429 pastillas
Hessefan
Disclaimer: ¿Se imaginan si Bleach fuese mío? Qué horror. Todo de Tite Kubo.
Me costó muchísimo plantear éste fic… adoro a Ryuuken y me parece un padre excelente que quiere demasiado a su hijo, que pretende mantenerlo alejado de las guerras, que se preocupa a su manera por él. Así que por todo esto me ha costado horrores plantearlo como al "malo". Esto no tiene lemon, pero sí situaciones sexuales, por eso lo catalogué como M.
Tenía todo lo que un chico de su edad podía desear: Un apartamento propio, una carrera que adoraba cursar, las mejores notas, amigos y una pareja que le rendía tributo como si de un dios mortal se tratara. Todo era perfecto con él, o casi todo. ¿para qué mentirse? Discutían, como cualquier pareja normal, tenían sus momentos de quiebre, hubo rupturas y distanciamientos, pero habían aprendido a sobrellevar la relación.
No por nada durante tantos años habían sido "enemigos", eso les ayudó a limar asperezas para en el presente disfrutar de una sólida relación. Entonces ¿qué estaba mal? ¿Por qué no podía confiar plenamente en quien siempre había confiado? Toda una ironía. Kurosaki nunca lo presionó, nunca le reprochó y siempre fue paciente, pero era lógico, algún día terminaría por cansarse; ya no eran adolescentes, ya no eran niños.
—Espera, espera, Kurosaki. —Cuando el Quincy utilizaba el apellido simbolizaba para el shinigami que la magia había acabado entre ambos.
—¿Qué ocurre? —No quiso pensar en ello, siguió besándole el cuello, enredando los dedos en la negra cabellera.
—Detente… —suplicó en un murmullo, podía sentir la dureza del otro entre las piernas.
—Sólo… déjame hacer esto, ¿sí? —Lo tenía desnudo luego de haber interrumpido su baño, nada más tenía que desvestirse él y todo estaría perfecto.
Ishida lo permitió, había estado innumerables veces así con él, incluso se habían duchado juntos y hecho tantas cosas en la cama… salvo "eso".
—Kurosaki… —murmuró cuando lo vio acercándose por el tatami, gateando y con la excitación a flor de piel.
El contacto fue insoportable, la inminente amenaza que representaba el pene de Ichigo entre las nalgas lo llevó a intentar alejarlo, pero Kurosaki quiso quebrar de una buena vez esa barrera que siempre le imponía el menor.
—¡No! ¡Kurosaki!
El mentado se alejó notando la turbación en el chico.
—Tranquilo, soy yo —lo tomó entre sus brazos pero Uryuu forcejeó con él como si se tratara de algún monstruo—; no te voy a hacer daño, Uryuu, soy yo… —recriminó con dolor—. Confía en mí.
Poco a poco Ishida logró serenarse observando los ojos marrones de su pareja y ese reproche tácito en ellos, lo sabía, comprendía que de su parte era una estupidez; intentó disculparse sintiendo y sabiendo que ya lo había hecho demasiadas veces.
—Perdóname, sabes que me cuesta, yo…
—Lo sé —asintió con seriedad—; lo entiendo, no te voy a forzar, pero… —silenció, durante ese medio año había tratado de ser delicado con el sentir del Quincy.
—Ya sé, soy un idiota… Sé que tengo edad…
—No entiendo por qué tanto miedo, o sea… te va a doler, tal vez mucho, pero si no quieres podemos parar y…
—Ya —lo silenció con un tenue beso.
—¿Qué vamos a hacer, Uryuu? —consultó con un ligero mohín de tristeza.
El Quincy parpadeó. Si no hacía algo pronto para resolver ese inconveniente terminaría perdiéndolo; a él, a quien luego de una turbulenta amistad en la adolescencia reconocía que hoy en día era lo que siempre había querido, a la clase de persona que siempre había anhelado tener a su lado.
—No sé… —respondió e Ichigo salió del lugar buscando las prendas—. Si quieres —propuso— puedo mamártela…
—No es la solución —no quiso decir lo evidente, de todos modos lo hizo—: Necesito más de ti, todo éste tiempo yo…
—Lo sé. —Una lágrima descendió por la mejilla, elevó la mano para acariciar la espalda del shinigami.
