Me gusta mucho Ibiki Morino, de modo que le busqué una pareja... No fue fácil, la mayoría de las kunoichis ya están cogidas en el fandom (KakashixAnko, GekkouxYugao, AsumaxYuuhi, KimimaroxTayuya...). Creo que con Suzume no queda mal n_n.
Habían pasado diez años. El tiempo se había agotado, y era hora de tomar una decisión.
Una mujer madura esperaba en la barra de aquel restaurante, un lugar modesto y acogedor, a que llegara la persona que estaba aguardando. Tenía el cabello oscuro y rizado, y detrás de sus gafas se escondía una mirada inteligente y determinada, pero aun así amable. Ella era Suzume Namida.
- Siento haberte hecho esperar - dijo una voz a sus espaldas, y enseguida un fornido hombre se sentó a su lado.
- No te preocupes, acabo de llegar. ¿Fue muy duro el interrogatorio?
- Bastante, sí. Es complicado explicar a un alumno hasta dónde tiene que presionar. ¿Y a ti, cómo te ha ido hoy en la Academia Ninja?
- También bien, gracias. Aproveché la visita de Ebisu para sugerirle algunos cursos de especialización para sus alumnos. Ya están lo suficientemente creciditos como para ello.
El camarero no tardó en traerles sus respectivos pedidos, mientras ellos continuaban en silencio. Pero no era un silencio incómodo, era más bien la complicidad que compartían, lo que sus ojos veían cuando se miraban. En fin, él era Ibiki Morino, un hombre intimidante y peligroso con terribles marcas de tortura en el cráneo, pero lo que ella veía era un shinobi de gran valor y resistencia; y ella era una seria y recatada profesora de academia, pero lo que él veía era una kunoichi fiel y responsable entregada a su trabajo. Hacía mucho tiempo que su amistad había evolucionado a algo más, algo indefinido todavía, pero aquel día se concretaría. Ya no habría otro día para las confesiones después de aquél.
- Hoy se cumplen diez años - habló Ibiki quedamente.
- Lo sé, yo también me he fijado en la fecha - asintió Suzume - De otra forma no estaría aquí.
- Igual que hemos estado los últimos nueve años.
- Exactamente. Hoy se nos termina el plazo.
Otro silencio cómplice, que el hombre aprovechó para inclinarse sobre la mujer y murmurar algo en su oído. La boca de ella apenas se abrió para susurrar una respuesta, pero ninguno necesitaba más. El resto de la comida la pasaron en silencio, mirándose de vez en cuando con afecto. Cuando terminaron, se despidieron con un beso en la mejilla, como buenos amigos. En el restaurante todavía flotaban esas palabras que sin embargo nadie más había logrado escuchar.
- Cásate conmigo, Suzume.
- Sí quiero, Ibiki.
¡The end!
