Disclaimer: Los personajes no son míos, sino de Rowling. In Vino Veritas, también tiene dueño o dueña. Así que ¿qué me queda? ¡La historia xxDDD!!!!


MOONLIGHT SONATA

PRIMERA PARTE


Cuando Mike abrió los ojos esa mañana y miró la hora en el despertador de la mesilla de noche, casi dio un bote de la cama. ¡Las diez menos veinte! Había ignorado el sonido de la alarma olímpicamente y la había apagado porque, como pudo comprobar, el botoncito estaba en OFF. Y él recordaba perfectamente haberla puesto en ON la noche anterior. Más bien madrugada. No tendrían que haberse quedado hasta tan tarde en casa de Harry. Pero el señor Malfoy había llegado el día anterior, sorprendentemente desde Sonoma, y habían cenado allí. Todavía estaba impactado por las fotos que les había enseñado de la propiedad que acababa de comprar. Una finca con una inacabable extensión de viñedos. Hasta Harry, que sabía de sus intenciones desde hacía tiempo, se había quedado sin habla cuando las había visto. Ese iba a ser su hogar a partir de ahora. Y Mike pensaba que era una buena decisión, porque California tenía un clima agradable, mucho más que Nueva York, y al señor Malfoy le sentaría muy bien. Además de que por fin Harry y él vivirían juntos, ininterrumpidamente, como debía hacerlo un matrimonio. Mike no entendía cómo habían podido soportar todos esos meses, viéndose a cortos intervalos, y más después de haberse casado. Él jamás podría separarse de Scorpius tanto tiempo. Ni soltero ni casado.

El joven se dio la vuelta con pereza para poder incorporarse. A su lado, Scorp dormía a pierna suelta, boca arriba, dejando escapar algún que otro ronquido. Pero incluso roncando Scorp era la persona más sexy del mundo, pensó Mike. Y como le diría su novio de estar despierto, los Malfoy tenían estilo incluso en los momentos más cotidianos y menos glamurosos de la vida. Y era cierto. Mike recordaba que la primera vez que le había visto se había quedado sin respiración. Scorpius era uno de los chicos más guapos que hubiera visto nunca. Pero su ropa y su forma de moverse hablaban de una posición social bastante alejada de la suya. Así que su siguiente pensamiento había sido que el heredero de la familia Malfoy estaba completamente fuera de su alcance. Claro que entonces sabía vagamente quiénes eran los Malfoy. Y apenas recordaba a Scorp de Hogwarts. En aquel momento no le relacionó con el chico de pelo platinado que cursaba medicina en Cambridge junto a él.

Mike nunca había sido muy consciente de su propio atractivo. Sabía que no estaba mal, tenía ojos en la cara. Pero uno de sus encantos residía en ignorar hasta qué punto era capaz de causar estragos entre la población femenina y buena parte de la masculina. La que realmente a él le interesaba. En Hogwarts se había decidido por un discreto celibato. Por aquel entonces no había estado muy seguro de cómo se recibía la homosexualidad en el mundo mágico. Y al no haber encontrado ninguna referencia que le sirviera de guía, había decidido que lo mejor era no llamar la atención. Había optado por guardarse sus calenturas para los ratos a solas en la ducha y para Billy durante las vacaciones de verano, Navidad o Semana Santa, cuando regresaba a casa. Pero lo de Billy había durado poco, porque el chico no había tenido paciencia para esperarle durante los largos meses que Mike pasaba en "el internado escocés". Después había habido otros "Billys" durante los veranos, pero nunca fueron más que meros entretenimientos para desahogo de sus adolescentes hormonas.

Durante los primeros meses de universidad se había conformado con observar a Scorpius de lejos. Nunca estaba solo. Y no era difícil reconocer en los que le acompañaban que eran tan hijos de papá como sin duda lo era el propio Scorp. A Mike ni se le había pasado por la cabeza acercarse a él. Entre otras cosas porque, dejando el estatus social aparte, siempre prefería observar primero para tratar de averiguar si la persona que le interesaba podía tener sus mismos gustos. No había nada más cortante que entrarle a un hetero. Y Scorp siempre andaba rodeado de chicas. Aunque había que reconocer que él también. Sin embargo, en su caso no era más que una forma de mantener la cabeza centrada en sus estudios. No podía desperdiciar la beca que con tanto esfuerzo había conseguido bajando el rendimiento y por tanto sus notas. Pero había empezado a imaginar el delicioso culo que se ocultaba bajo los pantalones de marca del rubio y éste se había convertido en su fantasía particular a la hora de pajearse. Nada más. Hasta que llegaron las prácticas en el Departamento de Anatomía de la universidad.