Éste notó el tono distinto en la voz de Uryuu, no tuvo intenciones de hacerlo llorar. Volteó para tomarlo entre sus brazos de nuevo y susurrarle.
—Te quiero, lo sabes —dijo y el Quincy asintió—, y estoy dispuesto a esperar todo lo que haga falta, pero… tú también esfuérzate un poquito.
—¿Qué quieres que haga? —preguntó con un deje de fastidio.
Él no era así porque quería, a él tampoco le agradaba esa situación y ansiaba poder borrar esos miedos tontos para poder estar con su pareja. Desde ese día Ishida aceptó ir a ver un especialista, tratar de conversar del tema con un psicólogo y ver si de esa forma podía solucionar el terror que experimentaba ante la posible penetración anal.
No fue fácil, para nada. Tener que hablar con un completo desconocido, con un hombre mayor sobre sus problemas en la cama había sido una de las pruebas más difícil de superar para alguien tan reservado como él. Y no dejaba de serlo por muy facultativo que fuera el otro. Intentó ser sincero con su doctor, pero tenía límites, a veces prefería omitir detalles o quedarse con la vaga sensación de que los recuerdos eran sólo fantasía.
(…)
Kurosaki lo observaba con una ligera sonrisa en los labios, el Quincy estaba muy entretenido en terminar la preparación de la cena como para prestar atención al gesto, pero las palabras del shinigami lo llevaron a reparar en él.
—¿Estás seguro?
—Sólo si quieres. —Se ajustó los lentes, nervioso, le había costado horrores proponérselo por temor a una negativa—. Estás todo el tiempo aquí, sólo faltan tus cosas.
—Bueno —concedió cruzándose de brazos—; pero con la condición de que pongamos teléfono, no puedo vivir incomunicado con la sociedad.
Ishida sonrió y asintió recibiendo a cambio un beso y más tarde un abrazo. Ichigo no entendía muchas cosas de Uryuu, desde que lo conoció había sido un chico raro, pero eso de vivir ajeno a la sociedad era algo que con el tiempo no se le había quitado. Le costó horrores convencerlo de usar el celular que en el cumpleaños pasado le había regalado, ni hablar de otros lujos: Ishida no tenía televisor, mucho menos computadora.
Eso no era problema para Ichigo, él sí poseía todos esos bienes, al mudarse con Uryuu tan solo debía llevarlos. Era un gran paso, sin duda, todo podía salir muy mal como muy bien, pero si nunca lo intentaban nunca lo sabrían.
El departamento de Uryuu era pequeño, no obstante suficiente para ambos; él no trabaja, sólo estudiaba, y eso siempre fue un enigma para Kurosaki, ¿cómo se las ingeniaba para subsistir con los trabajos de manualidades que hacía? Claro que esa incógnita fue revelada cuando conoció la existencia de Ryuuken.
Con una pizca de envidia pensaba que para él la vida no sería tan sencilla, Isshin jamás le pagaría un departamento, en primer lugar porque no gozaba con ese capital y en segundo porque lo conocía, no tendría esa clase de consideración o mimo.
Por fortuna él sí tenía un empleo de medio tiempo en el bar dónde Sado tocaba con su banda, así que estarían bien mientras el departamento siguiese siendo pagado por el papá de Uryuu.
—Ishida —la costumbre de llamarlo por el apellido volvía de vez en cuando— tu papá, ¿te compró éste departamento o te lo alquila?
El aludido dejó los platos sobre la mesa con cierta dureza.
—¿Por qué me preguntas?
—Tengo curiosidad, quiero saber si… —arqueó las cejas, sabía lo mucho que le molestaba al Quincy hablar del padre, de hecho era el único tema que como pareja no tocaban—. ¿Qué sucede?
—Nada, es que no entiendo a qué va tu pregunta. —Dejó la fuente sobre un apoyador—. Siéntate que está la cena.
—No me respondiste. —Ocupó el lugar frente a él—. Ey, sé que te molesta hablar de él, pero no te estoy preguntando algo íntimo.
—Bueno, pero para mí sí lo es —dijo con furia mal disimulada, comenzó a servirle a su pareja con un ligero temblequeo en las manos—, te he dicho mil veces que detesto hablar de ese tipo.
