Los personajes de esta historia no me pertenecen.

No obtengo beneficio alguno por escribir esto salvo mi propio entretenimiento.

AVISO: Este fanfic tendrá en un futuro temas YAOI, si este género no te interesa o te resulta desagradable no lo leas y punto, comprendo perfectamente esa postura. Los capítulos que tengan situaciones de esa temática serán debidamente señalizados en esta cabecera.

Capítulo 1. El fin de la inocencia

There is blood on my hands, but i'm sure in the end, i will prove i was right...

Ya os lo dije. Se moría de ganas de decirlo a voz en grito, pero se abstuvo, ahora no tenía sentido proclamar lo evidente.

Estaban rodeados, completamente rodeados, y por si fuera poco habían acabado separados. La emboscada había sido inmediata, apenas había podido interponer su fiel escudo entre él y la horda de atacantes orcos cuando estos habían irrumpido en mitad de la noche con sus escalofriantes gritos de guerra. No sabía donde estaban los demás, en medio de la confusión Presto había usado su gorro, que daba más problemas de los que resolvía, y creado un haz de luz para cegar a los atacantes, cosa que había conseguido. Por desgracia también había hecho que los compañeros se dispersaran al huir por el laberinto de riscos y lagos volcánicos que eran los laberintos de la Perdición.

Eric, el caballero, se parapetó tras su escudo, reculando frente a los golpes de hacha del orco. A su espalda, Presto sacaba de su sombrero todo tipo de cachivaches para frenar el avance de los demás orcos que les acechaban en el estrecho sendero de la ladera casi vertical.

Ya lo había dicho. No vayamos a por la dichosa espada mágica, hay un motivo por el cual está escondida entre los volcanes de la Perdición, ¡con ese nombre es evidente que no son seguros! ¡no vale la pena por una maldita espada!. Pero claro, Hank había dicho que esa espada tenía el poder que señalar el camino del destino de quien la portara y por ende podía indicarles el camino a casa. Y allá habían ido todos según las indicaciones del amo del calabozo. ¡Tenía que haber métodos mas sencillos que llevaran a casa! Uno que a poder ser no estuviera lleno de orcos acechando en estrechos desfiladeros. ¡¿Es qué nadie iba a hacer caso nunca de su sentido común?!

Como para corroborar lo desastroso de la situación un fuerte hachazo retumbó contra su escudo y le hizo trastabilear peligrosamente, si caía al suelo sería presa facil, ¡y Presto quedaría desprotegido!.

- ¡Eric, mira ahí!

- ¡Miraré cuando no tenga a un montón de orcos intentando abrirnos la cabeza!

- ¡La espada!.- Insistió Presto.- ¡Veo la espada!

Eric alzó el escudo, deteniendo el garrotazo de otro orco, y arriesgó un vistazo en la dirección que señalaba Presto, efectivamente, por debajo de ellos, al final de un camino alto rodeado de lava, podía verse una elevación, y sobre ella, clavada como la mítica arma de un rey, una espada rodeada de una luz blanquecina. Sus veinticuatro horas como amo del calabozo, poseyendo temporalmente todos los poderes de este, le había dejado reminiscencias de poder, haciendole sensible a la magia. Y aquella espada tenía un aura mágica visible a sus ojos como un halo plateado.

- Fabuloso.- Masculló Eric.- ¡¿Me quieres explicar como pretendes llegar a ella?!

Presto tartamudeó nerviosamente y empezó un conjuro mágico sobre el sombrero, Eric bufó, poco esperaba, y devolvió su atención a los orcos que tan intensamente intentaban superar la defensa del escudo y reducirles a papilla. Le temblaron las piernas.

- ¡Eric, vamos!

El caballero miró atrás, Presto estaba sacando una... hilera de pañuelos de colores atados del sombrero. Eric se ahorró la burla, en situaciones desesperadas aquella era una cuerda tan buena como cualquier otra, el sombrero de Presto tenía sentido del humor. Embistió con el escudo, proyectando su campo de fuerza, haciendo que los orcos se echaran hacia atrás, y dio media vuelta, bajando con Presto por la improvisada cuerda tan rápido como les era posible hasta pisar suelo firme.

La magia de Presto demostró su utilidad cuando los pañuelos se deshicieron tan pronto como los orcos intentaron seguirles, haciendo que cayeran al suelo a plomo en tanto Eric y Presto demostraban que podían correr como el que más incluso con armadura de mallas o túnica larga.

