¡Hola a todo mundo!
Como de costumbre, lo prometido es deuda y traigo la muy publicitada boda de nuestros queridos rebeldes, un oneshot escrito con mucho cariño, todo ternura y felicidad… ojalá no se aburran x.X
Secuela de mis otros dos fics, por lo que si no los has leído, quizá quieran visitarlos para tener mejor idea de ciertos detalles de este nuevo; aunque se comprende perfectamente el contexto si no les late la idea de ir y leer otras dos historias antes n.n
Como siempre, gracias por regalarme de su tiempo para leerme, un placer que estén por aquí.
Y también mil gracias a quienes dejaron reviews como invitados en el epílogo de Listen to your heart, sus hermosas palabras me incentivan a seguir creando historias de Terry y Candy… ¡Abrazos a todas!
.
Disclaimer:
.
Los personajes de CC y SS no me pertenecen, si no a sus respectivos autores y a quienes hayan pagado derechos sobre los mismos. Si fuesen míos… ya estarían casi listos los capítulos de la animación de CCFS, y en SS, los protagonistas serían los dorados y nos los de bronce :-P
Míos son los demás personajes, así como la historia aquí narrada; basada en el anime de Candy Candy, y que tiene ciertas modificaciones que me eran necesarias.
No tengo fines de lucro, es sólo para pasar un buen rato y tener otro terryfic.
.
Advertencia:
Fic dulce… tierno… romántico… cero dramas, cero cosas raras… autocomplacencia en su mayor expresión ¡je, je! Y eso sí, contiene una escena candente, si a alguien no le grada ese tipo de lectura, favor de omitir esa parte pues no afecta el desarrollo ni la comprensión del resto del fic.
¡Gracias y disfruten la lectura!
.
.
.
.
.
CRÓNICAS NUPCIALES- 17 de mayo
.
.
.
Terry estaba de pie, con la mirada perdida… sus ojos intentaban encontrar algo en qué enfocarse mientras sus pensamientos volaban hacia algunos meses atrás… cuando se sentía presa de la más profunda desolación y oscuridad. Recordaba que ni siquiera cuando estuvo recluido en el San Pablo, pensándose no deseado, abandonado; ni siquiera entonces se sintió tan derrotado y vacío…
Ese dolor que le sofocaba desde el centro mismo del alma había sido la causa de que casi se autodestruyera… afortunadamente Albert le hizo ver que había que seguir adelante, con la frente en alto; y así lo hizo… solamente que ese tormento que llevaba en el corazón no cedía ni un milímetro… hasta que llegó ella…
Esa chica castaña y de mirada verde oscuro que lo sacó de su hoyo negro particular y le hizo abrir los ojos; sí, esa misma que ahora se acercaba a su persona, con una linda sonrisa y mirada divertida, ¿qué hubiera sido de él si esa extraña francesa no se hubiera atrevido a decirle todo lo que le dijo en aquélla noche? Pues que seguramente seguiría con la cabeza metida en un agujero, cual avestruz asustada… Los zafiros se enfocaron en los olivos de ella; le sonrió de lado, con ese gesto tan característico suyo, y metió las manos a los bolsillos para disimular el ligero temblor que se había apoderado de ellas minutos antes, la espera le parecía eterna…
- Bonjour tresor – saludó con elegancia la joven, que radiante y feliz por él lo abrazó y le plantó un buen beso en cada mejilla.
- Bonjour cherie – correspondió él al saludo, aunque menos efusivo. Seguía intentando simular estar tranquilo.
Curiosamente, y a pesar de ser el maravilloso actor que era, en esos momentos poco y nada podía hacer para controlar la ansiedad y los nervios. La chica a su lado lo sabía, y con ternura le tomó ligeramente del brazo, para acercarse a su oído y, sonriendo traviesa, susurrarle sin perder ni un ápice de estilo, algo que hizo que el castaño por poco soltara una sonora carcajada, pero que al final hizo que sólo sonriera abiertamente*, relajándose casi por completo… casi…
Estaba por responderle, pero entonces ella sin dejar de sonreír divertida, le hizo una seña con la cabeza y lo dejó para irse a colocar a su lugar, al lado de las otras tres chicas que vestían justo igual que ella… y luego el conjunto de cuerdas que estaba en el lugar empezó a tocar, por fin, la anhelada melodía que indicaba solamente una cosa, eso precisamente que era lo que con tantas ansias esperaba él…
.
..
.
La habitación era amplia e iluminada totalmente, el sol entraba a raudales por los magníficos y enormes ventanales del lugar. Las paredes estaban decoradas en tonos crema y amarillos tenues, con pisos de mármol también en color crema que tenían ligeros visos dorados y cafés, hermosas persianas en tonos beige y amarillo pálido y muebles de estilo clásico blancos.
La chica estaba mirándose al espejo de cuerpo entero que estaba estratégicamente colocado al centro del lugar… se viró un poco y suspiró… Desde en la mañana, antes de empezar a arreglarse, sus dos madres habían ido a visitarla y darle algunos consejos, querían verla nuevamente antes de que se convirtiera oficialmente en una mujer casada… le llevaron flores, todo su amor y sus más sabias recomendaciones, así como una preciosa Biblia previamente bendecida, para que tuviera siempre en casa una guía espiritual. Ella soñadora recordó cómo se llenaron los ojos de las buenas mujeres de alegría y lágrimas al abrazarla y desearle la mayor de las felicidades, a ella y a su futuro esposo; estaban tan felices las tres… era maravilloso tenerlas con ella en ese día tan mágico y especial en su vida, ahora seguramente ya estarían en el jardín, esperando que la boda empezara, acompañadas por supuesto de los niños del Hogar de Pony, quienes por ningún motivo podían faltar en un momento como este; ni Tom Stevens y Jimmy Cartwright, con sus respectivos padres.
Volvió a la realidad entonces, y estudió nuevamente su reflejo en el espejo y volvió a sonreír…
El vestido era soberbio, con la blusa ajustada a su preciosa silueta; era de crepé de seda natural opaca, con escote de corazón y sin tirantes, pero iba cubierta por otra blusa de encaje de hilos de seda con diminutos cristales bordados a mano, de cuello redondo y sin mangas, que llegaba hasta un poco más abajo de la estrecha cintura remarcándola de manera notable; la falda estaba hecha de muchas y vaporosas capas onduladas en las orillas y en corte vertical, de organza de seda opaca, que ampliaba su vuelo conforme llegaba a los pies de la chica, dejando una cauda corta tras ella; parecía un ramo de flores abiertas en esplendor. El color del vestido no era blanco si no marfil, lo que le daba a la novia un aire angelical y dulce. Llevaba su cabello recogido en un elegante, moderno y nada ajustado chongo medio, con algunos rizos sueltos y un tocado de flores pequeñas y delicadas rodeando la parte de abajo de su moño. No llevaba velo, pero sus aretes eran largos y finos, con unas pequeñas esmeraldas dando un discreto toque de color a su imagen; también llevaba una delicada pulsera en su mano derecha, pues en la izquierda su único adorno era ese precioso anillo de compromiso que él le diera unos meses atrás, allá en Nueva York… La pulsera era un detalle especial, hecha de oro florentino, tenía un par de pequeños dijes con las iniciales T y C, que estaban unidas en una pequeña argolla que las sostenía de la finísima cadena; y que por supuesto fue un regalo de Terry para el cumpleaños de su pecosa, que habían celebrado unos días atrás.
Sonrió nerviosa y giró un poco nuevamente, como queriendo confirmar que todo estaba en su lugar. El movimiento de su vestido era suave y ligero; la belleza y elegancia del diseño no le restaba comodidad en absoluto.
- Es perfecto… ¡Luces maravillosa Candy! - escuchó una hermosa voz a sus espaldas. Sus esmeraldas miraron por el reflejo del espejo a la dama que le hiciera el cumplido, y sonriente se giró para acercarse a ella, que le llevaba su ramo. Este era un sencillo pero elegante buqué natural de tulipanes marfil y durazno, atados con una preciosa y larga cinta de seda natural verde esmeralda.
Este listón era parte de la tradición de llevar algo nuevo, algo usado, algo azul y algo prestado que la chica pecosa decidió seguir, como una manera de divertirse un poco y darle gusto a sus amigas y suegra. La cinta era lo usado, y se la había obsequiado Albert; era la que usara en el cabello su hermana Rosemary en algunas ocasiones. El rubio se la había entregado con todo el amor que le tuvo a su hermana mayor, y que ahora se transmitía a su hermana pequeña. Candy la recibió con lágrimas en los ojos y prometió conservarla y cuidarla como uno más de sus queridos tesoros.
