La siguiente historia está basada en personajes de Takao Aoki y Danyeda Goofy Panterita

Prologo Yesenia

Yo sé quién eres.

Doscientos veintiocho, doscientos veintinueve…

Allá arriba no había mar ni tierra. Arriba, muy arriba, más allá de las nubes, mucho más arriba de los techos y las colinas. Las fases del sol cambiaban con cada peldaño que subía.

Doscientos treinta y dos, doscientos treinta y tres…

Era difícil respirar. Cada bocanada de aire sabía muy delgada y por instinto trataba de tragar más aire del que necesitaba y terminaba por sentirse ahogada. Aun así, no podía toser, no podía hablar ni desvanecerse. Sus ojos fijos en la cima y las manos temblorosas eran testamento de su determinación.

Doscientos treinta y siete… doscientos treinta y ocho.

Finalmente cayó de rodillas sobre la superficie de roca, áspera y cálida, respirando aún agitada. Aquí, en la cima del mundo, se sentía a salvo. Allá lejos, donde la gente caminaba despreocupada e ignorante, inmersos en sus vidas individuales y rutinas banales, nunca se sintió en paz. No como aquí. No como en ese momento. Acá no importaba la sociedad y sus normas rígidas ni sus prejuicios o códigos de conducta arbitrarios. Acá tampoco importaba el tiempo, pues un año podía sentirse como un segundo y viceversa. Acá arriba solo estaba ella.

Solo estaban ellos dos.

De entre las nubes del abismo surgió una criatura gigantesca, partiendo los humos hacia arriba, eclipsando la luz del sol que caía sobre su frente. Sus ojos trataron de adaptarse al cambio en la iluminación, pero era inútil. Ya no eran luces de día o noche, sino un crepúsculo bizarro. El sol se había puesto detrás del cuerpo de aquella bestia que volaba sobre ella, gigante, mientras que su cuerpo aún salía desde debajo de las nubes.

¿Era un dragón? No… Fuera lo que fuera, volaba en espiral por el cielo sobre la pirámide, y su longitud era tal que podía darse vueltas a sí mismo una infinidad de veces y aun seguía saliendo del abismo. La voz de la criatura era una que sonaba muy familiar, que hacía eco a lo largo y ancho del mundo, en cada rincón del cielo.

— Yo sé quién eres…

El golpe que se propinó al caer de la cama fue tal que la mesa de noche se tambaleó sobre la pata más corta. La joven terminó de cara contra el frio suelo de concreto y con las sábanas de su cama enredadas en sus tobillos, maldiciendo por lo bajo mientras trataba de alcanzar su teléfono para apagar la alarma. Sin embargo, esto último probó ser una tarea titánica con otra de sus sábanas enredada en su cara. Al cabo de un rato por fin alcanzó el teléfono y tras presionar la pantalla una vez lo lanzó al otro lado de la habitación.

— Otra vez ese sueño

La misma película se había estado repitiendo una y otra vez en su mente durante las últimas noches. Consistente e invariable. Pero no tenía tiempo de pensar mucho en ello: el mundo real no iba a esperar por ella. Fue al espejo más cercano y buscó entre la bolsa de maquillaje que robó la noche anterior una base que combinara con su tono de piel morena, se arregló las cejas y los ojos. En cuestión de minutos ya estaba corriendo en las atestadas calles de su barrio; calles que no eran muy bonitas, para ser sinceros. Justo al salir de su pequeña casa y cerrar la puerta con casi veinte candados detrás de sí, se encontró con el alboroto matinal tan característico de su barrio, con decenas y decenas de personas yendo y viniendo por la acera y automóviles sonando el claxon a vuelta de rueda.

Al doblar en la primera esquina, esquivando peatones a diestra y siniestra, se encontró como era de esperarse con varios puestos ambulantes vendiendo tacos de cientos de guisos diferentes sobre aceras erosionadas por los años y edificios que, aunque estuviesen en ruinas, las autoridades calificaban como perfectamente habitables. Más adelante dobló en otra esquina y casi choca de lleno contra un hombre desnudo y cubierto en suciedad que gritaba cosas incoherentes desde una boca llena de dientes podridos. Casi al final de su recorrido pasó un área acordonada por elementos de la policía municipal, pasando de largo al cadáver con 20 puñaladas en la espalda, rumbo a su trabajo en la central de abastos. Ecatepec, Estado de México era el lugar donde ella nació y creció, y había ciertas cosas a las cuales te volvías inmune después de años viéndolas. Había aprendido a ser solo consciente de sí misma y sus pertenencias: su bolso, su teléfono y su Beyblade en el estuche en su cadera.