—Ese tipo es tu papá. —El cucharón cayó con estrépito dentro de la fuente haciendo salpicar el contenido de la misma—. Ey, tranquilo —el shinigami frunció la frente—; quiero saber, porque si vamos a vivir juntos hay que afrontar gastos, ¿no te parece?
Ishida soltó un suspiro y se masajeó la nuca, tomó aire y con la mirada perdida trató de disculparse.
—Lo siento —volvió a tomar el cucharón para continuar sirviendo—. Me lo compró, pero todavía lo está pagando.
—¿Cuántas cuotas quedan?
—Creo que… —trató de hacer memoria— dos años… sí, quedarán dos años o menos. Son cuotas bajas a largo plazo. Lo compró hace más de seis años así que calculo que quedaran menos de dos para terminar de pagar —concluyó más decidido—. ¿Podemos comer y dejar de hablar de él?
Ichigo, resignado, negó con la cabeza, no estaban hablando de él, simplemente del departamento. ¿Qué condenado problema tenía con su padre? Nunca podían nombrarlo, parecía ser una palabra prohibida.
Desde que lo conoció nunca lo había mencionado, hasta que después de la Guerra de Invierno la presencia de Ryuuken no pasó desapercibida para su círculo social, por mucho que se empecinara en ocultar la obvia existencia de un progenitor.
—¿Cómo te está yendo con el terapeuta?
Ishida elevó la mirada y asintió con la cabeza susurrando un "bien", apenas audible. Kurosaki se concentró en el plato murmurando un "está delicioso, como siempre", para luego consultar por la universidad, Ishida pareció volver en sí con esa pregunta y comentó que tenía un examen en los próximos días.
Ichigo odiaba eso: cuando un parcial estaba cerca Uryuu parecía entrar en crisis, lo único que hacía era estudiar y su humor era insoportable. Al principio le causaba gracia el detalle, es decir, en el colegio siempre había sido quisquilloso con las notas, no por nada era el alumno número uno, pero la universidad era otro cantar, allí para ser el número uno había que quemarse las pestañas y el cerebro de verdad, cosa que Ishida hacía, al borde de la obsesión.
Los días previos al examen eran sagrados, Kurosaki parecía no existir para él. Kurosaki y toda la humanidad, podía acontecer cualquier suceso, pero nada interrumpía los estudios del Quincy. Incontables fueron las veces que el shinigami le reprochó semejante fanatismo, pero con el tiempo aprendió a callar y aceptar esa faceta de él.
(…)
Final de mes, el examen de la universidad estaba realmente cerca, a tan sólo dos días. Kurosaki estaba de notable buen humor pues era día de cobro. Llegó al departamento saludando con un beso en la mejilla a su pareja; hacía una semana que convivían y a decir verdad no era tan distinto a antes, lo bueno es que ahora tenía sus pertenencias allí y no necesitaba ir hasta su casa para buscar algo que hubiera olvidado.
Lo vio perdido entre libros, hojas y apuntes, el lápiz jugaba sensualmente entre los labios, le encantaba verlo así, tan serio y concentrado como si en vez de estudiar estuviera analizando detenidamente los puntos débiles de un enemigo.
—¿Comiste? —Ishida no le respondió, murmuró algo sobre la revolución y negó con la cabeza. Kurosaki lanzó un suspiro, seguro que no había hecho otra cosa más que estudiar desde que se había levantado—. Me haré un té, ¿quieres? —El Quincy sólo asintió tomando con rapidez uno de los libros para cerciorarse de algo importante. El lápiz garabateó sobre la hoja—. Hoy cobré, podríamos salir…
—No me interrumpas, Kurosaki.
—Bueno, hice el intento. —Sonrió levemente, siempre hacía el intento y siempre recibía el mismo silencio del otro lado.
Lo amaba así y no lo cambiaba por nada.
Dejó la tetera sobre la hornalla pidiéndole que cuidara de que no terminase con el agua evaporada, aun sabiendo que pese a la afirmación del Quincy éste ignoraría el silbido de la misma. Fue al baño para darse una ducha rápida de cinco minutos y así quitarse el cansancio del cuerpo, de paso se colocaría el pijama sin sentir que lo hacía sobre la mugre de la calle impregnada en la piel.
