EL GUARDIAN
Hola a todos! Esta historia permanece a la autora de libros de cazadores nocturnos Sherrilyn Kenyon, me encanto leerlo e hice esta adaptacion.
Los personajes de Kof pertenecen a SNK Playmore.
Prologo
—¿Te ha sentado bien la estancia en el infierno?
Iori levantó la vista, aunque los mechones ensangrentados de su melena
cobriza le ocultaban los ojos, y gruñó al escuchar una voz que llevaba siglos sin
oír.
Orochi.
Un dios primigenio.
Señor de todas las criaturas malévolas y letales.
Un cabrón de cuidado.
Debería responder su absurda pregunta, pero tenía la boca atravesada por un
perno, como parte de las torturas que los demonios le habían infligido durante los
últimos…
En fin, hacía mucho que había perdido la cuenta del tiempo transcurrido.
¿Para qué calcularlo cuando cada segundo que pasaba sufría un dolor tan atroz
que ya ni siquiera recordaba lo que era una vida sin él? En realidad, a lo largo de
los siglos el dolor se había convertido en una fuente de placer.
« Estoy más grillado que Orochi» .
Con el perno en la boca, había sido incapaz de hablar desde que lo arrojaron a
ese agujero. Aunque tampoco habría hablado si no lo hubieran silenciado de esa
forma. Jamás les daría la satisfacción de oírlo suplicar o gritar de dolor. Solo
había una persona que lo había logrado y, pese al milenio que había transcurrido
desde entonces, las burlas y el desprecio de su padre adoptivo aún resonaban en
sus oídos.
Que les dieran a todos. Ya no era un niño, y prefería la muerte antes que
humillarse de nuevo suplicando algo que sabía que jamás le concederían.
Sin embargo, sí que habría insultado a Orochi de haber podido hacerlo. Dadas
las circunstancias, solo podía mirar al ser ancestral echando chispas por los ojos
mientras deseaba contar con la totalidad de sus poderes para hacerlos sufrir a
todos.
Orochi, que medía más de dos metros diez de altura, lograba que el resto de los
demonios se echara a temblar con su simple presencia. El impecable traje negro
que llevaba, además de la camisa blanca, parecía totalmente fuera de lugar en la
oscura y gélida estancia. Una estancia cuyas paredes estaban manchadas con la
sangre de Iori.
Orochi alargó un brazo y le dio unas palmaditas en una mejilla, como si fuera
un cachorrito obediente.
—Mmm, debo decir que el infierno no parece sentarte bien. Das pena y creo
haberte visto en mejor estado.
—¡Qué te den! —exclamó Iori, pero sus palabra apenas se entendieron. El
perno le impedía mover la lengua y los labios. Si lo intentaba, el dolor lo
atravesaba de arriba abajo.
Justo lo que más falta le hacía.
Orochi arqueó una de sus cejas negras.
—¿Acabas de darme las gracias? No entiendo cómo es posible que me
agradezcas semejante existencia. Eres un cabrón retorcido, ¿verdad?
Iori apretó los dientes. El brillo juguetón que iluminaba los ojos negros de
Orochi le dijo que el muy cerdo solo quería cabrearlo.
Y lo había conseguido. Claro que tampoco tenía que esforzarse mucho para
hacerlo. El simple hecho de que ese… No acababa de encontrar un insulto lo
bastante fuerte. El simple hecho de que Orochi viviera lo sacaba de quicio.
Orochi miró a los demás.
—Dejadnos a solas.
¿No podía hablar con un tono de voz menos autoritario?
Un momento… Se trataba de Orochi… Así que eso era un imposible.
El antiguo dios ni siquiera necesitó pedirlo dos veces. Los demonios
desaparecieron al instante, aterrados por la posibilidad de que la ira de Orochi les
impartiera la misma hospitalidad que había recibido Iori. Al fin y al cabo, este
había sido la mascota más querida del dios; una mascota a la que cubría de
regalos entre un abuso y otro.
El dios oscuro jamás había soportado a los demonios que lo servían.
« Joder, yo también saldría pitando si pudiera» , pensó Iori.
Este envidiaba la libertad de aquellos seres mientras que su cuerpo desnudo
colgaba del techo, al que estaba sujeto por los grilletes que le rodeaban las
muñecas. Llevaba tanto tiempo con los brazos levantados por encima de la
cabeza que los huesos le sobresalían por las muñecas, a través de los cortes que el
hierro de aquellos seres le había provocado.
Estaba seguro de que debía de dolerle, pero el dolor de esas heridas se
mezclaba de forma tan armoniosa con los otros suplicios que era incapaz de
diferenciarlos. ¿Quién iba a pensar que la tortura tenía sus beneficios?
En cuanto se quedaron a solas, Orochi se colocó de nuevo frente a él y le dijo
con una voz ronca que resultó tan inquietante como fría:
—Tengo una proposición que hacerte. ¿Te interesa?
Ni de coña. Estaba harto de hacer tratos. Nadie cumplía su parte. Orochi podía
irse a asarse las pelotas a la pira infernal que más le apeteciera.
Bien sabían los dioses que, dado el lugar en el que se encontraban, no tendría
que ir muy lejos.
Iori apartó la vista.
Orochi chasqueó la lengua.
—Esclavo, sabes muy bien que no tienes más remedio que obedecerme. Me
perteneces.
Esa realidad lo carcomía con más saña que los bichos que los demonios le
habían arrojado a las heridas abiertas para que se alimentaran de su carne. ¡A la
mierda con todos! Su familia lo había vendido a Orochi cuando solo era un niño. Y
jamás le permitirían olvidarse de ese hecho.