La casualidad les había puesto alrededor de la misma mesa. Ese día habían descubierto que el olor a formol era lacrimoso y picante. Nauseabundo si se respiraba durante mucho rato. Uno acababa acostumbrándose o vomitando. Pronto se había hecho evidente que los hermosos ojos azules del rubio eran muy sensibles y empezaban a lagrimear al poco de entrar en la sala mucho antes que los de cualquiera de sus compañeros. Mike había tenido que hacer verdaderos esfuerzos para mantener los suyos en la mesa de disección, atendiendo a las explicaciones del profesor. Su aparente indiferencia sufrió un serio revés cuando durante los discretos vistazos que le daba de vez en cuando, empezó a sorprender al chico rubio mirándole también a él. Y no había sido una vez, sino varias. Mike se había sentido un poco turbado porque no había sabido interpretar exactamente aquellas miradas. No sabía si era un sé lo que estás pensando y me tienes hasta las narices o un tal vez deberíamos hablar de eso que estás pensando porque a lo mejor también me interesa. Mike había hecho todo lo posible para que no volviera a sorprender sus ojos sobre él.

Pero una mañana que se habían encontrado casi hombro con hombro junto a la mesa de disección, y después de ver cómo el objeto de sus anhelos se refregaba los ojos con puños y mangas, Mike le había ofrecido un pañuelo de papel, siempre procuraba llevar un paquete en el bolsillo, seguramente con la frase más estúpida que había pronunciado en su vida: No llores tío, este lleva por lo menos veinte años muerto. Scorp le había mirado por encima de su hombro, como si le sorprendiera que un simple mortal como Mike pudiera dirigirse a él. Y, por un momento, Mike casi había sentido ganas de retirar su ofrecimiento, deseando que se lo tragara la tierra. Gracias a Dios no lo hizo porque el rubio había estirado la mano y lo había aceptado, dándole las gracias. No habían vuelto a hablar hasta la siguiente clase. En esta ocasión había sido Scorp quien le había buscado con la mirada y después se había movido discretamente entre sus compañeros hasta situarse a su lado. Al cabo de un rato, durante el cual Mike no había podido pensar en otra cosa que en la agradable fragancia que emanaba del estudiante rubio, éste le había preguntado: ¿Cuántos pañuelos te quedan? Un poco nervioso, Mike le había respondido que un paquete entero, y que si necesitaba uno. Puede, le había respondió Scorp alzando una ceja de forma que a Mike le había resultado muy seductora, al de esta mesa todavía no le he llorado. Por unos segundos Mike se había sentido totalmente descolocado. Pero no había podido reírle la gracia porque, en cuanto reaccionó, Scorpius ya se había dado la vuelta, observando como el resto de los estudiantes al profesor Dawson, mostrándoles los nervios y tendones de algo que había sido alguna vez un ser humano. Mike se había sentido como un estúpido durante las siguientes dos horas, y lo que menos esperaba era que Scorp le invitara a un café después de clase. El primero de muchos.

Café, eso era lo que ahora necesitaba. Mike se levantó y, dando pequeños saltitos a causa del frío sobre su piel desnuda, buscó el chándal que sabía había tirado por alguna parte de la habitación. Finalmente lo encontró en la butaca, debajo de varios libros de Scorp. Después de ponérselo, se acercó a la ventana. Nevaba de nuevo. Aquel invierno estaba siendo bastante duro en Nueva York. Abrió el cajón de su mesilla y buscó un par calcetines lo suficientemente gruesos y se los puso. Sin zapatos, salió de la habitación y se dirigió a la cocina. De paso, se detuvo en el salón-comedor para subir un poco el termostato de la calefacción. Después, mientras preparaba el café, fue repasando mentalmente todo lo que tenía preparado para esa noche. Harry guardaba los anillos. Tenía que llamarle para que no se olvidara de llevarlos al bar. El dueño de In Vino Veritas había contratado a un pianista para esa noche de viernes, en lugar de los habituales grupos que solían amenizar el bar ese día de la semana. Tocaría Moonlight Sonata de Bethoven, melodía que siempre ponía muy tonto a Scorp, cuando le pidiera que se casara con él. Un escalofrío recorrió a Mike de arriba abajo. Y no fue de frío. Empezaba a ponerse un poco nervioso. Pero tenía que controlarse si no quería que su novio sospechara. Llegarían al bar sobre las ocho donde Tony, que también estaba al tanto del asunto, les llevaría casualmente hasta la mesa que le gustaba a Scorp, la que estaba en la esquina frente al pequeño escenario. Pedirían la comida de siempre, aunque Harry le había dicho que les reservaba un vino muy especial. Y cuando llegaran a los postres o al café, todavía no lo tenía muy decidido, le haría a Harry la señal que habían acordado para que éste le indicara al pianista que era el momento de atacar Moonlight Sonata. Y a partir de ahí, que Dios le ayudara.

—¿Y esa sonrisa?