Se estaba vistiendo cuando el timbre del teléfono sonó, continuó con los pantalones y más tarde la camiseta, pero al cuarto timbrazo salió del baño a medio vestir. Le dedicó una mirada furibunda a su pareja al pasar a su lado.
—Ishida, está sonando el teléfono —reprochó sin recibir nada a cambio, ni siquiera una mirada—. ¿Hola? —respondió—; ah, señor Ishida, buenas tarde, sí… —guió la mirada hacia donde Uryuu estaba sentado— está aquí. —El Quincy, ahora prestándole entera atención a su novio, negó desesperado con la cabeza rogándole en una mímica de labios que le dijera que no estaba, Kurosaki tapó el receptor del teléfono para reprocharle—: Pero ya la dije que estás aquí.
—No me importa, dile que no estoy.
Ichigo chistó comenzando a sentir que la paciencia que solía tenerle a los caprichos de Uryuu se había ido de vacaciones; pensó en algo rápido y tomó el tubo meditando las palabras.
—Ah, señor, lo siento… creí que estaba. Yo recién llego y me fui a bañar, pero debe haber ido a comprar, ya debe estar por llegar. —Uryuu le dedicó una mirada de desaprobación. ¿Qué otra cosa podía hacer o decir?—. ¿Quiere que le diga algo? Bien, adiós.
El chico de gafas respiró más aliviado, dejó de tensar los músculos y volvió a tomar el lápiz para concentrarse en la hoja aunque fuera algo prácticamente imposible de hacer.
—Dijo que lo llames. ¿Puedo saber qué te pasa? —Bueno, lo sabía, pero eso ya era el colmo.
—¿Y yo puedo saber por qué le diste el número?
—Yo no se lo di —negó el shinigami—, lo debe haber averiguado por su cuenta. Y en tal caso ¿qué importa?, es tu papá, debería tenerlo.
—¡Me importa una mierda que sea mi papá!
—Tú, Quincy, estás jodido —lo señaló con el dedo— ; tienes un jodido problema, eh. —Fue hasta la tetera, esta silbaba sin agua—. No entiendo porque te niegas, él…
—¡Ya lo dijiste, es MI problema! ¡No quiero atenderlo, punto! ¡Me importa un carajo lo que opines al respecto!
—¡Eres un pendejo egoísta con él! ¡Te paga el departamento, al menos recibe sus llamadas, ¿no te parece que es lo mínimo que puedes hacer?!
Ishida se puso de pie, lo tenía tan cerca a Kurosaki, escasos metros de la cocina, que lo único que pudo hacer y le nació fue darle una trompada, un tonto forcejó dio comienzo. Ichigo trató de tranquilizarlo, no era para tanto, no era razón para ponerse así, tan alterado. Comprendía que los exámenes lo ponían nervioso, pero eso ya era demasiado. Para colmo ahora rompía en llanto. Intentó calmarlo, sin justificar tamaña reacción.
Es que para Uryuu los recuerdos eran muy recientes, pesaban como una mochila de concreto y lo mellaban por dentro.
Era un niño en ese entonces...
Recordaba que llevaba entre las manos temblorosas el cuaderno con las notas. Quiso huir, pero sabía que no podía, Ryuuken tarde o temprano lo hallaría, por otro lado dilatar lo inevitable, llegar tarde a casa, sería a la larga o a la corta mucho peor.
Miró por enésima vez las notas, odiando a ese maldito número que empañaba todos los cien. Ingresó tratando de no hacer ruido con la puerta, pero no hizo falta el empleo de tanto sigilo, su padre ya lo esperaba sentado en el sillón.
El hombre observó el reloj de pulsera con una seriedad abrumadora estampada en el rostro.
—Llegas tarde, ¿cuántas veces te he dicho que no quiero que te quedes dando vueltas por ahí?
—Lo siento —bajó la vista, estrujando el cuaderno entre los dedos.
—A ver —pidió con rudeza, dedicándole una mirada a dicho objeto que se retorcía entre los dedos de su hijo.
Dejó el cigarrillo sobre un cenicero y aceptó el cuaderno que con duda Uryuu le cedió.