Lo nuevo era, evidentemente, su ajuar; que por expresa (y ruidosa) insistencia de la siempre fashionista Annie, había encargado a una exclusiva casa de modas parisina, con presencia en la ciudad de los rascacielos.
Lo prestado eran los aretes que portaba; eran de la gran actriz madre de Terry. Sí, se dice que lo prestado daba buena suerte si era de alguna novia que haya sido muy feliz, y quizá este no era el caso precisamente; pero ella le explicó que esos pendientes fueron un regalo del duque, en la época en que estaban juntos y felices, que por lo tanto representaban una gran dicha para ella; y que estaba segura le darían la mejor de las vibras a la nueva etapa que su hijo y nueva hija empezarían.
Y finalmente lo azul, que era cortesía de sus amigas Annie y Patty. Era un detalle muy peculiar y que prácticamente no se veía pues estaba en la suela de sus zapatos; en medio, entre la parte que toca el piso y el tacón, habían decorado la suela con la leyenda "I do" (Acepto), una palabra en cada zapato. Las letras estaban formadas con pequeños circones azules (del color de los zafiros), firmemente pegados en la lisa superficie; y solamente se podrían ver cuando la feliz novia se hincase en la misa, si acaso los vuelos de su bella falda dejaban ver algo.
- ¡Gracias señorita Baker! – exclamó la rubia emocionada. –Apenas puedo creer que finalmente llegó el día en que seré la esposa de Terry – agregó con la voz casi entrecortada y los ojos llenos de ilusión.
La elegante mujer le sonrió con ternura; para ella también era increíble que por fin su amado hijo pudiera cumplir con su más caro sueño, después de verle prácticamente destruido y en el fondo de un abismo…
- Sí, es maravilloso que hayan recapacitado hija, ¡soy tan feliz por ustedes! – exclamó Eleanor. Le dio un ligero abrazo, temiendo desajustar algo en el bello atuendo de su nuera, y le besó ligeramente la mejilla, que estaba maquillada con un sutil tono durazno iridiscente, lo que daba un precioso toque de luz a su ya de por sí iluminada expresión. – Pero por favor, llámame simplemente Eleanor – pidió con travesura.
- ¡Ja, ja, ja! Fuimos muy tontos y tercos ¿verdad? Eleanor…– rio alegremente la chica, para luego encogerse de hombros un tanto apenada al reconocer su actitud original. La hermosa actriz sonrió divertida, y mientras le acomodaba uno de los rubios mechones para dejarlo perfecto, la miró con cariño antes de hablar.
- La verdad es que si ¡je, je! Pero gracias al cielo se dieron cuenta a tiempo y ahora están aquí. –
Entonces miss Baker le pidió esperar un momento, fue y sacó su celular del pequeño bolso que llevaba y sin reparo alguno tomó algunas fotografías de la joven, que sorprendida no atinó a hacer más que reír nerviosamente. Ya andaba por ahí revoloteando la fotógrafa especializada en bodas que Patty había insistido en contratar (ella estaba estudiando periodismo y la fotografía le gustaba, además su recomendada era su maestra y sabía que era excelente); cuyo paquete incluía un sinfín de imágenes de los preparativos de la boda, despedidas de solteros, sesión de compromiso (aunque para Terry y Candy eso ya había sido un momento de ellos dos y de nadie más, y simplemente ignoraron por completo esa parte); fotografías con las damas de honor, de las familias, los amigos, de los padrinos del novio, de los momentos en que ambos se preparaban para el enlace y un montón de ideas más; con el afán de capturar e inmortalizar cada pequeño detalle de tan esperado día.
Así, esta dichosa fotógrafa, que hay que admitir que era bastante discreta y procuraba ser casi como un fantasma a fin de captar la esencia exacta de cada instante, sin que nada se sintiera presionado o forzado; atrapó en su cámara el cómo las hermosas suegra y nuera convivían unos momentos antes del enlace, su complicidad y cariño quedaron plasmados para siempre en unas bellas fotografías que después serían la delicia del apuesto novio. Con todo y que él ya estaba un poco, bastante, MUY harto de tenerla rondando por ahí desde hacía ya varios días.
Entonces llegaron las dos damas de honor más importantes; ataviadas en sus lindos vestidos confeccionados con las mismas telas que el de la novia, pero los de ellas eran en color palo de rosa y el diseño era estilo griego, dándoles un aire sofisticado y a la vez etéreo. Ambas habían ayudado a prepararse a la enfermera, pero tuvieron que ir a terminar de acicalarse ellas mismas antes de ver la imagen completa de la radiante novia; así que al entrar, las dos se emocionaron tanto que sus ojos se humedecieron de contentas, casi corrieron a mirarla luego de saludar apresuradas a la madre de Terrence; Annie la tomó de la mano y la hizo girar despacio, para admirarla completamente, mientras Patty ponía las manos entrelazadas bajo su barbilla, con una gran sonrisa.
- ¡Dios mío estás magnífica Candy! – dijeron las chicas al mismo tiempo, sin ponerse de acuerdo. Las tres rieron por ello y se abrazaron, emocionadas.
- Chicas las dejo, nos veremos en la ceremonia. Por favor no tarden mucho o mi pobre hijo entrará en modo Grandchester, o tendrá un ataque de nervios – les pidió divertida Eleanor, antes de salir para darles un momento a solas a las entrañables amigas. Las chicas rieron nuevamente y prometieron no hacerles esperar tanto.
Cuando la hermosa actriz salía, entraron las otras dos damas de honor, que eran Karen Klaise, y la castaña amiga de Terrence, que recién habían terminado de arreglarse y ahora se unían alegremente al cortejo y al cotilleo previo al enlace.
- ¿Estás nerviosa Candy? – preguntó ilusionada Patty.
- Yo… bueno sí, un poco – confesó la pecosa, mirándose una vez más al espejo. Nunca había sido vanidosa, pero este día era especial y quería lucir perfecta para su aristócrata arrogante.
- ¡Yo en tu lugar estaría aterrada! – dijo Annie, poniendo cara de circunstancias.
- Eso te lo hubiera creído antes Annie, pero ahora ni tú – le dijo muy seria la chica de anteojos, que ese día llevaba unos lentes de contacto (pupilentes), y se veía muy hermosa.
- ¡Ja, ja, ja! – rieron todas con el comentario, y la pelinegra primero entrecerró los ojos, medio ofendida, pero después se unió a las risas.
- Yo en cambio, estaría MUY ansiosa… - acotó Karen con picardía retocándose el labial frente al espejo. Ella se había vuelto buena amiga de todas las chicas desde que aceptara ser dama de honor de la rubia; eso sí, no dejaba de lado su leve altanería y coquetería.
- ¿Ansiosa por qué? – preguntó Patty inocentemente
- ¡Ay Patricia! ¡Pues por la noche de bodas! – respondió sin empacho Britter, provocando el sonrojo en las blancas mejillas de la novia y la aludida, y las risas apagadas de las otras dos mujeres – Por cierto Candy, no olvidaste empacar tus regalitos de la despedida de soltera ¿verdad? – preguntó maliciosa la ojiazul, y con ello los ojos de la rubia se abrieron como platos, pero antes de poder decir nada, la chica Letellier soltó una risa suave que se cubrió discretamente con el dorso de su enguantada mano izquierda, porque en realidad casi soltaba una risotada recordando esos "regalitos"…
- Desolée… - se excusó, cuando todas la miraron – Es que pusiste una expresión de susto muy graciosa Candy -
- ¡Es cierto ja, ja, ja! Casi que me la creo linda ¡ji, ji! – soltó la actriz con soltura, y pues nuevamente estaban riendo todas.
- ¡Oye! – quiso protestar Candy, pero la emoción que sentía en ese momento era más fuerte que cualquier cosa, por lo que su queja no tenía ninguna fuerza realmente, se limitó a reír feliz de la vida…
- Y Candy, ya tenemos todo listo para la sorpresa de Terry – le dijo la francesa, con un guiño pícaro, a lo cual todas asintieron con la misma expresión.