Los orcos restantes no tardaron en buscar otro camino para seguirles.

Presto y Eric corrieron por el estrecho sendero, escalaron el montículo casi sin resuello y se plantaron junto a la espada. Presto aferró el pomo y dio un soberbió estirón esperando fuerte resistencia, en cambio la sacó a la primera y cayó hacia atrás llevado por la inercia, rodando montículo abajo ante la atónita mirada del caballero.

- ¡Presto!

Eric llegó junto a su amigo y le encontró inconsciente por la caida, le incorporó y le recostó contra una roca, dandole aire con su picudo sombrero a fin de despertarle. ¡No podían permitirse un descanso en aquel desfiladero sin salida!

- ¡Despierta, despierta, despierta...!

- ¡Humanos!

Malditos orcos de la puñeta. Eric pegó un grito aterrado, agarró el escudo y se echó a temblar al ver a los orcos correr hacia ellos armas en alto. Iban a hacerles picadillo. Miró a su alrededor, a los senderos de los riscos y senderos abiertos sobre el abismo, y sintió un inmediato alivio al ver a Hank y Bobby en uno de ellos, ¡al fín llegaba la caballeria!. El alivio se desvaneció inmediatamente cuando vió que unas horrendas criaturas voladoras, gárgolas, atacaban al bárbaro y al arquero, aprisionándoles en el risco y haciendo cargas.

¡Se lo había dicho! ¡Les había dicho a todos que era demasiado peligroso! Y ahora estaban atrapados con aquellas bestias sedientas de sangre porque nadie era capaz de comprender la maldita seriedad de las malditas situaciones de aquel maldito... Sus repetitivas reflexiones fueron inmediatamente interrumpidas por el rugido escalofriante de los orcos y la necesidad de cubrirse con el escudo. El primer impacto de la maza le hizo recular hasta ponerse frente al indefenso Presto.

Habían estado en situaciones desesperadas muchas veces, pero Eric sospechaba que esta era una de las peores. Pronto estuvo completamente rodeado, intentado interponer su escudo entre Presto, él mismo y los feroces orcos. El filo de un hacha rozó su armadura, una maza hizo temblar sus brazos bajo el escudo, la magia de este cubría varios flancos, pero los orcos atacaban desde demasiados, ¡y Presto era un blanco facil!

Un grito femenino le hizo levantar la vista. ¡Diana y Sheila! Las dos chicas debían haber acudido en su ayuda con la capa de invisibilidad pero los orcos las habían descubierto y ahora estaban acorraladas entre la lava y unos orcos, Diana estaba manteníendoles a raya con su vara y ataques acrobáticos pero tras ella estaba la muerte segura.

La situación parecía no poder empeorar... Eric sabía que las cosas siempre podían empeorar antes de mejorar. Y así ocurrió, a Eric le temblaron las piernas al ver aparecer una familiar figura montada sobre un diabólico caballo negro, un archimago con ropajes carmesíes y negros con un solo cuerno en el casco de la testa.

Venger. ¡Venger estaba allí!

El archimago se situó en un saliente y comenzó a lanzar rayos de magia negra contra las muchachas.

Eric gritó bajo un fuerte golpe que le hizo hincarse de rodillas en el suelo. Los orcos rieron burlonamente, ya casi le tenían. El caballero tembló violentamente, ¡no podía hacer nada! Su única arma era el escudo, su único poder era la defensa, no podía atacar, no podía si no proteger, ¡pero no podía hacerlo sino podía llegar hasta sus compañeros!. Solo su escudo podía protegerles de la magia de Venger y no podía llegar hasta ellos!

- ¡Muere, humano!

Eric gritó de nuevo y cayó de culo bajó un hachazo que su escudo detuvo pero cuya vibración le hizo temblar de cuerpo entero, Venger había debido proveer a sus orcos con armas mejoradas mágicamente. Eric abrió los ojos como platos presintiendo la muerte frente a él. El orco levantó el hacha de nuevo, con una amplia sonrisa que mostraba sus dientes rotos.

Eric buscó desesperadamente en el suelo, quizá si encontraba el sombrero de Presto podría hacer algo que...