No caminó, apenas se estiró para hacérselo llegar, como si tomar una distancia fuera suficiente para evitar los gritos de su progenitor.
—84 —musitó Ryuuken con serenidad, con esa calma que antecede al huracán.
—Lo siento, papá, yo —intentó hablar, en ese entonces le decía papá.
—¿Qué pasó? —investigó con aspereza, la furia impresa en cada palabra—. ¡¿Qué pasó, Uryuu?!
—N-no sé, m-me distraje. —Elevó los hombros, tratando de contener el llanto, cerró los ojos por reflejo cuando su padre le volvió a gritar.
—Siempre te digo que prestes atención, que no te distraigas —negó, para continuar sin piedad—: Eres un idiota. Vas a empezar la secundaria alta, no puedes… —No completó la frase pues el detalle de la entrepierna de su hijo humedeciéndose le privó de toda queja; vio el pequeño rió correr, los pantalones empapados y un ligero charco formado en el suelo. Suspiró, cerrando por un breve intervalo los ojos, se quitó los lentes frotándose los ojos y extendió la mano—. Ven aquí, Uryuu —el tono ya no era de enfado, sin embargo el chico permaneció, trémulo, en el lugar—, ven aquí —apremió. Estiró más el brazo para alcanzarlo y lo jaló hasta sentarlo a su lado—. Mira cómo me pones —regañó, tratando de sonar conciliador, lejos de lograrlo. Uryuu seguía sin mirarlo, sin hacer otra cosa más que perder la asustada mirada a un punto fijo, al entramado del suelo. Esa sería la última vez que le mostraría miedo a su padre, luego ese miedo sería suplantado por asco—. Pídeme perdón, Uryuu —exigió, pero su hijo se mantuvo estático—. Pídeme perdón —volvió a demandar, pero esta vez tomando la menuda cabeza del chico. Uryuu comprendió lo que tenía que hacer, en qué consistía el "perdón". No obstante jamás había llegado tan lejos, vio ante sus ojos como su padre bajaba el cierre del pantalón. Lloró cuando los labios alcanzaron la dureza del pene, abrió la boca aguantando la respiración y engulló el falo tratando de hacerlo lo mejor posible para evitar la furia del hombre, hacerlo enojar no era algo saludable, nunca lo era. Sintió el líquido escurrirse en la boca, la ligera turbación de tragar algo desconocido y ajeno, pero si su padre no se lo impedía y en cambio le obligaba, no debía ser algo tan dañino como temió—. Eso es, así… —Ryuuken cerró los ojos y llevó la cabeza hacia atrás, pero cuando todo terminó intentó incorporar el cuerpo menudo de su hijo—. No llores —rogó—. Ve a cambiarte.
Pero Uryuu no hizo caso a la petición de no llorar; pese a que no lo hacía con lágrimas, desde ese entonces jamás dejó de hacerlo, en silencio. Escondió la mirada durante todo el día, leoesquivó en la cena y cada vez que le hablaba. Esa noche, cuando se levantó a media madrugada para ir al baño oyó que su padre lloraba en la sala. Le tuvo aprensión, aunque quería saber por qué lloraba no juntaba el coraje necesario para enfrentarlo, no aún. Trató de guardar distancia, trató de esforzarse en los estudios y sacar las mejores notas. No le gustaba que su padre se enojara, no le gustaba tener que pedirle perdón por ello, ni tampoco le gustaba que llorase por su culpa.
Ishida volvió en sí alejando de su mente el pasado para concentrarse en el presente, se quitó las gafas y se secó las lágrimas, enfocando poco a poco la vista en el rostro de Kurosaki, le sonrió… qué bueno era tenerlo a su lado.
—¿Qué te pasa, Ishida? —fue un murmullo que el Quincy prefirió ignorar.
—Lo siento —susurró, estaba cansado de pedir perdón—. ¿Quieres salir hoy a la noche? —cedió, arrepentido.
—¿No tienes que estudiar? —consultó con notable molestia por el detalle.
—Sí —era cierto—, no quiero desaprobar.
—No vas a desaprobar, con todo lo que estudias —elevó la mano y le acarició la mejilla—; no necesitas sacarte siempre cien, no vas a perder la beca.
