Renuncia: todo de Sui Ishida.

Prompt: 001. Childhood.

N/A: hoy empieza la Touka Week *inserte emoji enamorado* y ya. Voy a participar toda la semana porque ando disponible. Habrá AyaTouka, because i can :P y me tiraré en un charco por mis crisis existenciales, si me disculpan.


i. Nido despojado

Ella nace dos veces, mudando el plumaje que se mancha con tierra mugrienta y lágrimas de sal que escuecen en las heridas.

La primera está Touka diminuta y sollozando antes de ser envuelta en unos brazos-manta que le transmiten seguridad (aquí está mami, no hay nada que temer) y una caricia en la mejilla por parte de quien reconocerá como «Arata» (—padre). Es piel suave pero no indefensa, porque con la misma mano con la que la toca dulce a ella tiene que desgarrar médulas y cráneos, incluso si es desagradable y Touka pronto va a aprenderlo. Pero no aún, no aún.

Posee la bendición del verano. Días calurosos y noches no menos calientes. Su corazón será templado, contempla Hikari Kirishima. Y le enternece la idea mientras Touka inexperta y ansiosa palpa y se lleva todo lo que está a su alcance a la boca entre risas ilegibles.

Años después de su venida al mundo llega este hermano-gemelo-tardío que se aferra a ella y la sigue por doquier en cuanto aprenden a andar por los pisos que les raspan las rodillas pero no su voluntad. Son sombra del contrario desde el ángulo correcto de luz y Touka todavía no sabe hablar con elocuencia más al mirarlo transmite ese aire de —Sígueme Ayato, yo te guiaré a donde sea; y Ayato le responde, trazándole líneas y puntos en la palma: Claro. Confío en ti.

Y meses más adelante, de alguna manera no se sorprenden Arata y Hikari de que las primeras palabras de cada uno sean sus nombres.

(—A-Aya-to.) Y un tímido y confundido «Tou… ka».

Entonces dibujan sonrisas en los labios del otro con un crayón gastado y las retocan con acuarelas que ensucian incluso la alfombra de la estancia. Adornándolas con pegatinas de conejos que Hikari les compra junto a libros de cuentos infantiles para que los cuatro se duerman leyéndolos y Touka, somnolienta, trace el pulgar entorno a las letras tan místicas y cada día más familiares.

Es todo tan normal y cálido que Touka puede pasar por alto el hecho de que al cumplir cinco les expliquen sus padres con paciencia que la comida común le sabe horrible, les dan otra especial, y que ellos deben alimentarse con carne de humanos, por ser ghouls (—Pero sólo cuando sea necesario, nosotros no asesinamos sin propósito, recuerda Arata). Y no obstante Hikari y él reciben gustosos los estofados y demás platillos que los vecinos o gente del barrio les regala y los cuatro, sentados alrededor de la mesa, se los comen entre muecas.

Le atemoriza y entusiasma ser capaz de convivir con las demás personas ante esos detalles. Coloca unos cajones delante del balcón y mira a los otros niños, corriendo tan lejos (niños con los que nunca charlará por estar suspendida en las alturas del nido).

— ¿Somos tan diferentes? —Inquiere a nadie.

Porque esos niños igual que Ayato y ella tienen una caja musical en el pecho que entona melodías rápidas ante la emoción o el afecto y se desacelera en los momentos calmos. Y es que ella podría perfectamente fingir ser humana y vivir feliz. Feliz y bonita como su madre. Un futuro reluciente.

Sin embargo–

("—Mami ya no volverá" —anuncia Arata con voz vacía-extraída).

Cuando apenas está extendiendo los brazos para alcanzar esas expectativas, se las arrebatan. Y Touka teme no estar a su altura, a pesar de hallarse en lo más alto del árbol, a un paso de volar (o caer).

A Hikari se la llevan. Estas aves de las cuáles debe desconfiar, las Palomas. Y de pronto el mundo ya no luce tan encantador como antes.

«Somos cuervos y nadie quiere a los cuervos. Nos apedrean y a cambio nos vemos obligados a sacarles los ojos, asustados».

—Pero madre no era un cuervo, era tan hermosa y tan buena y me la quitaron injustamente.

Pero aún está padre. Padre que, una noche en que su llanto se desboca entre sus grietas pequeñitas y ahí casi inexistentes, le promete no irse nunca. No abandonarlos. Ayato finge estar dormido, igual lo escucha. Plantándose una semilla de fe en ambos hermanos.

Semilla que tiene cuidados y agua y sol.

Semilla que parece estar destinada a convertirse en una flor eterna.

Semilla que es arrancada antes de que germine. (Otra vez).

Y sin que se dé cuenta de cuándo Touka se ve obligada a nacer nuevamente. Acabándose las lecturas, los abrazos, los «Que tengan dulces sueños, ustedes dos», los paseos en que Arata les sujeta la muñeca y sonríe y lo poco que queda de Hikari, esa luz artificial ahora apagada.

La segunda vez que Touka nace no se considera más bonita y sólo puede respirar a Ayato, lo único que le queda, tornándose venenosos. Cuelgan sus alas incompletas en la espalda, salpicadas en sangre no inocente. Y llora, llora tanto.

Talaron su árbol. Chocaron ellos contra el pavimento.

Ya no hay más brazos-manta que la cobijen del frío.