Cuando él cerraba los ojos podía verlo:

Ojos inyectados en sangre, abiertos por la ira mezclada con melancolía, hilos de viscosos fluidos descendían de su boca cosida, el hórrido sonido de sus gruñidos, uno de los bulbos en su puño se había quebrado, el aroma de la sangre invadía su nariz y rociaba sus labios, las mejillas, la barbilla, un intenso dolor invadió su piel...

Se estremeció bajo la ducha y salió del baño. Las palmas estaban arrugadas por el agua, su pálido cuerpo mostraba marcas rojizas de tanto tallar la piel. Pannacotta Fugo secó la humedad, y se vistió.

Era sábado por la noche, y mientras esperaba por Buccellati decidió colocar la pizza que ha comprado en el horno tibio. Esa será la cena para esta larga noche, en la que Fugo pronosticó que no podrá dormir. Él no ha dormido más de cuatro horas desde el miércoles, y teniendo en cuenta de que la sala de estar ha comenzado tornarse borrosa, y que sus delgados dedos parecen moverse en cámara lenta, la situación se está convirtiendo un problema.

Ese día por algún motivo decidió agujerear su ropa de diario, después ordenó los libros que usará para las lecciones de Buccellati y para él mismo pasar la noche leyendo. Fugo no quiere pensar esta vez, no desea pensar que el virus que posee su propio Stand Purple Haze acaba de comerse vivo a un sicario hace tres días, y Buccellati debió emplear a su Stand Sticky Fingers para cortar la propia carne de Fugo infectada o el niño habría terminado muerto.

Fugo supuso que nunca se percató de cuánto tiempo pasaba con Buccellati, porque el día le había parecido tres veces más largo sin casi trabajo de papeleo para llenarlo. Finalmente, el sonido de la puerta llama su atención. Es Buccellati, ha llegado tarde.

El niño rápidamente se acerca para ayudarlo a quitar su abrigo. Es de un tejido pesado, práctico y sensato como su jefe.

Fugo vive con Buccellati desde hace poco más de dos meses. Se habían conocido a principios de marzo, cuando su familia lo abandonó, y Buccellati llegó con una oferta a su celda. En su aspecto, no parece un matón: es de porte elegante, joven, con cabello oscuro y ojos gélidos, es un hombre duro si alguna vez el niño conoció uno. Para vivir en su casa llegaron a un acuerdo, uno de ellos es que Fugo le dicte clases.

Fugo no lo considera un amigo o algo parecido, es sólo su jefe, pero Buccellati tiene algo en su personalidad que le recuerda a su abuela, y le gustaría pensar que puede ser útil para él.

—Te ves cansado, —informa Buccellati. Fugo podría opinar lo mismo hacia él. Buccellati tiene una mirada agotada que Fugo reconoce, el tipo de mirada que tienes después de presionar la voluntad en algo que no te gusta hacer.

—Sí, lo estoy. Pero tú pareces estar en el purgatorio.

—Fue un largo día.

Él avanza ahora hacia el pequeño salón de estar, parece embelesado por un momento; a Fugo le gusta mantener todo ordenado, restregado, y por ahora, Buccellati parece satisfecho de que le haya ayudado a ordenar su desastre. La realidad es que Fugo tiene una insana obsesión con la limpieza.

—Bien, veamos tu herida.

Fugo arremanga su camisa y extiende el pálido miembro. Buccellati aprovecha para observar la cremallera que había colocado a lo largo con su Stand, cuando Fugo tuvo que cortar la carne infectada por el virus de Purple Haze cuando lo empleó por primera vez.

—Sí, se ve mejor, cicatriza por sí sola.

El niño cabecea porque es agradable sentir su brazo en funciones, y francamente Fugo no pensó que a Buccellati le importara tanto, sin embargo, la atención del niño está en la cicatriz; toca la herida cerrada como si fuera de otra persona. Se siente el calor, el dolor. Fugo creyó que estaría satisfecho de ver su herida sanar, pero no es así.

Buccellati inclina la cabeza mientras lo estudia en silencio.

—¿No debí haberlo hecho, Fugo? ¿Qué sucede?,

Fugo decide callar. No puede imaginar convocar esa maldita cosa babeante de nuevo, escuchar sus gruñidos de nuevo, ver a Purple Haze y sentir que casi pierde el control del Stand. No desea revivir eso de nuevo, no después de lo que ha sucedido con su virus. Pero también odia la idea de que Buccellati se deshaga de él por inútil.

