A: las golondrinas, incansables viajeras; a las cenizas y al río amado que se las lleva; al grito en la garganta y a la divina sensación de existir. A cada una de las partículas del cuerpo de ustedes, por el simple hecho de sentir con cada una de ellas; a las que piensan en silencio y a las que necesitan buena música para ello; a las que hablan y a las que callan; a las que se fueron, buscando un lugar desde donde mirar el sol y a las que se quedan, reafirmando que donde están es un lugar de este mundo.
A las que miran el paisaje detrás de una ventana abierta, y a las que deciden saltarla y llenarse los pies de rocío.
Un deseo: Que puedan leer esta historia con por lo menos un poco de la libertad que yo sentí al escribirla.
Imagen de cubierta: printemps, de Ansuit.
Un baozi o min pao es un tipo de bollo de pan relleno, muy tradicional en el recetario casero y ancestral chino; en sí, la palabra min pao significa pan en ese idioma. En los hogares tradicionales esta preparación a base de huevo, levadura y harina está destinada a aquellas mujeres de la casa. Significativamente y con esa sabiduría tan lejana al occidente, representa la ternura y el amor de la madre... o de toda mujer del hogar.
El baozi no es un pan común, sino que la masa encierra el relleno de una amplia variedad de carnes, vegetales y algunas pastas dulces a las cuales no era muy adepta.
El baozi dulce, en este caso, es el que siempre llamó su atención y también a sus papilas gustativas.
Esta preparación dulce variaba al nombre de doushabao, que en su forma tradicional se prepara con pasta de judías rojas. Pero, como ya se mencionó anteriormente, las judías a ella no le gustaban… y mucho menos aceptaba el huevo y la materia grasa como ingredientes en esa llamativa preparación ancestral. Sí, por supuesto, ella había averiguado exhaustivamente cómo se preparaba aquello que a la vista se percibía delicioso.
A pesar de todo, esos mínimos detalles no le impidieron enamorarse profundamente de la forma tan simpática que poseían. De esa manera había comenzado su enamoramiento culinario, detrás de un vidrio y dentro de un mostrador con vista a la calle.
En las frecuentes visitas que había hecho casi todos los jueves a ese restaurante chino, medio oculto entre un local de renta de video juegos y un sex shop, durante los dos últimos años, logró llegar a un acuerdo un tanto particular con los cocineros y los dueños, que ya la conocían. Sí, por supuesto, ella se presentó esa primera vez, y su nombre fue recordado… muy recordado.
La propuesta en aquel tiempo fue sencilla y poco delirante si se lo preguntaban: ¿por qué no sustituir el huevo por el aceite de oliva y las judías rojas por dulce de coco y maní, y así tener una excelente propuesta vegetariana dulce?
No había nada de malo en ello… principalmente porque no estaba dispuesta por nada del mundo a no poder morder uno de esos encantadores panecillos.
Le resultó un tanto difícil convencer con desparpajo e insistente capricho a los dueños del lugar, de que aquélla era una buena manera de aumentar la clientela, y dar un giro de modernidad y fusión a una preparación tan tradicional.
¿Qué creen que sucedió? La empresa duró meses entre comida y comida, conversación insistente que se entendía poco y algunas sopas deliciosas de bambú en medio. Hasta se tomó el trabajo de presentarles un breve estudio de mercadeo que dejó azorado al matrimonio.
Finalmente, un día su tenacidad rindió frutos positivos, lanzándola a la dulce victoria. Capitularon ante ella.
Los nuevos panecillos comenzaron a integrar la lista de delicias dulces del restaurante, y en verdad funcionó de maravilla. Ella era su fanática número uno, indiscutida.
La iniciativa no iba a llenar de fortuna al señor y la señora Jintao, pero con el tiempo se tornó en un complemento muy bien recibido por la clientela.
Bien, aquél era otro jueves, y bastante especial, por cierto; estaba yendo a recoger su tanda personal de cuatro panecillos con una amplia sonrisa.
Sin perder su mueca divertida estacionó el pequeño Spark negro de dos puertas, y bajó ansiosamente. No quería llegar tarde.
Marzo llegaba a su fin; estaba en su esplendor, pero a pesar del clima cálido aún era conveniente llevar una chaqueta liviana para ir y venir, así que se arrebujó más en ella y apresuró el paso.
La mujer que dobló la esquina y se disponía a cruzar la calle con bastante imprudencia estaba pensando en cualquier cosa, más precisamente en que necesitaba esa cuota de ternura y amor que dejaba la leyenda de esos bocadillos que compraría en solo minutos.
