Capitulo 1
Un Encuentro accidentado
Habían pasado casi 28 años y aquella mañana el sol brillaba en su máximo esplendor, lo supo cuando percibió el calor que subió por su habitación y dio un pequeño salto poniéndose de pie, no tenía por costumbre levantarse tarde, mucho menos estando en servició, pero las fiestas ya habían comenzado y la sucesión de eventos sería la misma que el día anterior y el anterior a este.
El palacio todavía estaba muy callado, al parecer no había todavía muchas personas de la nobleza despiertas, tal vez solo la servidumbre lo estuviera, supuso que de todas maneras el rey ya estaría despierto, debía presentarse a escuchar las órdenes del día, ese era su trabajo después de todo.
Rápido se vistió su traje de guardia y continuó por los pasillos hacia el lugar del rey.
Este ya estaba en su imponente trono, vestido con sus elegantes ropas y su corona tan característica de la temporada, con pequeñas hojas marrones sobre ella. El rey le seguía sus pasos con sus penetrantes ojos de hielo y cayó en la cuenta de aquella perspicaz mirada se debía a las notables atenciones de su hijo hacia ella. Había días en que simplemente eran insoportables y otras en las que desearía que las dedicara a alguien más, pero no dejaría que eso la incomodara o la hiciera sentirse menos.
Sabía cuál era su lugar en el palacio y le gustaba su trabajo, en el había podido experimentar algo de libertad dentro de aquellas tierras, aunque en el fondo siguiera deseando emprender viajes a lugares nuevos.
Pero su posición y estatus no se lo permitía.
Durante los últimos años, su tiempo estaba dedicado a exterminar al enemigo que no cedía terreno pese a que se le atacase constantemente. La población de arañas en el bosque ya los sobrepasaba, si hace algún tiempo el bosque parecía enfermo, ahora parecía agonizar. Ya no crecía nada bueno en ese lugar y el aire que corría por él estaba viciado. Constantemente se encontraban repeliendo a las arañas que se sentían dueñas de él abarcando más terreno cada vez, exterminando con la agradable vida qu el bosque resguardaba.
Pero no estaba en sus manos sanarlo, aunque así lo quisiese, ella sola no podría. Cansada de enfrentar la realidad, dio un poco a torcer el brazo, esperando poder ayudar cuando se le necesitase. No quería darse por vencida… pero el rey le hacía atar sus manos cada vez que proponía ideas para cortar de raíz el problema y ante la negativa del señor del bosque… ella tenía que ceder… pues no era más que una simple capitana de la guardia, una simple elfa Silvana.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca del rey, hizo una reverencia y el rey le dio permiso de hablar.
- Buenos días mi Señor, vengo a presentarme, para recibir la orden del día – dijo sin titubear y viéndole a los ojos. El rey apreciaba ese valor y coraje en sus ojos.
- Buen día. La petición es la misma de hace una semana, y la misma del mes pasado. El exterminio de esos bichos asquerosos que rondan por mis tierras – dijo sereno.
- Me retiro, mi Señor. Haremos lo que este a nuestras manos para cumplir con sus deseos, exterminándolas… – intento decirle lo mismo de cada vez pero hoy no sería el día. Quizás mañana.
Desvió la mirada, Legolas no estaba a su lado. El percibió el movimiento de sus ojos.
- Mi hijo, ya se encuentra afuera, supongo que necesitara refuerzos, acude a él con tu compañía –
Ella hizo una reverencia ante él y se retiraba del lugar cuando le escucho decir - Espero esta vez cumplan con mi demanda –
Algo imposible si el problema no era cortado de raíz, pero no tenía deseos de discutir, iba a cumplir con su meta, atacar a su enemigo y volver con vida para ayudar en sus tareas.
Los últimos años algo en ella había cambiado, no era de todo malo. Aprendió a vivir con lo que se podía tener dejando ir aquel sueño; como el absurdo intento de retener el agua entre las manos. Lo pensó muchas veces, hasta que le resultó absurda su idea de que pudiese amar a Legolas y que la vida fuera a ser dulce y suave con ella como no lo había sido antes, no tenía lógica en su cabeza, mucho menos en su corazón… aquello nunca tendría oportunidad.
Sin embargo Legolas parecía creer que había esperanzas.
Las esperanzas eran para alguien como él, el hijo de un rey. Se lo repitió muchas veces, hasta que se lo creyó.
Ella una simple Elfa Silvana, capitana de la guardia no podía aspirar a nada de ello. Deseaba cosas, claro que sí, pero estas estaban cada vez más escondidas en su corazón, imaginó nunca las alcanzaría… sencillamente ya no esperaba nada.
La vida daría vueltas con ella. Devolviéndole sus esperanzas.
Una vez la guardia estuvo a su lado partieron al encuentro del príncipe. Legolas no era difícil de ubicar, solo debían seguir el rastro de arañas muertas en el camino, su grupo, era muy acertado, no se desperdiciaba flechas, ni fuerzas en su equipo. Jamás había perdido a un soldado. Era alguien digno de admirar.