Y la fotógrafa seguía atrapando imágenes… ahora las 4 damas de honor se ayudaban unas a otras a terminar de colocar sus accesorios, retocaban peinados y maquillajes y bromeaban…
Y mientras las jóvenes charlaban un poco; Candy se acercó a la ventana, desde donde se podía apreciar el enorme jardín de la mansión de las rosas. Buscaba encontrar al dueño de sus suspiros, mismo que sabía debía encontrarse ya cerca del altar, seguramente acompañado por su padre y amigos, y por supuesto de Stear y Archie, con quien finalmente había terminado de congeniar mejor; tanto, que ellos serían sus padrinos de bodas. Tristemente desde donde ella estaba, no lograba ver más que las piernas de los caballeros bajo las telas y flores que cubrían y decoraban el espacio. Suspiró resignada a verlo hasta que ella misma llegara a la misa.
El lugar de la ceremonia religiosa había sido decorado con montones de flores de las mismas tonalidades que se usaran aquélla noche que Terry le entregó el anillo a su amada rubia, y sí, también había buqués de "Dulces Candy" colocados en hermosos ramos por todo el pasillo que guiaría a la novia. Se había montado un pequeño altar de madera clara cubierto por un toldo color crema y decorado en gasa del mismo color; se dispusieron elegantes y cómodas sillas para los asistentes, dejando el respectivo pasillo al medio, y también todo estaba cubierto por bellas telas de suave y elegante caída a modo de toldos, para proteger a todos del sol.
.
..
.
- Pareces nervioso – la voz del Duque de Grandchester, casi tan profunda como la de su hijo, se dejó escuchar al lado izquierdo del actor; se le podía notar un cierto toque de diversión, pues jamás pensó volver a encontrar tal ansiedad en los ojos de su rebelde hijo.
- ¿Que 'parezco' nervioso dices? ¡Ja, ja, ja! No es verdad… ¡Lo estoy! – admitió entre risas el ojiazul; sintiendo entonces la cálida mano de su padre en su hombro, dándole silencioso apoyo y una leve sonrisa, que dejaba ver lo muy feliz que estaba el caballero. – Disfruta a partir de hoy, hijo, solamente sé muy feliz – le dijo un emocionado Richard, antes de retirarse a ocupar su lugar.
- Ya falta poco Grandchester, controla tus nervios; o al menos disimula como el gran actor que eres – soltó Archie, burlándose un poco a costillas del estresado aristócrata. Como única respuesta recibió una mirada suspicaz de los entrecerrados ojos del británico, antes de que el elegante soltase una risita sarcástica.
- Vamos Terry no le hagas caso – medió Stear, siempre ecuánime. – Ya sabes que le encanta molestarte. Además por más que lo intentes, dudo que puedas disimular la cara de terror que tienes ahora ¡ja, ja, ja! –
- Mejor no me ayudes ¿quieres? – acotó el nuevo Hamlet, entre muecas fingidas de ofensa.
En eso llegó Eleanor, que estaba maravillosa en su vestido de blusa tipo camisa color marfil y falda azul zafiro, emulando el tono de sus ojos, que compartía con su hijo. Confeccionado en tela mikado tenía la blusa en mangas tres cuartos con los puños doblados, escote amplio en V, abierto desde los hombros y cuello con solapas también amplias, cruzada al frente. Terminaba con un detalle discreto de flor de la misma tela, al lado izquierdo de la marcada cintura de la dama. La falda, con un ligero drapeado que subía en diagonal desde medio muslo, caía en corte A hasta el piso, arrastrándola ligeramente. Llevaba el cabello recogido en un elegante moño bajo, cargado al lado derecho de la cabeza; usaba unos aretes de dos perlas en caída vertical, con un zafiro al medio de ellas. El collar que llevaba era de tres hilos cortos de perlas, rematado con un broche de zafiros y diamantes que los mantenía juntos; este broche quedaba del lado izquierdo del grácil cuello de ella. Saludó a todos los presentes, de los cuales dos jóvenes la miraban todavía extasiados de tener tan cerca a su actriz favorita…
Se colocó orgullosa al lado derecho de su hijo, admirándolo sin reservas, como solamente una madre podría hacerlo. Si normalmente Terrence era un sueño hecho realidad, este día en especial era sencillamente sublime; con su esmoquin negro y un pequeño adorno de flores color durazno pálido en la parte superior izquierda del saco. Había pensado en recogerse el cabello en una coleta baja, pero al final decidió que eso no iba con su personalidad libre y rebelde, y que solamente se acomodaría un poco hacia atrás sus rebeldes mechones laterales con un mousse de apariencia húmeda para el cabello, y dejaría su flequillo cubrir parte de sus cejas, como siempre. Como resultado, su melena lucía seductora y elegantemente alborotada, peinada con los dedos para que se vieran mechones relajados, pero sin perder nada de estilo. Él no necesitaba de nada más para lucir arrollador, ya la naturaleza lo había obsequiado con el aspecto de un dios griego y dos luceros que eran sus ojos. Sus labios delgados y perfectamente delineados se curvaron en una ligera sonrisa al advertir a su madre acomodándole el moño. Luego las blancas y suaves manos de miss Baker se posaron en las solapas del saco oscuro, tratando de ocultar las lágrimas que protestaban enérgicamente por escaparse de los bellos ojos de ella. Terry entonces tomó las manitas de su madre, para besarlas ambas sin dejar de sonreírle… un "gracias madre" se dibujó en la boca de él, sin emitir sonido. Entre ellos era así, en los momentos más emotivos, no necesitaban hablar para comprenderse. Ella lo besó en la mejilla dulcemente y se apartó un momento, deseaba secarse las gotas que ya cruzaban sus tersas mejillas, y también ayudar a coordinar a tres de las damas de honor, que ya estaban llegando y se colocaban un par de escalones abajo, frente al lugar donde estaban los señores.
Un momento después, llegó hasta él la chica Letellier, que era la dama que faltaba; y lo dejó con una carcajada trabada en la garganta antes de irse a su respectivo lugar…
.
..
.
Unos minutos antes de que Candy bajara para su muy anhelado momento, Albert llegó hasta la habitación donde se encontraba su rubia hermanita y sus damas; quienes salieron inmediatamente después de saludar al patriarca de los Andley, esperarían en el pasillo unos momentos más, entre risas, ocurrencias y ultimar detalles de la dichosa sorpresa para el novio.
Cuando el ojiazul llegó hasta ella, la pecosa estaba sentada retocando por enésima vez su peinado y maquillaje, tenía su ramo al lado; hasta donde llegó su padre adoptivo para colocarse en cuclillas y besarle la mano con dulzura. Luego se levantó y la ayudó a hacer lo mismo, para admirarla, como ya hubieran hecho Eleanor y sus damas.
- Estás bellísima pequeña, pareces un ángel – su mirada estaba cargada de orgullo y cariño.
A su mente vinieron muchas imágenes con esa traviesa que se había ganado su corazón desde que la viera por primera vez allá en la colina de Pony, cuando apenas tenía escasos 6 años y le recordara tanto a su amada y fallecida hermana. El rescate en la cascada, cómo la consoló al morir Anthony, sus encuentros en Londres y en el Blue River, cómo ella lo ayudó y cuidó cuando tuvo amnesia… recordó los días aciagos al regreso de ella de Nueva York y el terrible dolor del que fue presa durante tantos meses… Y ahora estaban aquí, ella como la más bella novia que él recordase haber visto, y él como el orgulloso hermano mayor que la entregaría al hombre de su vida…
- Albert… - habló la rubia, quedito y feliz – Yo… gracias… - él se sorprendió por un momento.
- ¿Por qué? – quiso saber; ella miró fijamente las aguamarinas que eran los ojos de su benefactor, y sonriendo le explicó.
- Por siempre haber estado para mí, por haberme adoptado y enviado a estudiar a Londres… por no dejarme sola y… - Él ya no la dejó continuar.
- Ssshhh… no tienes qué agradecer nada Candy; todo, absolutamente todo te lo has ganado. No puedo pensar en una mejor hermanita para mí, en una mejor prima para los chicos o una mejor mujer para Terry. – Sonreía con la mirada y hablaba suavemente, como siempre. – Eres un pequeño sol que ilumina las vidas de quienes te rodeamos… no mereces menos que ser total y absolutamente feliz; así que promete que lo serás, que no volverás a dejar escapar a tu amor y tu felicidad jamás… Aférrate de tu esposo y juntos enfrenten todos los obstáculos que se presenten, siempre mirando en la misma dirección, sin soltarse nunca… - hablaba con emoción contenida – Y recuerda que siempre contarás conmigo para lo que sea, soy tu hermano mayor, y siempre seré responsable por ti. – Ella estaba a punto de llorar, pero él atajó cualquier lágrima traviesa guiñándole un ojo y ofreciéndole el brazo para salir. – Llegó el momento, no debes llorar o tendrás que retocar otra vez tu maquillaje y Terry explotará de los nervios allá abajo ¡je, je! – bromeó un poco.
