manos comenzaron a temblarle y un grito que conmovió profundamente a la muchacha emergió desde lo más hondo de sus miedos. Ochako, estremecida, dio un traspié que llamó la atención del rubio. Ésta la observó con una mueca de pánico. No era ira, no eran deseos asesinos. Era ese terror que la joven ya había vislumbrado en su mirada. Bakugou Katsuki acababa de condenarse para toda la vida. Uraraka era testigo. Tartamudeó.
―¡Creo! ―Gritó de pronto ―. ¡Creo que el amor adopta formas inesperadas y eso está bien!
No era la frase profunda que Uraraka esperaba. Lo único que pudo pensar en ese momento fue lo que Midnight le había dicho semanas atrás. Quería hacer muchas cosas por Bakugou, como decirle algo que pudiese cambiar su visión del asunto, pero la situación abarcaba mucho más de lo que sus manos podían sujetar.
―Lárgate. ―Exigió Bakugou después de un breve silencio con la voz afectada. El tono fue suficiente para reanudar el sentido de peligro en la castaña.
Llorando las lágrimas que Bakugou no lloraría, Uraraka se dirigió al hogar de Midnight, a quien le empapó las rodillas mientras pensaba en la tristeza que el joven ahora iba a cargar. La mujer le acarició los cabellos maternalmente.
Al día siguiente, el joven Bakugou Katsuki desapareció del pueblo. Nadie volvió a verlo. Masaru no hizo comentarios al respecto. Se encogía de hombros y con la misma sonrisa que Uraraka ponía al ser cuestionada sobre el rubio, el señor Bakugou respondía: "ya no estaba cuando llegué a casa".
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Uraraka Ochako, con paso ingrávido, se encaminó a casa de Midnight. Llevaba en una canasta inciensos que compró a un vendedor ambulante. El ámbito, como siempre, tenía ese tenue aroma a vainilla que se pronunciaba cuando al atardecer la luz dorada entraba por la ventana. Ochako saludó alegremente a Midnight. Ella le respondió con una sonrisa. Ingresó a la cocina para hacer los preparativos del té. Su voz resonó.
―Oí que te vas a mudar pronto.
Uraraka de pronto apareció a su lado, riendo suavemente.
―¿Ya te has enterado? ¡Apenas tiene medio día la notica! ―Midnight le dirigió una mirada elocuente. La castaña resopló ―. De acuerdo. Todo se sabe en este pueblo ―breve pausa ―. El alcalde me recomendó para un puesto de trabajo en otra ciudad, así que estoy empacando.
Tintineo de porcelana.
―¿Todavía piensas en Bakugou, Ochako?
Uraraka se sobresaltó ante la mención del nombre, como si le hubiesen descubierto un secreto. Curvó los labios con nostalgia. Pasó un mechón de cabello detrás de su oreja. A la distancia se oía el tañer de las campanas que anunciaba la misa de las seis. Suspiró. ¿Cuántos años habían pasado ya? Vertió el agua caliente en la tetera.
―Por supuesto que sí. Me hubiese gustado decirle algo más inteligente aquel día.
Ochako sintió el escozor de las lágrimas en el paladar. La mujer pelinegra se enjugó las manos con su falda y de la misma extrajo un pequeño sobre. Se lo extendió sin decir palabra. Uraraka, extrañada, tomó el sobre y lo abrió. Adentro venía una fotografía.
Era una instantánea. Reconoció inmediatamente el dorado y rebelde cabello de Bakugou. Tenía una expresión templada en sus facciones de varón. No había pucheros molestos en su boca ni entrecejos fruncidos, sólo una serenidad que le sentaba mejor de lo que Uraraka esperaba. No miraba hacia la cámara, sino a su lado, donde un joven que probablemente rondaría los veinte como él, estaba riendo a carcajadas. Su flamígero cabello, de alguna manera, inundaba toda la imagen. Parecía, incluso, que también inundaba a Katsuki con su vivacidad. Ella también sonrió, contagiada por el muchacho pelirrojo. Entonces volteó la fotografía. Un par de lágrimas silenciosas le surcaron el rostro. Garabateada con una letra puntiaguda y descuidada, en la esquina inferior derecha, había una sola palabra:
"Gracias"
No pudo decir palabra debido a los sollozos. Midnight continuó preparando los bocadillos.