Era el tentempié vespertino que acompañaría su charla especial.
En verdad estaba ilusionada; hoy le daría una sorpresa, una enorme y que la dejaría con la boca abierta. Era consciente de que la estaban esperando decenas de llamados, pruebas y absurdas reuniones sin fin, pero necesitaba ese momento ritual; después de tanto estrés se lo merecían.
Pensando en todo aquello se encontraba la joven que seguía queriendo cruzar la calle poco concurrida y lejos de la senda para peatones…
Dio un paso, dio dos pasos… y un bocinazo estridente la detuvo en seco, dibujándole una verdadera expresión de horror en su rostro.
—¡Oye, loco al volante! ¡Fíjate por dónde vas! —gritó, cuando de pronto tuvo a un suspiro de su cuerpo esa trompa amenazante y motorizada.
El auto viró para esquivarla, chirriando los neumáticos, y una cabeza enrojecida y furiosa prácticamente se colgó de la ventanilla del conductor.
—¡Por qué no te fijas tú, estúpida! ¡La calle no es la alfombra roja!
Y en un abrir y cerrar de ojos el coche continuó su camino con una veloz maniobra, demostrando su poderío.
Esa grosería sacó lo peor de ella… y lo hizo. Le mostró en altura y orgullo el gesto que jamás en su vida pensó usar, su dedo medio bien erguido mientras los otros se mantenían bien apretados a su palma.
—Alfombra roja, ¡ja! Ya quisieras, bestia. ¡Me vas a ver por televisión, te lo juro…! —gritó a todo pulmón, y luego se quedó refunfuñando con el corazón latiendo desesperadamente contra su pecho. Tragando saliva impulsó sus piernas para salir de la línea de fuego.
Se vio bombardeada por varios pares de ojos que sí cruzaron correctamente en las dos direcciones; lo único que pudo hacer fue bajar la mirada, sabiendo que fue la responsable entera de ese hecho.
Por todos los santos; gritaba y murmuraba como una desquiciada, y sintió vergüenza. Se ajustó las gafas negras e intentó llegar dignamente a la otra acera.
Está bien… era culpable; estuvieron a punto de atropellarla por estar en las nubes… ¡Pero vamos, que también la gente estaba hecha un desastre!
A pocos pasos y detrás de las puertas de marco rojo, las miradas contra el vidrio del señor y la señora Jintao le dedicaban su mejor gesto de sorpresa y preocupación.
—Esto es perfecto… ahora finalmente creerán que estoy completamente loca… Si no me denunciaron antes, lo van a hacer ahora… —se susurró apenas con un movimiento de labios, enviándoles una sonrisa nerviosa junto a un despreocupado gesto con la mano.
Su teléfono dentro del bolso volvió a sonar por tercera vez en esa media hora, y decidió atender sin mirarlo siquiera, sabiendo de quién se trataba.
—Spike…
—¡Por qué diablos no me contestaste antes!
Aquel "saludo" desde el aparato no fue muy bien recibido.
—¡Porque estaba conduciendo; casi me atropellan y estoy bastante alterada! ¿Quieres saber algo más?
Del otro lado de la línea el asistente general y compañero solo suspiró con cansancio.
—No… no… no me puedes hacer esto… ¿Dónde estás?
—¿No es evidente? Fuera del teatro… —contestó ella con ironía, perdiendo la mirada en ese envidiado y libre sol de las dos y veinte minutos de la tarde.
—¡¿Cómo que fuera?! ¡Por todos los santos en los que no creo; quieres matarme! ¡Solo irías a refrescarte a los servicios y ahora me sales con que…!
—Spike, te lo pido por favor, no empieces… —interrumpió, siseando con dificultad en el medio de la acera, evitando que su ya maltrecho estado de nervios explotase, y consiga que la vengan a buscar en una camioneta blanca.
—¡Compréndeme! ¡Estás a mi cargo, y todo lo que hagas y deshagas me repercute!
El lastimero ruego y el posterior reproche contribuyeron a crisparle más el humor. La joven solo pudo cerrar los ojos, aceptando otra verdad y otra irresponsabilidad de su parte. Largando el aliento cerró los ojos, esperando la catarata de reprimendas.
—Estábamos en medio de una reunión; concluir con la adaptación del guión se está convirtiendo en un infierno; el vestuario no llega… ¡Y tú te irás en menos de tres días!...
