Adicto

Czeslaw ha hecho mucho daño en el pasado. Sabe que no es necesario cuidar de Ennis. De hecho, su yo que tiene más de doscientos años insiste en que no darse un banquete con todos inmortales es un error. Que lo traicionarán tarde o temprano. Pero su carne es eternamente joven y necesita caricias, voces dulces que lo acunen y que no ha tenido más que ocasionalmente desde Fermet y sus cuchilladas, acompañadas de palabras falsamente afectivas, que ese niño que estaba condenado a ser se empeñaba en creer, como si fueran un dulce veneno del que no se puede prescindir una vez que se es adicto.

¿Y qué iba a hacer?

¿Qué iba a hacer con ese dinero? Su padre se había metido una bala en la cabeza, dejándola sola y vivía de tren en tren, sin pagar boleto jamás, arreglando las averías que lo necesitaban y mirando con afecto maternal a los pasajeros. No precisaba tanto. ¿En qué lo usaban las mujeres? ¿Vestidos, zapatos, juegos de té? Todo inútil para una chica como ella, pero tirarlo a la basura le parecía profano y no confiaba en las instituciones de beneficencia. Tampoco podía simplemente regalarlo a un vago. ¿Qué haría esa persona con tanto? ¿Bebérselo? ¿Comprar municiones? Pensó en los bancos donde pasaba las noches sin tener a dónde ir realmente. En ese techo que no le pertenecía pero que sentía suyo de alguna forma. Compró miles de boletos, pero no fue por limpiarse las manos. Seguiría viajando de polizona y ese papel inútil de los corruptos acabaría en la basura. Eso sí, aseguraba la perduración de su santuario, el que llevara a la locura a su padre. A pesar de todo.

Colamus humanitatem

Rachel le hubiera pedido a ese pez gordo que se metiera su dinero sucio en el culo, antes que tratarle como una de las putas que seguramente guardaría en alguna calle de mala muerte, según los buenos informantes para los que trabajaba. Entonces vio a la niña saludándole. Esa pequeña que seguramente estaba acostumbrada a clases de piano y danza, a jarrones repletos de flores costosas, a vestidos de fiesta y a poemas de autores difíciles, que seguramente no sabría ni la mitad del vocabulario nutrido que se le estaba ocurriendo para describir al padre que muy probablemente adoraba, feliz de haber retornado sana y salva a sus brazos. Se quedó muda.