Como si pudiera hacerlo…
Orochi enterró una mano en el cabello de Iori y le dio un tirón para levantarle
la cabeza. El movimiento hizo que el perno se le clavara más profundamente en
la garganta y en la lengua.
El repentino dolor le llenó los ojos de lágrimas, ya que las antiguas heridas se
reabrieron y la sangre brotó de nuevo.
Ojalá en esa ocasión se ahogara por la imposibilidad de tragársela, pensó
Iori. Sin embargo, era consciente de la triste realidad: era un ser inmortal. La
muerte jamás lo salvaría de esa mísera existencia, de igual manera que no lo
había salvado del resto de su violento pasado.
Su única salida era la inexistente clemencia de Orochi.
El dios le tiró con más fuerza del pelo.
—Necesito tus servicios porque son especiales.
« Y y o necesito aplastar tu corazón con un puño» , replicó en silencio.
El cabrón de Orochi sonrió como si le hubiera leído el pensamiento.
—Si me fallas de nuevo, te aseguro que tu siguiente período aquí hará que
recuerdes esto como si fuera el paraíso. ¿Me has entendido?
Iori se negó a responder.
Orochi le arrancó un mechón de cabello al soltarlo. El dolor le atravesó el
cráneo al tiempo que los bichos reptaban sobre su cuerpo, atraídos por el olor de
la sangre fresca.
Iori comenzó a respirar de forma entrecortada y apretó los dientes en un
intento por no gemir a causa de la agónica tortura. Cerró los ojos con fuerza y
luchó para no sumirse en la inconsciencia que amenazaba con devorarlo. Cada
vez que se desmay aba, sus torturadores se ensañaban más y más.
« No lo permitas, gilipollas. Concéntrate… ¡Joder! Mantente despierto» .
Se aferró con fuerza a las cadenas al percatarse de que comenzaba a perder
la visión.
Orochi le regaló una sonrisa cáustica que Iori no llegó a ver.
—Harás que me enorgullezca de ti si consigues lo que deseo o…
No completó la amenaza. Ni falta que le hacía.
Ambos sabían que Iori haría cualquier cosa con tal de librarse de esa penosa
existencia. Pese a sus bravuconadas, era muy consciente de la amarga verdad.
La crueldad que le habían infligido lo había derrotado.
Y jamás volvería a ser el mismo.
Ya no quedaba nada en su interior, salvo un odio tan profundo e inmenso que
casi podía saborearlo. Lo saboreaba junto con el sabor metálico del perno y de la
sangre. Era el único alimento que había probado en siglos.
La sonrisa de Orochi se tornó genuina.
—Sabía que al final acabarías entrando en razón. —Chasqueó los dedos.
Los grilletes que rodeaban las manos de Iori se abrieron y este cayo al suelo.
Tras siglos de abusos e inmovilidad, le fallaron las piernas.
Estaba tan débil que ni siquiera pudo mover la cabeza mientras se acurrucaba
donde había caído. Su cuerpo no respondía. Llevaba demasiado tiempo sin usar
los músculos.
Orochi le asestó una patada en el vientre con tal fuerza que lo dejó tendido de
espaldas. Hizo una mueca de repulsión mientras miraba a Iori con desprecio.
—Das asco y pena, perro. Aséate un poco. —Y con esas palabras se
desvaneció en la oscuridad.
Iori siguió en el suelo, con la boca atravesada por el perno. Parpadeó varias
veces mientras observaba las paredes que lo rodeaban. Las manchas de su
sangre parecían bailar con el juego de luces y sombras. Y así fue como vio la
silueta de su cuerpo, desnudo y destrozado.
Y todo por haber hecho un trato con la única persona que creía su amigo.
« Jamás cometeré semejante estupidez de nuevo» .
Porque nadie lo había ayudado. Ni una sola vez en todo ese tiempo. Ni un solo
ser había acudido para ofrecerle compasión o consuelo… o una disculpa.
Ni siquiera le habían ofrecido un sorbo de agua.
Otra lección que no olvidaría jamas.
Fuera lo que fuese lo que le pidiera Orochi lo haría. Sin titubear. Sin demostrar
clemencia. Cualquier cosa con tal de no regresar a ese sitio y con tal de que no le
hicieran más daño.
Solo quería un minuto de paz. ¿Era pedir demasiado?
Una vez decidido, se preparó para la nueva oleada de dolor y se incorporó
despacio hasta ponerse en pie, aunque le temblaban las piernas. Sintió que
recuperaba por fin sus poderes divinos. Su fuerza aumentaba a cada latido del
corazón. Sin embargo, jamás los recobraría del todo.
Nunca jamás.
Orochi no lo permitiría. Cada vez que estuvieran en un punto alto, Orochi o
Azura los mermarían.
Sin embargo, contaba con poderes suficientes para vestirse y mantenerse en
pie, aunque se tambaleara. Cuando los demonios volvieran, se vengaría tal comomerecían.
Le suplicarían clemencia. Pero ya no conocía ese concepto. Lo había
olvidado después de haber sido sometido al ultraje más absoluto, hasta tal punto
que no recordaba una sola parte de su cuerpo que no hubiera sido mancillada por
las torturas. Le habían robado, minuto a minuto y a lo largo de incontables siglos,
cualquier vestigio de humanidad que le quedara.
Nada lo pondría de nuevo en semejante situación y jamás confiaría en otra
persona. Fuera quien fuese. Que los dioses se apiadaran de aquellos a quienes
Orochi quería que buscase.
Porque no les demostraría compasión.