—Por dios… —susurró ella, despegando de su oreja el aparato, ya que ese último lamento en verdad fue el de un contratenor—. Escucha, Spike… tú sabes que necesito verla, no funciono de otra manera. Y en verdad estoy entrando en un estado de nervios que no es conveniente. Solo salí a respirar…
Ahora la voz de este lado procuró ser apacible para aligerar humores.
—Pero no con mentiras, y menos en medio de una reunión con los productores. ¿Qué les digo?
—Tú sabes la presión a la que estoy expuesta, y ni siquiera comenzamos los ensayos —se quejó, molesta, respirando agitada—. Qué puedo hacer yo por el vestuario, dime… Hace una semana que tendría que estar y no lo tengo en el bolsillo.
—Estamos haciendo todo lo posible, lo ves cada día. Tu repre…
—¡Mi nada, Spike, mi nada! —se volvió a escuchar la interrupción vehemente de la mujer, sabiendo hacia dónde se dirigía el muchacho—. No quiero oír sobre ella, ni si quiera la primera letra de su nombre; bastante mal la llevo con su holgazanería. ¿Quién decidió que era la mejor de New York? ¡Y cómo se me ocurrió hacerle caso a Kurt; se ha vuelto todo un almidonado por esos snobs de Tribeca!
—Vivimos gracias a esos snobs, muñeca…
Aquélla suspiró, observando más atentamente el interior del restaurante y a la señora Jintao extender hacia ella su paquete con una sonrisa ancha.
Ella le sonrió de igual manera y asintió, recordando que tenía que estar en otro lugar y con otra persona, y no manteniendo una conversación callejera del porqué se fugó de una importante reunión de jerarcas.
—Lo sé, lo sé… sin embargo podría matarlo mientras duerme… —finalmente capituló, tratando concienzudamente de serenarse después de mencionar a su representante.
Spike tenía razón, algunos de los patrocinadores y productores que se daban el lujo de proponer las obras más desopilantes y ambiciosas, se repartían entre Tribeca y el Soho; el suyo era un ejemplo. Los dos productores de la obra vivían por allí.
Si bien ella no estaba muy lejos de aquellos snobs… lo estaba definitivamente en esencia. Su hogar en Greenwich Village era un universo apartado de todos y todo.
Había elegido el sitio perfecto para aislarse del mundo cuando no quería ser encontrada, creando el ambiente necesario para perderse de la locura que había elegido y de la cual no podía prescindir, a pesar de todo el entrevero al que estaba expuesta.
Ese hogar se convirtió en uno de sus mejores logros, sin dudas…
—Yo no te sacaré de prisión, no mientras insistas en jugar a la fugitiva como lo has hecho hoy.
—Consígueme una entrevista con Logan Moore, y te prometo que me quedaré pegada a mi asiento la próxima vez.
La risa de su compañero se escuchó clara del otro lado.
—Tú no te puedes quedar quieta y ésa es mi maldición… Ahora... ¿quieres ver al director? Es imposible. Tiene a los escritores a punta de látigo encerrados en su oficina; dicen que no les da ni agua, y no quiere ver a ningún actor todavía.
Ahora le tocó el turno a ella de reír con ganas y sarcasmo en el medio de la acera.
—¡Qué excéntrico, por todos los cielos! Me parece que aún no sabe con quién está trabajando.
—Es el mejor…
—Spike, que te acuestes con él no hace que deje de ser un petulante. No eres objetivo.
—Lo que has dicho es de muy mal gusto...
La voz seria y tajante del asistente general no la amedrentó. Ella era la actriz, ella debería estar haciendo uso y abuso de sus mañas en toda su gloria, y no al revés.
—Buen gusto, mal gusto… eso lo decides tú, amigo; lo que menos quiero es meterme en tu cama, pero eres consciente de que estoy en completo desacuerdo con sus manejos.
No necesito más reuniones con trajes y zapatos italianos; necesito a mi director y a mi equipo juntos; de esta manera me es imposible trabajar.
Escuchó otro suspiro resignado. Se conocían demasiado bien; el mundo en el que se movían no era grande, y por esa razón se tornaba agresivo y sumamente competitivo. Todos se conocían, todos se adulaban y todos mentían en cierta manera, salvo arriba del escenario.
Allí era donde las verdades, todas, se exponían ante los ojos que más interesados estaban en observar. Y a ella la miraban, simplemente porque era una de las mejores sin llegar a los treinta, y si era "una" de las mejores, definitivamente era la más completa de todas las actrices jóvenes. Por eso la buscaban, y por eso ella podía elegir con quién trabajar. No por nada era la favorita.