La chica sonrió tímidamente, pero decidida aceptó el brazo que le ofrecían, tomó su ramo y avanzó con calma…
.
..
.
El Canon de Pachelbel anunciaba la entrada de ella, su amada y bellísima pecosa… los invitados se pusieron de pie y él se quedó ahí, flanqueado por sus padres y tras él sus dos padrinos. Cuando vio que esa angelical visión que era su prometida se acercaba, se quedó sin habla… Cuando la conoció, le pareció una chica muy linda y simpática, aguerrida y valiente; después, con el paso de los meses, se dio cuenta de que desde que la vio, se enamoró de su alma, pero no le era indiferente el hecho de que cada vez era más hermosa. Con la primera separación la dejó de ver siendo adolescentes, para después encontrarse con una linda joven, dulce y siempre vivaz… luego, cuando se reconciliaron, la encontró simplemente preciosa, convertida en toda una mujer capaz de dejar sin aliento a cualquiera… pero esta joven que ahora se acercaba lentamente del brazo de su mejor amigo y suegro, era simplemente de otro mundo… era una diosa envuelta en sedas y encajes, que lo miraba con los ojos más verdes y enamorados que él haya visto jamás… ella se veía radiante cuando por fin llegaron al final de su caminata… cuando William Albert Andley depositó la delicada mano derecha de la chica, en su propia mano…
- Te entrego a la más preciosa y valiosa de las joyas Terrence, protégela y ámala con tu vida – le dijo el patriarca con una sonrisa franca y mirada serena.
Terry solo atinó a asentir levemente sin quitar sus ojos de ella, por un instante dejó de respirar cuando Candy, su Candy, le dedicó esa indescriptiblemente bella sonrisa que solamente era para él, el inglés besó con suavidad los dedos de ella y entonces se colocaron en sus lugares, para dar inicio a la ceremonia…
- Estás bellísima… - le susurró en la primera oportunidad que tuvo, logrando que la chica se sonrojara, antes de bajar los ojos y responderle que él estaba divino.
Fue una boda muy hermosa, con miradas cómplices y sonrisas enamoradas de los novios, risas emocionadas de las dos damas principales, emoción contenida del padre y los padrinos de él y hermanos de ella, y por supuesto lágrimas de felicidad de las madres de ambos. Cuando llegó el momento de intercambiar votos, fue él quien tuvo la palabra primero, dejando atrás las clásicas promesas, diciendo a cambio frases distintas y llenas de amor:
- Candice White Andley… Prometo amarte apasionadamente, en todas las formas ahora y para siempre, - y la miró con travesura en sus ojos, provocando un ligero sonrojo en la rubia - prometo nunca olvidar que este es un amor para toda la vida y saber siempre que en lo profundo de mi alma, no importa si algo nos intenta separar, siempre nos volveremos a encontrar el uno al otro. Prometo mirarte todos los días y sentirme el hombre más afortunado del mundo. - Y sonreía con tal dulzura que la pecosa sentía que moriría de amor en ese preciso instante - Te amaré siempre, diga lo que diga, haga lo que haga, sufra lo que sufra, duela lo que duela, pase lo que pase, sea como sea, de cerca o de lejos, siempre te amaré y te protegeré. Prometo amar tus sonrisas, tus enojos y tus pecas - y aquí le guiñó un ojo travieso, provocando risas en todos los asistentes - hasta el fin de mi vida; y aún en las siguientes mi alma siempre, siempre será compañera de la tuya… - **
Y entonces colocó una hermosa argolla de oro blanco y platino, gruesa, que tenía esmerilada una línea de cristal de diamante color zafiro en relieve hacia adentro, y un pequeño diamante blanco al centro, en su fino dedo; con manos ligeramente temblorosas por la emoción, luego la miró a los ojos, sonriéndole con infinito amor.
Después fue el turno de la pecosa, quien luchaba por no derramar las lágrimas que la tenían amenazada con brotar sin control en cualquier momento.
- Terrence Graham Grandchester… Prometo ser siempre tu mayor admiradora. – y de nuevo risas suaves de todos, en especial de ella - Crearemos una familia juntos, que se basará en la risa, la paciencia, la comprensión y el amor. Prometo no solo hacerme vieja a tu lado, sino también crecer junto a ti. Te amaré cada día a través de los días tranquilos, así como a través de los días tormentosos, ayudándote en los momentos de duda y apoyándote en los momentos de decisión. Así como te di mi mano para que la tomaras, hoy te entrego mi alma, para que hagas con ella lo que más quieras. – la chica hablaba con emoción contenida y con las mejillas en un tono carmín, radiante de amor inmenso. - Prometo anteponer tu felicidad a la mía. Prometo defenderte de los demás, incluso si estás equivocado. – Y aquí ella guiñó un ojo divertida, ante la mirada suspicaz de él - Prometo amarte el resto de nuestras vidas, y las que puedan seguir, como te amé desde el primer instante en que te vi… - **
Y también ella puso la argolla en el largo dedo anular de Terry; esta era diferente de la suya en el color de la línea de cristal, que era verde esmeralda, y no llevaba el pequeño diamante al centro; para después entrelazar sus dedos con los de él y perder sus esmeraldas en los radiantes zafiros del aristócrata, antes de volverse a mirar al sacerdote, que continuó con la ceremonia, hasta llegar al tan anhelado "los declaro marido y mujer".
- Puede besar a la novia - le dijo el hombre, que podía asegurar que en su larga vida nunca había visto novios más enamorados, emocionados y felices que ellos. Silenciosamente elevó una oración más por la felicidad de estos nuevos esposos, pues de algún modo sentía que la merecían más que nadie. No estaba equivocado…
Terrence no perdió tiempo y tomando el rostro pecoso de su ahora esposa entre las manos, se acercó para besarla pausadamente, permitiéndose saborear esos labios deliciosos, que ahora le sabían a ambrosía pues era la primera vez que la besaba como marido y mujer. Renuente terminó la caricia y pegó su frente a la de ella, mirándola con devoción y sonriendo con tal felicidad, que el sol palideció de envidia ante tan magnífica luz que aquél muchacho irradió. Candy tenía lágrimas de felicidad recorriendo sus sonrosadas mejillas, mientras sonreía extasiada perdiéndose en el azul profundo de los maravillosos ojos de su ahora esposo…
- Damas y caballeros, les presento al Sr. Y la Sra. Grandchester – dijo con alegría el padre, iniciando un aplauso para la radiante pareja.
Entonces se fueron acercando todos para felicitarlos. Se sentía un ambiente de gran alegría y emotividad, pues los ahí presentes habían sido testigos del dolor tan desgarrador que cada uno viviera cuando estuvieron separados, unos más de cerca que otros; y también esas mismas personas vieron la manera en que dejaban todo ese tormento atrás, dando paso a la plenitud y desbordante torrente de amor que guardaban el uno para el otro; finalmente Terry y Candy, habían vuelto…
.
..
.
El área del jardín donde se llevaba a cabo la recepción después del enlace religioso, era una explosión de luces colocadas como estrellas pendientes de las telas que decoraban los toldos, las mesas redondas tenían como centros de mesa velas color marfil rodeadas de infinidad de flores de las mismas tonalidades que el resto de la decoración, mezcladas con series de diminutas lucecillas; también había pedestales altos con más montones de flores y pequeñas luces, así como muchas lámparas que simulaban ser velas cortas colocadas estratégicamente en el mullido césped alrededor de las mesas. La pista había sido fabricada especialmente para la ocasión, era un gran rectángulo formado con fondo de acrílico que contenía iluminación cálida, y arriba una capa de grueso vidrio opaco.
Y ahí estaban todos charlando y disfrutando de los cócteles que se ofrecían, mientras que la orquesta, discretamente colocada en el fondo del jardín tocaba relajante música chill-out para ambientar. Los novios no se separaban ni un instante, iban de un lado a otro saludando a sus invitados; era muy simpático verles charlar cada uno por su lado pero sin soltarse de la mano.