Ella le admiraba, y en ocasiones se permitía suspirar por lo que no podría ser, pero volvía a la realidad a ella no le estaban permitidos los sueños… todos debían ser resguardados bajo llave y permanecer ahí por el resto de su vida… esa vida no estaba hecha para ella.
Tenía talento matando y destruyendo enemigos del rey, en ello debía seguir, no tenía mucho valor para dejar todo… aquella era su casa, ellos eran la única familia que conocía… todo lo que ella tenía…. lejos estaba el día en que pensó que podía irse de ahí, dejando todo, pero le dolía su amigo, su hermano, el que hasta hace poco era su amor.
Se sintió desdichada….
Respiró hondo y sonrió.
Le vio a lo lejos, al parecer había iniciado la fiesta sin ella. Un montón de cuerpos de arácnidos yacían sobre el suelo.
Él le vio y corrió hacia ella con sus compañeros, tras de él – Tauriel, creo que llegaste tarde, hemos limpiado esta zona. Deberías madrugar más seguido –dijo sonriendo.
- Vaya, veo que tu buen humor ha vuelto, supongo que matar y destripar arañas te ha puesto de así – dijo sarcásticamente.
- Ya sabes, nada como empezar el día estrujando arañas gigantes con deseos de comerte para alegrar el día–
Los demás reían ante el pequeño ataque verbal entre los dos mejores capitanes del rey. Algo tan típico de ellos, para nadie era ajeno, que entre ambos parecía haber algo más que amistad.
– Veamos quien gana la competencia, supongo que el rey estará satisfecho de ver que toda esta área está completamente limpia para esta tarde y si nosotros ganamos, tendremos derecho a quedarnos esta noche de fiesta fuera de los calabozos – su unidad vitoreó su propuesta.
Eran su responsabilidad y deseaba regalarles una noche fuera de los calabozos.
El festín de las estrellas tenía una semana que había comenzado, la mayor fiesta de su pueblo y por una extraña razón no deseaba estar encerrada. Sentía deseos de distraerse un poco y encontró en aquél reto la oportunidad de escapar por una noche a sus deberes.
Si hubiera ganado, su vida jamás habría cambiado.
Todos en el palacio encontraban la manera de saltarse algunas reglas del rey. Ella le parecía que no era correcto y le pareció que era un buen día para saltarse una regla, no estaría sobrepasando sus límites, ni los del rey Thranduil, solo quería pensar un poquito en lo que ella deseaba para sí esa noche, aunque para ello requería que la suerte le sonriera y pudiera ganar ese reto.
Se le antojaba no estar comisionada a los calabozos, con algunos de los prisioneros del rey, que pese a ser pocos requerían vigilancia. Nadie interesante en verdad, típicos ladrones o "espías" según el rey. Llevaban mucho ahí y estaba convencida que disfrutaban estar ahí, no se quejaban y disfrutaban de sus alimentos. Algo que ella veía inconcebible, pues no deseaba estar enjaulada… más sin embargo así se sentía.
Vio frente a ella a Legolas mirándola a los ojos – Trato hecho, pero si yo gano, quiero otra cosa, yo no estoy obligado a vigilar las prisiones…. De igual manera te llevaría conmigo un día…tarde o temprano – dijo acercándose a ella - Desearía a cambio un baile con la capitana, pocas veces se le ve bailar a las estrellas, creo que podría honrarnos ¿Les parece? – dijo subiendo el tono de voz y extendiendo su mano hacia ella.
Lo pensó dos veces, aquel acto molestaría mucho al rey Thranduil, pero después de todo lograría pasar una noche fuera. Pareciéndole un buen trato estrecharon sus manos. En ese momento llegó uno de los centinelas, que se detuvo mirando primero a ella y luego giró la vista hacia el príncipe.
- Hay intrusos en el bosque, me parece que están perdidos y se dirigen hacia los nidos de las arañas – tomó aire – Es una compañía de enanos –
- ¿Enanos? ¿En el bosque? – dijo Tauriel extrañada.
- Bueno supongo que si buscan la muerte, la encontraran pronto – dijo el príncipe, sin ánimo en su voz.
Tauriel, no pensaba lo mismo, eran personas, estaban vivos y requerían de ayuda, solo la absolutamente necesaria. Entendía el odio de Legolas a aquellos seres, pero no lo justificaba.
- Mi Señor, debemos saber que hacen estos enanos en nuestras tierras, quizás sean espías, debemos llevarlos ante su padre – intervino, esperando que con ello, recapacitase – A su padre no le gustará saber que les dejamos vagar por sus tierras sin hacer nada – dando en el clavo.
Legolas entendió su preocupación y cedió – Sólo si son pacíficos, aunque lo dudo. Los conozco y no tengo ánimos para escuchar palabras de ellos. Realmente no me importa, pero considerando que son los deseos de mi padre. Iremos a investigar – alzo la mano y su compañía se puso en marcha, con Tauriel y la suya a lado.
