Minerva McGonagall
Minerva McGonagall paseaba por los pasillos de Hogwarsts, que estaban completamente desiertos a pesar de que solo eran las siete. Aquello no era algo de lo que extrañarse, desde que Snape y los Carrow habían tomado el control del colegio, los alumnos apenas salían de sus salas comunes. No era de extrañar, dada aquella atmósfera de terror que se había instalado en el colegio aquellos días.
La profesora McGonagall pasó junto al Gran Comedor, que se hallaba completamente desierto, a excepción de Amycus Carrow que bebía vino copiosamente y le comentaba a su hermana su última "hazaña" contra un alumno de Hufflepuff. Minerva les dirigió una mirada de asco y desprecio, los odiaba. Aborrecía a esos dos mortífagos que pretendían hacerse pasar por profesores competentes. Siguió paseando por el castillo, asegurándose de que nada malo sucedía por allí.
Oyó que los Carrow salían del Gran Comedor, caminando ruidosamente, con las carcajadas de Amycus resonando por todo el Vestíbulo. La profesora jamás pensó que odiaría más a alguien que a Severus Snape, pero sin duda Amycus Carrow era un digno rival en cuanto a maldad se decía. Después de todo, Snape pasaba mucho tiempo en su despacho y no maltrataba a los alumnos, al menos de la manera que lo hacían los Carrow. Aún recordaba los gritos de aquel chico de segundo de Ravenclaw, mientras Carrow le pegaba con el atizador de la chimenea. Se dirigió hacia la enfermería, caminando con paso rápido y seguro.
En el camino, se tropezó con un alumno de séptimo de Slytherin, que le lanzó una mirada de desprecio. ¡Ese Vincent Crabbe! Algunos como él, todos los que tenían familiares mortífagos conocidos, se comportaban de aquella manera. Como si fueran los dueños del castillo, como si pudieran pavonearse de las maldades que tenían lugar aquellos días.
Entró en la enfermería y vio a la señora Pomfrey, que estaba aplicando una poción de color oscuro sobre unas heridas de aspecto muy feo a Neville Longbottom. Dirigió a la profesora una tímida sonrisa, que ella le devolvió en señal de complicidad. Sabía que Neville era uno de los líderes de la resistencia contra los Carrow, y no podía estar más orgullosa. Aquel muchacho había cambiado mucho, se había convertido en el mago que McGonagall siempre sabía que sería. Salió de la enfermería mirando a Poppy Pomfrey, que estaba más delgada y pálida que nunca, pero tan decidida a luchar contra los Carrow como lo estaba ella.
Minerva McGonagall se disponía a entrar en su despacho, cuando oyó un sollozo que llamó su atención. Se dio la vuelta y encontró a una alumna de primero de Gryffindor, de pelo castaño, que temblaba ligeramente. Se acercó con paso seguro a la muchacha y la miró preocupada.
- ¿Qué le ocurre, señorita Stevens? – le preguntó, amablemente.
- Profesora… profesora… yo…
- Tranquilízate, Rebeca – le aconsejó, adoptando un tono que indicaba más complicidad – ¿Te ha ocurrido algo?
- El profesor… el profesor Carrow… me… me…
- ¿Qué te ha hecho? – preguntó, con un destello de furia en los ojos.
- ¡Quiero irme a casa! – gritó la niña, sin dejar de llorar – ¡Quiero ir con mi madre! ¡Tengo miedo!
- Cállese, señorita Setevens – le espetó, con más brusquedad de la que pretendía – Dime que ha ocurrido.
- Quiero irme a casa, profesora McGonagall – le dijo, con una sinceridad que alarmó a la profesora – No aguanto más.
La niña se convulsionó en un llanto silencioso, que resultaba más desgarrador que sus gritos de histeria y miedo. La profesora la miró totalmente sobrecogida y notó como el odio hacia los Carrow le quemaba como una llama. Entonces, se agachó frente a la niña e hizo algo que ese año había hecho más veces que en toda su vida: la abrazó suavemente.
- No te preocupes, Rebeca – le dio una suaves palmaditas en la espalda – Te acompañaré a la sala común y te acostarás para descasar.
- Profesora…
- Tú fuiste la primera en transformar una cerilla en una aguja ¿lo recuerdas? – la niña asintió, enjugándose las lágrimas – Me sentí muy orgullosa ¿sabes?
- ¿De-de verdad? – la niña la miró nerviosa – Yo…
- Todo esto acabará, te lo prometo – la miró, dirigiéndole una sonrisa – Vamos a la sala común.
La niña asintió con una sonrisa y limpiándose las lágrimas de las mejillas, siguió a la profesora. De repente, la mano de la niña vaciló en al aire, como si quisiese coger la de la mujer. La profesora McGonagall asió la mano de la niña, llevándola con firmeza. Cuando dejó a la niña en la sala común y esta le dirigió una sonrisa de agradecimiento. Minerva McGonagall sabía por qué había hecho todo aquello, por qué la había abrazado, por qué la había cogido de la mano, por qué le había prometido que todo saldría bien… Y es que aquella niña, de pelo castaño y que era muy buena en Transformaciones, le recordaba a otra niña, una niña de pelo castaño enmarañado y que era extremadamente inteligente. Una niña que ya no lo era, una niña que estaba ahí fuera, enfrentándose a peligros a los que nadie debería enfrentarse, acompañando a sus dos mejores amigos en una aventura de final incierto. Y es que Minerva McGonagall pensaba en aquella chica todos los días, esperando que estuviese bien, que los peligros se apartasen de su camino y el de sus amigos. Cuando Minerva McGonagall volvió a su despacho, abrió uno de sus ficheros y contemplo la esmerada caligrafía de aquella chica. Entonces, una lágrima silenciosa recorrió la mejilla de la profesora, al recordar a Hermione Granger.
