Disclaimer: ni la marca Harry Potter ni ninguno de los nombres que aparecen en el fanfic me pertenecen.

Aviso: en algunos capítulos puede haber contenido no apto para menores. Si eres menor de edad y decides seguir leyendo, hazlo bajo tu propia responsabilidad.

1 – Insomnio

Un escalofrío me recorrió las extremidades hasta llegar a lo más profundo de mi ser. ¿Frío? Imposible, estábamos en Septiembre y el verano rehusaba marcharse. Una ola de calor estaba azotando todo el oeste de Europa, de arriba a abajo. Exceptuando evidentemente las zonas infectadas de dementores, claro.

El cambio climático, seguro. Tendría que sumarlo a mi lista de cosas por las que luchar para intentar mejorarlas. Eso y retomar el PEDDO, que desde cuarto curso no había logrado avanzar nada.

Otro escalofrío me sacudió. Por Merlín, ¡tenía los vellos de punta! Apenas llevaba un camisón corto, de color celeste, tal vez demasiado fresco para la época. Probé a cubrirme con las sábanas y la manta. Casi al instante tuve que lanzarlas a los pies de la cama, sintiéndome acalorada.

Traté de conciliar el sueño, sin éxito. Mi cuerpo no cesaba de sacudirse, pero ahora también empezó a sudar la zona en contacto con la cama. Al borde de un ataque de nervios, me puse en pie de un salto. Tenía los ojos abiertos como platos, sin un ápice de sueño.

Miré a las chicas que dormían en la habitación. Por las ventanas del dormitorio se divisaba el cielo nocturno repleto de estrellas que se reflejaban en el lago, otorgándole un aspecto casi mágico... Es decir, más mágico de lo que ya era.

El lago. Tal vez... Sí, definitivamente podría ser una buena idea.

Sin pensarlo dos veces, me armé de una bata y mi varita y salí sigilosamente de la habitación. No habría sido necesario tanto sigilo, pues esas chicas tenían el sueño más profundo que el mismísimo Ron Weasley. Al salir de la Torre de Gryffindor, la Señora Gorda gruñó en sueños.

Caminé por los largos pasillos de Hogwarts durante un buen rato, atenta a cualquier ruido que pudiera delatar la presencia de algún profesor que estuviera de guardia. A cada paso que daba más me arrepentía de haber salido de la torre. No es que fuese a hacer nada malo... Además, era Prefecta, y tenía por ello ciertas ventajas.

Cuando al fin llegué a mi destino suspiré aliviada y susurré la contraseña para entrar en el baño de los Prefectos. Cerré la puerta con cuidado y me adentré en el gran baño.

Lentamente, me deshice de la bata, el camisón y las pequeñas braguitas, que cayeron a mis pies. Cuando ya me había encaminado hacia la piscina, sentí remordimientos por dejar la ropa tirada en el suelo. Tras volver y colocarla cuidadosamente sobre un mueble cercano me dirigí de nuevo hasta la piscina.

De nuevo volví a sentir un escalofrío, esta vez comenzó por la punta de mi pie derecho, al sumergirlo en el agua. Noté cómo subía por la pierna, se extendía por el vientre y llegaba a cada extremo de mi cuerpo desnudo.

Mientras bajaba las escaleras de la piscina mi cuerpo comenzaba a adaptarse a la nueva temperatura. Ya no parecía tan helada como al principio. Estaba tibia, a la temperatura perfecta para aquel momento. Cuando llegué al último escalón me sumergí.

Se sentía tan bien... No tardé mucho en acordarme de los grifos que rodeaban la piscina. Comencé a abrir mis favoritos. La espuma suave como el aire, con olor a hierba mojada. Aquella otra más densa, con un ligero toque a canela... Embriagada por los aromas, me dejó flotar sobre la superficie.

Una sonrisa me cruzó el rostro. Sentía la piel tan sensible que la espuma me estaba haciendo cosquillas allá donde me tocaba. Me volví a colocar en posición vertical, con los pies tocando el suelo, ligeramente mareada.

