Hola a todos. Soy una gran fan de las películas de Cómo entrenar a tu dragón. He escrito con anterioridad algunas historias (pues me gusta leer y escribir en mi tiempo libre) pero sólo para mí. Esta es la primera vez que comparto públicamente un escrito. Agradecería inmensamente sus opiniones y comentarios pues de esta manera sabré si darle continuidad o no, a esta historia. Mi objetivo es llenar el espacio en blanco que dejó la última película y no perder la originalidad de la historia y de los personajes, me gustaría serle fiel a las películas originales. Saludos a todos y espero que lo disfruten.
Preludio
El fluido del río, apaciguador, inexorable y febril concedía a Hippo la posibilidad de pensar con tranquilidad, sólo tenía que concentrarse en poner un pie después de otro (o mejor dicho, la mitad del otro), fundirse en el susurro de los árboles cuyas hojas bailaban junto al viento, en dirección al norte, donde se encontraban las cascadas.
Ya podía escuchar el ruido ensordecedor de la caída del agua, un ruido mucho más placentero que el ruido de la aldea. Personas gritando por aquí, niños corriendo por allá por órdenes de sus madres quienes se ocupaban de preparar carnes, vinos y postres. Bocón, gritando a pleno pulmón lo que debía hacerse, o lo que no debía hacerse. Brutacio y Brutilda organizando mesas, manteles y carpas ¿o debería decir, desorganizando? Justo cuando se preguntaba dónde estarían Patán y Patapez, el estruendo de una caída aparatosa de cacerolas seguido de una sarta de maldiciones provenientes de las voces más santas de los vikingos cercanos al accidente, lo hizo decidirse ir por una mejor fuente de quietud. Después de todo, hoy era el día de su boda. Y no todos los días, Hippo Horrendo Abadejo III, hijo de Estoico el Vasto, Jefe de Berk, contraía matrimonio. No es que él no se hubiera planteado la posibilidad de hacerlo algún día, sólo en contadas ocasiones, y sólo después de haber conocido a alguien como Astrid y digamos, muchos días después y los días siguientes a su relación oficial; lo que nunca se planteó fue cómo sería. Estrenduoso, fastidioso y ruidoso. Sí, las cascadas eran una buena opción.
Al alcanzar el trayecto, donde la corriente de agua se precipitaba con velocidad al estrecharse el camino de agua, aceleró el paso con seguridad y se detuvo en el estanque de agua que descendía de la boca de la gran cascada. Tomó asiento justo en el borde y se remojó el cuello y los labios para saciar su sed; a pesar del frío, el río no estaba congelado. Un leve estremecimiento le recorrió la columna vertebral por lo frío del agua, aunque fue reconfortante, lo mantenía alerta. El tiempo, a partir de ahí, se detuvo, bastaba con mirar el espeso volumen de las nubes en el cielo y el vaho que salía de su boca al respirar.
-¿Queriendo huír? Dime ¿Tan pronto cambiaste de opinión? – Una voz agradablemente familiar lo sacó de su ensoñación aunque al mirar los ojos de Astrid uno podía perderse rápidamente en lo cálido de su azul turquesa.
- No podría hacerlo aunque quisiera. – Se volvió para recibirla. Si pensó que la elección del lugar era bueno para esconderse de los demás, claramente no pensó en Astrid. Siempre lo encontraba, siempre lo hacía - Prefiero vivir contigo que morir de miedo al pensar que en cualquier parte del bosque puedes venir a matarme si tratara de huir.
Una piedra chocó con su hombro.
-¡Oye! – se quejó al mismo tiempo que ella se sentaba a su lado.
-Puedes estar seguro de eso. – afirmó ella.
La cercanía de su cuerpo lo tranquilizó pues le procuraba un sentido de calidez a sus huesos en ese tiempo invernal. Pero luego lo hizo cobrar plena conciencia de lo que se avecinaba, de lo diferente que serían sus vidas al esconderse el sol, y sus huesos comenzaron a temblar, no sólo de frío.
-¿No me digas que estás nervioso? –inquirió Astrid.
-¿Nervioso? – tosió – No, quiero decir, un poco, no es que tenga dudas ni nada por el estilo – añadió rápidamente cuando ella lo penetró con la mirada – tampoco dudo de que tú lo quieras también ¿o me equivoco?, es decir, ninguno de los dos tiene dudas al respecto, ya no. Pero es sólo que no me imaginé cómo sería eso– apuntó con un gesto hacia la aldea –. Ni esto. – agregó mirando significativamente hacia el cielo, solitario, desértico, incluso las nubes parecían suplicar que alguien viniera a irrumpir su sueño. Astrid supo a qué se refería.
-También los extraño – suspiró ella – Mucho. – Astrid era práctica, no sentimental, por lo que no le sorprendió que ella añadiera: - Pero debes admitir que si ellos estuvieran aquí tendrías que cruzar el océano para encontrar tranquilidad, las cascadas no bastarían.
Él soltó un resoplido.
-Además – continuó – Necesitan algo que los distraiga, que los alegre. Una boda – decir "nuestra" boda le resultaba tan extraño en sus labios, incluso para una persona tan pragmática como ella – es un muy buen pretexto para olvidarnos de ello, y para embriagarse además. Bocón ya pulió su colección de vinos y Patán no encontrará jamás otro argumento mejor en el futuro que no lo haga quedar como un idiota.
Hippo soltó una risita, ya veía venir lo inevitable.
-Esta noche será muy interesante, sin duda. –le contestó. Hippo permaneció en silencio contemplando el cielo vacío, por lo que Astrid se le unió, acompañando su silencio. Así era él, aguardaba, esperaba, contemplaba antes de actuar, antes de tomar una decisión importante, y desde luego, esta era una de ellas.
-¿Te asusta? –preguntó Hippo de repente, su mirada fija en un punto intermedio entre el filo del río y la enroscadura de los árboles.
-No – contestó ella - ¿A ti?
- Sí – No era sólo Hippo el que contestaba, era Hippo jefe de Berk el que lo hacía, el dirigente de un pueblo, el responsable de las vidas reunidas colina abajo, era Hippo el inventor, el constructor. Era Hippo el hijo de Estoico el Vasto, un hijo que honraría la memoria de un padre que se sacrificó por él. Astrid tomó su mano, lo que fuera a suceder lo atravesarían juntos.
-Anda, allá abajo nos esperan. Y no quero que Brutilda se desquite conmigo por haber llegado tarde a mi propia boda.
Se levantó y le tendió una mano para emprender camino abajo. Al comenzar a descender siguiendo la línea firme del río, Astrid lo detuvo con un gesto leve, haciendo que Hippo se volteara hacia ella.
- Y, por si te lo preguntabas, no, no tengo dudas, he esperado este momento con ansias y lo he querido aún más. Jamás había estado tan segura de algo en toda mi vida y, no puedo esperar más para convertirme en la esposa de Hippo Horrendo Abadejo III, pues a partir de esta tarde seré tuya para siempre.
Oírla proclamar sus votos, ahí mismo, bajo el resguardo de la nieve, las montañas, el agua cristalina y el sol, le permitió a Hippo encontrar lo que buscaba. Y no se trataba solamente de la búsqueda de espacios silenciosos, del murmullo de las hojas, de la canción del río o del sonido familiar de criaturas aladas surcando el cielo. Hippo sabía lo que buscaba y lo había encontrado y su nombre era Astrid Hofferson.