Su trabajo en realidad era uno muy simple. Consistía en vender vegetales; subir y bajar cajas, hacer cuentas, manejar dinero y asegurarse de que todo estuviera en orden para el dueño del puesto. El tipo en cuestión era un hombre gordo y calvo cuyo nombre nunca se aprendió y cuya voz era tan estridente como el sonido de las uñas en el pizarrón. Su sueldo era prácticamente un escupitajo y las condiciones laborales no eran precisamente las mejores: la inseguridad inherente de Ecatepec tampoco ayudaba en un lugar tan transitado como la central de abastos.

— ¡Hey!

Encontró un espacio vacío donde antes estaba una caja de cebollas, y a lo lejos pudo ver como un hombre corría despavorido entre la multitud, mirando sobre su hombro y directo en los ojos de ella. La muchacha corrió a toda prisa detrás de él, esquivando a los transeúntes con una agilidad impresionante, saltando mesas y cajas en carrera hacia el ladrón. Sin embargo, al girar en una esquina y toparse con una muralla de gente haciendo fila en uno de los puestos, su carrera se vio interrumpida. Aún podía ver a lo lejos al perpetrador, y claramente vislumbró el portón de salida a pocos metros de él.

Por instinto su mano fue a parar a su Beyblade; un trompo blanco con detalles verdes, con un anillo superior en forma de cuatro cuchillas salientes. Lo colocó en el lanzador, ajustó la guía y tiró con todas sus fuerzas, disparando el Beyblade por encima de la gente. El Beyblade, girando a toda velocidad, hizo un arco perfecto en el aire e impactó directo en el tobillo izquierdo del ladrón, provocando que tropezara y cayera de cara al suelo. La caja cayó también de sus manos y las cebollas terminaron rodando en el suelo.

— Hijo de puta — Maldijo la morena por lo bajo, antes de acercarse al ladrón con zancadas largas y pesadas. Recogió su Beyblade, lo guardó de nuevo y giró al sujeto para que quedara boca arriba. Y lo golpeó. Lo golpeó una y otra vez, en el rostro. Lo golpeó en la nariz, en la boca, en la frente, con todas sus fuerzas. Lo golpeó más veces de las que podría contar, gruñendo y maldiciendo con cada aliento hasta que se cansó y lo dejó caer al suelo, inconsciente. La amargura se apoderó de ella al ver la caja de cebollas volcada; eso iba a salir de su ya de por sí miserable paga.

Y esa era su rutina diaria: turnos de 12 horas, ladrones y palizas al por mayor, en una ciudad que estaba destinada a colapsar sobre sí misma y donde podrías terminar muerta al menor de los descuidos. Para cuando volvía a casa ese día, ya había oscurecido, pero aún tenía un poco de tiempo libre.

Este era su sitio predilecto; un pequeño lote baldío detrás de una tienda de abarrotes. Como estaba en una colina, se podía ver gran parte de la ciudad a través del enrejado que delimitaba el lugar. La muchacha colocó seis botellas vacías sobre una caja de madera, en una línea perfecta, separadas una de otra, retrocedió doce pasos y empuño su Beyblade. Respiró profundo y fijó la mirada en el primer objetivo de la serie.

—¡Let it Rip!

El Beyblade salió disparado cual proyectil, para impactar contra su objetivo casi al instante. El beyblade permaneció en el lugar que antes ocupaba la botella, girando. La muchacha respiró profundo y concentró toda su atención en el trompo; aún no se podía explicar cómo era que funcionaba esto, pero el Beyblade se movía a la voluntad de ella, solo si se concentraba lo suficiente. El trompo blanco danzó a lo largo de la serie de botellas, maniobrando entre ellas, sin siquiera rozarlas, con una precisión impecable.

La morena sonrió agradada y tomó su Beyblade. Tiró las botellas de encima de la caja para poder sentarse ella misma y sacó su teléfono. Ahí en la oscuridad del crepúsculo la luz del aparatito era casi aturdidora. Sacó de su bolso una pequeña paleta y le quitó el envoltorio para metérsela a la boca, mientras navegaba perezosa en su página de inicio de Facebook. Mucho de lo que veía era basura: publicaciones de gente a la que no conocía, pendejadas de sus ex compañeros de la preparatoria, fotos de universidades a las que nunca iría.