Su mano encontró el pomo de la espada. Eric no se lo pensó dos veces, cerró los ojos e hizo un barrido a ciegas con la espada. ¡Tenía que quitárselo de encima!

Algo húmedo y caliente le salpicó la cara.

El silencio era sobrecogedor. Eric abrió los ojos tentativamente. Los orcos miraban sorprendidos como el orco al que había atacado se sujetaba el vientre herido, retrocedía, balbuceaba mirando la sangre roja que manaba entre sus dedos, y caía al suelo. Quieto.

Eric no tuvo tiempo de pensar, ¡no podía permitirse pensar!. Los orcos rugieron con rabia y se lanzaron al ataque.

Fue completamente instintivo. Eric se incorporó, cubriéndose con el escudo en una mano y la espada en la otra, se protegía con desesperación de la oleada de orcos y a ratos barría con la espada, poco a poco tomó una dinámica, primero se cubría, dejaba que golpearan el escudo, y luego aprovechaba el efecto repelente de su escudo para atacar con la espada. ¡Tenía que atacar para defender a sus compañeros!

Defensa y ataque, defensa y ataque, defensa y ataque...

Venger dejó de conjurar al ver al caballero. No daba crédito a sus ojos, sorprendido, el caballero era un mocoso cobarde y molesto, siempre gritaba y se encogía de terror ante su presencia... no podía creer que era ese mismo quien cargaba contra los orcos enarbolando la espada del destino. No se le veía cómodo atacando, era un simple novato, pero lo que no tenía de experiencia lo suplía con las armas mágicas, la espada del destino estaba teñida de sangre, hendiéndo el aire y cortándo con facilidad la carne orca. Venger entrecerró los ojos y una media sonrisa llena de colmillos apareció en su pálido rostro, la visión de uno de los favoritos del amo del calabozo matando... era deliciosa.

Los orcos retrocedieron... Eric siguió avanzando... defensa y ataque, defensa y ataque... No pensaba. Era mecánico. Defensa y ataque. Avanzó aprovechando al máximo la estrechez del terreno, expulsando a los orcos hacia atrás hasta que llegó hasta las jóvenes acorraladas, permitiéndolas librarse del acoso de los orcos y presentar batalla controlando el terreno.

Defensa y ataque.. defensa y ataque... los orcos se batieron en retirada, poco o nada acostumbrados a que los "niños" atacaran de esa manera, sobre todo el caballero, el caballero cuyo único poder era defenderse detrás de su molesto escudo. Pronto los orcos desaparecieron a la carrera, aturdidos y acobardados.

Hank y Bobby se libraron de las gárgolas y corrieron a reunirse con los demás. Sheila se apresuró a atender a Presto, que seguía inconsciente. Diana corrió a abrazar a Bobby y le cubrió los ojos con actitud protectora. Hank corrió hacia Eric y le sujetó por los hombros, mirándole a los ojos, la preocupación crecía en el arquero ante la mirada perdida del caballero.

- ¿Eric? Eric reacciona por favor... Eric...

Eric parpadeó, miró hacia atrás... cinco cadáveres... cinco orcos estaban en el suelo... muertos. Eric parpadeó de nuevo, aturdido, él los había matado, él los había matado... había levantado el escudo, había dejado que los orcos golpearan, había bajado el escudo y aprovechado el retroceso que ocasionaba su escudo en los atacantes, pasando la espada en arcos... y había usado la espada... y había... había... bajó la vista, estaba... estaba manchado con un líquido rojo oscuro, su túnica, y la espada... Eric volvió a mirar a los orcos... los orcos muertos.

El sonido de palmadas les sobresaltó a todos, Eric alzó la vista, Venger estaba en lo alto, a lomos de su corcel aplaudía con una amplia sonrisa.

- Tu primera sangre, caballero, ha sido un placer estar presente. Mis felicitaciones.

El archimago hizo una reverencia y desapareció al vuelo sobre el caballo.

Eric gritó horrorizado, Hank se apartó sobresaltado, con la piel de gallina. El caballero levantó la espada y la arrojó a la lava con rabia, lanzándola en un arco. Después cayó al suelo de rodillas, agarrandose a su escudo con fuerza desesperada, temblando violentamente.

Nadie osó recriminar la pérdida de la espada.

- Mi escudo...- Murmuró Eric.

- Si, lo tienes.- Aseguró Hank en voz baja.