El duque entonces se acercó a ellos, con su andar elegante y presencia imponente, pero con un aura relajada que su hijo pocas veces le había conocido; quería contarles de su regalo de bodas, el cual con total premeditación, alevosía y ventaja era directamente para su nuera, la cual no se negaría a recibir nada de su suegro. El inteligente caballero lo sabía, así como sabía que si intentaba entregarle algo a su orgulloso retoño, este lo mandaría por un tubo más rápido que aprisa, por ello fue que ideó astutamente lo que ahora haría.
- Terrence, Candy, hijos – les dio un cariñoso abrazo a ambos, mirándolos con una mezcla de orgullo y nostalgia. – Saben que pueden contar conmigo cuando lo necesiten, y quisiera recomendarles que por favor nunca permitan que el orgullo les gane ninguna batalla, por experiencia propia sé que eso no deja nada más que amargura y soledad… - los jóvenes miraron una sombra cruzar por los ojos grises del duque, sintiendo una punzada de tristeza por la lamentable suerte que el cano hombre tuvo que correr, ya fuera por su propia mano, como por las imposiciones de una familia como la de la casa Grandchester, en una época no tan liberal. El hombre suspiró antes de sonreír ligeramente. – ¿Lo prometen? – quiso saber, con un ligero nudo atenazándole la garganta.
- ¡Claro que sí!– respondió de inmediato la pecosa, con una sonrisa cariñosa.
- Prometo que haré todo lo que pueda para controlar esa característica tan Grandchester, padre – fue la sedosa voz del histrión quien dijo esto.
- Bien. – respiró aliviado y contento - Ahora si me permiten, deseo hacerle saber a Candice que mi obsequio de bodas fue enviado a su departamento en Nueva York, por lo que no podrán verlo hasta que estén de regreso de su luna de miel, en casa. – Esto extrañó un poco a la rubia, más no a Terry, que sospechaba que su padre algo tramaba.
- Padre, de una vez te advierto que no… - empezaba él a protestar, intuyendo algo, pero el mayor solamente sonrió de lado, para interrumpirlo.
- El regalo fue enviado al departamento de ambos, pero va dirigido a tu bella esposa Terrence, especialmente para ella; así que tú no puedes opinar. – Y diciendo esto, hizo una ligera inclinación de la cabeza antes de retirarse (escaparse en realidad), pues ya Archie estaba fungiendo como coordinador del evento y al parecer avisaría que era hora del brindis.
Y así, fue Albert quien obviamente tomó el micrófono, con evidente emoción reflejada en cada palabra y mirada que les dirigió a ambos.
- Candy, Terry… ¡Gracias al cielo que por fin se casaron ja, ja, ja! – risas generales – Realmente ha sido un camino muy duro el que ustedes recorrieron desde que eran los dos rebeldes del San Pablo, hasta ahora – entonces sus azules ojos se llenaron con un poco de nostalgia. – No entraré en detalles que prácticamente todos conocemos aquí; - y les obsequió una mirada cómplice a los novios, quienes le sonrieron de vuelta, y estaban tomados de la mano en su respectiva mesa, a la cual si dirigieron cuando el duque huyó - pero sí quisiera decirle a todo mundo que este par de intrépidos, valientes, generosos, nobles y maravillosos seres humanos que hoy finalmente han contraído nupcias, merecen más que nadie toda la felicidad del mundo, durante toda su vida. – Candy estaba muy emocionada escuchando atentamente, con los ojos brillantes y toda sonrisas; por su parte Terry se mostraba sereno, pero en sus hermosos zafiros se dejaba notar un destello de orgullo y agradecimiento hacia su rubio amigo. – Muchachos, de verdad les deseo que el amor que se tienen siga creciendo, que sea eterno y que en todo momento prevalezca entre ustedes esa complicidad que les caracteriza, siempre fueron los mejores amigos también, ¡que eso no cambie! Terrence, permite que la alegría de esta pequeña revoltosa te contagie cada día; y Candice, deja que mi querido y astuto amigo te enseñe a cuidarte más de aquéllos malintencionados que siempre tendrán envidia de su felicidad y de su vida. Por favor amigos, brindemos por el amor de estos jóvenes, por su nueva vida juntos para que la luz y las bendiciones los acompañen el resto de su camino ¡Salud! – terminó el patriarca, levantando su copa e invitando al resto a hacer lo mismo.
- ¡Salud! – corearon los presentes, antes de saborear la magnífica champaña.
Y entonces, nuevamente Archie, que se autoproclamó maestro de ceremonias, anunció que era momento del primer baile oficial del Sr. Y Sra. Grandchester; ante sus palabras, el castaño tomó a su pecosa de la mano para guiarla al centro de la pista, mientras se empezaban a escuchar las dulces notas de Enchantement*** pieza elegida personalmente por el británico como sorpresa para su enfermera; y que si bien no era el tradicional vals, sí expresaba deliciosamente lo que él deseaba decirle a Candy… además, ellos no eran una pareja convencional precisamente…
Mientras se movían al compás de la música, se miraban con infinito deleite, perdidos en la presencia del otro, en su aroma, en su abrazo… compartían sonrisas deslumbrantes y el mundo a su alrededor se había desvanecido. La mano derecha de Terrence reposaba posesiva en la cintura de la chica, y la izquierda acercaba la de ella a su corazón, entonces se acercó al oído de la rubia para susurrarle el coro de la melodía, con esa maravillosa voz que él poseía – il mio unico amore… il mio universo… -
Y ella se ruborizaba; no solamente por las bellas palabras que le cantaban al oído, si no por el estremecimiento que esa acariciante voz le provocaba, sentía el cálido aliento del joven rozarle la piel y creía que caería derretida en ese preciso momento. Se aferró de su marido y lo miró con tal devoción, que él pensó que podría perderse en esas lagunas verdes por el resto de su existencia.
- Te amo Candy… - fue lo que simplemente dijo él, que en realidad era hombre de pocas palabras, estaba decidido a demostrarle ese amor en todo momento. La miraba con adoración, con entrega y con pasión, y le sonreía solamente a ella, la miraba solamente a ella… - Pareces una diosa Candy, una diosa pecosa, eso sí – le bromeó, divertido y guiñándole el ojo, travieso, con lo que se ganó una mueca divertida de ella.
- Nunca cambiarás, mocoso engreído… - reía ella, pero lo dijo con absoluta dulzura. Él sabía que ella jamás le llamaba de ese modo para ofenderlo, era su muy peculiar modo de hablarse.
- ¿Quisieras que cambiara? – preguntó él, aun bailando y apoyando la cabeza de la chica en su pecho.
- ¡Por supuesto que no! – se apresuró ella a responder, levantando la mirada para dirigirla a la zafírea de él – Eres perfecto así como eres… - le dijo dulcemente y sonrojada.
- Lo sé – contestó él sonriendo altanero, antes de reír más abiertamente. Ella solamente rodó los ojos…
Y entonces terminó su canción, cuando esto sucedió, lentamente dejaron de moverse, y Terry se inclinó para besarla, dando un ligero mordisco a su labio inferior y un par de besitos antes de dejar ir esa boca que tanto lo enloquecía. Los aplausos se dejaron escuchar otra vez, y al momento en que la música volvía a escucharse, el menor de los Cornwell invitaba a todos a unirse a la pareja en la pista de baile.
Se acercaron entonces Eleanor y Richard a solicitar bailar con la feliz pareja, mientras el resto de sus amigos llegaban también. Así estuvieron bailando un buen rato, conviviendo con todos y degustando deliciosos canapés y cócteles, pues la cena sería servida hasta después de un tiempo, ya que la ceremonia había sido después de la hora del almuerzo.
En la pista estaban por supuesto los padrinos del novio, las damas con sus respectivas parejas y de pronto ellas bailaban con Terry y ellos con Candy… Luego de la deliciosa comida, y en un instante en que decidieron descansar un poco de tanto bailar y pasarla de maravilla, los rebeldes estaban charlando con el novio de la francesa; el enigmático y elegante Camus De Sauveterre, quien les felicitaba nuevamente y les estaba contando alguna cosa que tenía muy interesado a Terrence, y que a Candice la hacía sonreír sin terminar de enterarse del todo del tema, algo de uno de los libros de Albert Camus, su compatriota.
- Gracias nuevamente por tomarse el tiempo otra vez para acompañarnos. – le dijo entonces Candy al guapo caballero, con una agradable sonrisa que el hombre correspondió ligeramente.