—Hoy no es mi día. Tú me matarás y Yentl terminará por enterrarme sin ni siquiera existir...
La chica se tapó la boca para no volver a reír ante la desazón del chico; se aclaró la garganta con disimulo y dio por terminada la conversación.
—Ya deja el drama, Avigdor; solo quiero ir por mis panecillos y volver a mi casa. Ya estoy retrasada.
—Qué… ¡Espera, no te atrevas a cortarme!
—Oh, sí que lo haré. Mañana a primera hora me tienes en tu oficina, lo prometo —resolvió rápidamente.
—Pero…
—Y recuerda que nadie conoce mejor a Barbra que yo.
Adoraba quedarse con la última palabra, pero más adoraba si aquéllas llevaban todo su peso en verdad.
Observó con satisfacción la pantalla negra de su teléfono después de cortar la comunicación, y por fin apresuró los pasos para entrar al restaurante.
Ya de camino a su hogar se sintió mucho más relajada. Quince minutos más en auto y la llave tintineaba en sus manos para entrar.
El pecho se le llenó de goce al primer escalón, y ya le comenzó a cosquillear el vientre en el segundo.
Todo estaba saliendo perfecto, solo se encerraría en su cuarto para…
—¿Qué es esto? —susurró con sorpresa, cuando todo el ambiente le devolvió imágenes que no estaban cuando salió hacía horas.
El piso de parqué cedió ante sus pasos y su cuerpo se tensó. Algo andaba mal, muy mal…
Observó sobre la mesa del pequeño comedor-sala, dos copas vacías y una botella de… el Bourgogne. Llena de incredulidad dejó su paquete al lado de la prueba irrefutable de que el gran Bourgogne había sido consumido, casi a la mitad.
Negando con la cabeza, con el corazón martilleando en sus oídos, giró sobre sus pasos hacia los dos sillones en una esquina del departamento, situados a la vera de una pintoresca ventana que daba a la calle. Sobre la pequeña mesa redonda y lustrosa del medio, se encontraba la laptop que conocía bien, encendida, y sobre uno de los sillones que conformaban ese apetecible rincón de descanso y lectura, había dos chaquetas tiradas con descuido, un bolso, que también conocía muy bien, al lado de un maletín sobrio y masculino que no le era familiar.
Tragando saliva volvió sus pasos para recorrer el estrecho distribuidor que la llevaba a la cocina solitaria, al baño cerrado y a las dos habitaciones.
En su hogar había más de una persona, eso era evidente, dos personas que no se encontraban disfrutando de la terraza, porque los sonidos que delataban esa dolorosa evidencia salían de su propia habitación.
Con mano temblorosa intentó llegar al pomo de la puerta, pero un gemido agudo acompañado de otro gutural la dejó suspendida en el aire.
De pronto el rostro se le encendió, el pecho se le abarrotó de un agrio cosquilleo y el frío gélido absorbió toda la fuerza de su columna vertebral.
Con la peor cara de consternación e ira, finalmente lo tomó y abrió la puerta con violencia.
Lo que vio allí fue terrible… dos cuerpos jadeantes, copulando como si el mundo fuera a terminar en los próximos tres segundos, tiempo que bastó para que los amantes clandestinos se dieran cuenta de que ya no estaban solos.
Mujer y hombre se separaron con un grito y comenzaron a taparse. Un joven rubio trastabilló hasta el borde de la cama y tragó saliva, sudado y rojo.
Los ojos oscuros se detuvieron con asco en la mujer, que no estaba en mejores condiciones que su compañero. Horrorizada, aquélla se llevó una mano a la boca para contener el grito que seguramente quería salir de allí, pero estaba tan conmocionada que no lograba articular sonido.
Sí se escuchó uno, y ese correspondió a la potente garganta de la que descubrió la traición.
—¡Qué carajos es esto!
La ira de la que enfrentaba era descomunal. Ni miró al hombre, solo la escrutaba a ella con odio, a la zorra traicionera…
—Escucha… no es lo que parece… —comenzó a explicar la otra mujer, elevando una mano hacia ella.
—¡No me vengas con libretos baratos, Monique! —gritó la otra duelista, abriendo los brazos, adentrándose más a su habitación—. ¡Sé perfectamente lo que están haciendo! ¡Crees que soy una niña!
—No, espera... —comenzó a decir el muchacho rubio con cara de real desgracia.
—¡Tú cállate, imbécil! ¿Qué tienes que decirme?