―Puedes quedarte con la fotografía. Enséñasela a Izuku antes de que te vayas, estoy segura de que también se alegrará.
Uraraka estaba feliz. Quería correr hacia donde sea que se encontrara el señor Bakugou para decirle que su hijo era feliz como nunca. Murmuró una disculpa inentendible y salió corriendo a buscar a Izuku. En el camino, haciendo cabriolas, sintió los hombros ligeros.
Una semana después, ella también tomó sus maletas y se fue para siempre.
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Pueblo chico, infierno grande
¡Hola!
Esta historia me ha dado muchos dolores de cabeza, pero la he tenido tan metida que, a pesar de todas las vueltas que le di, no pude estar en paz hasta que terminé de escribirla. Como pueden notar, tiene muchas cosas que me hicieron dudar de la pertinencia de su publicación, especialmente porque tener a Midnight como prostituta puede enfadar a más de uno, jajaja.
No me malentiendan. No es que encasille a Nemuri, sino que su belleza y personalidad me hicieron considerarla apta para su rol en este fic. La prostitución no tiene que ser un tabú y no tiene que ser ejercida a la fuerza. Espero que haya quedado claro que Midnight (además, tiene un nombre perfecto para el oficio más antiguo del mundo, jajaja) lo hace porque así es feliz y no debe negarse la felicidad que otorga el sexo.
Creo que este es un cambio radical respecto a la primera historia que publiqué del fandom, pero tiendo, a ratos, a enfrascarme en cosas extrañas como esta. No sé si logré atar todos los cabos que fui dejando a lo largo del desarrollo, así que una disculpa de antemano si al final terminé haciendo destrozos con el hilo narrativo. Intentar atar todos los detalles fue lo que me mantuvo días atascada en el documento de Word y animarme a publicarla, otros tantos más, jajaja. Pero no me gustaría que esta historia se quedara abandonada en el montón.
En fin, espero que la idea haya quedado clara: sí, lo intuyeron bien, Bakugou está enamorado de Midoriya y por eso todos sus cambios de humor y su decisión de visitar a Midnight. El pueblo en el que viven todos los personajes, como espero haber dejado claro, es uno pequeño, con gente de mente cerrada que obviamente, sin necesidad de preguntarlo, no está de acuerdo con el amor homosexual; Bakugou piensa que él es el que está mal, especialmente porque tiene encima a muchas personas a su alrededor, que sólo contribuyen a empeorar la situación en la que está. La solución a la que llega es pensar que sólo necesita perder la virginidad para hacerse heterosexual. Por supuesto, no funciona y todo va de mal en peor hasta que termina besando a Izuku a manera de confesión. Decide irse porque, como dijo Midnight, jamás sería feliz allí; por otro lado, también Uraraka sufre en este pueblo, pues no puede expresar libremente su amistad con Midnight sin que la gente haga un escándalo y eso siempre le ha molestado. De alguna manera, es cómo ambos se relacionan, además de que Uraraka fue de las pocas personas que se enteró de que el rubio era gay (por supuesto que Midnight lo sabía).
Espero que haya quedado claro y sí, es a propósito que no se mencione el nombre de Nemuri, jajaja. Y sobre si Masaru se enteró de la orientación sexual de su hijo, queda en ustedes
Sin más por el momento y realmente temiendo lo peor con esto, me despido. No duden en dejar un review si se me escapó algo o para aventarme tomatazos. Prometo que la idea próxima será más amena y menos enredada. Gracias a todo el que se tomó el tiempo de llegar hasta aquí. Ustedes son los MVP. ¡Besos para toda la semana!
P.D. Sí, en mi pequeña cabecita, la foto de Kirishima y Bakugou expresa su relación sentimental, wink, wink.
P.D. 2. Perdón, Mitsuki Bakugou. Te amo con todo mi corazón, lo juro.