—Háblame, Fugo, —Continúa. Buccellati está apoyado contra una de las paredes, sus ojos escudriñan al niño como si se tratase de un testigo en uno de sus interrogatorios.

Fugo piensa en como salir de este embrollo, dirige la mirada hacia Buccellati.

—Nunca has matado a alguien con tu Stand y después sentiste que fue un error, ¿verdad?,

La expresión helada en el rostro de Buccellati le hace pensar a Fugo de un modo diferente ahora.

—Lo hiciste,

—Una vez,

La mirada de Fugo continua fija y sin expresión en la de Buccellati.

—¿Y cómo fue?,

—Ha pasado mucho tiempo. Hace cuatro años. Fue a pocas calles de aquí, era de noche,

—¿Quién era él?,

Pudo ver la reticencia disparar a través de Buccellati.

—Fue hace mucho tiempo. No recuerdo,

—Te respeto, pero estás mintiendo, Buccellati,

Él esperó ver la expresión ofendida en el mayor; quizá Buccellati le diría que se ocupara de sus propios asuntos, quizá le gritaría algún insulto, quizá lo ignoraría. Pero para sorpresa de Fugo, Buccellati baja la mirada hacia él, y muestra una sonrisa sutil.

—¿Y por qué te parece que miento, Fugo?

—Recuerdas la etapa del día, exactamente dónde estabas, la fecha en la que sucedió. Lo recuerdas, Buccellati,

Este era el verdadero punto fuerte de Fugo, la rapidez de su mente, su capacidad de deducción.

El niño se aleja de él y avanza hacia el armario de la cocina, saca un vaso de cristal y lo llena de agua, se lo ofrece. Buccellati toma el vaso de sus manos y da un sorbo, cierra los ojos.

—Yo tenía trece años, —dice, sorprendiendo a Fugo, él no espera que Buccellati continué hablando de esto.

—Era un consumidor de drogas,

—¿Qué sucedió?

En silencio dirige la mirada hacia el rostro de Fugo.

—Lo maté. Estaba apuntándome con una pistola. Disparó. Mi instinto hizo lo que tenía que hacer.

—Así que lo superaste rápido.

—No, —Su rostro aunque sereno permanece tenso—, Le indiqué que bajara el arma. Insistí, pero él no lo hizo, disparó. Así que hice lo que hice, y pasé las siguientes semanas deseando no haberlo hecho.

Fugo no puede comprender el porqué.

—Pero no fue un error, —Expresó el niño—, Alguien te dispara con una pistola, te defiendes. Así es como funciona.

Eso era lo que Fugo comprendía, él no se estaba castigando por creer que hizo algo incorrecto. No se estaba castigando para nada. Estaba haciendo otra cosa, odiaba a Purple Haze porque sabía que ese monstruo era sí mismo.

—Todavía no te he contado la parte extensa de la historia, —Su voz continúa serena, pero sus ojos se ven más distantes—, Hice algunas investigaciones sobre él, después. Él tenía trece años como yo en ese entonces. Su padre murió cuando tenía diez años, su madre se debilitó y murió dos años después. Solo quedó él. Cayó en robos y adicción de drogas. Lo había visto un par de veces jugando con otros niños. La mayoría de la gente del vecindario me conoce, él me conocía. Un niño así.

Buccellati hace una pausa mientras regresa el vaso a la cocina.

—Y un día... estaba caminando por una calle secundaria. Y ahí estaba, él. Cuando atacó no pude detener mi instinto. ¿Sabes? Él era un niño. Solo. Y yo odié hacerlo, me odié por hacerlo. Solo las drogas lo llevaron a ese punto, —Él se detiene por un momento rígido, y después mira a Fugo—, Pero no es tu historia, Fugo. Ese tipo iba a matarte. Hiciste lo correcto.

—Sé que lo hice. No me arrepiento,

Pero…

Fugo aprovecha la pausa otorgada por Buccellati, para cargar algunos libros hacia la mesa de café, después un par de platos. Buccellati regresa de su habitación vistiendo ropas más cómodas.

—¿Cuánto tiempo te tomó superarlo?,

—Un tiempo. Meses. Durante semanas, seguí teniendo pesadillas. Pero volví al trabajo. Y eso me ayudó,

Fugo se percata del significado en la frase que Buccellati acaba de decir, y ello le hace sentir un nudo en la garganta. El aroma de tomates y especias emana de la cocina.

