Los personajes son propiedad de Rumiko Takahashi, autora del manga de Ranma ½, obra del cual se basa esta historia.
Recordando mis días contigo
Prologo
Un frio entumecedor cubrió todo su cuerpo, provocando en él, tremendos escalofríos que cubrían cada parte de su ser, era como si mandaran pequeñas descargas de electricidad a sus extremidades, causando en estas, temblores por su intensidad.
No, no era debido al clima o algo por estilo, esto era algo más relacionado con lo interno que externo.
El sabía muy bien, que era lo que lo estaba afectando, sabía con demasía precisión, que le estaba provocando aquellos escalofríos, a pesar de eso, el simplemente se negaba en aceptarlo, y no es como si su orgullo se viera manchado por ese sentimiento o algo por el estilo.
Entonces ¿Cuál era su razón? eso era un pregunta un tanto fácil de responder, aun que difícil de explicar.
Pues la última vez, que él acepto aquel sentimiento, ocurrió algo que cambio para siempre su vida, después de todo, el perder a la persona que mas quieres en tu vida es algo que cambiaria todo en ti ¿No es así?
Pesadamente se acerco de nuevo, al cuerpo inerte que descansaba con una relativa tranquilidad en el futon, y digo relatividad, ya que en su rostro se podría apreciar un cierto sentimiento de paz, en ella, en realidad todo era una farsa, ya que dentro de aquel pequeño cuerpo, sufría y con el pasar del tiempo se extinguía poco a poco, su frágil vida.
La pequeña reacciono ante el contacto que se daba en su frente, haciendo un esfuerzo de lo más grande, abrió sus enternecedores ojos y frente a ella, vio a una de las personas que habían sido responsables de darle la vida.
Ella mostraba una débil, aunque genuina sonrisa—Papa...—Esa simple palabra, llego en un susurro con un tono demasiado bajo de decibeles, en él.
Sonrió y capturo entre sus extremidades, la débil mano que se abrió paso entre las cobijas, todo para dar con el paradero de su padre.
—Dime—Respondió con la impotencia en su voz, de no poder hacer nada para aliviar a su querida hija.
—Quiero ir al Dojo—Las lagrimas se empezaron a acumular en sus ojos, totalmente listas para salir de ellos, él, simplemente no podía con esto, se había vuelto una persona bastante frágil, después de la muerte de Akane Tendo, el simplemente ya no quería seguir.
Lo único o más bien, la única persona que lo mantenía atado a esta vida y le daba motivos por querer seguir adelante, era su pequeña hija, la cual había concebido con la mujer que amo en el pasado y amaba aun en el presente, pues a pesar del tiempo, sus sentimientos por ella estaban intactos.
Habían pasado ya casi cinco años desde su muerte, y aun así, no dejaba de quererle, la amaba de la misma forma como lo había hecho en su adolescencia, es más, juraría que la quería más que en ese entonces, cuando aún estaba a su lado.
—Sabes que no podemos salir de casa, pequeña Akane—Forzó una de sus sonrisas mas falsas que había hecho, en un intento por mostrarse tranquilo—Estas enferma y el frio de afuera, te puede hacer daño.
—Pero...pero quiero verte entrenar papa—La pequeña hizo el esfuerzo monumental y haciendo uso de sus brazos como apoyo, se incorporo en el futon, ignorando así la pesadez que sentía, en esos momentos.
La pequeña Akane; sí, así fue como la llamo, una vez que le preguntaron, cuál sería el nombre de su pequeña hija, el de inmediato respondió "Akane".
Esa chiquilla era el vivo retrato de su difunta esposa, una razón del por qué el nombre de ella, pero había más, él, quería perpetuar de alguna forma, el nombre de la mujer que amo, no quería dejarla ir, en un simple recuerdo que con el tiempo se haría lejano y borroso a la vez.
Rápidamente, su padre demacrado por tanto dolor, abrazo a su pequeña, mientras la atraía hacia él, acurrándola en su pecho, brindado así un refugio de la amarga realidad.
—Ya me siento bien papa...
Él tenía miedo, un sentimiento con el que estaba más que familiarizado, debido infortunio de vida que llevaba.
Se separo lo suficiente, de la pequeña que sostenía en brazos, para poder mirar su terso rostro, el cual era adornado con esa frágil sonrisa que tanto le recordaba a Akane.
—Está bien, vamos—Ella asintió gustosa—Pero, avísame si no te sientes muy bien.
De nuevo miro embelesado a su pequeña, la cual era tan hermosa como su madre, pero esa mirada, cambio de una forma brutal, pues frente a él, la persona que mas atesoraba, se desvaneció en su intento por ponerse de pie.
Rápidamente se movió, evitando el choque con el suelo, que se hubiera dado, de no ser por su afortunada intervención, completamente fuera de sí, se aferro a su pequeña hija; las lágrimas salían por su propia voluntad, en esos momentos, ese sentimiento que oprimía su corazón, se hacía sentir con una fuerza completamente embriagante.
La llamo varias veces por su nombre, se tomo su debido tiempo, pero hablo, aunque no era lo que quería escuchar—Tengo frio papa…
Rompió en llanto, ese gimoteo que salió desde lo más profundo de su ser, quebró el silenció perturbador que se hacía sentir en la habitación.
Fue entonces, cuando ocurrió aquello que tanto temió durante los últimos meses; miro alarmado como la pequeña en sus brazos, se debilitaba más y más su respiración, intento llamarla, pero todo era en vano, no volvió a responder.
Había muerto su hija.
Se aferro a su pequeña, deseando despertar de ese sueño cruel ¿Por qué? Era un sueño ¿No? Era imposible que una persona, sufriera tanto dentro de su corta vida, pues solamente tenía 23 años de edad.
Soltó un grito ahogado lleno de dolor.
Una sola pregunta resonó en su mente ¿Por qué? Aunque por más que intentaba responderla, no hallaba respuesta alguna a esa cuestión personal.
Él no era un santo, estaba más que consiente de eso, pero en serio merecía una vida tan ruin y mísera.
Ya no había nada más para él, la mitad de su vida término cuando murió la chica que aun amaba y ahora, su otra mitad, por fin llego a su fin, debido a la pequeña que yacía muerta en sus manos.
El fuerte y duro artista marcial que alguna vez fue, ya no quedaba ni la sombra de él, había llegado a su límite, ya no encontraba sentido alguno a su infame vida, si es que su mísera existencia, se le podría llamar "vida".
Completamente absorto en su inmenso dolor, ignoro el hecho, de que su habitación se empezó a llenar de pequeñas partículas que irradiaban una luz blanquecina.
El cuarto de pronto se inundo de una luz, cegadora, que brindaba un calor, que calmo el destrozado corazón de Ranma; esa luz cambio su tristeza inmersa y la calma, se apodero de su ser.
Levanto su mirada, para encarar esa luz; así presencio lo que sería el inicio de un milagro.
Fin del prologo