—Ya lo sé…
Quiso dejar el tema zanjado, cerró los libros, acomodó los apuntes apilándolos y fue a darse una ducha, esa noche saldría con su novio, irían al cine o a cenar afuera, aunque no lograra quitar de la mente el examen haría el intento de pasar unas horas junto a él y distenderse, era lo mínimo que podía hacer por Ichigo después de tener que soportarlo.
(…)
Durante toda la semana había estado lloviendo, una garúa finita y constante que humedecía todo lo que tocaba. Le agradaban esos días… porque a Ryuuken no le gustaba salir bajo la lluvia.
Primeros días del mes, recibiría la visita de él.
Le consultó a Kurosaki sobre la posibilidad de dejar de depender de su padre, pagar entre los dos lo que faltaba del departamento, hicieron números y no alcanzaba. Uryuu se propuso buscar empleo sin descuidar los estudios, algo imposible teniendo en cuenta que Ishida era un obstinado.
—No para de llover —se quejó el shinigami cambiando de canal, el televisor tuvieron que ponerlo sobre la cómoda porque ya no había espacio por la computadora.
—¿Mañana trabajas? —Dejó la aguja dentro del costurero y le extendió el pantalón recibiendo un "gracias" por el trabajo a cambio.
—Sí. —Se puso de pie doblándolo para guardarlo en el cajón.
—Mañana me dan la nota.
—Seguro que te fue bien —consoló, era imposible pensar lo contrario—. No estés nervioso, seguro que aprobaste. —Eso no quería decir que con cien, pero irrefutable que después de tanto estudio todo estuviera más que bien.
—Si me saco cien, ¿vamos a festejar?
—¿A dónde quieres ir? —Ponía las manos sobre el fuego por ese cien, Uryuu nunca sacaba menos y si sucedía, oh, Dios, piedad.
—Podríamos invitar a los chicos e ir al karaoke.
—Pero a ti no te gusta el karaoke. —Acarició la barbilla del Quincy. Sentado en la silla Uryuu se dejó llevar por el mimo.
—No, pero sí me gusta estar con mis amigos.
Kurosaki asintió, él se encargaría de comunicarse, un simple mensaje de texto; Inoue y Sado nunca decían que no a una salida en grupo, aunque fueran avisados sobre la fecha, dejaban todo por reunirse.
—¿Cómo te está yendo con el terapeuta?
Ishida recordó, se puso de pie con un semblante enrarecido.
—Me pondré a hacer la cena —masculló yendo hasta la cocina para tomar las verduras y el cuchillo—. Bien —respondió finalmente.
—¿Qué pasa?
—No, es que… —lo miró con gravedad, mezcla de confusión y duda— olvidé contarte.
—¿Qué cosa? —Se acercó más a él, preocupado.
—Me derivaron con un psiquiatra.
Ichigo enarcó las cejas, trató de no mostrar sorpresa, pero no pudo evitarlo. Él no entendía mucho del tema, jamás había ido a un psicólogo y aunque nunca se lo manifestó a Ishida, tampoco creía mucho en ellos. Entonces ¿era malo o bueno que lo hubieran derivado a un psiquiatra?
—No entiendo, ¿cambias de médico?
—No, es una interconsulta —explicó lavando las verduras para quitarles la tierra. Se rascó con la mano mojada la espalda, comenzaba a sentirse nervioso; como si las sospechas de que estaba loco se confirmaran con ese pormenor.
—¿Y… para qué? —No supo cómo preguntarlo—. ¿Cuándo tienes que ir a verlo?
—Ya tuve sesión. —Tomó aire y le dio la espalda para concentrarse en la preparación de la comida.
—Ya tuviste —casi reprochó, se había tomado su tiempo para "recordar" comentarle.
—Sí, y bueno —la parte difícil—, me recetaron pastillas.
Un silencio pesado se interpuso en el medio. Kurosaki tomó aire, supuso que el detalle de que le recetaran pastillas mínimo le debía poner incómodo, pudo ver en sus ojos azules una pizca de vergüenza o tristeza.
—¿Cuál es el problema? —Le sonrió e intentó simular, hacer de cuenta que era algo normal.
—Son caras.
