Yuri amaba la Navidad, amaba recibir regalos, la emoción que eso le producía, gustaba atiborrarse de la cena cocinada por las manos de su abuelo y le gustaba también la risotada de Nikolai cuando daba en el clavo con su regalo.

Y justamente tras abrir los presentes, venía su parte favorita: ir a la casa de los Altin.

El matrimonio Altin (que lo conocían desde bebé) siempre lo recibían con una sonrisa, al igual que las hijas menores, las que se le colgaban para que las dejara peinar o trenzar su cabello. Sin embargo, lo que más le gustaba de ese momento era ser recibido por el cálido abrazo de Otabek Altin junto a su presente como cada año.

Pero aquel año no sería así. Otabek estaría sin su familia Navidad y Año Nuevo.

Las pequeñas habían pedido como regalo visitar Disneyland. Se suponía que en un principio iría su madre, sus hermanitas y él; pero los planes cambiaron por su propia petición de quedarse.

—¿No te da pena estar sin tu familia? ¿No te gustaría ir con ellos?

Le había preguntado Yuri la mañana anterior a que su familia tomara el vuelo.

Estaban tirados en el piso de la habitación del kazajo mientras escuchaban música y Potya descansaba sobre el escritorio junto a la ventana (la muy descarada parecía vivir tanto en el piso Plisetsky como el de los Altin).

—Yo ya he ido, es su turno ahora — subió y bajó los hombros — y no, no me da pena porque ustedes son como mi segunda familia.

Dijo lo último sonriendo tenuemente mientras volvía a su celular para reproducir otra canción. Yuri imitó el gesto, con un revoltijo de mariposas en el estómago y un calorcito en sus mejillas.

Otabek pasaría las festividades en su casa. Era un tema que ya habían hablado sus padres con Nikolai y el último no tuvo ningún problema; es más, se había contentado de tener a un inquilino más en su hogar con quien compartir la cena.

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Otabek un poco tarde se dio cuenta que solo había comprado el regalo de su amigo y nada para su abuelo. Por lo que, a las 5pm, cuando toda la gente que deja a última hora todo sale a comprar, él se unió al tráfico.

Claro que Yuri lo siguió a la colita, como siempre.

Tras varias caretas disgustadas y/o asqueadas por el gentío por parte de Yuri, empujones, discusiones y demases, terminaron comprando un caro vino para el mayor más un par de cremas mentoladas analgésicas para sus dolores musculares.

Yuri aprovechaba de chocar intencionalmente con el mayor aprovechándose del gentío y aprovechándose de la amabilidad de Otabek, quien nada tardó en cruzar su brazo por sus hombros para cuidarlo de los empujones y no perderlo.

Sí, sí, sí, Yuri sabía que era deshonesto hacer eso, pero una mierda le importaba. Le gustaba la cercanía de Otabek, le gustaba Otabek y ya.

—Oh, espérame aquí un poco — dijo de pronto el kazajo.

—¿Qué?

—Se equivocaron con el vuelto — miró su mano con el dinero y una boleta y corrió de vuelta a la tienda de en frente para reclamar.

Yuri rodó los ojos, cuán despistado podía ser.

Se apoyó en la pared de una tienda esperando, cuando un carraspeo a su lado llamó su atención.

—Tienes un corazón muy bello muchacho, muy lleno de amor.

Dio un salto del susto con la voz ronca. Y miró de quién se trataba: una mujer de mediana edad sentada en la calle, pidiendo limosna. Tenía un gran abrigo. Unos ojos gris como los de un gato abandonado y un largo cabello negro bajo la capucha.

Se la quedó mirando sin saber qué hacer ¿Eso que había dicho era para él? ¿Lo estaba piropeando una vagabunda violadora? qué demonios ¿Quería dinero?

—Uhm, lo siento, ando sin dinero encima y adió-...

—Yuri, ¿crees en la magia?

La mandíbula casi se le cae, y su pie se negó a dar el paso para irse. Una vagabunda bruja violadora. Genial.

—¿Cómo sabe mi nombre? — ella simplemente subió y bajó los hombros con una sonrisa.

—Yo hice una pregunta primero.

Los ojos verdes de Yuri demostraban incredulidad y curiosidad, de pronto la charla se había tornado interesante para él.

Con su corazón algo acelerado por la situación obligó a su mente trabajar una respuesta y con total sinceridad soltó su opinión:

—Esa cosa no existe.

La mujer soltó una risa que descolocó aún más al chico.

—¿Ni siquiera la magia de la navidad?

—No... eso solo aparece en las películas, no es verdad...

—El escepticismo es el comienzo de la fe.

Vagabunda filosófica. Esto se ponía cool, pensó Yuri.

—No dijo cómo supo mi nombre.

—Magia Yuri. Simple y maravillosa magia. Y ya aprenderás a conocerla; ese precioso corazón tuyo merece mostrarse con quien más lo hace brillar, y una pequeña amiga tuya te echará una mano.

Levantó una ceja, sin entender nada. De pronto sintió que alguien lo tomaba del brazo, era Otabek que ya había llegado, y esta vez con el vuelto correcto.

