La justicia

Era algo que no se llevaba a cabo por sí sólo, porque el mundo estaba lleno de personas incapaces de exigirla y luchar por su restitución. Carol le pedía a Dios cuando era niña, pero entonces su padre comenzó a golpearla por osar respirar en su espacio físico y unos jovenzuelos católicos (como ella, pero más fanáticos e intolerantes) le rompieron el brazo y ese lado del alma que confía en que sus semejantes son capaces de hacer el bien sin empuje alguno. Dentro de ese Infierno, Bobby le ofrecía calor, pero entonces Carol se paró con sus propias piernas, que eran delgadas y temblorosas hasta ese momento: de repente ostentaban firmeza de líder y decidió vivir por sí misma para traer eso que le faltó siempre, a los demás. Hacer un nuevo mundo así. Nadie parecía entenderle cuando hablaba de eso. Las ideas vinieron con el toque de Ted, que abrió una puerta gigantesca en su corazón. Una puerta que daba a un lugar en el que todos los caminos jamás recorridos se juntaban en uno solo y podían modificarse, aunque debiera hacerse por la fuerza al principio. Carol hablaba de esto solo consigo misma, mientras que miraba al horizonte, esperando aquello que le diera la clave para resolver el acertijo. Willie había resultado falso al escucharle, Johnny probablemente se espantaría si le contara semejante cosa, le tenía miedo a Bobby y aunque Peter era maravilloso, tenía sus propios problemas. No era capaz ni de dejar un estúpido juego de cartas. Entonces alguien vino y le habló de su tan anhelada justicia. Carol casi se echó a llorar. Parecía un ángel diseñado para impartirla con una espada en la mano. Lo recordaría con ironía, por encima del Post que leía cada mañana antes de ir a dar clases de matemática en Vassel. Cuando ya no fuera Carol y sus ilusiones de hacer justicia hubieran bajado a tierra, para destruirse sin más.