- Se lo que intentas, pero no por eso cambiará mi sentimiento hacia ellos, son despreciables y una raza que no despierta en mi compasión Tauriel a la primer provocación, no dudare en usar mi arco o espada ¿comprendes? – dijo mientras se deslizaba a lado de ella.
- Comprendido Legolas, seguiré tus órdenes - respondió sin verle al rostro. En ello Legolas no cedía, se aferraba al dolor de lo perdido. Como si ellos le hubiesen arrebatado a su madre.
- No presten ni cedan sus armas a los enanos, debemos desarmarlos, lo más pronto posible, son habilidosos con armas. Cuídense y no confíen en ellos – grito mientras corrían por el bosque.
Para ellos era fácil deslizarse por el camino, eran muy altos y ágiles. Pese a que el bosque lucía en muy mal estado, podían brincar y moverse velozmente sobre las ramas de los árboles. Lo cual les daba ventaja sobre cualquier especie que estuviese caminando por los senderos ya destruidos.
Escucharon voces a su alrededor se acercaban al lugar, al parecer las arañas llegaron antes que ellos. Eran voces graves, gritos de peligro y de auxilio.
Las arañas debían estar haciendo estragos con aquellos enanos, en terrenos desconocidos y maltrechos. Legolas se deslizo por una rama y llegó al suelo, rápidamente terminó con varias arañas que perseguían a los enanos, quienes se defendían con espadas y hachas como podían y con las habilidades que disponían ante aquel feroz ataque.
Ella disparaba sus flechas desde una rama cubriéndole la espalda a sus compañeros, ya estaba por caer a ese claro donde estaban arañas y enanos peleando, cuando su agudo oído escucho la voz de alguien que pedía ayuda, se encontraba alejado de los demás y parecía que estaba en peligro, pues gritaba a todo pulmón, sus compañeros al parecer no se habían percatado de que estaba por perder a un amigo en el camino.
Siguió la voz y le vio, era un… ¿enano? Tal vez, no le prestó mucha atención, saco su arco y tras varios tiros derribo a dos arañas. Una vez en el suelo con espada en mano atacó a las que quedaban con una habilidad envidiable, escuchó como aquel enano le pedía una daga y con urgencia – Ya quisieras, que te diera un arma enano - Volteo a verle mientras luchaba con una tercera. Estaba todavía enredado en la telaraña, por lo que no podía defenderse como imagino que sabía, ya que los otros manifestaban poseer habilidades defensivas.
Quedo de frente hacia él y vio que el enano miraba hacia otra dirección, terminó por encajar su espada en la cabeza de la araña y siguió la visión del enano, una cuarta se acercaba sigilosa hacia este y ella atino a clavar su espada dentro del hocico de la cuarta tejedora.
Se detuvo entonces frente a él y le observó bien por primera vez. Tenía el cabello obscuro, la piel broceada por el sol, dedujo que viajaba mucho por ello, no parecía un enano como los recordaba, ni siquiera a los que vio antes, este le quedaba casi en la barbilla, de ojos y nariz finos, a diferencia de casi los demás enanos que dejo atrás, una ceja poblada y una barba apenas perceptible, al igual que los demás vestía ropas abrigadoras y llevaba muchas insignias en las braceras, algo debían significar.
Aún le observaba con el rostro serio y con sus dagas listas para el ataque por si al "enano" se le ocurriese intentar una locura. Cuando le interrumpió un enano rubio con barba larga que se acercó a él y le quitó las telarañas, regalándole una mirada asesina, como si quisiese poner en peligro la vida de su compañero, mientras el otro enano la miraba consternado, como si fuera la primera vez que veía un elfo en su vida. Sus ojos se hicieron grandes y la mueca en su boca delataba su sorpresa, haciéndola sentir extraña… inexplicablemente extraña.
Escucho que le llamaban y ella acertó a empujarlos con su arco para que siguieran el camino. Cuando llegaron al claro, Legolas había dado la orden de retirarles las armas y se dirigía a un enano en específico. No creyó que lo estuviese imaginando, su amigo conocía al enano, descifró el enojo en sus ojos.
El enano con quien hablaba le miraba sereno pero en su mirada se adivinaba el coraje, no deseaba estar frente a ellos, después de todo el odio era mutuo, descubrió asombrada. Este era alto y esbelto, debía haber ahí algún parentesco, pues se veía similar al que ella arrastraba al claro con los demás para que no escapasen. Notó que el príncipe elfo sostenía en sus manos una espada que le acababa de arrebatar al enano y la reconoció una espada de Gondolin.
- No solo eres ladrón sino que además mentiroso- le escucho decir a su Huithinas (príncipe) y después gritar la orden de llevarles como prisioneros al palacio.
Los demás enanos, comenzaron a gemir algo acerca de su mala suerte y de las penurias que habían sufrido desde que entraron al bosque, eran muy distintos a los que ella empujaba y con quien Legolas habló antes. Estos se veían rechonchos y con unas barbas gigantes y trenzadas de manera ridícula que sintió deseos de reír, pero estaba de guardia. Además no era propio de ella, debía mantener la compostura. Tenían prisioneros.
