Este relato pertenece al reto de San Valentín "Cartas de Flores" del Foro "Cazadores de Sombras".
Disclaimer: Los personajes y la trama de Cazadores de Sombras le pertenecen a C.C. Yo sólo juego con la vida de la vampiresa.
Me ha tocado escribir sobre la preciosa y fría Camille Belcourt. La vedad es que me hubiera gustado que fuera más largo, pero esto es todo lo que me dejan los exámenes.
De todas formas creo que cuento todo lo que quería contar. Así que espero que os guste y FELIZ SAN VALENTÍN.
Camille siempre había sido hermosa. Una flor inalcanzable. Una flor llena de espinas, por otra parte.
A pesar de haber nacido en una familia miserablemente pobre, Camille supo como huir del hambre y la desdicha. Puede que no muchos aprobasen sus maneras, y puede que ella prefiera esconder su pasado ahora que es toda una dama, pero hacerse cortesana le salvó de la vida que no quería.
Escalar fue fácil entonces, no hay que olvidar que ella era hermosa. ImpImposiblemente hermosa. Los hombres más destacados de Francia hacían cualquier cosa por estar con ella. Pero ella siempre se sintió usada, de la peor forma posible. A pesar de que muchos afirmasen sentir el más puro de los amores por ella; todos venían, le regalaban alguna joya riridículamente cara, la usaban durante un rato (por supuesto, porque siempre la usaban) y después volvían a casa con sus esposas.
Pero hubo una vez que la usaron de una forma distinta. La vez que cambiaría su vida. Bueno, que se la quitaría.
Él era distinto a todos. Sí, más atractivo que ninguno que hubiera pasado por su cama. Pero también más peligroso, Camille sabia leer eso en un hombre, pero con él quiso probar suerte.
Cuando comenzó a alimentarse de ella pensó que se había equivocado, que su asquerosa vida de miserias y sábanas sucias no habían servido para nada más que sufrir, y que sufriendo moriría. Y murió. Pero regresó al mundo más fuerte, sedienta y hermosa de lo que jamás se habría atrevido a soñar.
Ahora escalar en la farsa social parecía un juego de niños. Lo sabía todo, lo podía todo, lo tenía todo. Pero seguía sin ser feliz.
Camille se habituó muy deprisa al cambio. Ahora era ella la que se aprovechaba de los hombres. Ella era la que mandaba en su vida. Nunca volvería a preocuparse por el hambre o el frío del modo que había hecho siempre. Puede que desde lejos pareciese la más altiva y despreocupada de todas, pero sentía que su vida valía poco sin nadie con quien compartirla. Y el horizonte de la inmortalidad sólo le hacía estar más nostálgica. Echaba de menos a su madre, y a sus hermanos, que demonios, echaba de menos hasta a los idiotas que babeaban por ella.
Las espinas que le habían dado los colmillos la convirtieron en una flor que nadie se atrevía a tocar, por miedo a pincharse.
Y justo cuando más sola e infeliz se sentía, llegó su rayo de sol.
Porque por mucho que lo intentase nunca encontraría una definición mejor para Ralf Scott.
Esa estupidez sobre el odio ancestral entre vampiros y licántopos nunca fue con ella, pero por desgracia, para otros lo llegaba a significar todo.
El breve periodo de tiempo (si es que el tiempo llegó a pasar sobre ellos) que pasó con él, fue sin duda el más brillante y cálido de su existencia. A pesar de que no pudiera ver el sol ni sentir su calor, Camille encontró el suyo propio. Y si alguna vez tuvo algo a lo que poder llamar 'vida', sin duda sería Ralf.
Pero como siempre le había ocurrido, la desgracia y las sombras volvieron a cernirse sobre ella.
Alguna vez llegó a pensar que se lo habían quitado todo. La niñez y la inocencia. La dignidad. La vida. La muerte.
Amargamente piensa que tuvieron que esperar a que encontrase el amor para quitárselo también.