Mike casi suelta la taza de café que acaba de servirse del sobresalto. Despeinado y con los ojos todavía cargados de sueño, Scorpius le observaba desde la puerta de la cocina envuelto en un grueso albornoz.

—¡Joder, Scorp! —jadeó, lamiendo de su mano el café que había salpicado sobre ella.

El rubio avanzó sonriente hacia él y le dio un pequeño beso en los labios antes de arrebatarle la taza de café. Resignado, Mike buscó otra taza en el aparador.

—Sigue nevando —comentó Scorpius—. Es una suerte que hoy no tengamos que salir de casa.

Se estiró con pereza antes de dar otro sorbo a su café.

—Aprovecharé para darle un empujoncito a mi tesis y cuando me canse, podemos hacer cosas más interesantes…

Mike sonrió.

—¿Todo el día encerrados en casa? —preguntó—. Al menos querrás salir a cenar…

Scorpius se encogió de hombros.

—Ya veremos. De momento lo que quiero es desayunar.

Mike retuvo una mueca de preocupación. Si aquel iba a ser el único viernes del año, de todos los que no tendrían guardias ni otras obligaciones que atender, que su novio no tendría ganas de salir de casa, lo suyo era verdadera mala suerte.

—Pues yo necesitaré airearme un poco si vamos a pasarnos el día aquí encerrados— dijo.

—Pues puedes ir a buscar pizzas o lo que quieras —respondió Scorp despreocupadamente—. ¿Quedan bollitos de chocolate?

Mike se los alcanzó, frunciendo un poco el ceño. Parecía que su adorado novio pretendía ponerle las cosas difíciles…

Después del desayuno, Scorpius se había sentado a la mesa del comedor con su portátil y un montón de papeles y libros. Mike le había estado observando toda la mañana, mientras fingía estar muy concentrado en su propio libro. Recordando aquel primer café juntos en una de las cafeterías del campus…

Soy Mike—se presentó, todavía sin poder creerse que el rubio le hubiera invitado a tomar un café después de clase.

—Lo sé. Mike Davenport —Scorp sonrió ante la cara de sorpresa del otro joven—. Estás en el grupo de estudio de Wallace, ¿no? —Mike asintió—. Es un cretino.

Se sentaron a una de las pequeñas mesas del local, pensadas para no más de cuatro personas apretujadas las unas con las otras.

—Ah, perdón. Soy Scorp. Scorpius Malfoy. Y no admito bromas sobre mi nombre.

—Bueno, como poco es curioso —se atrevió a decir Mike.

—Sí, en mi familia son un poco particulares con los nombres —reconoció el rubio con un suspiro— Llámame Scorp. Es menos llamativo.

El corazón de Mike había empezado a dar saltitos de alegría. ¡Sabía su nombre, joder!

—Y, ¿por qué no te cae bien Wallace? —preguntó, tratando de no parecer tan nervioso como se sentía.

—¿Tienes un par de horas? —preguntó a su vez Scorpius con ironía— Para empezar porque es un holgazán. Se las da de ilustrado cuando es más que evidente que se está aprovechando de todos vosotros. De vuestro grupo. Tiene mucha labia y es listo. Pero pocas ganas de trabajar.

—Vamos, que te cae realmente "bien" —se rió Mike.

—Bueno, vosotros tenéis a Preston, que es bastante bueno en Biología. Y a Bishop, que es el primero en Anatomía General. Y tú eres muy bueno en todo, especialmente en Biofísica… Nos haría falta alguien de tu nivel en nuestro grupo.

Así que sólo era eso, pensó de pronto Mike con desaliento. Sólo se trataba de captarle para su grupo de estudio porque era bueno en Biofísica.

—Lo siento —dijo, un poco dolido. O mucho—. Pero estamos a más de la mitad del curso y me comprometí con ellos. No voy a dejarlos colgados.

—Me alegro de que seas un tipo leal. Equivocado, pero leal.

Scorpius sonrió y Mike se sintió invadido por esa sonrisa. No supo qué responder.

—De todas formas, espero que no te hayas sentido tan ofendido como para no querer tomar una copa con nosotros el sábado. Vamos a ir a Fabric, ¿te apuntas?

Mike conocía de oídas esa discoteca. La entrada probablemente costaría entre 20 o 30 libras, según las actuaciones que hubiera esa noche, y fácilmente acabaría gastándose 20 o 30 más, dependiendo de las bebidas que se tomara. Mike suspiró mentalmente. De todas formas tenía que empollar Bilogía para el examen del próximo martes.

—No me he ofendido —mintió—. Pero ya tengo planes, lo siento.

—Vaya…

A Mike le pareció que durante unos breves segundos Scorp estaba realmente decepcionado. Después ya no se sintió tan seguro.

—Entonces, en otra ocasión será.

Mike estudió Biología todo el fin de semana. Pero deseó haber podido estar en Fabric ese sábado.