Pero entonces, algo llamó su atención.

— Campeonato regional de Beyblade: Estado de México. — Leyó en voz alta. Sus palabras eran casi inentendibles por el caramelo alojado en su mejilla, pero igual no necesitaba que nadie le entendiera si hablaba sola. – Ven a Toluca a ganar tu pase a la gran final nacional. 2,500 pesos en premios y la oportunidad de representar al país en el torneo mundial de Beyblade…

Toluca estaba relativamente cerca. El trayecto no era un problema en sí, podía llegar en burra y solo tendría que aguantar a uno que otro viejo sobón. Nada ni nadie a quien no pudiera partirle la madre. El problema era que un evento así le llevaría todo el día. Si antes perder un día de trabajo era un lujo que no podía darse, ahora con lo de las cebollas sería pegarse un balazo en el pie.

— Debería dejar de pensar pendejadas… — Murmuró para sus adentros. Escupió la paleta como si le supiera a mierda y guardó su teléfono. Justo como sus sueños de grandeza. Miró a su alrededor: este lote baldío y olvidado. Así era su mundo. Esta era la realidad en la que le tocó vivir. Tomó su Beyblade entre sus dedos y lo inspeccióno con una mirada melancólica.

Yo sé quién eres.

— ¿Quién anda ahí?

Se levantó de un salto y de su bolsillo trasero desenfundó una navaja con su mano izquierda. Sin embargo, después de unos segundos se dio cuenta de que no había nadie. Luego de otro rato más dejó salir un aliento que no sabía que contenía y guardó la navaja con un clic.

Yo sé.

De nuevo se estremeció, pero esta vez no atinó a buscar su arma. En su lugar, su mano derecha apretó su Beyblade con más fuerzas. Sonaba como una niña, de eso estaba segura. Tan segura como podía estar de un delirio o un chisme, de algo que escuchó de alguien más. Aunque pensándolo bien, la voz parecía venir de cerca.

Levantó su Beyblade para inspeccionarlo de cerca, frente a sus ojos, dejando que la tenue luz del ambiente lo iluminara.

Yo sé.

Parpadeó. Grave error. Al abrir los ojos de nuevo, tras esa fracción de segundo, se encontró a si misma cayendo al vacío, rodeada de nubes grises y vientos que la empujaban y atraían a voluntad, como una hoja en el viento. Gritó, con todas sus fuerzas, pero el viento era más fuerte que su voz. Súbitamente, sintió como algo se prensaba de su tobillo. Desde el rabillo de su mirada, pudo vislumbrar algo subiendo en espiral por su pierna; lucía como una pequeña lombriz, un gusano. Sin embargo, a medida que iba subiendo por su cuerpo, se hacía más grande; para cuando llegó a su cintura era una serpiente y para cuando se había enredado en su pecho tenía el tamaño de una anaconda.

La morena se sintió morir cuando llegó a su pecho, pues era un dragón de tamaño descomunal, o mejor dicho la sombra de uno, pues las luces aún no le permitían vislumbrar sus facciones por completo. Aún prensado a su cuerpo, la bestia abrió sus fauces y se alejó, lo suficiente para que la muchacha pudiese admirar sus monstruosos colmillos. Al menos por un segundo, antes de que cerrara sus fauces sobre su cuello.

Despertó sobresaltada, como la mañana anterior. Y en el suelo, igual que la mañana anterior. ¿Cuándo fue que llegó a su casa?

Pero igual que el día anterior, el mundo no esperaba. La vida tampoco. En cuestión de dos o tres zancadas, ya estaba de vuelta en la central de abastos. De nuevo rodeada de las mismas caras, las mismas personas, los mismos ladrones. Los mismos cangrejos en la misma cubeta de conformidad arrastrando hacia abajo a aquellos que aspiraban a algo más, derrumbándose unos sobre otros, alargando por solo unos segundos sus patéticas existencias y arriesgando el físico por algo tan trivial y perecedero como unas putas cebollas o unos miserables centavos.

Se sintió furiosa. Esa era la emoción que más se había incrustado en su alma. La furia cuando la echaron de casa de sus padres, cuando falló el examen de admisión en la universidad, la furia de cuando sus solicitudes de empleo fueron rechazadas una y otra vez, de cuando no podía completar la renta del mes.