- Mi escudo, solo quiero mi escudo.

Hank se mordió el labio, no sabía que decir. Cuando había visto a Eric cargando contra los orcos se había quedado anonadado, asustado, la sangre salpicaba, sangre de verdad. Había sido demasiado... era como si una barrera se hubiera roto, ahora miraba a Eric y no se atrevía... no sabía que decir o hacer... era el lider, se suponía que tenía que hacer algo... la situación había sido desesperada y... ahora Eric estaba...

- Solo quiero mi escudo...- Repitió Eric encogiéndose tras su escudo.- No quiero un arma... solo mi escudo.

El chillido agudo de Presto sonó y todos se volvieron, el mago había recuperado la consciencia y estaba asustado mirando a su alrededor.

- Lo... los orcos... ¡ah! ¿qué ha pasado?

Sheila se apresuró a explicar lo ocurrido, no sin cierto temblor en la voz al contar que Eric les había salvado a todos. No entró en detalles, pero no hacía falta, Presto veía los cadáveres. Eran orcos, pero la sangre que salpicaba de sus heridas era roja, tan roja como la sangre humana. Nunca habían matado. No directamente al menos. Nunca. Eric se dobló y vomitó violentamente, hasta que solo pudo tener arcadas. Se sentía sucio... ¡estaba sucio! Estaba manchado de sangre. La boca le sabía al amargor del vómito...

- Necesito...

- Dime.- Hank tragó saliva.

- La... lavarme... yo... yo... salgamos...

- Si, vamos, saldremos de aquí, ¿de acuerdo? Vamos.

Eric se levantó solo, pero temblaba, los seis compañeros emprendieron la marcha abandonando la zona volcánica. En silencio. Completo silencio, nadie decía nada. Nadie sabía que decir.


En la torre oscura, una elevada construcción en medio de una tierra baldía por el efecto desacralizador de la magia negra que allí se practicaba, Venger meditaba sobre lo ocurrido. Ante su trono aun quedaban los restos incinerados del capitán orco de la compañía que había enviado contra los chicos. Los orcos se habían acostumbrado a enfrentarse a unos niños que nunca contraatacaban mortalmente y se habían relajado, la sorpresa de recibir un contraataque no era excusa para ser puestos en retirada por un novato, por muchas armas mágicas que poseyese.

El caballero había matado a cinco orcos. La mayoría de los habitantes del mundo consideraban a los orcos bestias inmundas y matarlas era hacer un favor al universo. Pero los niños, los favoritos del amo del calabozo llevaban su inocencia como una corona a la vista de todos, la horrorizada reacción del caballero al ver la sangre que le cubría había sido reveladora a ese respecto.

La sangre de los orcos era tan roja y espesa como la humana, y en verdad Venger utilizaba a estos como lacayos porque en cierto modo no eran mas que un oscuro reflejo de todos los vicios de los humanos, egoistas, brutales, cobardes, crueles y abusones.

El caballero había matado a cinco orcos... y no lo había hecho mal pese a ser un novato en cuestiones de combate directo. Venger entrelazó los dedos con satisfacción, sangre en la espada que portaba el caballero, sangre salpicando la cota de mallas, era una escena que merecía ser recordada. Digna de ser repetida. Y era tan magnífica la idea de corromper a una de las almas puras elegidas por ese viejo despreciable de amo del calabozo.


- ¡Muchísimas gracias por la ayuda!

Los aldeanos agradecieron profusamente la ayuda y les ofrecieron víveres y refugio. Los agotados muchachos habían ido a aquel pueblo siguiendo la pista de una fuente mágica que concedía la respuesta a una única pregunta por persona. Por desgracia la fuente había estado bajo el control de una banda de hombres lagarto que habían esclavizado el pueblo, en el conflicto consecuente se habían visto obligados a renunciar a su pregunta, "¿cómo regresar a casa?", y destruir la fuente cuando esta había empezado a derramar magia caótica al verse sujeta a las preguntas continuas de los hombres lagarto.

Los aldeanos ya no tenían su fuente mágica, pero al final esta había dado más problemas que soluciones, de modo que estaban muy contentos con el resultado. Ahora los seis aventureros disfrutaban de la preciada hospitalidad que les ofrecían. No siempre se podía comer caliente y con un techo sobre sus cabezas.

