Notas de la autora:
Hace algunos días estaba revisando viejos escritos que tenía guardados en mi computadora y me di cuenta de que esta historia tenía varios errores por aquí y por acá y como este fandom es tan precios decidí arreglarlo.
Sherlock lo merece.
John lo merece.
James lo merece.
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Capítulo 1: Ciego
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Mycroft Holmes.
El Hombre de Hielo.
John dudó de la veracidad de ese apodo en cuanto escuchó a James Moriarty decirlo, pero la incredulidad ya no tiene cupo en su cabeza ahora. Conoce a Mycroft tanto como su relación con Sherlock se lo ha permitido. Lo ha visto a la cara bastantes veces y siempre se pierde al buscar algo en sus ojos; cualquier chispa, cualquier destello que no sea el que aparece cuando analiza y desmenuza la vida de las personas, cuando descubre lo que ni él ni otro ser humano además de Sherlock y Moriarty podrían descubrir.
John nunca se ha topado con algún gesto que no sea producto de su elaborada actuación, que no sea solamente Mycroft aparentando que siente de verdad.
No hay rastro de humanidad en esos ojos de cromo. John ve, intenta observar y se percata de que está ciego. Ciego a lo que es Mycroft Holmes. Ciego a lo que es Sherlock Holmes.
Mycroft es un Hombre de Hielo.
Uno.
Existen más como él en el mundo.
John tiene miedo de preguntarle al dios en el que cree desde que era un niño la razón por la que deja a ese tipo de seres venir a la tierra y vivir entre los demás que son simples humanos como él. Tiene miedo porque quizá podría obtener la respuesta.
Es duro, pero sabe que no importa cuántas veces le diga a Sherlock que se preocupa por él. Simplemente no importa; no sus 'no quiero verte salir herido de las persecuciones' o esos 'te amo' que quieren escapársele de vez en cuando. Cualquier cosa que diga es inútil porque Sherlock es impenetrable. Es una coraza contra la que se pierde toda la energía intentando hacerle una grieta. Sherlock, humano y mortal, ha borrado datos de su cerebro desde que tiene consciencia. Entre esos archivos basura, junto al funcionamiento del Sistema Solar, se encontraba su capacidad de sentir.
Hizo lo mismo que Mycroft.
Siguió los pasos de ese hermano mayor que en algún momento fue su modelo ideal.
Mientras prepara el té en la mañana y envía miradas esporádicas a Sherlock, quien está sentado en el sofá frente al suyo y se encuentra abstraído en su 'Palacio Mental', John se pregunta si de alguna manera se las ha arreglado para tener un espacio recóndito y minúsculo dentro de esa impresionante construcción imaginaria. Se pregunta si es lo suficientemente relevante como para gozar del privilegio de ser recordado.
John estaría gradecido de tener un espacio permanente dentro de la cabeza de Sherlock, pero ya que no puede estar seguro de ello, mejor regresa su atención a la tetera y la cantidad correcta de azúcar para cada taza.
Prefiere seguir siendo ciego a que Sherlock le dé una respuesta similar a la que teme de su dios. La ignorancia en mejor que vivir el derrumbe de la estabilidad que ha construido en sus años siendo compañero de Sherlock.
Prefiere dejar una taza de té caliente en la mesa de centro y alejarse sin ser visto; mucho más que eso, alejarse sin ser notado. Planea continuar haciéndolo hasta que Sherlock decida que ya no quiere recibir ni siquiera una taza de té de su parte, hasta que le ponga fin a su pequeña vorágine de dolor.
Greg llama a Sherlock dos días más tarde. El caso llama la atención del detective. John lo sigue cuando sale del apartamento y aguarda a que Sherlock resuelva el misterio con las pocas evidencias que les dan en Scotland Yard. Este caso lleva los lleva a perseguir al principal sospechoso ellos mismos. John ayuda en la persecución corriendo por calles y callejones con su pistola en la mano, cubriendo a Sherlock y listo para disparar en caso de que el presunto criminal esté armado.