Fui hasta la zona menos profunda, donde la gente podía sentarse sin hundir la cabeza en el agua. Me apoyé contra el borde y alcé los brazos, observando aquellas pequeñas pompitas que brillaban como perlas, explotando una a una al contacto con el aire.

Miré mi pecho, que sobresalía ligeramente del agua. Dos suaves montículos, del tamaño adecuado para una chica de mi edad. Recorrí con una uña aquellas curvas. Arriba... abajo... y arriba. Observé cómo mi corazón comenzaba a palpitar con más rapidez.

Curiosa, bajé en línea recta hasta el ombligo, donde di un rodeo y volví a subir. Abarqué con suavidad mis pechos, endureciéndose los pezones al instante. Los masajeé unos instantes, preguntándome por qué no repetía aquello más a menudo.

Mientras hacía eso, mis piernas habían empezado a frotarse una contra la otra, como faltas de atención. Dejé mis pechos y sumergí los brazos en el agua. De las caderas, mis manos bajaron hasta las rodillas, donde apenas se detuvieron para volver a subir, esta vez por la parte interna de las piernas.

Sentí pequeñas sacudidas debido a aquel contacto con mi piel. Con apenas dos dedos llegué, encogiendo la barriga, tratando de aguantar un gemido que amenazaba con salir de mi boca. Las palpitaciones de mi corazón parecían haberse trasladado a otra zona de mi cuerpo. Allí donde mis dedos se dirigían, sin pudor.

Separé ligeramente las piernas, sin ser ya consciente de lo que hacía. Despacio, dos dedos se abrieron paso entre aquellos rizos castaños, comenzando a explorar aquel recóndito lugar. Tras masajear los labios durante un rato, aquellos dedos curiosos se adentraron un poco más.

Tras jugar unos segundos con el clítoris y alrededores, y mientras mi cadera comenzaba a moverse sin mi permiso, los dedos decidieron que era hora de profundizar en el asunto. Mientras uno trazaba círculos alrededor, el otro trató de adentrarse en mi vagina, no sin cierta dificultad.

Cuando parecía que ya estaba lo suficientemente listo, entró. Al principio no sentía nada. Después comenzó a mover aquel dedo, y mi cuerpo empezó a moverse al compás. Un rato más tarde el otro dedo, aburrido de esperar, trató también de entrar.

Al fin, mi cuerpo se arqueó, y noté una descarga eléctrica. Tras aquella contracción, todos mis músculos se relajaron. Cerré los ojos y me dejé sumergir en el agua. Me encontraba tan bien... Parecía que habían pasado horas desde que salí del dormitorio.

Tras flotar un poco por el agua me obligué a salir de ella. Noté cómo volvía a ser consciente de todo el peso de mi cuerpo. Tanto era así, que hasta los párpados los sentía pesados. Cuando salí, dando un traspié debido al suelo mojado, me pareció oír una risita.

-¿Myrtle? -murmuré, temiéndome lo peor-. Sal si estás ahí -añadí, fingiendo estar segura de que era ella.

-Buenas noches, Hermione -saludó ella, y vi aparecer su cabeza translúcida por las baldosas del suelo.

-E... ¿Llevas mucho tiempo por aquí? -pregunté, como quien no quiere la cosa.

-No, qué va. Solo me pareció oír a alguien y subí a ver. No es habitual ver a nadie por aquí a estas horas -dijo con voz inocente. No obstante, el fantasma esbozó una sonrisa pícara que trató de borrar, pero que duró el tiempo suficiente para que me diese cuenta de que llevaba allí bastante rato.

-No tienes por qué avergonzarte -se rió Myrtle, traviesa, al ver que me había puesto roja. Luego bajó la mirada por mi cuerpo, el cual, recordé repentinamente, no estaba cubierto por ninguna prenda aún. Casi corrí por la ropa. Me sequé y vestí lo más rápida que pude, entre las risas de Myrtle.

-Buenas noches, Myrtle -me despedí, lo más educada que pude en aquellas circunstancias, dejándola allí sola, flotando en el aire con expresión divertida.