—Vuelves a sonreír…

Y Mike volvió a sobresaltarse. Cerró el libro y se estiró.

—Tengo hambre —declaró, pretendiendo ignorar la curiosa mirada de su novio sobre él—. Son casi las dos.

—Creo que todavía hay canelones en el congelador —indicó Scorp, con esa sonrisa que sugería que fuera él quien se levantara y los metiera en el horno— ¿Te fijaste en lo feliz que se veía mi padre ayer? —preguntó después, estirándose a su vez y realizando después pequeños movimientos rotativos con la cabeza para desentumecer las cervicales.

—Sí, ya era hora de que esos dos sentaran la cabeza. Pero echaré de menos a Harry cuando vayamos a In Vino Veritas —se detuvo en la puerta de la cocina, como si casualmente se le hubiera ocurrido la idea—. ¿Por qué no vamos a cenar al bar esta noche?

Scorpius le sonrió lascivamente.

—Porque esta noche pienso atarte a la cama y cenarte a ti… —respondió en tono sugerente—… con un poco de vino.

Mike le mandó un beso antes de desaparecer dentro de la cocina, buscar las dos botellas de vino que sabía tenían guardadas en uno de los armarios, abrirlas silenciosamente y vaciarlas en el fregadero. Bien, ya no había vino.

Después de comer habían hecho el amor en el sofá. Y con el cuerpo satisfecho de cualquier necesidad, Scorpius se había quedado dormido. Mike, tan sólo amodorrado, demasiado preocupado por cómo se las iba a arreglar para sacar a su novio del apartamento y llevarlo a In Vino Veritas esa noche. Había parado de nevar. Pero desde el sofá Mike podía ver a través de la gran ventana que el cielo amenazaba con volver a vomitar copos de nieve en cualquier momento. A las ocho de la noche haría un frío de cojones, se dijo. Ni siquiera la meteorología estaba a su favor. Apretó el cuerpo desnudo de Scorpius contra el suyo, acariciando con adoración su blanca y perfecta piel. Recordando la primera vez que Scorp y él se habían tocado…

Mike se había sentido un poco frustrado durante los días siguientes a la invitación de Scorpius Malfoy para tomar café. Nunca se habían sentado juntos en ninguna clase, porque como el mismo Scorp se había encargado de señalar, cada uno tenía su propio grupo. Sin embargo, se había convertido en costumbre que el rubio estuviera cerca de Mike y sus pañuelos de papel cuando se encontraban en el Departamento de Anatomía. Muchas veces Scorp invitaba a Mike a tomar un café después, aunque no le había vuelto a hablar de su grupo de estudio, pero había aprovechado para poner verde a Wallace a la menor ocasión. Menuda lengua tenía el rubito cuando se le desataba. Mike se había podido dar cuenta de que era un chico inteligente, sus calificaciones estaban entre las más altas de la clase, a pesar de sus inagotables ganas de divertirse. Se sentía cómodo hablando con él, porque Scorp era capaz de discutir sobre cualquier tema. Y diseccionar a cualquiera de forma mucho más precisa que si tuviera un bisturí en la mano. No daba fácilmente su brazo a torcer si creía tener la razón. Cosa que sucedía casi siempre. Pero debatía sus puntos de vista con tanta claridad y energía que era bastante difícil llevarle la contraria. Y parecía contento de haber encontrado a alguien que fuera capaz de llevársela. Mike empezaba a sospechar que sólo se tomaba el café con él porque había encontrado a alguien con quien podía discutir a gusto.

Scorpius había reiterado su invitación a tomar una copa en varias ocasiones, pero los lugares que mencionaba solían estar fuera del alcance de Mike. Así que éste siempre la declinaba.

—Empiezo a pensar que te caigo mal —dijo Scorp, después de que Mike rechazara una vez más la posibilidad de unirse a él y a sus amigos, esta vez en un night-club de moda.

—¡Claro que no! —aseguró él, temeroso de que sus tertulias de café terminaran—. Pero mañana tengo partido y debo acostarme temprano.

—Ya… Y cuando no tienes que estudiar por todo eso de tu beca —Scorpius le miró como si no estuviera muy seguro de que todo no fueran más que excusas para rechazar sus invitaciones— Pero tú comes, ¿verdad? Aunque no vengas al club después, podrías cenar con nosotros…

—Es que… he quedado…

Scorp alzó una ceja, con más incredulidad que otra cosa.

—Vaya, también es casualidad… En fin, en otra ocasión.

Mike le vio marcharse con el estómago encogido. Recogió sus libros para ir a encontrarse con el grupo de estudio en la biblioteca.

A la siete y media de la tarde se encontraba en el aquel viejo pub que quedaba cerca del campus. El mobiliario estaba algo ajado y la decoración era bastante penosa. Pero se comía decentemente y era barato. Se había sentado a una de las mesas del rincón, y la había llenado de cuadernos y libros, de los que tomaba anotaciones mientras engullía un sándwich de pollo y una pinta de cerveza.

