Aún recuerdo la cara de Garraty en el funeral de su padre, ese camionero alcohólico sin fe en los políticos pero que intentaba dar lo mejor a su familia con cada fibra de su ser, lastimosamente el alcohol no era un buen aliado. Como fuera, tras su decepción y enfado, Garraty le quería.

Tendríamos entonces… ¿cuántos? ¿Catorce? ¿Quince años?

Era julio y caía una terrible tormenta, que servía para camuflar las lágrimas que escurrían de sus ojos contra su voluntad. La hora de irse había llegado y su madre le dijo que debían subirse al coche para volver a casa, pero él respondió que volvería un poco más tarde, que pasaría a mi casa rápidamente y luego la vería en la cena. Por supuesto, yo no tenía idea de aquel plan hasta que lo dijo. Su madre me miró y yo asentí desde donde estaba, a un par de metros, corroborando su historia.

Creo saber por qué no quiso ir con su madre. En el coche no había lluvia que lo cubriera, y él no estaba listo para dejar de llorar.

Nos quedamos solos y me acerqué a él lentamente.

-Ray…

-Pete, ¿podemos ir caminando hasta tu casa? –no me miró.

Llevé mi vista al cielo. De verdad que era una tormenta terrible. Y ninguno tenía paraguas.

-Claro, no veo por qué no –bromeé un poco y me pareció ver en el rostro de mi amigo un ligero esbozo de sonrisa.

En todo el camino no volvimos a repetir palabra, simplemente anduvimos juntos, dos chicos en traje negro caminando bajo la lluvia y tomados de la mano.