Los seis compañeros, siete contando a Uni, el pequeño unicornio, se repartieron de dos en dos en las habitaciones después de una copiosa cena. Hank dio las buenas noches a los demás y fue a la habitación que compartía con Eric. Habían pasado dos semanas desde "el suceso", nunca hablaban de ello, en general todos habían decidido, en un pacto no verbal, no mencionar el tema y actuar como si nunca hubiera ocurrido. Era mas facil que el silencio incómodo cuando cualquiera había tratado de decirle algo a Eric.

El caballero también parecía haber decidido seguir con aquella pantomima de que no había ocurrido nada, pero era evidente que había ocurrido. Hank, y cualquiera que se molestara en mirar, lo veía. Eric estaba alicaido, sus antes habituales quejas y críticas ya no lo eran tanto, como si ya lo hiciera por costumbre más que por estar realmente en contra.

Y luego la protección. Lo cierto es que, con todos sus defectos, Eric siempre había sido esencial para todos, cuando el peligro era insuperable él siempre estaba ahí con el escudo, deteniendo el peligro que hiciera falta, el fuego de un dragón o la magia de Venger. Cuando alguien caía, Eric estaba allí para cubrirle.

Ahora Eric parecía mirar por todos como un halcón. En cuanto había peligro, lejos de buscar donde esconderse, se ponía en guardia con su escudo en el frente. No era que Hank se quejara, era magnífico saber que podía contar con Eric para protegerles, pero le preocupaba la ansiedad que veía en Eric por protegerles.

En cierto modo casi todos habían cambiado. La muerte de los orcos les hacía ver otra cosa. Los orcos habían sangrado y muerto, y ellos mismos también podían sangrar... y morir.

La percepción de la mortalidad era algo doloroso.

La percepción de poder matar era aún peor.

Hank cerró la puerta a su espalda y dejó su arco junto a la cama, de pie junto a la cama contigua, Eric se quitaba la cota de mallas y las protecciones metálicas de las piernas, era el más acorazado de ellos, algo que tenía sentido teniendo en cuenta que tenía que ponerse tras el escudo en primera linea cuando les atacaban. Eric se estiró y dejó su escudo sobre la cama. Últimamente nunca lo perdía de vista, incluso cuando dormía lo agarraba como si fuera a desaparecer en cualquier momento.

- Voy a hacer una ronda antes de acostarme.

Eric miró el escudo y después a Hank, que le vió venir.

- Solo será un momento, descansa.

El caballero asintió y se sentó al borde de la cama con aire cansado, Hank le miró desde la puerta, contemplando el escudo con el símbolo del águila en blanco sobre negro. Eric no podía seguir así, tan tenso, agotado... pero no sabía qué decirle... él era responsable, era el lider, tenía que cuidar de todos... pero no tenía ni idea de cómo ayudar a Eric. Desesperaba por decirle algo que le ayudara, pero ni siquiera sabía por donde empezar, aquello le superaba. Cerró la puerta y se marchó.

Eric cogió la palangana de agua caliente con un suspiro de satisfacción, aquel era un placer escaso en este mundo infernal. Se empapó la cara y y se lavó el pelo, cerrando los ojos, sintiéndose en paz por un momento. La tensión cedió terreno y Eric se frotó la cabeza con energía, secando el corto cabello negro.

Se frotó las manos con fuerza, últimamente lo hacía mucho, cogió la barra de jabón y empezó a limpiarse con dedicación. Limpiarse. Eric cerró los ojos con fuerza, tenía grabado en el cerebro aquella horrible memoria... tras el combate habían ido a un rio, la necesidad de lavarse, de limpiarse la.. la sangre...

Eric gimió y se frotó las manos con mas fuerza, sacando espuma del jabón y limpiandose frenéticamente. El recuerdo de la sangre saliendo de la túnica, de sus guantes... las manchas disolviéndose en el agua, tiñéndola de rosa. Se había sentido tan terriblemente enfermo... tan sucio.

- Hay sangre en tus manos, caballero.

Eric se sobresaltó salpicando agua por todas partes y tirando la barra de jabón al aire.

- ¿¡Venger!?

El archimago estaba sentado en la penumbra de una esquina del dormitorio, con las negras alas plegadas, sus duros rasgos eran aun más siniestros por el contraste de luz y sombra, la luz de las velas danzaba sobre la coraza carmesí de su torso. Los iris rojos relucían como rubies, revelando algún tipo de visión nocturna.

