NA: muchas parejas bastante crack, algo de incesto y relaciones entre personajes de edades dispares... me paso por donde me da la gana muchas de las cosas de Harry Potter, porque solo quiero que vayan la escuela de magia y jugar con pequeños roles típicos de la saga como el quiddich y todo eso... ( más que eso, también solo no me acuerdo mucho de las novelas y es como pues pongamos esto así...) sorry a los fanáticos del mundo de la magia.

Capítulo 1 - Ludwig Beilschmidt

Cuando Ludwig estaba en el tren, respiraba tranquilidad, todo había ido de una manera que no esperaba, y el hecho de que el mejor amigo de su hermano le ayudase a cargar su baúl le llenaba de paz. Todo estaba bien, todo era perfecto y sólo tenía que encontrar un compartimento en el que sentarse. Aquello había ocurrido porque Gilbert quería hablar de cosas "super secrertas" con Francis y Antonio, y le había echado de aquel compartimento por crío.

Todos los compartimentos estaban llenos, todos, y para ser sincero nunca en su vida había tenido amigos, se le hacía realmente incómodo entrar sin más en aquellos cubículos pequeños y presentarse a alguien. Caminó casi de punta a punta del tren y finalmente dio con uno en el que solo había dos chicos. Era un número pequeño de gente a comparación con el resto y además parecían distraídos haciendo algo.

Abrió la puerta y saludó, mirando que aquel compartimento tenía muchos más baúles que no había visto a lo largo de su recorrido por el tren.

— Hola, estamos mirando la ropa de un tal LB, su baúl estaba debajo del asiento de Feliciano — dijo un niño rubio como él, pero con las cejas especialmente gruesas. Su acento era norteño, pero como mucho de la altura de Yorkshire —. Yo soy Peter, Peter Kirkland.

— Mira tiene una revista de chicas desnudas, atadas — dijo el otro chico. Castaño y con un acento totalmente distinto sacaba aquella revista del baúl y la mostraba en alto.

Ludwig miró al chico, delgado y bajito se reía como si aquello fuera muy divertido. No entendía el fin de curiosear en el baúl de otro, y sintió ganas de volverse al pasillo, pero Peter le agarró por el hombro.

— ¿Cómo te llamas tú? Esto está siendo muy divertido — dijo y le empujó frente a aquel baúl de madera en el que todo estaba completamente revuelto.

— Ludwig, Ludwig Beilschmidt —. Sus palabras se le atragantaron mientras las decía LB, había sido Francis con Gilbert quien había subido su equipaje. Gilbert debía haber hecho aquello, solo él podía ser tan cruel. Se sonrojó pensando en que se estaría riendo pensando que aquella era una broma divertida —. Este es mi baúl, ¿Quién ha puesto esa revista ahí?

El chico trató de pensar en cómo había Gilbert llegado a la conclusión de que dejar su equipaje para que lo cogiera cualquiera. Poco antes de subir al tren, Kings Cross estaba abarrotado, los Beilschmidt llegaban tarde. Era costumbre que Gilbert se demorara siglos para llegar a cualquier sitio, pero para Ludwig aquello era lo peor que podía pasar. El primer día y ya se temía que perdería el tren y el orden lógico que debía seguir para ser uno de los mejores estudiantes del año.

Gilbert tiró de la mano del pequeño rubio y lo montó en su carrito para las maletas, no podía permitirse fastidiar a su hermano de aquella manera. Empujó con fuerza el carro y empezó a esquivar a las personas que tenían a su alrededor.

— Apartad estúpidos muggles — masculló el albino mientras Ludwig se aferraba al frío hierro y rezaba para que ninguno de los baúles cayera al suelo. Se imaginaba la manera en que Gilbert empujaría el carro y todo se iría por delante, él en el suelo, su baúl abierto y toda su ropa desordenada. Le inquietaba que algo así pudiera suceder.

— No hagas eso, no son estúpidos — dijo el rubio algo molesto. La forma en que su hermano se relacionaba con el mundo le parecía excesivamente agresiva —. ¿Por qué no puedes hacer las cosas de una forma más eficiente y amable?

Debía de haber sido por aquello, por aquellas estúpidas palabras su hermano había decidido gastarle aquella broma. Eso o la tenía ya preparada desde hacía meses, cuando se había dado cuenta de que Ludwig también iría a la escuela con él. Ahora toda su ropa estaba desordenada por aquellos dos idiotas y encima ellos pensaban que era un pervertido con interés por el bondage.

El rubio cerró su baúl a prisa y se sentó encima esperando que aquellos dos chicos no contaran nada a nadie.

— No pasa nada si eres un poco pervertido — dijo el de cabello castaño. Por fin Ludwig reconoció su acento italiano y se lo quedó mirando enfurruñado, claro que sí pasaba —. Todo el mundo tiene sus gustos y la verdad es que es admirable la habilidad que hay que tener para hacer esos nudos.

— Pero es que esa revista no es mía.

Aquellas fueron las últimas palabras del chico, ya que dos chicas y un chico de su edad entraron en el compartimento. El tren había hecho parada en uno de los puntos a medio camino con el único fin de recoger a los estudiantes norteños.

— Hola — dijo el chico. Sus dientes salidos y su forma de mirar parecían amigables, pero Feliciano seguía con la revista en su mano, con lo cual el Beilschmidt se preocupaba por la visión que pudieran tener de él si a Feliciano o a Peter se les ocurría decir que la habían encontrado en su baúl de viaje—. Soy John, estas son Rose y Vriska.