—Así que ésta era tu cita para cenar.

Mike levantó la cabeza tan bruscamente que estuvo a punto de quedarse sin cervicales. Scorpius se sentó a la mesa sin esperar su invitación.

—¿Qué comes? —preguntó.

—Um andich de 'ollo— respondió Mike, tratando de tragar sin ahogarse.

—No tiene mala pinta —observó el rubio, arrugando un poco la nariz—. Pediré otro para mí.

Mientras Mike intentaba hacer pasar la bola de pan, lechuga y pollo que se había atorado en su garganta, Scorpius pidió su cena al tabernero. Después le alcanzó la jarra de cerveza a su muy sofocado compañero.

—No te ahogues, Davenport. Eres mi proveedor homologado de pañuelos de papel.

—Vaya, qué honor —logró hablar Mike después de un buen trago— ¿Qué haces aquí?

Scorpius se encogió de hombros.

—En realidad no tenía muchas ganas de ir a ese club —acercó con la punta de sus cuidados dedos el libro del que estaba tomando notas Mike—. Yo también debería ponerme con eso. ¿Has llegado ya al capítulo doce? —Mike asintió—. ¿Qué haces? ¿Lees o devoras los capítulos?

Mike no estaba muy seguro de si eso había sido una especie de cumplido.

—Tengo facilidad para retener las cosas —dijo a modo de excusa.

—Espero que también para entenderlas —ese tono sarcástico apareciendo de nuevo y descolocando/ofendiendo a Mike una vez más—. Creo que tendré que montar un grupo particular de estudio contigo —declaró Scorpius, sin embargo, muy serio—. Tal vez podríamos quedar mañana.

—Tengo partido —le recordó Mike.

—Ah, sí… ¿Cómo se llama a eso que juegas? —preguntó Scorp con un repentino interés.

—Baloncesto —respondió Mike, un poco a la defensiva. ¿Se estaba burlando o qué?

—¿Y cuántas horas dura?

Mike hizo un gesto de extrañeza.

—¿Horas? Son cuatro cuartos de diez minutos, Malfoy. Con descansos de cinco entre medio.

Scorpius pareció aliviado.

—Entonces no te tomará mucho.

—Oye, Malfoy, ¿es que no has visto nunca un partido? —el rubio negó con la cabeza— ¿Ni siquiera en televisión? ¿No te suena la NBA?

—¿Debería? —preguntó el rubio, como si de pronto temiera haberse estado perdiendo algo importante.

Mike negó con la cabeza, como si le diera por un caso perdido.

—No eres muy deportista, ¿verdad? —dijo.

—Estoy en el Club de Cata —respondió Scorp con orgullo—. Nos reunimos dos sábados al mes.

—Ah… Así que a eso de empinar el codo ahora se lo considera deporte… —se burló Mike—. ¿Y cuál es la lesión más habitual? ¿El esguince de muñeca por el peso de la copa? ¿Escozor de paladar?

—Bien, Davenport, ya has demostrado que también sabes ser irónico —dijo Scorpius con cierta tirantez—. Pero para que lo sepas, mente obtusa, la cata de vinos es un arte. Y si entrenar el paladar fuera tan fácil, cualquiera podría hacerlo. Hasta tú.

Mike estalló en carcajadas. Y fue un empezar y no parar, para enojo de Scorpius.

—Ya que te parece tan divertido, Davenport —y Scorpius hizo sonar el apellido como si hubiera pronunciado "gilipollas"—, mañana iré a ver esa cosa del baloncesto, para así poder reírme yo también.

—Me parece justo —afirmó Mike, todavía sin poder contener del todo su risa—. El partido es a las doce. Te dedicaré la primera canasta.

Scorpius alzó su ceja, al parecer todavía más irritado.

—¿Sólo la primera? —fuera lo que fuera la "canasta"— ¿Qué pasa con el resto?

Mike se mordió los labios para no estallar en carcajadas otra vez y ofender todavía más al ya muy ofendido rubio.

Sin embargo, Scorpius no se había reído. Cambridge había ganado y después del partido el equipo y sus acompañantes fueron a uno de los pubs del campus a tomar unas cervezas. El rubio estaba demasiado silencioso para lo que era habitual en él y Mike no sabía exactamente cómo tomárselo. No sabía si era porque todavía seguía enfadado, se aburría o simplemente se sentía fuera de lugar.

—Cuando Cambridge gana, hasta los que no son forofos del baloncesto suelen alegrarse, ¿sabes? —le dijo, dejando otra cerveza frente al rubio.

Scorpius sonrió brevemente.

—Me alegro de que hayáis ganado —afirmó.

—¿Pero?

—¿Por qué crees que hay un pero?

—Porque empiezo a conocerte, Malfoy. Y hay un pero. No lo niegues.