- No es necesario que des la alarma.- Venger sonrió de una manera que quizás pretendía ser tranquilizadora, pero no era posible con aquellos blancos colmillos.- No he venido con ánimo de enfrentarme a vosotros, no esta noche al menos.

- Creo que daré la alarma de todos modos.- Musitó Eric aterrorizado.

- Eso sería terriblemente descortes.

Venger entrecerró los ojos amenazadoramente, prometiendo todo tipo de torturas si se atrevía a cumplir con su réplica. Eric, quien tenía profundamente arraigado su instinto de supervivencia, cerró la boca y se abrazó con gesto autoprotector, mirando su escudo sobre la cama con anhelo.

- Como iba diciendo.- Venger continuó con su aterciopelada voz grave.- Es inutil que sigas frotándote las manos, la sangre seguirá en ellas, siempre.

Eric miró al suelo, incapaz de sostener la dura mirada de Venger. Recordaba bien a Venger aplaudiendo... felicitando su primera sangre. Sintió nauseas.

- La primera sangre es motivo de celebración en muchos pueblos, una señal de hombría, el desafio que marca dejar de ser un niño para convertirse en un hombre. Deberías celebrarlo, caballero.

- No.- Eric lo dijo con un hilo de voz, no quería hablar de aquello, quería olvidarlo.

- ¿No te han felicitado tus compañeros? ¿No han preparado alguna fiesta para ti?

- ¡Claro que no!.- Eric sacó valor de la indignación y fulminó con la mirada a Venger, no sabía si iba a tener éxito, pero estaba lo bastante enfurecido como para que no le importara.

- ¿Ah no?.- Venger hizo una mueca de burlona sorpresa.- Oh, por supuesto, deben estar decepcionados con su caballero andante.

Eric palideció, no, eso era mentira. Los demás estaban afectados eso era todo. Venger no era más que un pozo de mentiras, no se podía confiar en nada que saliera de su boca. Se removió en el sitio, mirando su escudo y a Venger alternativamente, calculó sus opciones y se lanzó hacia la cama, cogiendo el escudo de un solo salto y cubríendose.

A Venger no le tembló un solo músculo, lo mismo hubiera podido ser una estatua de gesto severo.

- ¿Qué es lo que quieres?.- Eric se sintió sensiblemente mas seguro con su fiel escudo.

- ¿Qué es lo que quieres tú?

- Volver a casa.

- ¡Ja!.- Venger sonrió, sus blanca dentadura casi relució.- Eso jamás ocurrirá, niño.

Eric lo vió todo rojo. ¡Bastardo!. Se lanzó contra él con el escudo por delante como parapeto, ¡aplastaría a ese maldito bastárdo! ¡¿cómo se atrevía a burlarse de aquella manera?! ¡Lo mataría!

Su ataque golpeó una barrera invisible, un escudo mágico qué chocó con el suyo, lo que le hizo caer hacia atrás y dar con su osamenta en suelo. Venger se incorporó, alto y terrible, mirándole con condescendencia, haciendo que Eric se encogiera de terror como un ratón que había osado plantar cara a una serpiente y advertido su error demasiado tarde.

Venger suavizó su severidad y volvió a sonreirle.

- Quería averiguar algo, caballero, ya lo he hecho.

- Eh... ¿qué?

- Querías matarme, caballero.- Sonaba complacido.- Has descubierto una manera sencilla de librarte de tus enemigos. Matarlos.

Eric apretó los puños y volvió a alzar el escudo.

- ¡Largo de aquí!

- Hasta pronto, caballero.

Venger resplandeció con un halo púrpura oscuro y desapareció de la vista, teleportación, a Eric siempre le hacía estremecerse la perturbación mágica que eso producía en el ambiente. Se puso en pie sobre piernas temblorosas y se sentó en el borde de la cama, no confiando en su equilibrio.

Querías matarme, caballero.

Eric dejó caer el escudo al suelo, se cubrió la cara con las manos, angustiado. Cuando la puerta se abrió, dio un brusco salto.

- ¿Eric?

Hank dejó caer su arco y corrió junto a Eric, el caballero tenía dos surcos brillantes de lágrimas en los pómulos y temblaba visiblemente, igual que el día del "suceso".