—T-tendrías que haber vuelto en dos horas… —graznó la mujer, corriendo los cabellos negros de su rostro, a la vez que intentaba levantarse torpemente. En la acción se llevó la sábana con ella para cubrir su desnudez.
Sin darle importancia dejó al hombre completamente expuesto, provocando que con insultos y vergüenza intentara cubrir sus partes con una de las almohadas de pluma.
Una risa sarcástica inundó la habitación, su habitación.
—Por supuesto, todos los finales son trillados, Monique. ¡Qué ilusa eres! ¿Estando en el rubro no lo pudiste haber previsto?
—Rachel... en verdad no… —Monique trataba de explicarse, pero no llegaba ni si quiera a articular una mínima defensa para su persona. Solo las lágrimas salían de sus ojos azules.
—¡No me nombres! —la detuvo Rachel con violencia, queriendo realmente sacarle los ojos—. Me traicionaste; traicionaste mi confianza, mi persona. ¡Este es mi hogar, maldita sea! ¡Mientras yo estaba reunida por décima vez con esos buitres completamente sola, tú estabas cogiendo en mi cama con este imbécil!
El joven se arrinconó más contra el respaldo de hierro; su nuez de Adán subía y bajaba peligrosamente en su garganta; parecía estar ahogándose.
Rachel fantaseó por un segundo con que ese monigote de dos metros cayera de bruces al suelo…
—¿Quién eres y de dónde? —la voz amenazante de Rachel bajó considerablemente de tono, escuchándose realmente tétrica.
—Steve Hanks… —balbuceó él—; uno de los coreógrafos del Winter Garden…
Al escuchar el nombre de teatro, la que interrogaba abrió los ojos con sorpresa, pero se compuso rápidamente y lo miró con furia multiplicada.
—Así que trabajas en el Winter Garden —murmuró rabiosa, retrocediendo un poco en sus recuerdos de pocas semanas atrás—. Sí… te vi en la fiesta de Bill…
—Lo siento… lo siento —la otra joven comenzó a sollozar, agachando la cabeza, y Rachel también sintió las suyas, pero por la rabia, la desilusión y todo el estrés acumulado ese último mes. Realmente su vida se convirtió en un caos las últimas semanas.
—Tendrías que estar planeando el viaje a Brooklyn, maldita seas, Monique. No debí confiar en ti, yo… —se llevó una mano a la cabeza, tratando de pensar con claridad.
Todas las imágenes de lo que vendría de pronto la llenaron de un vertiginoso mareo. La decepción, la rabia, los nervios… todo comenzó a girar alarmantemente dentro su cabeza.
—Vete… —ordenó en tono mortecino, mirando al suelo para después elevar sus ojos sombríos hacia el hombre que seguía congelado en su lugar, con la almohada contra su desnudez.
Rachel contuvo una arcada y explotó.
—¡Vete de mi cama, cerdo! ¡Vete ya!
El grito lo despertó, porque la almohada saltó por los aires, así como ese cuerpo desnudo hacia el piso, juntando toda su ropa y corriendo hacia la puerta abierta.
En tiempo récord se escuchó también la puerta de la calle, abrirse y cerrarse con fuerza, dejando a las dos mujeres observándose en idéntico estado de congoja y conmoción.
Pero una estaba más furiosa que la otra, una quería estrangular, una quería estallar en sollozos… y era la más pequeña.
—Te quiero fuera de este cuarto en cinco minutos, y no te quiero volver a ver en mi vida —murmuró Rachel, saliendo por fin de la habitación.
Llegó al comedor arrastrando los pies y se sentó en una silla, observando el Bourgogne oriundo de su tierra con dolor. Y cuando le tocó el turno a sus panecillos rellenos fue peor. Las lágrimas retrasadas adrede marcaron sus mejillas rojas sin poder evitarlo.
Comenzó a temblar y se abrazó a sí misma.
No miró cuando oyó a Monique cerca de ella, tampoco cuando ésta intento hablarle.
No la miró cuando en un silencio pesado ella recogió su laptop, bolso y chaqueta.
La mujer dirigió sus pasos hacia la puerta y la abrió con un sollozo.
—Perdóname…
El silencio llenó la sala después de volver a escuchar la puerta cerrarse.
La belleza del sol que se colaba por la ventana quedó amarga ante la mirada de Rachel. Solo quiso esconder la cabeza entre los brazos cruzados sobre la mesa.
Se le venía todo encima; se le caía todo encima…
Qué bueno es volver.