La apuesta, no podría realizarse esta noche. Ella no escaparía de los calabozos, al final los planes no siempre salen como uno desea. Aunque aquello ya no le parecía que fuera tan mala idea después de todo, había llegado toda una compañía de prisioneros nuevos e interesantes ¿Interesantes? Se sorprendió pensando en ello. No supo de donde venía esa idea y decidió que era mejor no saberlo.
Siguió el camino con Legolas a su lado, le pareció mejor concentrarse en él ahora, aunque no fue lo más prudente, Legolas le mirada de tanto en tanto, ella no quiso voltear a verle.
Debía dejar de hacer eso. Era doloroso e incómodo.
Doloroso para él, pues entre ellos dos no podía haber nada, más que amistad y ella lo entendía y aceptaba. Quizás Legolas pensara, que ella era lo único que deseaba no se le negase, pues a lo largo de su vida había tenido varias restricciones, ya que como hijo del rey, había ciertas expectativas que él quería y debía cumplir, después de todo estaba destinado a ello.
Intentaba entenderle, ella misma se debatía entre el deber y el ser, no siempre era tan fácil pues tampoco era libre para ser quien quería. Legolas se aferraba a dejar cierta parte de su ser libre para elegir, sobre todo en asuntos del corazón, asegurándole a su padre que en él no podría mandar. Ella le escucho decírselo y aquello le pareció realmente triste, porque si era cierto que Legolas la quería (el nunca se lo había declarado). Diría que no por más halagador que fuera la idea, lo quería mucho y quizás le amo hace algunos años, pero esa relación no sucedería, ni siquiera tendría oportunidad de florecer y bajo ninguna circunstancia le permitiría a él, enfrentarse por ella a su padre.
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Una y otra vez se dijo, que no valía la pena. Ella no estaba a la altura de alguien como él y estaba siendo realista. Cuando, en otro tiempo se permitió soñarlo y mantener esperanzas. Hoy ya no las tenía, no eran necesarias. Su vida había cambiado mucho en los últimos años. Quizás maduro o se dio cuenta que aquello solo eran fantasías de la infancia, pero había cosas que no creía podía hacer en nombre del amor. Si es que eso que sintió por él hubiera sido realmente amor.
Había demasiadas cosas en juego. No se consideraba una cobarde, pero tenía miedo, por ella y más por él.
Legolas quizás se enfrentarse a la furia de su padre, al exilio y no era justo para él. ¿Pero ella le quería? ¿Era amor lo que sintió por él? Esa pregunta la carcomió, muchas noches mientras en su habitación reflexionaba sobre ello. Le quería, de eso no había duda, pero esa incertidumbre la incomodaba cada vez menos. Jamás se dio la oportunidad de averiguarlo, no tuvo el valor y ahora se sentía diferente. Sabía que él era más de lo que podría desear, pero él llevaría las de perder al terminar arriesgando todo por alguien que quizás no le amase como él lo hacía.
No amaré a nadie con tanta fuerza, para perderlo después…
Se repetía recordando la experiencia con las personas que más había amado en su vida. El recuerdo de sus padres. De los cuales eran tan escasos, pero se sabía amada y vagamente sabía que había amor entre ellos. Su padre murió a lado de su ser amado. Eso pudo recordar. Cuando niña se lo había dicho tantas veces. No podía comparar ese amor al que ella pensó que sentía por su amigo de toda la vida. No había punto de comparación con un recuerdo de aquel amor.
Ella prefería no ponerle nombre. Se negaba a llamarlo así. Suponía que debía ser algo arrollador, que cambiaba la vida y que le dejaba a uno sin aliento, con un deseo de darlo todo por el ser amado, como su padre había hecho. Llegó a la conclusión que, verlo no era lo mismo que vivirlo y que esos recuerdos no eran suficientes para juzgar lo que sintió por Legolas en su momento.
Él era su confidente, compañero y su mejor amigo, no sabría que hacer sin él, pero aquello no lo llamaría amor. No podía definirlo como ella quisiese, no había tenido la oportunidad de experimentarle o ver un amor como el de sus padres, con que compararlo. Su vida había sido tan distinta a la que de niña imagino.
Por lo menos sabía algo, fuese amor o no lo que sintió por Legolas, le alegro saber que no era de piedra. Hasta ese día, aquél sentimiento había cambiado, mejor así pensó, la vida le quitaba más de lo que le daba y así es como debía permanecer hasta el fin de sus días. No parecía estar hecha para albergar amor y menos para retenerlo.
Primero sus padres, les amó y murieron, después Legolas, la vida le había llevado a quererle, la realidad a olvidarle.
Algunas personas están hechas para amar, otras como ella solo para observarlo.
Estaba tan equivocada.
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Durante el trayecto, los enanos se quejaban por que llevaban días sin comer, sin tomar agua y al parecer uno de ellos había caído al río que ahora reposaba un encantamiento que adormecía a los que la tocasen o bebiesen. Algo que antes hubiera sido imposible.