Scorpius volvió a sonreír. Esta vez de una forma un tanto enigmática. Sin embargo, no respondió.

—¿Todavía quieres que estudiemos esta tarde? —preguntó Mike, esperanzado—. Mi compañero de cuarto estará en la biblioteca toda la tarde. Y ya le he dicho a Wallace que no contaran conmigo hoy…

Para su alivio, Scorp asintió.

—¿Nos llevamos algo para comer? —Scorp asintió de nuevo—. Tengo cervezas en la habitación. Pero nada de vino, lo siento.

—Eres un capullo, Davenport, ¿lo sabías?

Mike sonrió.

—¿Necesitas ir a por tus cosas? —preguntó cuando salían ya del pub.

—No, las tengo aquí.

Scorpius le mostró una mochila que Mike juraría no había llegado con él al partido ni tampoco tenía consigo en el pub. No, no la tenía. Estaba más que seguro. Y de repente, la mente de Mike hizo "clic". Malfoy. ¿Cómo no lo había relacionado antes?

—¿Dónde estudiaste? Ya sabes, antes de la universidad —preguntó.

—En un internado —respondió el rubio.

—Yo también. El mío estaba en Escocía.

Scorpius le miró, un poco sorprendido. Y con una ligera duda en sus ojos.

—Ravenclaw —dijo entonces Mike, seguro de que no estar arriesgándose demasiado.

El rubio le miró estupefacto durante unos segundos. Pero inmediatamente dijo:

—Slytherin —después de un pequeño silencio añadió—. Así que eres una inteligente águila…

—Habló la astuta serpiente.

Scorpius soltó una verdadera carcajada por primera vez en la mañana.

—Esto promete ser interesante —dijo.

La habitación que Mike compartía en la residencia donde se alojaba no era demasiado grande, teniendo en cuenta que allí vivían dos personas. Dos camas, dos armarios, dos mesas de trabajo y dos sillones. Había un baño común para las diez habitaciones que había en cada una de las cinco plantas del edificio. Scorpius imaginó que por las mañanas aquello debía ser un infierno. La habitación estaba más limpia y ordenada de lo que esperaba. Las camas estaban hechas y no se veían rastros de ropa sucia o restos de comida por ninguna parte. En un rincón, había una pequeña nevera que Mike compartía con su compañero. Y en el estante sobre ella, un hornillo eléctrico y una cafetera junto a la cual había una caja de galletas, varios paquetes de café y algunas chucherías. También algunos platos y vasos de papel.

—Ponte cómodo —dijo Mike, mientras depositaba la bolsa con la comida del pub sobre su propia mesa de estudio—. ¿Quieres comer ahora o más tarde?

Scorpius se quitó la cazadora y la dejó bien doblada en el respaldo del sillón que imaginó de Mike. Dejó su mochila junto a la de Mike, en el suelo.

—No tengo hambre todavía —dijo—. ¿Dónde guardas tu varita? —preguntó con curiosidad.

—En casa —respondió Mike—. Mi madre la tiene escondida para que a ninguno de mis hermanos le dé por jugar con ella. Ese par a veces pueden ser un poco peligrosos.

Scorpius le miró como si estuviera loco. El otro joven se encogió de hombros.

—Aquí no la necesito —dijo—. Y así no debo andar preocupándome de que alguien la descubra.

—¿De verdad vives sin tu varita? —preguntó Scorpius con incredulidad— ¿Qué clase de mago eres?

Mike se rió.

—No necesito la varita para vivir, Malfoy. Mi familia es muggle. Estoy acostumbrado a vivir sin magia —después miró a Scorp, que se había sentado en su cama y parecía comprobar la calidad del colchón—. Tal vez yo debería preguntarte qué haces tú estudiando en una universidad muggle.

—Oh, es una larga historia —respondió Scorp despreocupadamente—. Te la cuento mientras comemos.

—No tenías hambre…

—Pues ahora tengo…

—Vas a volverme loco, ¿lo sabías?

—¿Cómo sabes que no es lo que pretendo?

Y ahí estaba esa mirada que dejaba a Mike con las neuronas deshidratadas y la boca seca. Empezó a sacar los sándwiches y la ensalada que habían comprado en el pub y después buscó un par de platos en el estante de la cafetera. Le echó un rápido vistazo a Scorpius, que se había instalado cómodamente sobre su cama, medio estirado, apoyándose en un brazo, siguiendo todos sus movimientos.

—¿Por qué no sacas un par de cervezas de la nevera? —pidió.

A ver si se iba a creer el rubito que era uno de los tantos elfos que debía tener en su mansión. Aparte que le estaba poniendo de los nervios sentir sus ojos clavados en él con tanta intensidad, siguiendo todos sus movimientos. Scorpius dejó su cómoda postura con una pequeña mueca, más molesto por tener que abandonar su escrutinio, que por tener que ir a buscar las cervezas.