Se quitó el delantal y lo arrojó al suelo. Daba la casualidad de que, aunque en cualquier otro día nunca se hubiera parado ahí, el calvo la vio marcharse y comenzó a gritar una infinidad de cosas con esa estúpida voz suya, siguiéndola a la velocidad que le permitían sus cortas y regordetas piernas. Ella solamente le mostró su dedo favorito en respuesta.

Era como si una fuerza ajena se hubiese apoderado de ella; antes de darse cuenta estaba montada en la burra con dirección a Toluca y durante toda la hora y media que duró el viaje, cientos de voces se agolpaban en su mente.

"¿Quién te crees que eres?" "¿Vas a dejar botado tu trabajo para ir a jugar a los trompos?" "No eres nadie." "Nunca serás nadie." "Da media vuelta y regresa a tu mundo."

Pero realmente solo había una de esas voces a la que ponía atención.

Yo sé quién eres.

El Estadio Nemesio Díez era gigantesco. O quizá no lo era tanto. Ella nunca había salido de su ciudad, entonces era difícil saber cómo era este lugar en comparación con otros. Caminó a la enorme fila de registro como si alguien más controlara sus piernas. Ni siquiera sintió las 2 horas que le tomó registrarse. En algún momento alguien había puesto un pin con el número 238 en su blusa y le dieron instrucciones para pasar al interior del recinto.

Este era un estadio de fútbol, pero había sido acondicionado a la perfección para el evento. El suelo había sido cubierto por una lona azul y había beyestadios a lo largo y ancho del lugar. Las gradas habían sido ocupadas por espectadores y fans de los participantes. No estaban ni siquiera cerca de la máxima capacidad del recinto, pero ella realmente no esperó ni de cerca ver a tantas personas. Había un muy improvisado escenario en el centro del campo de juego. Bastaba para una mesa de directivos y jurados donde descansaba un pequeño trofeo: Estado de México – Campeón Regional.

Durante las primeras rondas, su cuerpo se movía por su propia cuenta. Era como si su mente se hubiese quedado en las nubes y alguien más moviera los hilos. En su cabeza y de sus labios solo formulaba tres palabras.

— ¡Let it rip!

Su estrategia era una muy simple: acabarlos a todos. En cada encuentro, lanzaba su Beyblade con una fuerza descomunal al beyestadio y, sin importar de quién se tratara, la batalla terminaba en segundos. Su Beyblade se movía como una extensión más de su cuerpo, como sus puños al pelear; rápidos, certeros y poderosos. Perdió la cuenta de cuantas batallas había tenido, así como del paso de las horas. Solo atinó a adivinar que el tiempo había pasado porque su estomago comenzó a gruñir, recordándole que no había desayunado y que fácilmente habían pasado diez horas desde que despertó.

Tras la última de sus batallas, fue a sentarse un momento y recuperó un poco de control sobre su cuerpo. Lo suficiente para sentir un horrendo calambre en sus piernas y brazos. Había estado beybatallando todo el día, y su cuerpo comenzaba a resentirlo.

— Mira nada más a la otra finalista. — Se escuchó una voz cercana. Un grupo de chicos, quizá unos años menor que ella se acercó. Todos ellos lucían iguales; de piel bronceada por el sol y ropa de marca, con sonrisas burlonas. Ella conocía a este tipo. — No puedo creer que alguien de tu clase haya llegado tan lejos.

— Ya la tienes ganada, Ramón. — Añadió otro de los muchachos. Ella realmente no tenía la paciencia ni la buena voluntad de lidiar con estos pseudo-maleantes. Se levantó, sufriendo solo un poco el cambio súbito de posición en sus extremidades.

— Sabes, te haré un favor. — Comenzó el primer finalista. De su bolsillo sacó un puñado de billetes y se los extendió a su oponente. —No tienes oportunidad contra un beybatallador experimentado como yo. Abandona la batalla y todo esto será tuyo.

Se vio bastante tentada a tomar el dinero. Fácilmente eran cerca de quinientos pesos, mucho más de lo que había gastado para venir aquí. Podía tomarlos. Era dinero seguro, no como el del premio, que estaba condicionado a su victoria. Podía volver a Ecatepec, rogarle al viejo por su empleo, usar ese dinero para pagar la renta y un poco de comida. Podía abandonar esa fantasía estúpida de salir de su realidad y buscar otra vida. Podía volver a donde pertenecía.