Cuando salí del baño de los Prefectos, al igual que cuando entré, suspiré. ¿Cómo podía tener la mala suerte de encontrarme con Myrtle, el fantasma más cotilla y entrometido de todo Hogwarts? Aunque, en el fondo, aquella chica me daba mucha pena...

Perdida en mis pensamientos y con el corazón aún latiéndome con fuerza, caminé de nuevo por los oscuros pasillos del colegio. Debía de ir con los ojos cerrados, pues de pronto me tropecé con algo grande. Bueno, más bien algo grande se tropezó conmigo, pues fue él quien terminó encima mía, siendo yo aplastada entre el suelo y... aquella cosa.

-¿Qué...? -gruñó la cosa, con voz masculina, mientras yo me recuperaba del aturdimiento del golpe. Noté cómo sus piernas se situaban a los lados de las mías, impidiéndome moverlas. Busqué en el bolsillo de la bata y logré sacar la varita-. Lumos.

La tenue luz de la varita iluminó débilmente el pasillo donde me encontraba. Después, la luz se situó a pocos centímetros de mi nariz, y dejó de parecerme tan tenue. Cerré los ojos con fuerza.

-¿Señorita Granger...? -musitó la voz masculina, y un escalofrío me recorrió el cuerpo (esta vez, de puro pánico). Abrí los ojos, despacio, vislumbrando tras el punto de luz un rostro desagradablemente familiar.

-Profesor... ¿Snape? -dudé, deseando para mis adentros que se tratase de cualquier otro profesor. Incluso Filch, el conserje, sería bienvenido en este momento. Por Merlín, de todos los profesores del colegio, ¿tenía que ser justamente él?

-Una Prefecta de Gryffindor merodeando por los pasillos a altas horas de la noche... -sí, definitivamente aquella forma de hablar en murmullos era suya. Esa voz grave era inconfundible.

De pronto, fui consciente de la situación. Cada uno de los poros de mi piel parecían sentir la cercanía del profesor. En su tono de voz se percibía cierto regocijo por el hallazgo; probablemente se alegraba por haber encontrado un nuevo motivo para descargar su odio, tanto que no se había percatado aún de que seguía sobre mí.

Pero yo sí lo notaba. Aun entre el lío de capas, pude notar los tensos músculos de sus piernas, abiertas entre las mías. También noté el roce de su cadera contra mi vientre, el cual en aquel estado de extrema sensibilidad en el que me encontraba, me hizo estremecer. Un fuerte aroma masculino me golpeaba en el rostro con cada una de sus respiraciones.

Al fin, pareció darse cuenta, y se apresuró a levantarse. Torpemente (me pisó la bata en varias ocasiones), logró ponerse en pie, sin dejar de apuntarme con la varita, como si quisiera amenazarme con aquel punto de luz titilante.

-Veinte puntos menos para Gryffindor -sentenció, antes siquiera de que me diera tiempo a levantarme, mucho menos a explicarme. De repente, Snape me lanzó una mirada, de arriba a abajo-. Y tápese.

Bajé la mirada. Con la aparatosa caída, la bata se había abierto revelando el pequeño camisón, que se retorcía en el pecho y las caderas. Avergonzada, traté de arreglar todo aquello. Me até la bata lo más fuerte que pude, cortándome la respiración.

-Vuelva inmediatamente a su habitación -dijo el profesor, cuando se dio cuenta de que aún no me había dado la orden de marcharme. Obedecí inmediatamente, antes de que pudiera quitarme más puntos por... ir vestida de manera indecente, o algo así.

Cuando al fin llegué al dormitorio, me tiré en la cama, con el corazón aún palpitando a toda velocidad. Fui incapaz de dormirme hasta apenas un rato antes de que amaneciera.

Notas de la autora:

Hacía años que no publicaba nada en Fanfiction… ¡cómo lo echaba de menos! Es la primera historia rated M que escribo, así que cualquier comentario o indicación será bien recibida.

Tengo varios capítulos más escritos, trataré de actualizar con frecuencia.