El enano a quien Legolas, llamó por su nombre. Permanecía serio, mientras los demás se quejaban con sus voces graves - Son escandalosos estos enanos - pensó. Vio al enano rubio que se quejaba por que le habían retirado todas sus espadas, uno de sus compañeros le dijo que este llevaba cerca de quince espadas y dagas en el cuerpo. Demasiadas para su tamaño, debía ser muy peligroso, no cualquiera dominaría tantas. Desvió un poco la mirada hacia el enano de cabellos entre marrón y negro que la observaba; ya no con la misma expresión de antes, pero sus ojos serenos no le quitaron la vista inclusive cuando ella lo descubrió mirándola. Fue ella quien lo hizo sintiéndose incomoda, por todas las estrellas una capitana de la guardia, valiente y brava, perdiendo esa guerra de contacto visual, qué le estaba pasando.
Legolas la miró y encontró de donde huía su mirada. Esta vez fue él quien clavo como espadas de hielo sus ojos azules sobre el enano, ella curiosa giro un poco la cabeza para encontrarse con que el enano mantenía firme su mirada, imitando al príncipe. ¿Qué pretendía ese enano? Quizás desease la muerte, él solo se estaba poniendo en aprietos. Legolas era de temer, no era dado a matar por que sí, pero si se le provocaba llegaba hacerlo. Ella en cambio era una asesina experimentada, mataba porque ese era su deber. Él era más razonable, pensaba como rey, ella como guerrera. Aún así no entendió por que defendió la vida de los enanos, su deber era destruir a su enemigo y sin embargo, en el fondo la elfa Silvana se impuso, no deseaba que los matasen. Aún tenían un largo camino de regreso al palacio y cuando les encontraron estaban cerca del centro del bosque, el palacio estaba más al norte, en unas horas llegaría.
El camino se haría más largo si ellos no se callasen.
Tauriel, que no supo cuando Legolas y el enano terminaron de mirarse, se acercó a él y le dijo que quizás debían descansar un poco o no podrían ser interrogados al llegar. Legolas, pocas veces no hacía caso a los consejos de Tauriel, sabía que en cierta parte eran sinceros y con los mejores deseos. Pidió detener la compañía y tuvieron que quedarse a vigilar a los enanos, aunque estuviesen atados. Nuevamente ella pensó que se sentirían mucho mejor al llegar al palacio y ser alimentados, pues seguro sus pies estuviesen cansados, todos se veían fatal.
Camino alrededor de ellos vigilándolos.
Se percató que Legolas pese a estar sin movimiento sobre una rama, la vigilaba desde su lugar, lo que le hizo sentirse segura, el siempre causaba ese efecto en ella. Le agradaba sentirse así. Protegida.
Caminó en círculos hasta que decidió sentarse sobre una roca. Se acarició la planta del pie, pensando que llevaba la bota muy ajustada, pero descubrió que era un pequeño corte que antes no le había molestado. Solía pasarle que su cuerpo no resentía todos sus movimientos, hasta que se encontraba en cama para descansar. Se retiró la bota con cuidado y se dio cuenta que la herida no era profunda, tenía un leve sangrado.
Llevaba su traje verde, a juego con sus ojos y al agacharse a revisar su pie, el cabello le resbaló cubriéndole el rostro casi completamente, entonces regresó esa sensación de nuevo como si alguien la observase, lo que le hizo sentir incomoda, alzo un poco la vista hacia Legolas este se encontraba hablando con un elfo de su compañía. A través del cabello observó el lugar, buscando que o quien la estuviera espiando. ¿Sería una araña? O ¿había algo más?, se paró rápidamente, dejando caer su delicado pie sobre el tapete de hojas secas que hacían de alfombra al bosque tan típico de esta época del año. Alerta, saco su espada y se dio cuenta lo paranoica que debía verse, nadie se había percatado de ello.
Giró y encontró más de un par de ojos que la miraban.
Ese enano otra vez, pero ahora no solo él la miraba, el rubio y otro enano anciano la observaban, al parecer su movimiento les había llamado la atención. Los últimos dos enanos la miraban extrañados, el primero miraba su pie sobre el suelo. Se abochorno y se dio la vuelta. Caminando así descalza sin importarle que se lastimase el pie al caminar de esa manera. Se fue a un extremo del lugar y se curó con algo de hierbas.
Qué demonios estaba pasando.
Gracias al cielo, escucho la voz de Legolas, ordenando reiniciar la marcha, todo volvió a la normalidad, él a su lado conversando como lo hacían tantas veces. Ya no se sintió observada, aquel enano se estaba pasando de la raya. Hablaron, sobre la fiesta, el baile, el vino y sobre si continuarían otro día con el reto. Legolas no quitaba el dedo del renglón, ella se disculpo diciendo que no tuvieron tiempo para hacerlo, ya mañana sería otro día quizás podrían darse tiempo y cumplir el reto antes de que terminase el mes o las fiestas.
Así caminaban cuando por fin estuvieron frente a las puertas del palacio. Grandes y altas, de madera tallada con inscripciones élficas, que contenían viejos hechizos, no cualquiera podía entrar o salir; solo ella conocía la única salida del reino que no estaba bajo aquellos hechizos y ello le alegraba el corazón, de que otra forma podría verlas, a sus queridas estrellas.