—Voy a servir la cena.

Sirvió la pizza y las bebidas en la mesa auxiliar cercana al sofá.

—Entonces, ¿Qué hacías antes de llegar? Ahora nunca lo sabré, ¿verdad?

Fugo niega con la cabeza, Buccellati acepta la derrota. Él agarra una rebanada de pizza, mientras ambos se sientan en el sofá.

—¿Qué haremos hoy?

—Hoy continuamos con matemáticas, tu nivel es bajo y nos enfocaremos en ello. Tienes un buen nivel en gramática, así que conseguí algunos libros de tu nivel para otro día.

Buccellati hasta ahora no había enfocado su atención en los libros apilados al lado de la mesa.

—¿Compraste todos estos libros?

El niño se mueve incómodo en el sofá—, Algunos son prestados de la biblioteca, otros son míos... como ese que tienes en la mano.

—Sabes, he visto la película pero nunca el libro, —dice mientras lee la portada—, Los Miserables.

—Puedes tomarlo, si así lo deseas.

Y deciden comenzar, a pesar de que Buccellati tiene diecisiete años, su nivel de matemáticas es bajo, por lo que Fugo elige operaciones básicas. Han progresado en las últimas semanas. Explicaciones, ejercicios matemáticos, y luego pequeños descansos.

Buccellati aunque torpe al principio, se muestra muy interesado en las lecciones y explicaciones, tomando una porción tras otra de la pizza que está posada en la mesa mientras atiende las indicaciones del niño. Después de varias páginas, de erradas y buenas respuestas seguidas de algunas explicaciones, Buccellati observa su reloj.

Son más de las once.

—Podemos dejarlo hasta aquí, e ir a dormir un poco,

—Eso suena bien,

Fugo quería sonar ligero, pero claramente no es así como se escucha, porque Buccellati lo observa, muy interesado.

—¿No has estado durmiendo, Fugo?,

—No mucho. Bueno… no en absoluto,

—¿Por qué no has estado durmiendo?,

Fugo se ríe sin humor de esta pregunta,

—Uh, lo tomaré. El virus de esa cosa babeante, acaba de comerse viva a una persona ante mis ojos hace tres días, y casi toma mi vida.

—Y el cadáver es lo que ves.

—¡No!... No exactamente.

Fugo aprieta los dientes, la mandíbula se siente tensa, no quiere hablar de ello, pero su juicio le dice que es lo justo, dado que Buccellati compartió su historia. Después de un largo debate interno, las palabras comienzan a fluir en los labios del niño. Es tenso, reprimido. Su cuerpo tiembla.

—Es su cara, sus ojos, su ira. Los Stands son un reflejo de nosotros mismos, ¿No?, …—Podía sentir las uñas clavándose en la piel de sus palmas—, Y cuando cierro los ojos, escucho sus gruñidos.., —Niega con la cabeza—, Así que no. Voy a permanecer despierto.

Buccellati observa los libros, y después a Fugo, comienza a unir piezas.

—Y los libros de lectura eran también para ti, ¿No? para mantenerte despierto, ya que son demasiados para mí,

—Acertaste. Esa es una de las razones por la que soy tu subordinado,

—No dormir, no funcionará. Tienes que intentar, Fugo. Tienes que hacerlo,

El tipo de consejo que otorga Buccellati ahora proviene de la experiencia. Sin embargo, Fugo traga duro, su mirada parece distante pese a que todo el cuerpo tiembla.

—Lo sé, pero yo le temo…. Creo que hay algo muy mal conmigo, —La voz resuena cansada y suave, casi marchita.

—Creo que estás equivocado. Hay algo correcto en tener miedo, Fugo.

Lo siguiente que Fugo siente es que él lo está abrazando, pero de alguna manera que solo Buccellati lo haría, no hay calidez en sus brazos, solo fuerza. Sus codos están sobre los hombros de Fugo, las manos a cada lado de su cabeza, agarrándolo con firmeza, manteniéndolo en la Tierra.

Y aunque la reacción inicial de Fugo fue el rechazo, aunque deseaba retroceder físicamente, y entraba en pánico, él cedió. Su cuerpo se relajó. Los temblores cesaron.

Ni él o Buccellati hablaron más. Sólo hubo una tácita comprensión mutua.