Las dos chicas parecían realmente serias y mientras que la rubia, Rose se mostraba observadora y callada, Vriska miraba con una sonrisa maliciosa en sus labios.

Peter se adelantó a presentarse rápidamente, mientras que Ludwig decidió hacer algo que consideraba completamente un error. Empujó a Feliciano hacia atrás y saludó como si fuera el dueño del tren, imitando a su hermano y sintiéndose completamente avergonzado instantáneamente.

Los intensos ojos azules de Vriska se posaron en él, sonreía. Se sentó en el asiento más cercano a la puerta y seguido miró a Feliciano que ahora estaba quejándose detrás del rubio mientras trataba de presentarse.

En la estrategia de guerra que Ludwig había estudiado por placer en casa decía algo importante, y es que siempre se debía hacer alianzas con aquella gente que te podía ser más útil. Vriska parecía el tipo de persona que uno no quería como enemigo, por otro lado Peter y Feliciano parecían solo dos chicos un poco tontos. El rubio se sentó al lado de la chica y se quedó mirando a John y Rose que charlaban con Peter sobre pequeñas islas británicas que no recibían suficiente apreciación.

Feliciano se quedó sentado sobre el baúl de Ludwig, la revista estaba debajo suyo y incesantemente trataba de unirse a la conversación de aquellos otros cuatro, para luego volverse y mirar a Ludwig y Vriska.

La morena hablaba de ranas de chocolate y de las ganas que tenía de llegar a tercero para poder hacer adivinación, mientras Ludwig asentía, escuchándola y preguntándose si cuando llegase a tercero debía tomar conocimientos muggle o optar por una optativa más interesante como cuidados de criaturas mágicas.

— ¿Por qué piensas ya en tercero? — preguntó Feliciano.

Vriska no contestó, se limitó a reír superficialmente. La verdad era que se había pasado desde el momento en que había recibido su carta hasta el primero de septiembre buscando información sobre el colegio y las distintas posibilidades que tenía en el mundo mágico. Sus padres se sentían algo confusos con aquella faceta de la chica, puesto que eran muggles, pero por otro lado imaginaban que aquello era una gran oportunidad para la niña adoptada de los Serket que temían que no fuera por el buen camino en la escuela pública del pueblo en el que vivían, cercano a Sheffield.

— ¿Tú no lo haces? — preguntó Ludwig, más curioso que reprochándole respecto a la falta de inquietud por su trayectoria en la escuela.

La chica se mordió el labio asintió y, cambiando el sentido de las palabras del rubio con su tono, repitió la pregunta. Seguidamente miró a Ludwig, parecía el tipo de pringado al que torturar y aún y así había algo en el distinto.

El resto del trayecto pasó bastante rápido y no fue hasta que llegaron que la charla cesó. Feliciano no se movía del compartimento, mientras todos se marchaban. Vriska asumía que Ludwig iría con ella durante toda la ceremonia del viaje en barcas hasta la escuela, pero el rubio le dijo que se adelantase para quedarse con el chico de acento italiano que aún estaba sentado sobre su baúl y aquella dichosa revista.

— Pero esperaba que fuéramos juntos — dijo ella desde la puerta, cuando el chico se había percatado de que Feliciano no andaba detrás de ellos.

Ludwig se encogió de hombros. Era una situación comprometida, y aun que le gustaba aquella chica con las ideas claras, tenía que encargarse de que la revista de Gilbert no corría por el colegio como suya.

— Tengo algo que hablar con él, no puedo dejarle atrás — dijo resignado.

Vriska masculló algo con cierto desprecio y fingió que se encaminaba al lugar en el que debían estar todos los chicos de primero. Ambos eran el tipo de perdedor a los que torturaría durante todo el curso.

Cuando el Beilschmidt llegó a la altura de Feliciano, este guardaba de nuevo la revista en el baúl del chico. Vriska por detrás de ambos los vigilaba curiosa.

— Pensé que querrías que la volviera a dejar en su sitio — dijo el moreno.

— Pensaste mal — contesto el rubio molesto —. Ya te dije que esa revista no es mía.

El chico miró al suelo entre triste y dolido por las palabras de Ludwig. Parecía que se iba a poner a llorar, Ludwig se apresuró a disculparse cuando Vriska se aproximó a descubrir de qué hablaban.

Fueron tal vez los veinte minutos más cortos de la historia, porque discutieron, Ludwig pegó a Vriska y esta a él, mientras Feliciano gritaba asustado, pero pronto apareció un alto hombre, el profesor de cuidados a criaturas mágicas como sabrían después, y cogió por la parte de atrás de las camisetas a Ludwig y a Vriska.

— Hace rato que deberíais estar en el gran comedor para la selección de casas — dijo el profesor Wang Yao —. ¿Se puede saber por qué seguís aquí?

Feliciano estaba muerto de terror, Ludwig se avergonzaba de la entrada para nada triunfal en el colegio y Vriska pensaba en la mentira que debía decir para que no la castigasen, cuando un chico rubio de ojos verdes y gruesas cejas como las de Peter Kirkland apareció en el compartimento.

— Profesor, se le requiere a los pies de la torre de astronomía — dijo algo angustiado y a prisa — Se trata del profesor Vantas, ha caído por la ventana de la torre y la enfermera Jade requiere de su ayuda.

— Arthur, encárgate de llevar a estos tres al gran salón — ordenó Wang Yao —. Apunta sus nombres y sus casas para que les imponga su castigo.

— Así lo haré profesor.