Observó como su amigo se retrasaba en la puerta, al parecer había percibido algo, tenía una vista excelente.
- ¿Sucede algo? – pregunto alcanzándole.
- Me pareció ver algo… debí equivocarme… - dijo sin mucha convicción.
- ¿Seguro? –
- Si está todo bien - se giro hacia ella – Llévalos a los calabozos, le informaré a mi padre acerca de ellos -
Entraron por las puertas en compañía de los prisioneros. Eran muchos y fueron llevados de inmediato a los calabozos. Uno a uno fue puesto dentro de una celda. Casualmente a ella, le tocó internar al enano, que la ponía nerviosa. Lo calificó como simpático. Al estar al lado de él se percató que no era como los demás. Les sacaba una cabeza a todos. Quizás un poco menos al enano líder de todos ellos, a ella por ejemplo le pareció que era poco menos de una cabeza de diferencia, nunca había estado tan cerca de uno tan alto.
Recordó a los que ayudo hace años a atravesar el bosque. Ninguno se parecía a él. Además el no tenía esas graciosas barbas. Tal vez a él no le creciese demasiado, pero no le molestaba aquello pensó. Su gente, no tenia barbas y llevaban la cabellera muy larga y lisa. En cambio el cabello de él, se rizaba en algunas partes además parecía que el viento lo había alborotado. Sus manos y hombros eran grandes, nada comparados a los delgados pero fuertes cuerpos de los elfos, se sorprendió comparándoles.
Le vio a los ojos y se vio en ellos.
El enano tuvo el atrevimiento de dirigirse a ella y ella lo escuchó – ¿No vas a registrarme? ¿Podría tener un arma en mis pantalones? – dijo el muy insolente.
Qué pretendía aquél enano.
Lo pensó dos veces, recordó que él mismo le había pedido un arma en el bosque y sonrió – ¿O nada? – le dijo con aquella sonrisa en sus labios.
El efecto que causo esa sonrisa en el enano, la dejo atónita, pues este le devolvió la sonrisa. Acaso… ¿Era posible que ella estuviese coqueteando con aquel enano? Dio un paso atrás y respiro hondo. ¿Qué le estaba pasando ese día? Se desconoció.
Camino por el pequeño pasillo hacia la puerta del calabozo y vio que Legolas la miraba, camino bajando el rostro, pocas veces se sentía así frente a él, como si hubiese hecho algo malo y él fuera a llamarle la atención.
- Tauriel – dijo con voz fuerte - ¿Por qué ese enano te mira así? – dijo con tono grave.
- No lo sé – dijo con una leve sonrisa - ¿Has visto que es más alto que los demás? – pregunto abochornada y bajando más el rostro para impedirle que viera su rubor.
- Si, quizás más alto, pero no menos feo – sentenció Legolas, clavando su mirada de nuevo en el enano, que observaba la escena. Viendo como la elfa se retiraba de la sala, sin siquiera mirarle y por otro lado sintiendo las miradas asesinas de ese elfo rubio, que había pasado todo el camino con aquella Elleth.
/
Estaban presos en aquel calabozo, sin saber cuánto tiempo se quedarían, con las esperanzas puestas en Bilbo, el ladrón que conocieron en la comarca. Al principio todos compartieron la idea de su tío Thorin, este sería una carga para todos, pero había resultado muy valioso a lo largo del viaje. Él y Fili lo apreciaban, era valiente e ingenioso. Recordó como los hizo pasar por enfermos y les salvo el pellejo a todos de ser devorados por unos trolls de la montaña.
Debía ser más cuidadoso, o probablemente nunca cumpliría su promesa.
Recordó su piedra, la llevaba todavía bajo su túnica cerca del corazón. Agradeció que no se la hubiesen quitado. Aquel pensamiento le llevó hasta su madre, ya tenían casi medio año de haber salido de casa. Era inicios de primavera cuando abandonó su casa. No se sentía triste de estar encerrado, quizás no saldrían de ahí jamás. Los demás habían estado gritando de celda en celda intentando salirse de ahí, pero comprobaron lo bien que estaban hechos los calabozos de los elfos, no tenían comparación con unos hecha por trasgos, como tuvo a bien señalar Balin.
Eso le quedo claro a Fili, después de lastimarse el hombro por intentar golpearlas.
La mayoría estaba dormida ya, pues ya se les había alimentado, cosa todos agradecieron, hasta Dwalin el más desconfiado.
Su tío odiaba a los Elfos, lo comprobó cuando maldijo al rey Thranduil en sus narices y este les dijo que entonces se quedarían encerrados para siempre ahí. Todos ellos habían decidido seguirle hasta el final, quizás este fuera, no llegar a Erebor y quedarse a morar para siempre en las celdas de los elfos.