Mike había apartado todos los libros, papeles y cuadernos que tenía sobre su mesa, incluido el portátil, para dejar sitio para la comida. Acercó la silla de la mesa de su compañero de habitación y se la ofreció a Scorpius.

—Así que, ¿en qué capítulo te has quedado tú? —preguntó para romper el silencio que se había instalado entre ellos cuando empezaron a comer.

—Nueve —respondió Scorpius—. Aunque reconozco que ha sido más por pereza que por otra cosa —confesó tranquilamente.

—Bueno, empezaremos desde ahí, entonces —se avino Mike, aunque para él era un pequeño retroceso—. Si llegamos al doce esta tarde, podemos hacer los tres restantes mañana —miró a Scorp un poco anhelante—. Si te va bien, claro.

—Mañana como en casa de mis padres —dijo el rubio—. Y pasaré la tarde con ellos. Pero si no te importa levantarte temprano, podemos quedar a las nueve en el pub del otro día. Hasta la hora de comer.

—Por mi está bien —aceptó Mike, más que encantado.

Durante el resto de la tarde, Mike tuvo la impresión de que Scorpius lo que menos necesitaba era ayuda para estudiar. Y que si a él se le daba bien la Biofísica, el rubio no le iba a la zaga.

Empezaron a quedar con cierta asiduidad para estudiar los fines de semana. Lo que provocaba la más que airada protesta de Wallace cada vez que ello sucedía y una no menos que exultante satisfacción en Scorpius. Mike no acababa de entender por qué. El rubio también comenzó a asistir a todos los partidos de baloncesto que Cambridge jugaba en propio campo. Mike, feliz, pensaba que Scorpius estaba empezando a interesarse por ese deporte, después de las interminables discusiones que habían mantenido sobre las virtudes del Quidditch sobre el baloncesto, en las que en lo único que estaban de acuerdo era que en ambos se encestaba una pelota por un aro. A Scorpius, por su parte, el baloncesto le importaba tanto como un elfo doméstico dándose cabezazos contra una mesa. Pero jadeaba discretamente por los anchos y sudorosos hombros del playmaker de Cambridge; por sus musculosos brazos. Maldecía aquellos holgados y ridículos pantalones, justo por encima de las rodillas, que no le dejaban ver más muslo. Y lo peor era que no podía dejar de cuestionarse por qué, por los cojones sagrados de Merlín, esos tipos tenían que darse nalgadas unos a otros con la misma alegría con la que chocaban sus manos o se abrazaban. En su vida había visto que un jugador de Quidditch le diera una nalgada a otro para celebrar los puntos que conseguían o cuando el buscador atrapaba la snitch. ¡Era ridículo! El rubio se la tenía especialmente jurada al tipo que llevaba el número siete en la espalda, cuya mano parecía tener una especial predilección por encontrarse con el culo de Mike a la menor ocasión.

Después del partido de aquella mañana, en la que los "toques" habían sido más que prolíferos, Scorpius Malfoy llevaba lo que a su parecer era más que un justificado cabreo.

—Dime una cosa, Davenport —le soltó a bocajarro cuando llevaban ya un rato sumergidos en los misterios del aparato locomotor, aunque él llevaba un buen rato sumergido en otra cosa—, para ser jugador de baloncesto, ¿hay que tener alguna inclinación natural a tocarle el culo al prójimo?

Mike levantó la cabeza de su libro y miró a su compañero totalmente estupefacto y sin saber qué responder a lo que, en principio, era una pregunta de lo más absurda.

—¿Se te ha subido la cerveza o qué? —se burló.

—¿Eres consciente de las veces que te han tocado el culo hoy? —preguntó el rubio, entrecerrando los ojos en actitud evaluadora— Diecisiete —y antes de que Mike pudiera decir nada, añadió—. Y tú, lo has hecho ocho veces.

Mike miró a Scorpius con expresión incrédula.

—¿Vas a los partidos para contar cuántas veces nos tocamos el culo?

—En algo tengo que entretenerme mientras corréis de un lado a otro de la cancha —se justificó—. Y te recuerdo, que un jugador de Quidditch jamás haría algo tan… ordinario.

Mike cerró su libro y lo dejó sobre la mesa, volviéndose hacia Scorpius, que estaba sentado en la cama, apoyando contra la pared. Ahora tenía su propio libro sobre las rodillas.

—Malfoy, ¿qué es lo que te molesta exactamente? —preguntó.

—Nada —respondió Scorp, encogiéndose de hombros—. Me he limitado a señalar un hecho. Eso es todo. Pensé que tal vez era una regla del baloncesto que todavía desconocía.

Mike se inclinó un poco hacia delante.

—¿Te ofenden los toqueteos entre tíos o algo así?

Scorpius pareció considerar su respuesta durante unos momentos.