—Ahora sí, ¿nos vamos? — preguntó.

Yuri volvió a mirar a la vagabunda quedando pasmado. En su lugar no había más que calle vacía. La gente seguía avanzando ensimismada en comprar.

¿Qué demonios había sido todo eso?

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Decidió no contarle nada a su amigo. Era obvio que le diría que dejara de drogarse o cosas por el estilo en son de broma y no le creería. Mucho menos le contaría a su abuelo que nada se demoraría con llevarlo al psicólogo por andar con amigos imaginarios a sus ya 15 años.

Esa noche, antes de bajar a cenar y cuando Otabek entró al baño para ducharse, tuvo una muy tonta charla con Potya.

—¿Qué crees que era esa cosa Potya?

La tenía tomada frente de sí y movía sus patitas de forma divertida. La minina solo maulló con desgano, quería bajar con Nikolai para su propia cena con galletitas de pescado.

—¿Será como las películas de navidad con eso de la magia y...? — la patita de su gata se apoyó en su labio inferior, callándolo — tienes razón, es una locura... ¿me estaré volviendo loco? quizá el aire ya está muy contaminado con todo eso del smog y estoy alucinando... ¿crees que sea eso? no entiendo nada Potya... y no me estás ayudando mucho.

—¿Yuri?

Dio un brinco cuando el kazajo salió del baño con solo una toalla en la cintura. Momento en que Potya aprovechó de escapar de su cuarto y de su tonto interrogatorio que no podía responder más que con maullidos.

—¿Hablabas con alguien?

—No, o sea, s-sí — asintió con ganas, dándole un rápido vistazo a todo el cuerpo de su amigo, mordiéndose el labio nervioso y aguantando una dolorosa erección — regañaba a la gata por subirse al televisor.

—Ah... — el chico ya estaba acostumbrado a los extraños (o animalescos) hábitos de su amigo.

Charlaban de cosas banales mientras se vestía frente al rubio que, además de que le costara seguirle la conversación, estaba con ataque, la cara toda roja y disfrutando del espectáculo (por supuesto).

Se recostaron un rato más antes de que Nikolai los llamara a cenar y Yuri nuevamente tuvo el terrible impulso de querer acostarse en el amplio pecho a su lado.

¿Alguna vez se animaría a contarle esos sentimientos a Otabek? se preguntó. A veces se ponía triste porque obviamente alguien como Otabek era heterosexual y jamás podría verlo de otra forma que no fuera como un amigo o hermano; se conocían desde pequeños, prácticamente eran familia...

¿Siquiera alguna vez podría llegar a besar esos labios que le sonreían cada mañana? moriría por chocar sus bocas aunque fuera por primera y última vez.

Abrazarlo todo el tiempo sería el mejor regalo de todos los jodidos dioses. No pediría nunca más nada en algún cumpleaños, graduación, santo o estúpida navidad.

Pensar que algún día el chico conseguiría novia le ponía los pelos de punta, lo dejaría de lado. Temía ser olvidado, o más bien, temía que Otabek se olvidara de él porque para él Otabek era su mundo completo, sus años de vida enteros.

Era increíble cuánto corazón, alma y amor de Yuri tenía en su poder Otabek Altin sin él mismo saberlo. Todo para él, todo para atesorar... o todo para romper.

Sintió su vista caliente. Estar enamorado y no ser correspondido era una mierda.

Otabek era un tonto. Un Otatonto.

Y lo peor es que no quería retroceder o ser simples amigos, quería más, siempre lo supo; que la atracción era mucho más fuerte como para sentirlo un simple amigo.

Quería tomar su mano, pasear juntos, besarse y que lo reconocieran como el novio de Otabek y no el simple "amigo" o "hermanito" como el imbécil de Jean gustaba decirle cuando visitaba al mayor. Moriría por ser correspondido.

Pero por mientras, seguía ahí, a un lado de él. Como su amigo. Mirando el techo, en silencio, con una tonta canción navideña de fondo. Otabek ignorando su corazón desbocado, Otabek siempre tan despistado y él muriéndose por acostarse en su pecho, muriendo mil veces por decirle que lo amaba.

Dejaba pasar el tiempo y dejaba crecer sus sentimientos, pero no estaba haciendo nada por dejarlos salir. Sentía que algún día explotaría por tanto soportar ese amor, necesitaba alguien más para cargarlo: necesitaba a Otabek para sostener su pesado corazón.

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Mientras Otabek se había quedado dormido, había aprovechado para llorar un poco en silencio a su lado, sin querer molestarlo.

Se paró despacio para no despertarlo y aprovechó de tomar un baño y vestirse, también maquillarse un poco para ocultar sus ojos rojizos por el llanto, quedando listo justo cuando su abuelo los llamaba a cenar.

Otabek no se había percatado de que había estado llorando, por suerte. Aquello le permitió actuar como siempre frente a él.

La cena estuvo deliciosa y divertida. Nikolai siempre había tenido buena mano en la cocina y sonreía orgulloso ante los halagos de su nieto y su otro nieto adoptado por una semana.