- Por cierto ¿dónde está nuestra amiga? – preguntó el aristócrata sin afán de incordiar, si no genuinamente curioso.
- Debe andar por ahí dando órdenes. – se encogió de hombros el cuestionado sonriendo divertido. – Además tiende a desaparecer repentinamente – respondió Camus con simpleza.
- ¿No te preocupa que le pase algo cuando desaparece? – preguntó la enfermera, un tanto sorprendida por la calma que le veía al francés.
- En realidad no; - empezó a responder el hombre – me preocupan más aquéllos que se topen con ella y tengan el desatino de hacerla enfadar – dijo él muy serio, para el desconcierto de la pareja, y levantando una ceja al tiempo que escaneaba discretamente los alrededores, para ver si la localizaba. No le tomó demasiado tiempo; la encontró hablando con las otras tres damas, aparentemente coordinando algo pues hacía movimientos como dando indicaciones ¿por qué no le sorprendía? Pensó, con una risita escapando de sus apetecibles labios; antes de que las mujeres se separaran y su novia se dirigiera directamente hasta donde ellos charlaban.
- Y hablando de la reina de Roma, llega mademoiselle Gadget y se asoma – bromeó Terrence usando el nuevo apodo que le diera a su amiga, cuando la mencionada finalmente iba llegando hasta ellos.
- ¡Terry! – le llamó la atención la rubia –Es investigadora, no inspectora– le corrigió, aludiendo al sobrenombre que su gallardo esposo había usado.
- Es lo mismo – fue la simple respuesta del británico, ante la divertida mirada del francés que disimulaba lo mejor que podía la gracia que le había causado el apodo; se preguntaba si ella ya estaría enterada de eso.
La castaña venía con una ligera sonrisa en los labios, y cuando llegó a su destino, tomó del brazo a la novia para simplemente llevársela de ahí, ante la cara de incredulidad del posesivo Grandchester y la sonrisa que De Sauveterre trató nuevamente de esconder, sin mucho éxito por cierto.
- ¡Te la devuelvo en un rato trésor! – fue lo único que la condenada le dijo al pobre hombre.
Sintió una mano amiga en el hombro, antes de escuchar un – Descuida, no hay lugar más seguro en el mundo para tu chica, que al lado de la mía… - el inglés no comprendió realmente por qué el peliazul decía eso, pero no tuvo más remedio que resignarse y suspirar para seguir platicando; plática a la que se unieron repentinamente Stear, Archie y Albert, y hasta el duque.
Unos 10 minutos después, aparecieron en la pista dos chicas que no habían visto antes, vestidas con unos leggins negros y top crops color plateado, de cuello tipo halter; llevaban botines negros de estilo industrial, con calcetas del color de las blusas cuyos bordes sobresalían de la orilla del calzado; se colocaron al centro y mientras una música muy sugerente empezaba a escucharse, las jóvenes empezaron a mover ligeramente las caderas hacia un lado y luego al otro, entonces se escuchó al micrófono la clara voz de la Letellier.
- Madames et monsieurs, su atención por favor. – les llamó, y todos pusieron sus ojos en ella, que sonreía acercándose al novio y amigos. – Chicos, ¿alguien puede traer una silla s'il vous plait? –
Cuando Kyllian acercó una, ella agradeció e hizo tomar asiento al extrañado británico.
- Terrence, mon cher; - empezó a hablar mientras con un gesto displicente lo invitaba a mirarla a ella, pues el ojiazul estaba muy interesado siguiendo los contoneos de las bailarinas frente a él. – ¿Sabes? Tenemos un obsequio para ti, pero necesitamos que estés sentado y atento – le contó cómplice al oído como si fuese un secreto entre ellos, pero con el micrófono pegado a sus labios - ¡Mira! – y extendió el brazo izquierdo señalando a la pista, en donde ya habían aparecido también Karen, Annie y la misma Candy; ataviadas las dos primeras con un atuendo igual al de las otras dos mujeres, pero con el top de color oro viejo, y la rubia… bueno lo dejó boquiabierto, pues ella vestía casi igual pero llevaba la blusa color rojo Ferrari y un escote en v bastante pronunciado… - ¡Disfrútalo mon ami! – le sugirió ella retirándose de ahí, para dejar el micrófono en su lugar y luego acercarse a Patty, quien en ese momento se había adueñado de la tornamesa y ella personalmente se encargaba de la música.
La melodía que ya estaban danzando las bailarinas entonces tomó más volumen, al tiempo que las otras tres jóvenes tomaban sus lugares entre ellas, dejando al centro a la nueva señora Grandchester; y empezaron a bailar la muy sexy Black Velvet, de Alannah Myles. Los silbidos y aplausos no se hicieron esperar cuando las cinco bellas chicas se contoneaban y bailaban al ritmo de la sensual pieza. Obviamente no faltaron quienes empezaron a grabar vídeo con su celular, y la fotógrafa que no perdió un solo movimiento.
Terry estaba boquiabierto y patidifuso, tenía los ojos tan abiertos, que casi parecía que con ellos abarcaba todo el lugar sin necesidad de girarse. Los muy seductores movimientos de su esposa y de las otras chicas lo tenían anonadado y claro, feliz, MUY feliz; pues nunca imaginó que esa pecosa pudiese bailar de semejante modo. Mientras las cuatro acompañantes hacían movimientos elegantes y rítmicos, la enfermera se acercó hasta casi llegar al actor, entonces a la voz de A new religion that'll bring ya to your knees, se arrodilló frente a él de manera por demás sexy, poniendo sus manitas en las rodillas de él para obligarlo a separar las piernas y mirarlo seductora, balanceando los hombros de un lado al otro y con una sonrisa que casi lo dejó catatónico; se tuvo que sostener del borde de la silla para no saltar de ahí y raptar a Candy en ese justo y preciso instante… Claro que los gritos, silbidos y aplausos emocionados no se hicieron esperar, y entonces cuando parecía que la pecosa haría algo más atrevido pues se acercó bastante a su esposo, se levantó casi rozando su rostro con el de marfil de él, y giró hacia atrás para volver junto a las demás y continuar la presentación, hasta que la pieza llegó a su fin y las cinco quedaron juntas, todavía moviendo la cadera al ritmo de la música, hasta que esta se dejó de escuchar.
Todos los presentes estallaron de júbilo y aplausos eufóricos una vez que ellas terminaron, felicitaban a todas y los chicos estaban ya rodeando a Terrence, que seguía con una gran sonrisa pintada en su hermosísima cara y sin poder creerse que esa dulce niña que lo volvió loco desde siempre, se hubiese transformado en semejante mujer, capaz de seducirlo con solo una mirada…
- ¡¿Wow Terry que sorpresa no?! – le preguntaba Kyllian, que al igual que Terry estaba embobado por la participación de Karen, que para ese momento ya era su novia oficial.
El aludido no atinó a contestar nada, solamente asintió observando fijamente a la pequeña pecosa que se acercaba a él, con paso demasiado lento para el gusto del castaño.
- ¿Te gustó el obsequio que preparé especialmente para ti, amor? – cuestionó ella, toda pícara y traviesa, paseando un dedo juguetonamente por el pecho de Terry, quien ya se había quitado el saco y moño hacía rato.
Por toda respuesta él la tomó de la cintura y la nuca para darle un beso brutal, para beneplácito de los que alcanzaban a mirar, que otra vez irrumpieron en aplausos y vítores. Cuando por fin se separaron, ambos voltearon a agradecer a todos sin dejar de abrazarse ni de sonreír.
- Annie… eso fue… fue… - hablaba Archie que tampoco cabía en sí del asombro, ninguno de los caballeros tenía idea de lo que las chicas habían planeado.
- ¿Te gustó Archie? Era especialmente para Terrence, pero yo bailé sólo para ti – le dijo la pelinegra, coqueta.
- ¡Fue increíble! – apreció él mostrando cuánto le había gustado con cada expresión facial que tenía. - ¿En qué momento lo prepararon? – atinó a preguntar, mientras ella sonreía satisfecha al ser abrazada por la cintura y recibiendo una serie de besos cortos en los labios.
- Pues la verdad la idea fue de la amiga de Terry; la sugirió el día del estreno de la obra, cuando estábamos en el bar ¿recuerdas? Estuvimos charlando sobre detalles de la boda pues estábamos sus cuatro damas de honor, y ella le preguntó a Candy si le gustaría hacer algo especial para su prometido en la fiesta. Entonces propuso la canción y Karen dijo que ella conocía una coreógrafa genial que nos podía ayudar; y aquí tienes el resultado. –
- Vaya… pues fue una excelente idea. – concedió el joven.- ¿Y por qué la otra dama y Patty no bailaron? – quiso saber el de ojos color miel.