—Podemos pagarlas. —No le interesaba conocer el precio, si en verdad las necesitaba las pagarían—. ¿Y cómo es el tema?
—Una por día, antes de dormir. —Juntó coraje para mirarlo y hablar del asunto de frente, el terapeuta le había aconsejado conversar del tema con su pareja.
—Bien. —La pregunta la tenía en la punta de la lengua, pero no se atrevía a formularla. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué necesitaba pastillas? Uryuu pareció adivinar ese cuestionamiento en la mirada del chico de pelo naranja y, secándose las manos con la servilleta de tela, procedió a intentar explicarse.
—Es un antidepresivo —el otro asintió, con formalidad primero, pero haciendo un esfuerzo para sonreírle, Ishida agradeció el gesto en su interior—, es un tratamiento para los trastornos obsesivo-compulsivos —giró para comenzar a cortar las verduras y agregó—: y ataques de pánico con agorafobia.
—Bueno, bastante completo.
—Debes pensar que estoy loco —dijo al fin, una risilla de lástima escapó de sus labios.
Sintió los brazos del shinigami enredándose en la cintura.
—Siempre lo supe y siempre lo pensé —dijo con gracia, besándole la nuca—. Te amo, Uryuu, eso nunca va a cambiar.
—Gracias —murmuró con honda sinceridad.
Kurosaki tomó distancia para permitirle hacer la cena y acomodando la mesa volvió a la carga, con suma naturalidad, pues sentía en verdad que el tema ya estaba masticado por ambos.
—¿Ya te las compraste?
—¿Eh? —Cayó en la cuenta tarde de que hablaba de las pastillas—. No, iba a hacerlo. —Él no tenía dinero, dependía de su padre y de Kurosaki muy a su pesar, razones más que obvias para desesperarse por empleo.
—Mañana antes de irme al trabajo te dejo el dinero sobre la mesa, así las compras. —Ishida volteó y vio una sonrisa que fue reconfortante.
—Bueno, y también necesito para el cerrajero, la puerta se traba con tu llave y un día de estos te vas a quedar afuera.
—Sí —concedió tomando los platos de la alacena.
—Y… —le costaba pedirle, sentía que se estaba aprovechando de él—. Yo, bueno… pedí prestado para pagarme la matricula y mi compañero necesita el dinero porque la madre está internada y…
—¿Cuánto es? No me queda mucho…
—Yo te lo devuelvo, cuando consiga empleo.
—¿Otra vez con eso? —Tomó con ambas manos el rostro del pelinegro y le besó la frente—. No hace falta.
—Sí que hace falta, Ichigo, tenemos muchos gastos. Con tu sueldo estamos bien, pero vamos a necesitar…
—Lo que no entiendo —interrumpió, hablando con soltura—, es como te las ingeniaste hasta ahora para sobrevivir sin mí.
Quiso decirlo con gracia, sin ánimos de ofenderlo o minimizarlo, pero era verdad, si antes él no contaba con ese dinero, ¿cómo se las arreglaba? Los trabajos de manualidades no podían ser una fuente grande de dinero.
Ishida silenció, Kurosaki notó sin demasiada dificultad que otra vez había metido la pata. Dejó el tema de lado y lo distrajo conversando sobre la salida que tendrían al otro día.
(…)
Cuando Ishida tomó la primera pastilla creyó que su vida se solucionaría de ahí en más, obvio que eso no sucedería por obra de la medicación, pero al menos era un paso para tratar de mejorar. El problema era que seguía siendo reservado, había cuestiones de las que no conversaba con su terapeuta. Lo que le había hecho su padre era un tema que no tocaba, de hecho nunca se lo había contado a nadie.
Ya a seis meses de iniciar el tratamiento y con un empleo en una mercería las cosas parecían marchar en un cauce natural, sin embargo la figura de su padre seguía presente, eso era inevitable, el vínculo existía y era algo que muy a su pesar no podía cortar con sólo ignorarlo. Una vez al mes, al menos, tenía que verlo, y más allá de haberlo evitado con éxito, tarde o temprano tendría un encuentro cara a cara con él.
Su Leviatán.