Un bonito pensamiento Kili
Se dijo a sí mismo. Él no era el pesimista de la compañía, algo pasaría confiaba en su buena suerte. La compañía de Thorin Escudo de Roble, no podía terminar así. Además estaba Bilbo, nadie lo vio después del ataque de las arañas, quizás les sorprendiera de nuevo. Esa sí que era una actitud propia de él. Sonrió y sacó la piedra que le dio su madre.
Deseaba verla.
La sala estaba en completo silencio y entonces mientras acariciaba la piedra, quien vino a su mente no fue su madre. No. Fue la elfa del bosque, con su larga cabellera de fuego; rápido notó que era la única que tenía ese color de cabello. Sus ojos verdes hermosos, su nariz y orejas finas... pero sobre todo esa sonrisa picara que le regalo cuando le pregunto algo.
En Rivendell, los habían recibido bien y se les había permitido hablar libremente con ellos. Recordó abochornado, el ligero error que cometió al confundir a una dama elfo con un elfo varón, Dwalin quien parecía menos gustoso por su comentario lo miró duramente, el compartía el mismo sentimiento que su tío por los elfos.
Al parecer él no.
Las había observado, tan delgadas, esbeltas y de rasgos tan finos y largos cabellos rubios u obscuros, le parecieron agradables. Algo que nadie más pareció percibir. Él sin embargo, las vio admirando su belleza. No estaba en su juicio, seguro tanto tiempo fuera de casa le estaba alterando hasta los gustos.
Lo único que habían visto por los caminos eran hobbits, hombres, trolls, elfos y trasgos. Lo único que le faltaba era que le gustase una dama de los trasgos. Se atraganto con la sola idea.
Pero tampoco era ello. Había conocido mujeres a lo largo de su vida. Enanas bellas, según el estándar de su raza y no es que no le agradasen, pero no había sucumbido ante la belleza de ninguna.
Recordó… bueno no, aquel beso que todos decían que recibió, pero que él no lograba traer a su memoria, el que le dieron en aquella posada la noche de la luna roja y tampoco sintió deseos de volver ahí por ella.
- No - pensando en voz alta, él no se había sentido atraído hacia alguna fémina fuera de lo normal, entonces porque deseaba volver a ver a aquella capitana de la guardia, la hermosa elfa de cabellos rojos.
Sacudió su cabeza, la recordó en el bosque, sentada sobre aquella piedra, reflexiva, con la mirada perdida en algún punto, sin saber que veía exactamente, y sintió deseos de ser el objeto de sus miradas. La vio tomar su bota, desabrocharla y sacar de ella un pie, un delicado pie color crema, tan elegante y sin bello. Estiro sus finos dedos y acarició una parte, tenía una pequeña herida. Vio sus cabellos resbalar hacia el frente, apenas lo sujetaba con unas finas trenzas. De pronto se puso en alerta y dejo caer su pie sobre el suelo. Debió dolerle. Giro hacia un lado y hacia otro. Para encontrar que Fili y Ori le observaban sorprendidos a ella pero por motivos totalmente diferentes, ya que Fili se tensó esperando un ataque.
Y luego sus ojos se encontraron nuevamente, le sorprendió que le hubiese sucedido tantas veces en tan poco tiempo. A ella parecía incomodarle, porque subía un ligero rubor en su rostro, que le quedaba realmente hermoso.
- ¡Maldita sea! – exclamó.
Arriba se escuchaba la música, arpas, flautas y algunos instrumentos más que no reconoció, no se comparaba a la música que ellos tocaban en casa. Era mucho más alegre, él amaba el violín y su madre le había enseñado muy bien a él y a Fili.
Debían tener una gran fiesta allá arriba. No sabía que estaban festejando pero seguro estarían más divertidos que ellos en aquellas celdas.
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Pensó que no bajaría hasta los calabozos, su compañía hacía rondines de tanto en tanto, ella creyó que era más que suficiente. Pero aún así, su curiosidad había vuelto a ella. La sintió despertar esa tarde cuando le sonrió al enano alto. Qué cosas, que aquel personaje le arrancase una sonrisa, ese que era un desconocido e invasor.
Se había vuelto algo cínica y seria pues su trabajo lo requería. Aunque jugara con Legolas en guerras verbales, no era frecuente reír. Y sin embargo lo había hecho esa misma tarde, dejándola desconcertada.
Tomo las escaleras y bajo despacio, seguro a esa hora todos estarían dormidos ya, aunque hasta allí se lograba escuchar los ruidos de la música y el baile.
Eran seres correctos y ceremoniosos, pero en las fiestas podían perder un poco la cabeza. Todos menos Legolas y por su puesto el Rey Thranduil, ellos siempre tan correctos y propios, ella pensaba que de pronto podría ayudarle perder la cabeza un poco, pero no por el vino, sino por cosas que valieran la pena, solo que aún no había encontrado una razón para hacerlo.
Siguió los pasillos, hasta que se encontró con las puertas de hierro que encerraban a los prisioneros de esta tarde. Todos enanos, pero solo se preguntaba por uno en particular. Guiada por su renovada curiosidad eligió ese camino, deseaba verle después de todo. Observó como los enanos dormían, algunos hasta roncaban. El enano rubio, dormía plácidamente sobre el asiento de piedra, los demás le imitaban o estaban sobre el suelo. Siguió por la misma vereda que pronto la llevaría a la celda del prisionero que la estuviera observando esa tarde en el bosque con esos perfectos ojos marrones. Ese por quien sentía curiosidad.