- Bueno, Patty dijo que ella no se atrevería a bailar de ese modo, y que prefería ayudarnos con la música; y la amiga de Terry explicó que debido a sus ocupaciones no podría estar en todos los ensayos, y que no deseaba arruinar la presentación por no tener la suficiente práctica. –
- Wow, me alegro que tú sí lo hicieras – le dijo el joven con voz seductora a su novia.
.
Por su parte, Terry estaba buscando el modo de escapar de esa fiesta de una buena vez con la rubia; ese baile lo había dejado gratamente sorprendido y emocionado, pero también había encendido cada célula de su cuerpo…
Estaban en la pista bailando nuevamente, ella se había vuelto a cambiar y ahora llevaba un vestido parecido al de las damas de honor, pero también era color marfil. Entonces el británico aprovechó que la mayoría de los invitados estaban distraídos y la fue guiando a la orilla de la pista y luego, tomándola de la mano la llevó hacia unos árboles que los ocultaban de todos; ahí, la acorraló contra el tronco de uno para empezar a besarla con pasión, mientras sus traviesas manos iban de la espalda a la cintura y caderas de la joven, que con suspiros entrecortados se dejaba hacer, pero al mismo tiempo reía y trataba de alejarlo.
- Terry… la fiesta… debemos… - pero no lograba articular una frase completa entre besos y caricias ardientes.
- No importa… no nos extrañarán, vayámonos de una vez – urgía el joven marqués con voz enronquecida y dejándole suaves besos en el cuello.
Y Candy, que sinceramente tenía el mismo deseo de escaparse lo miró fijamente, y sonriéndole, tomó su mano con decisión; él por supuesto sonrió triunfalmente, y empezaron a correr a la salida, ansiosos.
- ¡Hey ustedes dos! ¿A dónde creen que van? – escucharon la amable pero firme voz de Stear, ante la cual se detuvieron, habiendo sido pescados en su huida cuando él volvía de sabría Dios dónde. Candy se sonrojó fuertemente, mientras que Terry suspiró sonoramente cerrando los ojos.
- Stear, amigo… - empezó el aristócrata a explicar, pero los brillantes ojos del inventor le indicaron que sabía perfecto lo que tramaban, y que en realidad estaba de acuerdo pero quiso jugarles una pequeña broma.
- Váyanse ahora, yo los cubro; en su coche están listas sus maletas, León los llevará al hotel y mañana al aeropuerto ¡pero apúrense o los descubrirán! – Los apuró, guiñándoles un ojo.
- ¡Gracias primo, te debemos una! – Dijo Terry, llamándolo por primera vez de ese modo, logrando que la chica a su lado sonriera gratamente sorprendida.
Y así, los recién casados se fueron sin despedirse de nadie, aunque todos en la recepción los comprendían perfectamente, por lo que la fiesta continuó sin ellos hasta entrada la noche.
.
..
.
Cuando finalmente llegaron a la habitación que habían solicitado para esa noche, antes de su partida a Nueva York por la mañana, desde donde saldría el crucero; ninguno perdió tiempo para lanzarse a los brazos del otro. Apenas entraron, Candy se abrazó al cuello de su esposo, quién dando tumbos en medio de ardorosos besos, logró cerrar y asegurar la puerta con una mano, mientras con la otra sostenía de la pequeña cintura a la rubia.
No era la primera vez que estaban juntos, por lo que la timidez de los primeros encuentros empezaba a dar paso a la confianza y entrega absoluta; sin embargo, sí era su primera vez como esposos, y esto le daba al momento un tinte surreal, especial y largamente añorado… era casi como si fuese realmente la primera vez que intimaran.
- Terry… - susurraba entre suspiros la enfermera, que estaba encantada recibiendo las ardientes caricias de él.
Y es que luego de la sorpresa en la fiesta de bodas, él había quedado con una total y arrebatada necesidad de hacerla suya. Aun así, se detuvo unos momentos para tomar aire y admirar a la beldad que ahora era su compañera de vida, que lucía maravillosa con los ojos entrecerrados y las mejillas sonrosadas. Él dio un rápido vistazo a la suite que les asignaran, la cual fue especialmente preparada para unos recién casados, con flores y velas aromáticas, así como una botella de champaña y dos copas, fresas solas y cubiertas con chocolate y variedad de frutas. Con prisas, él la dejó sentada en la cama mientras se apresuraba a bajar la intensidad de las luces y destapar la botella de Dom Perignon para servir el espumoso y ambarino líquido en las altas y delicadas copas.
- Salud, señora Grandchester – brindó él, chocando brevemente los cristales, produciendo un delicado sonido tintineante, complemento perfecto para la sonrisa seductora que el inglés le regaló a la chica. Ella se sonrojó al instante, correspondiendo con una sonrisa tímida, pero mirada ardiente.
- Salud, señor Grandchester – respondió ella antes de dar un sorbito a la burbujeante bebida, sin dejar de mirarlo.
.
Eso fue todo lo que Terry necesitó para apurar de un solo sorbo lo que quedaba en su copa, para después dejarla a un lado y quitarle de las manos la suya a Candice, que reía divertida con la urgencia desplegada por su muy apuesto marido. Él se acercó de nuevo con pasos felinos, definitivamente era como un tigre al acecho, mirando fijamente las esmeraldas de ella, hasta quedar frente a frente… la tomó de las mejillas para besarla casi con un roce, sus labios trémulos apenas tocaron los de ella, para luego bajar por el mentón y cuello de la chica, dejando un camino de besos húmedos que ella disfrutaba con los ojos cerrados y mordiendo su labio inferior; luego, él pasó las manos a la espalda de la joven, para bajar despacio y sin pausa el cierre del vestido, que terminó en la alfombra a los pies de la cama… Ella esta vez no perdió tiempo y también empezó a deshacerse de las prendas que no la dejaban admirar y saborear el esculpido y masculino cuerpo de su amado. Cuando estuvieron solamente con la ropa interior encima, él la cargó desde el trasero y ella rodeó la cintura del castaño con las piernas, y su cuello con los brazos, regalándose ambos con besos apasionados y recios, empezando a jadear con más deseo en cada caricia.
Cayeron sobre la cama, y él de inmediato la tomó de las muñecas para ponerlas sobre la cabeza de ella y sujetarlas con la mano izquierda, y con la derecha acarició suavemente desde el cuello de ella, pasando por entre los montes de la rubia, el abdomen y el ombligo, hasta llegar al borde del perlado bikini… ella respiraba agitada mirándolo hacer y sabiéndose amada y deseada. Entonces él metió la mano bajo la seda y se dirigió hasta el centro de ella, que ya estaba húmedo; y dejó que sus dedos subieran y bajaran con lento ritmo, logrando acelerar la respiración de su esposa, que en suspiros lo llamaba y se retorcía levemente tratando de liberar su manos, que él mantenía firmemente sujetas; él se deleitaba con el tacto de la delicada piel que sus dedos acariciaban, y con la vista de la bella mujer que se debatía entre el placer y la desesperación de no poder hacer nada… Terry entonces introdujo un dedo en ella para estimularla, pero siendo que él mismo estaba casi listo debió ceder y liberar las blancas manos de la joven, que de inmediato se posesionaron en su cuello para atraerlo y besarlo con intensidad casi salvaje.
