Si a alguien he admirado toda mi vida es al Doctor, pero dicen que la admiración es la forma más lejana de conocer a alguien y como surgió esa admiración, fue disminuyendo a lo largo del tiempo.
Soy la chica que esperó. Imagino que debería sentirme afortunada porque oficialmente soy una companion ya que tengo un apodo, pero no sabía lo que significaba esperar de verdad hasta que entré aquí, el supuesto segundo lugar más turístico del planeta. Apalapucia.
¿Las colas? ¿Las llamadas en espera de tu compañía de teléfono? Eso es basura. Han pasado treinta y seis años. Treinta y seis años sola en este lugar.
El primer día supe cómo detener a lo nanobots y escribí un mensaje en una de las puertas: "Doctor, estoy esperando".
Todo lo que podía hacer era resistir así que durante las semanas siguientes aprendí que este sitio sigue una rutina exacta, que éste dirigido por máquinas hizo mucho fácil aprenderla. Si hubiera personas, habría mínimos fallos que podrían haberme llevado a ser descubierta. La exactitud era una norma muy estricta en mi nueva vida.
Cuando pasaron los meses, mi esperanza en él se mantuvo. Era mi mejor amigo, no podía fallarme, además estaba con Rory, él tampoco me habría dejado atrás, debía seguir resistiendo, por lo que le corté las manos a uno de los nanobots para que no pudiera anestesiarme, cortando de raíz así el peligro y lo llamé igual que mi prometido: Rory.
Los primeros años, Rory, el nanobot fue mi única compañía pero me salvó de no volverme loca en un lugar así. Lo peor eran las hermosas vistas que había, paisajes que deberían haber sido dibujados para mantenerlos igual de vivos para siempre, era como una trampa para hacer este lugar más acogedor, pero ni de broma lo era.
No recuerdo cuándo empecé a perder la esperanza, a saber que estaba sola, completamente sola. A seguir mi propia primera regla y no la del Doctor: sobrevive, porque nadie vendrá a buscarte. Empecé a construirme una especie de armadura y me enfrentaba de esa forma a los nanobots, como si de una función teatral se tratara. Siempre me habían gustado los disfraces, desde que me varié el nombre de Amelia a Amy, supongo que estaba desesperada por escapar de la rutina, de cualquier forma posible, pero no podía escapar porque lo único que podía hacer es esperar, igual que ahora. ¡Sólo quería hacer algo diferente! ¡Quiero hacer algo diferente!
En los últimos años, había aprendido a hackear el sistema, pero a pesar de que me decía todo lo que quería saber, lo único que ansiaba que me respondiera, nunca llegaba. Nunca podría salir de aquí.
Cuando el Doctor y Rory por fin llegaron, pensé que habría una pequeña esperanza para mi. Mi corazón se ablandó ligeramente, pero en el momento clave, el Doctor cerró la TARDIS. No podía salvarme, no podía salvar a las dos Amys porque la TARDIS no podría soportar una paradoja de ese tamaño. Después de todo, yo había tenido razón. En el turno de mi otro yo, no me había ayudado, me había elegido a mi misma.
Lo mejor que podía hacer era mantenerme fuerte hasta el final, así que a pesar de patalear un poco por mi propia vida, sabiendo que se re-escribiría entera, le regalé esos años de mi vida a mi otro yo, con la esperanza de que tuviese una vida mejor que esto.
Yo era la Amy original, sin paradojas, sin cambios y antes de que me lo quitasen a la fuerza, prefería regalarlo. Sentir que todavía tenía libre albedrío era mi único consuelo, aunque fuese falso. Era una mentira piadosa que me permitió dejar de existir en paz mientras lo último que escuchaba era el sonido de la TARDIS cada vez más lejano.
Adoraba ese sonido, lo había olvidado... el sonido que trae esperanza allá donde vaya.