- ¡Eric!.- Corrió a su lado y le tomó por los hombros.- ¿Estas bien?

- Yo... ah... si, estoy bien.

- ¿Qué ha pasado?

Eric parpadeó confuso, ¿qué qué había pasado? Sintió deseos de dar un puñetazo en la perfecta cara del rubio y zarco lider, le apartó las manos con violencia.

- ¡Es endemoniadamente evidente qué ocurre! ¡Ocurre que tuve que matar y la sangre de mis manos no puede lavarse!

Se ahorró hablar sobre Venger, ni siquiera quería pensar en ello, había sido demasiado perturbador. Hank le miró con una expresión de asombro que le repugnó, se la hubiera quitado a golpes.

- Eric, yo no... no pretendía decir eso.

- Cállate, Hank, solo cállate, eres muy bueno en eso.

- Eso no es justo.- El arquero se acercó de nuevo a su compañero.

Eric se apartó de nuevo y empezó a quitarse la camisa y los pantalones, no quería tener aquella conversación, se acostaría, dormiría y esperaría que todo fuera mejor por la mañana.

- Por favor, Eric, yo... quiero hablar.

- Pues yo no quiero hablar. Déjalo estar.

- Creí que querrías hablar.

- Ahora no.- Eric terminó de doblar la ropa y la dejó sobre la silla.- Buenas noches, Hank.

Eric le ignoró y se metió en la cama, dándole la espalda. Hank se sentó al borde de la cama y se mesó los cabellos rubios, el peso del fracaso era evidente, le estaba fallando a Eric, no ya como lider, sino como amigo. Porque consideraba a Eric un amigo, un buen amigo, por agotador que hubiera sido oir sus quejas y sobervia, eso era algo que resultaba necesario, Hank siempre había agradecido que Eric le considerara un ser falible, a diferencia de los demás.

Ahora Hank no agradecía esa percepción de fabilidad. Ver a Eric llorar, defenderse de él, le hería.

- Sigh... buenas noches.- Hank suspiró y fue a su propia cama.

Fue una noche muy larga para ambos. Hank perseguido por la culpabilidad, Eric por el mismo motivo... y viendo la sombra de Venger en todas partes. Sonriendo.


En el centro de un yermo territorio esteril y emponzoñado, se alzaba la torre oscura, y en lo mas alto de esta, en una gran balconada, estaba Venger, archimago oscuro, contemplando la extensión de terreno marcada por su presencia allí.

Debía confesar que no había esperado demasiado de su "visita" al caballero, pero había obtenido mucho más de lo que esperaba de aquel niño mimado.

Venger permaneció pensativo un rato y después se miró las manos, pálidas pero fuertes, estaban manchadas con la sangre de miles de enemigos, e incluso de aliados, él mejor que nadie sabía cómo actuaba la corrupción, cómo se sacrificaba la inocencia.

Hubiera preferiro al arquero, el lider, el ejemplo para los demás, tan perfecto que Venger no deseaba otra cosa que hundirle en el más negro fango de su reino. Ese hubiera sido el gran triunfo, corromper, mancillar al inocente, al valeroso, al justo, al epítome de lo que el amo del calabozo valoraba.

Pero se conformaría con el caballero, y por el camino muy bien podría hundir a todos los demás. Valdría la pena vigilar... más de cerca.


Nota de la autora: Saludos! Hace meses, demasiado tiempo, desde mi último fanfic, mis excusas son muchas, la musa estaba de vacaciones, yo estaba cambiando de domicilio, el curso que estoy haciendo me tiene abducida con mucho trabajo... etc. Pido disculpas a quien se haya sentido decepcionado esperando novedades en mi profile. Mas vale tarde que nunca, ¿no?

Hace muuuucho tiempo que quería hacer un fanfic de Dragones y Mazmorras pero no me decidía, no tenía una idea clara de qué hacer con los personajes ni que argumento seguir. Ahora ya tengo una idea y me siento con fuerzas para llevar una historia a buen puerto con una de mis series favoritas de la infancia.

Todos mis fanfics suelen ser de linea de romance yaoi con un argumento siniestro de angustia y cierta violencia, este fanfic también sigue esa línea, pero el romance va a ser mas siniestro de lo habitual en mí. Si eres lector habitual probablemente lo relaciones con mi fanfic "El Santuario de los Traidores".