Hablaron cosas triviales mientras Yuri dejaba salir una que otra broma para hacer reír a su par favorito en el mundo.

Se daban miradas cómplices con Otabek cuando uno notaba que el otro estaba tirando trocitos de carne bajo la mesa para que Potya también pudiera probar ese delicioso manjar. Si Nikolai los hubiera descubierto los hubiera regañado por alimentarla así; siempre decía que para eso le compraban latas de atún y galletas de pescado.

Luego, abrieron los regalos y a pesar de que a todos les agradó lo que recibieron, sin duda el que más chilló fue Yuri con el regalo de su amigo: el disco recién salido de su banda favorita, sus chocolates preferidos y un pequeño dije de oro de un gato para que añadiera a la colección que tenía en la pulsera de su muñeca.

El kazajo recibió la llamada de sus padres y hermanitas a media noche, felicitándolo y prometiéndole un regalo de U.S.A aunque el chico dijera que nada quería.

El Plisetsky mayor se retiró antes de la 1am para poder beber solo su vino en la comodidad de su cuarto viendo algún que otro programa.

Mientras, ambos adolescentes se jugueteaban lavando los trastes sucios; Yuri apretaba sus manos y tiraba pequeños chorritos de agua al kazajo que se los devolvía pero con espuma incluida.

—Yura, esto es asqueroso, me tiraste comida — se quejó riendo, sacando un trozo de carne masticada de su brazo.

—Eso es mío — rió el rubio — batallé bastante para comerlo pero estaba muy duro, está todo con babas — le sacó la lengua, burlándose de la cara de asco de su amigo mientras tiraba a la basura la carne.

No vio venir cuando nuevamente Otabek le tiró espuma... pero esta vez (sin darse cuenta) al ojo.

—Ah, joder — intentó reír pero cuando empezó a arderle se quejó — ¡agua, agua, agua, agua!

—Mierda, ya voy, ya voy.

Se acercó rápido y lo ayudó a sentarse mientras rápido cogía algo de agua.

Lo hizo subir el rostro mientras él de pie lo ayudaba con una servilleta.

—¡¿Pasó algo?! — se escuchó el grito de su abuelo desde la habitación.

—¡Nada abuelo, duerme tranquilo! — dijo rápido.

Sintió las manos de Otabek recorrer sus mejillas, quitando el cabello para que no estorbara y repasando con delicadeza su ojo. Y a pesar de que solo fuera uno, tenía ambos cerrados con fuerza.

—Ya puedes abrirlos, despacio.

Y así lo hizo, pestañeando para acostumbrarse de a poco al pequeño ardor que quedaba.

—Lo siento mucho Yura — lo primero que vio fue el rostro del kazajo mirarlo preocupado, demasiado cerca — ¿duele mucho?

Su corazón dio un brinco feliz y avergonzado, como si de niñitas risueñas saltando la cuerda se tratara. Recordó sus pensamientos hace un par de horas, con ambos recostados, el dolor en su pecho agravado y su estómago revuelto de mariposas con cloro... y quizá con espuma que no sabe cómo mierda bajó de su ojo a su estómago pero se dio cuenta a tiempo que estaba pensando estupideces mientras se perdía en las masculinas facciones de Otabek que esperaba su respuesta.

Tragó en seco y su pecho volvió a presionarse con fuerza. Mierda, podría llegar y plantarle un beso justo ahí, justo ahora.

Pero se contuvo. Otra vez.

—Me duele mucho.

Mucho, mucho, mucho. Le dolía mucho el corazón, como si fuera a explotar, como una bomba a punto de detonar.

La expresión del mayor se volvió más preocupada y Yuri se sintió culpable.

Cuando llegó la hora de dormir, el kazajo se volvió a disculpar y le echó un par de gotitas al ojo para que no ardiera tanto.

Hizo como si estuviera enojado con él, cuando en verdad estaba frustrado consigo mismo y sus sentimientos que iban y venían, hacían y deshacían como les venía en gana.

Otabek se despidió de él con un beso en su cabeza cuando estuvo bajo las mantas, pensando que estaba enfadado con él.

Yuri tuvo ganas de detenerlo, de decirle que no estaba enojado, que le divirtió mucho lavar los trastes con él, que si no fuera por sus tontos sentimientos seguirían riendo felices por la velada, que se quedara a dormir con él y vieran el techo mientras hablaban, reían, discutían, decían bromas, o en silencio, lo que fuera.

Y adivinen. No. Reprimió su corazón como siempre y dejó ir al kazajo a su piso, enfrente. Por millonésima vez Yuri se quedó con las ganas.

Minutos más tarde y hecho un mar de lágrimas, el rubio sintió cuando Potya saltó de su cama y salía por la ventana, entrando directamente a la habitación de Beka frente a la suya.

—Jodida gata zorra traidora... — farfulló entre sollozos — ojalá te coman los perros.

Seguro se dormiría en el pecho de Beka, eso lo indignó aún más, aumentando su llanto contra su almohada.

Pero lo que más lo enfadó... fue que en el fondo deseaba con todas sus ganas estar en su lugar.