Ella paseó sus dedos por la espalda del joven y luego también dejó que sus extremidades se aventuraran dentro del bóxer de él, para apretar firmemente el torneado trasero del ojiazul, quién gimió quedito en medio de los besos que se daban. Terry se sostenía con ambas manos a los costados del cuerpo perfecto de la enfermera, y ella entonces lo atrajo con vehemencia para enredar los dedos en las sedosas hebras castañas de él, ella tironeaba de la única prenda que todavía cubría la virilidad del británico, pero él la detuvo y con una sonrisa endiablada negó un par de veces, logrando que la sorpresa se mostrara en las esmeraldas de ella. Entonces, él la viró y dejó que los rizos que empezaban a liberarse del chignon que ella usaba, le acariciaran la nariz cuando él empezó a besar y lamer la espalda de la chica, pasando sus dedos por la columna, sintiendo como cada vello de ella se erizaba con su contacto… se deshizo del sostén, y Candy suspiraba, dejándose llevar por las sensaciones que ese atrevido mocoso le despertaba. Entonces sintió cómo él intentaba colocar una almohada bajo sus caderas, a lo cual ella un poco indecisa se giró un instante para tratar de verlo - ¿Terry? – preguntó, intentando averiguar qué tramaba. Él se limitó a guiñarle un ojo y con su mano libre la ayudó a levantar el derrière para acomodarlo como él buscaba… Entonces, deslizó sus dedos por el borde de la prenda de ella, para luego empezar a bajarla asegurándose de pasar cada dedo por la carnosa superficie de los glúteos de ella, como arañándola sin lastimarla; cuando hubo llegado a medio muslo, llevó sus labios al redondo trasero y lo besó con amor y deseo, la chica estaba sorprendida pues antes él no había hecho algo como eso… las sensaciones eran deliciosas, pero la incertidumbre y la pena mermaban un poco su deleite, se quiso revolver, nerviosa, pero él la detuvo en su lugar, colocando la palma de su mano izquierda en la cintura baja de la chica, mientras terminaba de sacar el pequeño pantie y lo tiraba por ahí. - ¿Terry? - volvió a llamar ella, cada vez más ansiosa al sentir la ardiente boca de su esposo subir en un camino de besos y lamidas por la parte posterior de sus muslos hasta llegar nuevamente a su trasero, que tomó con ambas manos para que levantara un poco más y poder alcanzar la intimidad de ella desde atrás y saborearla… Candy se tensó un poco al principio, pero al sentir la calidez y el amoroso cuidado que él ponía en sus demostraciones de deseo y amor, decidió relajarse y dejarse llevar, ¿no era su esposo quien le prodigaba de tan atrevidas sensaciones y caricias? ¿Acaso no confiaba en él ciegamente? En ello estaba cuando una pequeña revolución se dejó sentir en su interior, su bajo vientre estaba respondiendo sin temor a todas las deliciosas sensaciones, así que dejó de luchar y estrujó la tela bajo ella, llamándolo de nuevo pero ahora con anhelo y demandante. Terrence entonces sonrió y dejó lo que hacía para volver sobre sus huellas húmedas en la tersa espalda de la joven, y luego la volvió a girar para probar una y otra vez los turgentes senos de su pecosa amada y acariciarla por completo sin descanso…
Pero Candy no estaba dispuesta a dejar a su adorado rebelde sin placer, por lo que en un arrebato de fuerza lo tomó del cabello para obligarlo a levantar la cabeza y mirar sus oscurecidos zafiros y su boca entreabierta y jugosa, que no perdió tiempo en besar, para luego girar y quedar encima de él, con su humedad sobre la masculinidad de Terry, aún cubierta por la tela negra, misma que se apresuró a sacar para deleitarse con la sublime vista. Llevó las manos hasta él y sintiendo la tersa superficie lo acarició de arriba hacia abajo, arrancando roncos gemidos de la garganta del actor, que se dejaba llevar, entonces ella imitándolo un poco, lo besó desde los labios hasta llegar a esa viril parte, que lamió y mordisqueó con cuidado, casi logrando hacerlo terminar… Entonces decidió pagarle el favor de sus muy lanzadas caricias y lo obligó a girarse, cosa que él hizo con una mirada suspicaz pero sonriente, ella copió cada beso y toque que recibiera antes de él, dejando que sus manos fuesen bastante atrevidas, logrando que Terrence diese un ligero respingo y se girara de inmediato para atraparla entre sus brazos, al tiempo que ella reía de su hazaña y él la retaba, medio en broma medio en serio – Hey pecosa lanzada, ven acá y deja eso para otra ocasión – y reclamó los labios de ella con pasión y exigencia, al tiempo que la dejaba bajo él para finalmente hacerla suya; lentamente primero, en una danza hipnótica y sensual, luego fue incrementando el ritmo de sus embestidas, con las hermosas piernas de la pecosa rodeándolo y sus manos entrelazadas, jurándose amor eterno entre besos, gemidos y suspiros. Se llamaban el uno al otro y se dijeron incontables dulzuras y promesas de felicidad… se entregaron en cuerpo y alma durante toda la noche, regalándose bromas, anécdotas, caricias y mil besos… justo antes del amanecer, se quedaron dormidos, abrazados y felices… ahora eran uno, sus almas se habían entregado a la otra hacía mucho tiempo ya, eones atrás… y ahora sus cuerpos se fundían en perfecta sincronía… jamás volverían a estar separados…
.
..
.
El sonido de la alarma lo despertó, estaba enredado entre los brazos de su pecosa y sábanas… miró los rubios rizos de Candy esparcidos por su espalda y parte de la cama y sonrió… ¡por fin era su esposa! Ahora no tendrían que volver a separarse nunca más, como que se llamaba Terrence Grandchester que no la volvería a dejar sola en lo que le restaba de vida. Se la llevaría a sus giras y estarían juntos siempre, nada ni nadie lo alejaría otra vez de su lado.
Era feliz, total y tranquilamente feliz… admiró con calma el rostro dormido de la joven, sonrió al verla haciendo gestos que hacían que sus pecas se movieran con gracia. ¡Cuánto la amaba! Ahora no lograba entender cómo pudo dejarla ir esa ocasión. Pensó en despertarla, pero lucía tan apacible y hermosa así, descansando bajo su protección, que se limitó a seguirla observando un momento más. Luego tomó uno de esos mechones rizados y lo empezó a pasear por el perfil de ella, que se removió con las cosquillas que esto le provocó. Él rió divertido, y siguió rozando la piel pecosa de la chica, sonriente, hasta que ella, sin querer abrir los ojos le reclamó - ¡Terry! –
- Despierta – le susurró él con voz grave, ella se hizo la remolona…
- No quiero –
- ¡Ja, ja! Vamos señora pecas, se nos hará tarde… - le hablaba él dulcemente, con esa dulzura que sólo desplegaba para ella.
- Pero estamos de vacaciones… - se quejó la enfermera, enterrando más el rostro en el pecho del castaño.
Él soltó una risa divertida, al tiempo que ponía su barbilla en la cabeza de ella y le empezaba a recorrer la espalda y más allá, con la mano libre… - pero tenemos un barco que tomar en Nueva York a mediodía ¿recuerdas? Y todavía estamos en Chicago y son las 10 de la mañana – le explicó, con calma.
Ella ya estaba dejándose llevar por el estremecimiento que los suaves dedos del británico provocaban y soltó un suspiro quedito… esto despertó a Terry quien muy renuente dejó su placentera tarea y se levantó, jalando consigo a Candy, que lo siguió sin muchas ganas que digamos…
Para obligarse a despertar por completo, el malvado Terrence metió a la pecosa al agua fría logrando un buen grito de ella y por supuesto, un tremendo pellizco que le dejó el brazo con una buena marca roja.
- ¡Auch pecosa salvaje! – le dijo él mientras se frotaba el área afectada… y ella tiritaba bajo las heladas gotas.
- Te lo mereces, ¡está helada! – Se quejó la joven, abriendo de golpe el agua caliente para regular un poco las cosas.
- Pero cumplió su objetivo de despertarte – acotó él, mostrando con diablura todos sus perfectos dientes en una sonrisa por demás pícara. Ella le lanzó la esponja a la cara y entre risas y más bromas tomaron un delicioso baño.
Después de la ducha, bajaron a desayunar y un rato más tarde eran llevados al aeropuerto; desde donde viajarían a NY en el jet de los Andley, y de ahí al crucero por el Caribe… cuando volvieran, entonces empezarían ahora sí, el resto de su vida juntos…
.
.
FIN
.
.
.
.
.
*"Si Miguel Ángel te ve ahora, va y destruye a su David ¡Estás que muerdes tresor!"
**Frases de los votos son de películas y encontradas en internet; excepto la última de Terry, y la frase final de las de Candy; esas sí son de mi autoría completa.
***Enchantement, música y arreglos de Yanni, voz Nathan Pacheco; del álbum Yanni Voices. Desconozco el autor de la letra.
.
.
.
Si desean imaginarse un poco la coreografía que Candy y las chicas bailaron, busquen en YouTube "Coreografía Black Velvet" les dará varias opciones.
.
.
.
Gracias por estar aquí, pronto traeré el otro oneshot de estas crónicas; mientras tanto les deseo una hermosa tarde, ¡Saludos!
.
.
15 de agosto de 2017
Ayame DV