—No —dijo—. Cada cual puede tocar donde le apetezca mientras le dejen.

Mike se levantó de la silla y se sentó en la cama.

—Entonces, tal vez… lo que te molesta es no poder unirte a la fiesta… —tentó.

Scorpius le dirigió una mirada intensa. Cargada de mucho más de lo que hasta ese momento había dicho.

—A mí me gusta que me toquen el culo en privado, Davenport. No voy dando el espectáculo delante de tanta gente —habló finalmente.

En ese momento, a Mike ya le hervía el cerebro y la polla. Tal vez la polla un poco más.

—Y, ¿qué tan privado te parece este momento, ahora?

Una sonrisa maliciosa asomó a los labios de Scorpius mientras el corazón de Mike amenazaba con perforarle las costillas. El rubio lanzó su libro sobre la cama y se movió hacia delante, lo suficiente como para ponerse a la altura de Mike y alzar una pierna hasta quedarse instalado en el regazo del joven de pelo cobrizo.

—Te advierto que soy muy exigente a la hora de dejar que alguien me toque el culo, Davenport.

Mike jadeó al darse cuenta de que al rubio los vaqueros empezaban a apretarle tanto como a él.

—Puedes confiar en mí —dijo, mientras sus manos temblorosas se posaban sobre las anheladas nalgas de Scorp—. Soy el único al que mi madre confía la cristalería de la abuela.

Mike cerró los ojos y sus grandes manos masajearon a gusto el trasero del rubio, que empezó a moverse expertamente contra él. Unos labios suaves y ansiosos se posaron sobre los suyos. Mike siguió con los ojos cerrados, como si abrirlos significara despertar a una realidad en la que Scorpius seguiría sentado en la cama, estudiando su libro de anatomía. La lengua del rubio delineó lentamente sus labios hasta que Mike abrió la boca para devorar la otra. A un segundo de correrse en los pantalones, oyó la susurrante voz de Scorpius junto a su oído.

—Voy a maldecir al próximo que se atreva a tocarte el culo, Davenport.

Finalmente Mike también se había quedado dormido al calor de Scorpius, sobre él. La luz que entraba por la ventana fue menguando hasta que a las cinco de la tarde el salón estaba prácticamente a oscuras. La pantalla del portátil de Scorpius era la única luz que iluminaba tenuemente la mesa y poco más.

—Mike…

El mentado sintió que le sacudían suavemente y entreabrió los ojos hasta enfocarlos en los de Scorpius, que le miraba con una gran sonrisa en su hermoso rostro.

—Levanta, hay que ducharse…

Ninguno de los dos había hecho ningún hechizo de limpieza después de correrse. Estaban pegajosos y olían a sudor ya frío.

—Tengo ganas de salir a cenar —dijo Mike mientras se afeitaba, después de la ducha.

Vio la mueca de fastidio de Scorp a través del espejo.

—Fuera tiene que estar helando —dijo el rubio—. Quedémonos.

—¡Oh, vamos! Llevamos todo el día aquí metidos. Podemos aparecernos en el despacho del bar de Harry. Luego le llamo y le digo que sobre las ocho se asegure de que no haya nadie por allí.

Scorpius negó con la cabeza.

—¿Por qué te emperras en salir hoy, joder? Nos pasamos todo el día fuera de casa. Para una vez que podemos quedarnos tranquilos y relajados…

Mike maldijo en voz alta y Scorp levantó la cabeza. La barbilla de Mike sangraba copiosamente. Scorpius suspiró con resignación.

—¡Qué te costará emplear el hechizo para rasurarte! —se quejó, mientras apartaba la maquinilla de afeitar de su mano y le daba una toalla—. ¿Ves lo que pasa? No te muevas, voy a buscar mi varita.

Mike cogió su móvil del bolsillo del albornoz, que previsoramente había dejado allí y marcó el número de su futuro suegro.

—Que se empeña en quedarse en casa —dijo apresuradamente en cuanto oyó la voz de Draco, sin más presentación—. Ya no sé qué decirle para sacarle de aquí.

Tuvo que colgar apresuradamente al oír los pasos de su novio volviendo al cuarto de baño.

—Déjame ver —dijo Scorpius levantando ligeramente la barbilla de su novio.

Pronunció un hechizo para detener el sangrado y a continuación otro para cerrar el pequeño pero escandaloso corte. En ese momento, sonó el teléfono. Scorpius volvió a dejar el cuarto de baño para contestar. Unos minutos después estaba de regreso con cara de circunstancias.

—Mi padre. Que nos espera en el bar esta noche —dijo con fastidio—. No me ha dado opción a decir que no.

—Te echa de menos —le consoló Mike, internamente aliviado—. Ha estado fuera más de dos meses. Y, de todas formas, yo también quería salir…

Scorpius gruñó, pero no dijo nada más.

Continuará…