Intentaba pasar inadvertida, sabía que no debía estar ahí, pero aún así quería estarlo, así que sus pies no se detuvieron, parecían pensar por ella y cuando por fin llegó frente a la celda, se dio cuenta de que no sabía que haría al llegar ahí.
Él estaba despierto.
Le vio sentado con los pies recogidos sobre la piedra que hacía de cama y asiento, jugando con una roca, lanzándola al aire para volver a atraparla con sus manos, era obscura pero brillaba con la luz que se colaba por las celdas. Se detuvo y nuevamente su curiosidad le hizo acercarse a él.
- Esa piedra en tu mano ¿Qué es? – preguntó.
El enano, bajo los pies y la observó. Era ella, la misma elfa, en la que estaba pensando no hace mucho tiempo. Estaba ahí frente a él dirigiéndole la palabra. Parecía curiosa y deseaba saber que ocultaba en sus manos. Al parecer había notado la piedra con la que jugaba.
- Es un talismán, un poderoso hechizo yace sobre ella, si alguno, que no sea un enano lee las runas de la piedra será maldecido por siempre– dijo serio. Vio la reacción de la elfa que retrocedió asustada y decidió seguir su camino – o no – dijo con su característica sonrisa –Dependiendo de si crees en ese tipo de cosas… es solo un recordatorio, de una promesa que hice antes de iniciar este viaje. Ella se preocupa por mí – notó que la elfa se mantenía viéndole fijamente interesada.
-¿Qué promesa? – pregunto curiosa.
- Volver a ella – dijo serenamente volviendo a su piedra.
Alguna prometida o esposa seguramente
- A mi madre – contestó él como si le leyese la mente – Cree que soy bastante imprudente – lo dijo con una sonrisa tan grande, que a ella le pareció que si lo era. ¿Quién podría reír ante semejante descripción? Ella definitivamente no se sentiría orgullosa de mencionarlo. Él sin embargo, lo decía como si fuera un halago.
Había una historia allí y sintió deseos de conocerla.
- ¿Y lo eres? – Se atrevió a preguntarle con una sonrisa.
El la observó tan bella como cuando la vio por primera vez, pero con aquellas luces se veía más hermosa y su sonrisa era tan espléndida que hacía que su rostro se transformará, subiendo un ligero rubor que le ponían levemente rosas sus mejillas y cómo describir sus ojos… esos bellos y brillantes ojos verdes en los que podría perderse por siempre.
Así embelesado la observaba mientras jugaba con aquella piedra en sus manos, hasta que se deslizo de ellas y salió por entre las rejas, se puso de pie de un salto pues estaba a punto de perderla, pero ella con un rápido movimiento, la atrapo con el pie y se dispuso a devolvérsela.
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Entonces fue que ocurrió. Él saco su mano de entre la reja, estirándola para acercar su mano a la suya y ella depositó la piedra suavemente sobre su mano áspera. El sintió el delicado roce de sus suaves dedos, ella como sus manos eran callosas. No paso más de unos segundos, pero ambos sintieron el efecto de aquel primer contacto.
Fue mágico.
Sus ojos se abrieron.
A él se le aceleró la respiración.
El leve rubor se convirtió en un rostro sonrojado.
El se rió torpemente y le tembló la mano que pensó tiraría la piedra de nuevo.
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Dio un paso atrás, que estaba ocurriendo, le dio un salto el corazón, cuando despego sus dedos de la mano de él. Sintió que debía irse, alejarse de ahí recuperar la compostura, de respirar… escucho pasos y miró el lugar de donde provenían.
Un guardia. Se puso rígida y espero que este pasase, quizás no le hubieran visto.
Estaba conversando con un prisionero. ¿Qué pasaba por su cabeza?
Intento acallar su corazón que corría desbocado dentro de ella. Temió voltear la vista hacia el joven enano que estaba todavía frente a ella. Debía retirarse, no escuchaba sus pensamientos, que alguien detuviese a su atolondrado corazón. Seguro fue la sola idea de que la viesen hablando con aquel prisionero y si fuera Legolas.
Camino sin voltear a verle y siguió hasta que el habló, con voz firme y segura.
- Gracias, se que solo soy un prisionero, pero este talismán significa mucho para mí y mi madre. Te lo agradecería de forma apropiada… pero dadas mis circunstancias… será en otra ocasión… – Dijo a través de los barrotes – Por cierto… no sé tu nombre… –
Ella no se giró a verle no sabía bien que hacer – Tauriel – salió de su boca y no supo porque.
- Tauriel – repitió el suavemente – Un hermoso nombre, el mío es Kíli –
Lo escucho, hizo el esfuerzo por voltear a verle, pero no tuvo el valor. Se quedo rígida unos segundos y después sin decir más salió de lugar.
