Prólogo.
Antes de que decidiera destruir aquel horrocrux que perpetuaría la vida de Lord Voldemort, incluso quizás, mucho antes de que saliera a las oscuras calles de Inglaterra, cubriéndose el rostro bajo una máscara infernal para poder repartir a diestra y siniestra hechizos diabólicos a cualquiera que se opusiera a sus ideales, existió un pequeño niño de ojos claros y una enorme capacidad de engañar, uno que aprendió a decir "Rus" mucho antes que "mamá", en un intento de captar la atención de aquel niño travieso que era dos años mayor que él y que compartía sus mismos orbes, solo que, si alguien se pusiera a detallar ambos pares de ojos, en unos encontraría el reflejo de la vitalidad, la valentía y la rebeldía, mientras que los otros eran ambiciosos, astutos y tranquilos…, aunque quizás, aquellos que lo conocían mejor, habrían jurado ver alguna que otra vez un destello de inquietud.
Un niño que desde pequeño aprendió a reprimir todo deseo innato de hacer algo, terminando siempre por complacer a sus padres; porque después de todo, aquello que Walburga y Orión querían que hiciese, era lo que se debía hacer.
Los principios de sus progenitores se antepusieron a cualquier pensamiento que pudiese tener el joven Regulus Black, quien no solo cargaba con las expectativas que sus ascendientes habían puesto en él, sino también con aquellas que habían puesto en su hermano.
Con el pasar de los años, ya la esencia de Regulus era más imperceptible, atenuada y casi inexistente, parecía la copia exacta de sus padres, quizás con alguna que otra mejora. Era lo que siempre ellos habían querido que fuese. El indudable orgullo de la noble casa de los Black.
Y sin embargo, al contrario de lo que solía asegurar la gente, nunca lo fue totalmente. No en realidad. Porque de haber sido el hijo perfecto de aquel antiguo linaje, hubiese podido reprimir por completo aquel sentimiento que le unía tanto a su hermano mayor. Hubiese podido pensar en Sirius como una escoria que había tomado todas las decisiones equivocadas en su vida. Y aunque a él le gustaba pretender como que aquel sentimiento no existía en él, este hecho no lo hacía real.
Y quizás fue por eso. Quizás fue porque, a pesar de todo, la esencia de Regulus Arcturus Black nunca pudo ser totalmente apagada por Walburga y Orión, sin importar cuántos intentos hayan tenido ni cuántas veces logró engañarlos. Quizás era porque en el fondo, su alma estaba hecha del mismo material que la de Sirius, su espejo y su opuesto, y no del mismo de la de sus padres.
Entonces quizás fue por ello, o al menos eso era lo que le gustaba pensar en los últimos días de su corta vida. Porque quizás, solo quizás, en ese entonces ya no se preocupada por enorgullecer a sus padres, sino por ser el hermano que Sirius se hubiese sentido honrado de tener; y con ese último propósito en mente, fue cómo pudo sacar la suficiente fuerza y coraje para desafiar al Señor Tenebroso e intentar destruir uno de sus más preciados trucos de magia: el pedazo de vida que descansaba en el guardapelo de Salazar Slytherin, su fundador.
Al final del día, Sirius siempre había tenido razón. Regulus era quien se encontraba peleando del lado equivocado de la guerra.