Piensa que será como en esas tantas otras veces cuando no se necesitó gastar ni una sola bala antes de que los policías aparecieran.
Se equivoca.
El sospechoso, en efecto está armado y tiene la astucia de disparar primero. Es una fortuna que falle el tiro a Sherlock, quien apenas luce afectado y retoma la carrera con renovada energía luego de agacharse por seguridad.
John apunta al hombre justo cuando éste lo tiene a él en la mira.
Se queda a un gatillazo de abatir al delincuente, y en lugar de la satisfacción de atrapar al infractor, lo que John recibe es un dolor sordo que se propaga por las terminaciones nerviosas de su brazo. Reconoce este dolor. Es increíblemente familiar y tan horrible como lo fue años en el pasado.
Un disparo en el hombro izquierdo.
Escucha su arma caer.
El suelo debajo de sus pies se vuelve demasiado blando como para sostenerlo y cae de rodillas en el sólido asfalto sosteniendo la herida con su mano derecha. Su visión se desenfoca. El paso del tiempo pierde sentido.
Ve a Sherlock correr más rápido que antes, pero no es para auxiliarlo.
Él corre detrás del delincuente, su aliento visible en la fría noche londinense.
Entonces su ínfima esperanza se rompe. El corazón se le aprieta bajo las costillas y la sensación de mareo y asfixia hace de estar de rodillas una tarea complicada.
Su consuelo es que la decepción no duele tanto como su mimbro herido por la bala.
En un esfuerzo casi ridículo por asimilar los hechos, se ríe de su propia estupidez y maldice a la vida y a la suerte.
Se ríe porque una bala en su hombro es lo que le devuelve la vista.
Maldice porque es la primera reacción que tiene hacia prácticamente todo.
Greg es quien lo ayuda a levantarse y quien grita por una ambulancia al encontrarlo tumbado a mitad de la acera. John le dice que estará bien cuando Greg pregunta la gravedad de la herida, pero éste no se aparta de su lado hasta que están dándole la atención médica adecuada y manda a uno de sus subordinados a hacerse cargo del sospechoso en cuanto se les informa que lo han atrapado a diez bloques de distancia.
—¿En dónde está Sherlock? —inquiere Greg en algún momento mientras el paramédico cose los puntos de sutura y los anestésicos le nublan el pensamiento a John.
—Se encarga de lo importante —responde él mirando el cabello rizado del hombre que pasa aguja e hilo a través de su piel.
—Debería estar aquí —replica Lestrade en tono de exasperación.
—No —dice John a su vez, mente y cuerpo ligeramente separados el uno de la otra.
Responde con cordialidad a la sonrisa que el paramédico le regala. Sus amables ojos cafés alivian un poco de la pena de John. Su pecho se calienta con un sentimiento dulce al estar frente a una persona que comprende su sentido del deber como médico, que arriesgaría su propia vida con tal de salvar la de otros.
—Lo importante es distinto para él.
Greg no comprende lo que John quiere decir.
No vale la pena tratar de hacerle comprender.
—Pero no te preocupes por eso —dice John más tarde. La ambulancia se ha ido hace un par de minutos—. Estoy acostumbrado a que Sherlock sea así. te vendría bien comenzar a aceptarlo. Has estado en esto más que yo, después de todo.
—¿Cómo puede no molestarte?
—No serviría de nada molestarme con él por ser como es —concluye alzándose de hombros y sonriéndole a Greg, quien sabe cómo interpretar ese gesto que se siente completamente fuera de lugar.
John regresa a Baker Street cerca de la medianoche. Sherlock medita sentado en su sofá.
John prepara una taza de té, la pone en la mesa de centro y se va a su habitación sin ser notado.
Notas finales:
Muchas gracias por leer.
Este fanfic será actualizado día tras día dado que aún me encuentro revisando los capítulos que siguen.
Espero que les haya gustado.