¿Pero entonces por qué caminaba hacia el beyestadio?

— ¡Bien, damas y caballeros! —Exclamó el anfitrión, a través del alto parlante que retumbaba a través de todo el estadio. — Este es el momento que todos esperábamos. ¿Quién representará al Estado de México en la final nacional de Beyblade? Por un lado tenemos a Ramón Noriega, de Toluca. Y del otro-

¿Quién era ella?

Yo sé quién eres

Si, ella lo sabía.

Doscientos treinta y seis. Doscientos treinta y siete. Doscientos treinta y ocho. Era el número de escalones en la Pirámide del Sol. Los subió todos cuando era niña, en otra época. La época en que no tenía las preocupaciones de ahora. Cuando su tía la había invitado junto con sus primos de vacaciones a Tenochtitlan, a ver las pirámides antiguas del Sol y la Luna. Era temprano en la mañana y ella había subido todos los escalones. Allá arriba, en lo alto, podía verlo todo, y también estaba lejos de todo. Lejos de las peleas de sus padres, o de los disturbios de su barrio. Lejos del crimen y la injusticia. Lejos de la gente que la juzgaba por su ropa o su casa, o su nombre.

Ahí arriba, temprano en la mañana, la vio. Vio ese rayo de luz descender del cielo y tocar la punta de la pirámide, tocar su mano y viajar al Beyblade con el que jugaba con sus primos.

— Yo sé quién eres… —Había murmurado ella misma. Esa voz era su voz.

Y yo sé quién eres tú — Respondió otra voz, grave pero clara, reverberando en lo más profundo de su alma.

— Yesenia Nohemí Tapia, de Ecatepec. — Anunció finalmente el anfitrión, de vuelta a la realidad. — Jugadores; preparados, listos…

— ¡Let it Rip! — Gritaron ambos al unísono, lanzando sus Beyblades al tazón.

El Beyblade del oponente era gigantesco, de color verde. Fácilmente era dos veces del tamaño del de Yesenia. No obstante, el de Yesenia comenzó a golpear al del oponente sin piedad, una y otra vez en el centro del escenario.

— Vaya novata. Gastando tu energía apenas empezamos. — Exclamó Ramón, sonriendo de oreja a oreja. — ¡Te mostraré cómo se hace!

— ¡No me mostrarás ni madres! — Exclamó Yesenia, mientras la vida volvía a sus ojos. Sentía el calor esparcirse desde su pecho a cada extremidad de su cuerpo. Estrujó su lanzador en su mano izquierda y con la derecha lanzó un puñetazo al aire. — ¡Vamos Tzalco!

El Beyblade de Yesenia destelló una luz verde, casi imperceptible, antes de apartarse del oponente. El movimiento tomó desprevenido a Ramón, quien se había lanzado al ataque y fallado miserablemente. El Beyblade blanco giró alrededor de su oponente por un rato, acumulando velocidad, yendo cada vez más rápido.

—Toma tu dinero. —Comenzó Yesenia, antes inclinarse hacia al frente, con la mirada fija en los ojos del oponente. —Y métetelo por el trasero. ¡Dale con todo, Tzalco!

Finalmente, el Beyblade blanco salió en carrera al extremo del tazón, y con su mismo ímpetu saltó varios metros al aire. Todos los presentes miraron absortos el movimiento, con grandes ojos atentos. Al cabo de segundos, el Beyblade de Yesenia cayó en picada, de vuelta al beyestadio y sobre el Beyblade oponente, acertando un golpe brutal. El Beyblade verde salió disparado del tazón, separado en sus componentes más básicos, ante la mirada estupefacta del dueño.

— ¡Tenemos ganadora! —Anunció el anfitrión, apuntando a la chica con su mano derecha. — La campeona del Estado de México y representante en el torneo Nacional: Yesenia Tapia.

La multitud estalló en aplausos y gritos, y Yesenia sintió como su cuerpo la traicionaba y esbozaba una sonrisa. Decidió dejarse llevar y comenzó a saltar de alegría. Llamó a su Beyblade de vuelta, y este saltó a su mano derecha. Lo levantó a lo alto; esta cosita era su boleto de salida. Era su oportunidad de ser algo más. De ser alguien más.

— Tú y yo, Tzalco. Contra el mundo.