El día menos pensado se apareció en la puerta, lo vio a través del pequeño ventanal del costado y se mantuvo escondido tras la puerta. Kurosaki apareció en la sala alertado por la insistencia del timbre, debajo de la arcada que dividía el cuarto con la cocina comedor lo miró con un gesto de interrogación en el rostro.
Uryuu elevó un dedo y clamó por silencio.
—Es él —murmuró.
—Por favor, Uryuu. —Negó, harto de todo ese circo, lo corrió de un empujón y abrió la puerta.
—Sé que me hijo está —fue lo primero que dijo el doctor al ver al shinigami—, siento su reiatsu.
El joven asomó lentamente la cabeza, dejándose ver.
—¿Qué quieres, Ryuuken? —Lo miró con algo de hostilidad, ajustándose los lentes.
—Saber qué es de tu vida —respondió con tono obvio—. Hace casi seis meses que no sé nada de ti.
—Estoy bien.
—Veo. —Miró al shinigami de arriba abajo, dejó caer el cigarrillo que aplastó bajo el pie.
—¿Quiere pasar? —invitó Ichigo no muy seguro. Ishida hijo ahogó el reproche y dio la vuelta, pero su padre se negó.
—No, gracias. Sólo venía a saber si estaba vivo. —Un deje de sarcasmo en sus palabras.
—Estuve ocupado, es todo. Conseguí empleo y con la universidad no tengo tiempo para nada.
—Mañana tengo franco —soltó de la nada— , te pasaré a buscar por la universidad.
—Mañana no puedo —mintió, y sintió la mirada desaprobatoria de su novio aunque no la vio.
—¿Entonces cuándo? —preguntó con notable fastidio para después agregar observando por un breve instante el chico de cabellos anaranjados— Tenemos que conversar sobre el apartamento.
Ishida hijo tomó aire y perdió la mirada para volver a posarla sobre su progenitor, parpadeó y se mordió los labios cual tic nervioso.
—Mañana —combinó, asintiendo reiteradas veces, más tarde tosió, se lo notaba neurasténico—; mañana después del trabajo tengo un rato libre.
Ryuuken asintió y dio la vuelta, Uryuu lo vio alejándose de espaldas. Permaneció unos minutos en la puerta, con la mirada fija hacia donde su padre se había marchado. Giró cerrando con desidia y se topó con la dura mirada del shinigami.
—No sé por qué eres tan cruel con él, el tipo será jodido, pero es tu padre, se preocupa por ti y hasta incluso te paga el departamento... —Silenció, Ishida había bajado la mirada y aferrándose a sí mismo comenzó a llorar.
Ichigo tardó en reaccionar, y sin entenderlo todavía, decidió dejar sus quejas de lado y consolarlo. Maldición, comprendía que uno podía estar enemistado con los padres, pero había un límite razonable.
De la nada Uryuu comenzó a reír, de manera luctuosa y sin dejar de llorar, colgado del cuello de su pareja.
—No sabes —una nueva risa pérfida—, lo difícil que fue conseguir éste departamento. Ese desgraciado…
—Ya, pero bueno… deberías solucionar las cosas con él de una buena vez.
Ishida negó desesperanzado y se soltó del agarre para irse con lentitud hasta la habitación, necesitaba recostarse unos minutos y alejar de la mente los recuerdos, mucho más recientes y dolorosos.
¿Cómo había conseguido que su padre le pagara ese departamento? Rió con cinismo en la penumbra del cuarto. En ese entonces era un adolescente.
No era la idea hacerlo por capítulos, pero vaya, plantear la idea lleva su tiempo; igual no creo que sean más de dos, en el siguiente lo termino.
El título del fic tiene mucho más que ver con las pastillas, pero eso lo explicaré al final (además de citar la fuente de inspiración), igual si alguien lo adivina (con conocimientos de japonés —pista—) le hago un monumento (Yageni no cuenta porque puede ser que a ella ya se lo expliqué y no me acuerdo xD)
Muchas gracias por leer, y no odien a Ryuuken.
Continúo con "Un niño" antes que la gente que lo sigue se ponga violenta conmigo ¿?, tardaré en volver con éste, pero me gustaría saber si les gusta o les parece una bazofia. Todo parecer es bien recibido.
29 de mayo de 2010
Merlo Sur, Buenos Aires, Argentina.
